Confiar
en la Providencia de Dios no significa abandonar nuestras responsabilidades,
cruzarnos de brazos esperando que todo nos lo regalen, una vida pasiva
2ª Crónicas 24, 17-25; Sal 88; Mateo 6,24-34
Todos comemos, todos bebemos, todos
vestimos, son necesidades básicas de la vida. Buscamos nuestro alimento y lo
que sacie nuestra sed, buscamos con que cubrirnos nuestra desnudez y afrontar
el frío o el calor, significará donde vivir, significará unos trabajos y como
en cascada van surgiendo todas esas necesidades hasta lograr una vida digna.
¿Pero la vida es solo el alimento o el
vestido, o lo que sacie esas necesidades elementales? Junto a ello buscaremos
esos valores que nos hagan felices, que faciliten la convivencia con los que
están a nuestro lado, lo que nos lleve a una armonía y a una paz; y vienen las
responsabilidades y las preocupaciones, viene todo un camino de superación y de
crecimiento que no se limita ya a cubrir las necesidades de nuestro cuerpo.
Pero algunas veces entramos en confusión a la hora de valorar y tener en cuenta
lo que es verdaderamente importante; algunas cosas nos parecen más primordiales
quizás por más inmediatas y vienen nuestras carreras y nuestros agobios.
Podemos hasta perder el norte de nuestra vida.
Y es aquí cuando Jesús viene a
prevenirnos frente a esos agobios con que vivimos la vida por no saber buscar
lo que verdaderamente es importante. Nos desorientamos y confundimos. Por eso
hoy nos dice, ‘no andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a
beber, o con qué os vais a vestir’. Nos señala esas cosas tan
primordiales de la vida, pero que bien encierran muchas cosas en las que nos
envolvemos y de las que creamos dependencias. Es muchas veces la vanidad con
que vivimos la vida, será el orgullo y el amor propio que se adueñan de
nosotros y terminamos siendo esclavos de nuestro ego, serán esas estrías que se
nos introducen en medio de nuestras relaciones con los demás desde nuestros
celos o nuestras envidias, o desde ese egoísmo que nos encierra y nos hace
insolidarios.
¿Quién alimenta de verdad nuestra vida
y nos hace encontrar ese sentido y ese valor a las cosas, a lo que hacemos o a
lo que vivimos? Nos hace mirar a la naturaleza, ya sean las flores o ya sean
los pajarillos que vuelan en el campo y contemplaremos una luminosidad y una
alegría especial, aunque la flor resplandezca con todo brillo y color solo un
día, o aunque el trinar del pajarillo nos parezca pasajero porque vuela de acá
para allá. Pero hay una armonía, hay una belleza, que tendríamos que saber encontrar
para nuestra vida de cada día para hacerlo todo hermoso y encantador.
Jesús nos invita a ponernos en las
manos del Padre, en las manos de Dios que hará salir el sol cada día sobre
nosotros ofreciéndonos su luz y su calor, como embellece a las flores del campo
o alimenta a los pajarillos que vuelan y trinan sobre nuestras cabezas. Y nos
dice Jesús ¿y no valemos nosotros mucho más? ¿Por qué no confiar en la
providencia de Dios que cuida de nosotros y en su amor se hará presente de la
manera que menos pensemos junto a nosotros?
Confiar en la providencia de Dios no
significa abandonar nuestras tareas y nuestras responsabilidades, no significa
cruzarnos de brazos esperando que todo nos lo den o nos lo regalen, no
significa una vida pasiva, sino todo lo contrario. Es vivir nuestra
responsabilidad, es realizar nuestros trabajos, es contribuir al bien de
nuestro mundo y de nuestra sociedad, es desarrollar lo que son nuestros valores
y nuestras cualidades para hacer que todo marche mejor, pero sin perder la paz
del corazón, sin llenarnos de esos agobios que al final nos entorpecen, sin
obsesionarnos por las cosas de manera que perdamos la razón.
Concluye Jesús con esa hermosa
sentencia que no podemos olvidar. ‘Buscad el Reino de Dios y su justicia;
que todo eso se os dará por añadidura’. Pongamos a Dios en verdad como
centro de nuestra vida y todo va a adquirir un nuevo brillo y valor.