Vistas de página en total

sábado, 18 de junio de 2022

Confiar en la Providencia de Dios no significa abandonar nuestras responsabilidades, cruzarnos de brazos esperando que todo nos lo regalen, una vida pasiva

 


Confiar en la Providencia de Dios no significa abandonar nuestras responsabilidades, cruzarnos de brazos esperando que todo nos lo regalen, una vida pasiva

2ª Crónicas 24, 17-25; Sal 88; Mateo 6,24-34

Todos comemos, todos bebemos, todos vestimos, son necesidades básicas de la vida. Buscamos nuestro alimento y lo que sacie nuestra sed, buscamos con que cubrirnos nuestra desnudez y afrontar el frío o el calor, significará donde vivir, significará unos trabajos y como en cascada van surgiendo todas esas necesidades hasta lograr una vida digna.

¿Pero la vida es solo el alimento o el vestido, o lo que sacie esas necesidades elementales? Junto a ello buscaremos esos valores que nos hagan felices, que faciliten la convivencia con los que están a nuestro lado, lo que nos lleve a una armonía y a una paz; y vienen las responsabilidades y las preocupaciones, viene todo un camino de superación y de crecimiento que no se limita ya a cubrir las necesidades de nuestro cuerpo. Pero algunas veces entramos en confusión a la hora de valorar y tener en cuenta lo que es verdaderamente importante; algunas cosas nos parecen más primordiales quizás por más inmediatas y vienen nuestras carreras y nuestros agobios. Podemos hasta perder el norte de nuestra vida.

Y es aquí cuando Jesús viene a prevenirnos frente a esos agobios con que vivimos la vida por no saber buscar lo que verdaderamente es importante. Nos desorientamos y confundimos. Por eso hoy nos dice, ‘no andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir’. Nos señala esas cosas tan primordiales de la vida, pero que bien encierran muchas cosas en las que nos envolvemos y de las que creamos dependencias. Es muchas veces la vanidad con que vivimos la vida, será el orgullo y el amor propio que se adueñan de nosotros y terminamos siendo esclavos de nuestro ego, serán esas estrías que se nos introducen en medio de nuestras relaciones con los demás desde nuestros celos o nuestras envidias, o desde ese egoísmo que nos encierra y nos hace insolidarios.

¿Quién alimenta de verdad nuestra vida y nos hace encontrar ese sentido y ese valor a las cosas, a lo que hacemos o a lo que vivimos? Nos hace mirar a la naturaleza, ya sean las flores o ya sean los pajarillos que vuelan en el campo y contemplaremos una luminosidad y una alegría especial, aunque la flor resplandezca con todo brillo y color solo un día, o aunque el trinar del pajarillo nos parezca pasajero porque vuela de acá para allá. Pero hay una armonía, hay una belleza, que tendríamos que saber encontrar para nuestra vida de cada día para hacerlo todo hermoso y encantador.

Jesús nos invita a ponernos en las manos del Padre, en las manos de Dios que hará salir el sol cada día sobre nosotros ofreciéndonos su luz y su calor, como embellece a las flores del campo o alimenta a los pajarillos que vuelan y trinan sobre nuestras cabezas. Y nos dice Jesús ¿y no valemos nosotros mucho más? ¿Por qué no confiar en la providencia de Dios que cuida de nosotros y en su amor se hará presente de la manera que menos pensemos junto a nosotros?

Confiar en la providencia de Dios no significa abandonar nuestras tareas y nuestras responsabilidades, no significa cruzarnos de brazos esperando que todo nos lo den o nos lo regalen, no significa una vida pasiva, sino todo lo contrario. Es vivir nuestra responsabilidad, es realizar nuestros trabajos, es contribuir al bien de nuestro mundo y de nuestra sociedad, es desarrollar lo que son nuestros valores y nuestras cualidades para hacer que todo marche mejor, pero sin perder la paz del corazón, sin llenarnos de esos agobios que al final nos entorpecen, sin obsesionarnos por las cosas de manera que perdamos la razón.

Concluye Jesús con esa hermosa sentencia que no podemos olvidar. ‘Buscad el Reino de Dios y su justicia; que todo eso se os dará por añadidura’. Pongamos a Dios en verdad como centro de nuestra vida y todo va a adquirir un nuevo brillo y valor.

viernes, 17 de junio de 2022

Busquemos esos valores que en verdad nos hacen grandes y nos llenan de dignidad, que nos harán merecer todo respeto, verdadero tesoro con valor de eternidad

 


Busquemos esos valores que en verdad nos hacen grandes y nos llenan de dignidad, que nos harán merecer todo respeto, verdadero tesoro con valor de eternidad

2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Sal 131; Mateo 6, 19-23

Hoy hablamos muchos de valores cuando estamos tratando de aquello que verdaderamente es importante para la persona, cuando pensamos en nosotros mismos y en la riqueza de la persona, o cuando quienes tienen una misión educadora dentro de la sociedad hablan de esos valores que hemos de cultivar que realmente hacen grande a la persona. Pero hemos de reconocer que la palabra puede resultar confusa; cuando les hablan de valores algunos no piensan sino en la bolsa, en lo bursátil, en esas ganancias que se pueden tener según los negocios que emprendamos, las empresas a las que nos dediquemos; no todos piensan en esos valores bursátiles, porque la verdad que es una cosa bien compleja aunque muchos se dediquen a ello, sino que otros piensan en la bolsa de su bolsillo o los dineros que tengamos acumulados en el banco.

Sé que me vas a decir que esas cosas se diferencian, y que cuando  hablamos de valores, sabemos bien de lo que estamos hablando; pero no quiero pensar en teorías, sino que nos fijemos a qué realmente nos dedicamos con todo ahínco en la vida; pensemos si es verdad o no que lo de las cuentas bancarias sí que lo tenemos bien en cuenta, que todas las cosas las valoramos en la realidad por lo económico que nos puedan costar, y como tenemos la tentación de acumular cosas, riquezas, dineros, joyas o lo que queramos decir pensando en esa riqueza material que podamos acumular, pensemos en las cuentas que nos estamos haciendo siempre o en las ganancias o beneficios que pretendemos sacarle a todo. Seamos en verdad sinceros y veamos que es lo que nos está rondando siempre por la cabeza.

Hoy Jesús quiere hacernos pensar en lo realmente tiene que ser importante en nuestra vida. Y ya nos previene para que no andemos agobiados por el dinero o por estas riquezas materiales. Hay algo más importante que tenemos que buscar, que no está en esas cosas externas y materiales que nos llevan a la vanidad y al vacío, donde todo un día de una forma o de otra se nos consumirá y nos quedaremos con las manos vacías. Como decíamos, otros tienen que ser los valores por los que nos esforcemos, que busquemos, que le den verdadero brillo y valor a nuestra vida.

Tajantemente nos dice: ‘No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón’.

Busquemos lo que en verdad sea permanente, llenemos nuestra vida de eso que va a merecer en verdad la confianza de los demás y que será lo que hará brillar en verdad nuestra vida. Es cierto que tenemos que manejarnos en este mundo con cosas materiales en las manos, pero que no falte la rectitud y la responsabilidad también en esos asuntos. Como nos dirá en otro momento ‘quien no es de fiar en el vil dinero, tampoco en las cosas importantes será de fiar’. Es el justo valor que tenemos que darle a las cosas, es la responsabilidad con que desarrollemos lo que tengamos en nuestras manos; recordemos que nos pide que no enterremos el talento, sino que lo pongamos a generar riqueza. Pero que eso no sea la riqueza de nuestro corazón. Que más importante es esa responsabilidad, esa rectitud con la que actuamos; que más importante es el buen corazón que tengamos hacia los demás que se refleje en nuestro trato, en nuestro respeto, en la valoración que hacemos de la persona, en el bien que buscamos para todos actuando siempre en la verdad y en la justicia.

Ahí están esos valores que en verdad nos hacen grandes y nos llenan de dignidad, que nos harán merecer todo respeto, pero con lo que en verdad estamos atesorando ese tesoro en el cielo, como nos dice hoy el evangelio. Que haya verdadera luz en nuestros ojos, que haya verdadera vida en lo que hacemos, que resplandezcamos por esa rectitud y por esa responsabilidad que nos tomamos la vida, pensando no solo en nosotros mismos, sino en el bien que siempre podemos y tenemos que hacer a cuantos nos rodean.

jueves, 16 de junio de 2022

Cuando hay amor de verdad en nosotros porque nos sentimos enamorados buscamos ansiosos la manera de estar con quien amamos, disfrutemos así de la oración

 


Cuando hay amor de verdad en nosotros porque nos sentimos enamorados buscamos ansiosos la manera de estar con quien amamos, disfrutemos así de la oración

Eclesiástico 48, 1-14; Sal 96; Mateo 6, 7-15

Nos enseña Jesús a orar. Lo necesitamos. Quizás alguna vez nos hayamos preguntado si oramos bien, si están bien nuestros rezos; quizás nos sentimos fríos y parece que la oración no nos dice nada, quizás nos damos cuenta que muchas veces nuestra oración está vacía, quizás nos preguntamos si Dios nos escucha, quizás en ocasiones nos sentimos desganados y tenemos la tentación de dejarlo, o lo hacemos a la carrera, deprisa y corriendo, como un cumplimiento. En el fondo algunas veces quisiéramos que nos enseñaran a rezar, que nos enseñaran a orar. ¿A quién mejor pedírselo?

Muchas veces nos hablará Jesús de la oración, alabará la oración de la gente humilde y sencilla o nos irá planteando cómo hemos de darle profundidad a nuestra oración; nos responde a esas preguntas sobre el valor de la oración y si merece la pena hacerla, o nos hablará de la insistencia y constancia con que hemos de hacerla; o nos dirá, como nos enseña hoy mismo, que es muy sencillo, que solo se trata de dejarse inundar de la presencia de Dios. Que no será necesario llevar muchas cosas preparadas ni cuestión de hacer una lista interminable de peticiones porque decimos que tenemos muchas necesidades, sino solamente saborear a Dios, su presencia, su amor.


Ya nos ha hablado de meternos en el cuarto escondido, para que sepamos hacer silencio, para que nos aislemos de tantas cosas y ruidos que nos perturban, de convertirlo en un tú a tú de amor para dejarnos sorprender por esa presencia, por ese amor, por esa vida de Dios que nos llena y nos trasciende, que nos hace echar raíces hondas pero que nos eleva a una órbita sobrenatural.

Las palabras que pone hoy Jesús en nuestros labios para enseñarnos a orar eso es lo que pretenden, que saboreemos la presencia y el amor de Dios; que tengamos el gusto de llamarle Padre y sentirnos amados porque somos en verdad sus hijos; que nos gocemos con Dios y con todo lo que Dios ama queriendo envolver, más aún, empapar nuestra vida de ese sabor de Dios.

Nos está diciendo quién es Dios y lo que es el amor de Dios; nos está diciendo cómo nos sentimos engrandecidos con su amor de manera que después de hacer esta oración todo tiene que ser distinto en nosotros porque ya no queremos otra cosa sino amar con su mismo amor. Esa es la gloria de Dios que hemos de buscar, eso es lo que nos hace sentir lo que es la grandeza del nombre de Dios de manera que ya en su nombre salgamos a los caminos de la vida proclamando con nuestra manera de hacer y de decir qué grande es el nombre de Dios, porque ya en su nombre seremos capaces de hacer todo lo bueno necesario para que el mundo sea mejor.

Nos sentimos amados de Dios y nunca nos sentiremos abandonados; nos sentimos amados de Dios y en El ponemos toda nuestra confianza para que no nos falte el pan de cada día; nos sentimos amados de Dios y queremos ir repartiendo ese amor y esa paz que El nos da a todos ofreciendo generosamente el perdón, porque también nos sentimos perdonados en nuestras debilidades y tropiezos; nos sentimos amados de Dios y su presencia se hace fuerza en nosotros para luchar contra lo malo, para no dejarnos arrastrar por el mal y el pecado. Siempre tendremos presente ante nosotros la gloria del Señor que hemos de buscar y manifestar.

Disfrutemos de la oración, porque disfrutamos de la presencia y del amor de Dios que nos envuelve con su Espíritu. Cuando hay amor de verdad en nuestro corazón porque nos sentimos enamorados buscamos ansiosos la manera de estar con quien amamos. Sea ese el deseo de Dios, sea esa la prontitud con que nos disponemos para el encuentro con el Señor en la oración.

miércoles, 15 de junio de 2022

Necesitamos cultivarnos por dentro para no quedarnos en vanidades porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos

 


Necesitamos cultivarnos por dentro para no quedarnos en vanidades porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos

2Reyes 2, 1. 6-14; Sal 30; Mateo 6, 1-6. 16-18

A quién le amarga un dulce, solemos decir cuando queremos camuflar el orgullo que sentimos dentro de nosotros ante una alabanza por algo que hayamos hecho, un reconocimiento ya sea en forma de plaquita o de los oropeles de las medallas que quieren colgar sobre nuestros cuellos. Es cierto que en la vida tenemos que aprender a reconocer lo bueno que hacen los demás, y que todos sentimos dentro de nosotros el prurito satisfactorio de una alabanza o de un reconocimiento.

De cosas sencillas y pequeñas, muy elementales nacidas de la gratitud que hemos de tener hacia aquellos que hacen el bien, nacen luego las vanidades que se transforman en vanagloria y hasta desearíamos que nuestro nombre se perpetuara hasta la eternidad, porque así complacemos nuestra vanidad, alimentamos el orgullo y el amor propio y terminamos no solo queriendo elevarnos por encima de los demás sino que hasta seremos exigentes con aquellos que no nos muestran esos reconocimientos.

No vamos a seguir tirando del hilo de las vanidades porque esa hoguera de las vanidades consume muchos corazones o nos llena de muchas ambiciones que pueden terminar convirtiéndose en auténticas batallas que pueden destruir lo más hermoso que podemos llevar en nuestro corazón. Nadie es ajeno a esta tentación de la vanidad, a todos nos puede aflorar en el momento en que menos lo pensemos ese brillo en nuestros ojos emocionados por los reconocimientos. Demasiados oropeles de vanidad envuelven nuestra vida.

De esto nos quiere prevenir hoy Jesús en el evangelio. En el llamado sermón del monte Jesús nos va desgranando diversas situaciones de la vida donde hemos de saber mantener una vigilancia para que se mantenga la pureza de intención en aquello bueno que hacemos y no lleguemos a empañarla con esos brillos de oropeles. Nos señala Jesús diversos momentos o situaciones de nuestra vida, y sobre todo en relación a todo lo que fuera nuestra vida religiosa para que alejemos de ella toda vanidad.

Nos habla Jesús de la limosna, de la oración, del ayuno y de la penitencia que podamos hacer en distintos momentos de la vida. Ya de entrada Jesús nos deja la sentencia, el principio: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos’. Practicar la justicia, hacer el bien con humildad y con la sinceridad de nuestra vida. No por el aplauso y reconocimiento, sino por aquello que con sinceridad queremos hacer desde lo más hondo de nosotros mismos.

Claro que Jesús aquí nos está queriendo contraponer actitudes y posturas de mucha gente de su tiempo, que no pueden ser la pauta de los que nos llamamos sus seguidores, sus discípulos vayamos a hacer en nuestra vida. Son las actitudes de los fariseos que veremos en otros momentos del evangelio denunciar con vehemencia y fuerza por parte de Jesús; es de lo que ahora nos quiere prevenir para que haya esa sinceridad y rectitud en nuestra vida, porque lo que en verdad busquemos siempre sea la gloria de Dios.

‘Tú, en cambio, cuando hagas limosna, nos dice Jesús, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’. No son las recompensas humanas, no son los reconocimientos de los hombres lo que tiene que movernos. Y nos habla de la limosna, pero nos hablará de la oración que haremos en lo escondido de nuestra habitación, porque es allí en nuestro interior más profundo donde vamos a sentir a Dios, donde vamos a encontrarnos con Dios, dónde y cómo vamos a presentarle nuestras peticiones. ‘Ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará’. Y en el mismo sentido nos va a hablar del ayuno. ‘Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará’.

Nos habla Jesús de estas tres situaciones concretas, porque eran hechos que estaban bien palpables en tantos en aquel momento. ¿Hoy qué nos diría el Señor? ¿Qué situaciones concretas de nuestra vida nos estaría señalando? ¿Esa vanidad no irá pareja en la vida con la superficialidad con que vivimos las cosas? Vanidad, superficialidad que nos lleva muchas veces de la rutina y a la vaciedad con que vivimos y hacemos las cosas; y nos fijamos en las apariencias que queremos mantener para que nos tengan en consideración o para que no baje nuestra autoestima; costumbrismo vacío, porque siempre las cosas se han hecho así, y no intentamos ni profundizar ni mejorar y acaso nos contentamos de realizar formalmente, ritualmente las cosas sin darles mayor sentido.

Nos falta muchas veces a los cristianos una auténtica espiritualidad que nos dé profundidad a lo que vivimos; damos la impresión tantas veces de que estamos tan vacíos; sería lo que nos haría creíbles ante el mundo que nos rodea, aunque también hay el peligro o la tentación de que nos rechacen porque les molesta la profundidad que le queremos dar a las cosas que hacemos. Necesitamos cultivarnos por dentro porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos.

martes, 14 de junio de 2022

Dame tu fuerza, Señor, para que pueda amar al prójimo con tu amor, dame tu luz para mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para ser capaz de ponerlo en el mío como un hermano

 


Dame tu fuerza, Señor, para que pueda amar al prójimo con tu amor, dame tu luz para mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para ser capaz de ponerlo en el mío como un hermano

1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48

Aunque habitualmente cuando escuchaban hablar a Jesús la gente sentía como les ardía de nuevo el corazón porque se despertaban muchas esperanzas en el mundo nuevo que les anunciaba Jesús, también es cierto que en ocasiones salían perplejos y confundidos porque de alguna manera les parecía muy sublime lo que Jesús les anunciaba y les podía parecer una utopía irrealizable su mensaje. En más de una ocasión salían diciendo que era dura aquella doctrina, algunos incluso no querían escucharle más.

Siempre recuerdo las palabras proféticas del anciano Simeón que hablaba de un signo de contradicción y que aquel niño iba a significar que se decantasen clara y valientemente ante su figura y su mensaje. Esa perplejidad se les producía cuando Jesús les hablaba de aquel estilo nuevo de amar que habían de tener lo que le siguieran y quisieran llamarse sus discípulos. Porque bueno, eso de amar está bien, y ya amamos a los que están cercanos a nosotros, ya amamos a la familia, a los que son nuestros amigos o a aquellos que han hecho algo en algún momento por nosotros. Pero ¿amar también a los enemigos? Si ya nos cuesta amar a los amigos, porque siempre estamos tentados a mirar primero las sombras que lo que podría ser objeto de amor en ellos, ¿Cómo vamos a amar a los que nos hayan hecho mal, nos hayan hecho daño?

La perplejidad no fue solo de los que entonces le escuchaban en aquel sermón del monte, porque esa perplejidad la seguimos teniendo hoy los que vivimos en el siglo XXI. Pero ahí está precisamente la sublimidad de lo que es el amor verdadero, el amor en el sentido de Cristo. Porque no son puros sentimientos de afecto lo que se nos pide, que pueda surgir fácil de nosotros cuando de alguna manera queremos corresponder a algo bueno que nos han hecho. No son simples palabras que nos sirvan de base para una bonita poesía o para ponerle música en una hermosa canción. No son emociones momentáneas que pueden aparecer en un momento determinado pero que luego pronto se borran como se secan las lágrimas de nuestros ojos.

Y es que lo sublime que Jesús nos está proponiendo es un amor como el suyo, un amor como el que Dios nos tiene. Nos dirá que amemos al prójimo, que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Es que tenemos que comenzar por poner a ese que tiene que ser objeto de nuestro amor como prójimo nuestro. No lo miramos en la lejanía, a la distancia, lo ponemos a nuestro lado, lo hacemos nuestro prójimo, y al final nos terminará diciendo que lo miremos como un hermano.

No es cualquier cosa. Es una nueva mirada. Es un nuevo lugar que ha de ocupar en nuestra vida, porque tenemos que ponerlo cerca de nuestro corazón para que sea nuestro prójimo. Entonces ha de surgir una nueva comunión de amor; entonces sabremos hacer como lo hizo El desde la cruz amar disculpando, perdonar porque está amando a quien disculpa incluso de aquello que haya hecho mal.

Claro que esto no se puede hacer de cualquier manera, ni lo puede hacer cualquiera; lo podemos hacer quienes sabemos llenarnos de Dios, quienes sabemos dejarnos conducir por su Espíritu, quienes ponemos a Dios en el iris de nuestros ojos para tener una mirada nueva, una mirada luminosa, una mirada de amor. Hoy nos dirá que recemos por aquellos que nos han hecho mal. ¿Qué significa rezar así? No es recitar una fórmula, no es una buena voluntad de decir mira Señor a aquel que me hizo mal para que cambien sus actitudes o sus posturas, es decirle al Señor dame tu fuerza para que pueda amarlo con tu amor, dame tu luz para que pueda mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para que yo sea capaz de ponerlo en el mío.

Es un amor nuevo, es un amor más sublime, es un amor divino con el que comenzaremos a amar desde lo más hondo del corazón.


lunes, 13 de junio de 2022

Sepamos encontrar generosidad en nuestro corazón que nos haga comprensivos, nos lleve a disculpar y a perdonar, a tener abiertas las puertas sobre todo nuestro corazón

 


Sepamos encontrar generosidad en nuestro corazón que nos haga comprensivos, nos lleve a disculpar y a perdonar, a tener abiertas las puertas sobre todo nuestro corazón

1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5, 38-42

Una espiral podríamos decir que su sentido es que sea algo que no tiene fin; no son vueltas cerradas sobre si mismas, sino vueltas abiertas que cada vez se van abriendo más, con lo que la espiral se hace cada vez más grande e interminable.

Es difícil romper el ritmo de una espiral pero creo que todos nos damos cuenta que en la vida hay cosas que algunas veces dejamos crecer como una espiral y de que de alguna manera tenemos que romper su crecimiento. Son, por ejemplo, las espirales de violencia que nos vamos creando y haciendo crecer más y más, porque siempre tendremos una nueva forma de responder a la violencia que antes nos hayan hecho con lo que la espiral se hará interminable y totalmente destructiva para nuestras relaciones y para nuestra convivencia; bien lo contemplamos en la vida diaria en que esas espirales de rencores y resentimientos han dividido familias, han roto relaciones entre vecinos que antes quizás hasta eran amigos, y se convierte como en una herencia familiar, donde actualmente no sabemos por qué estamos familias o estos vecinos se llevan mal, pero desde siempre ha sido así y nunca nadie se ha atrevido a poner solución rompiendo esa espiral.

Es a lo que nos está respondiendo hoy Jesús en el evangelio. Cuando nos ha puesto como norma de nuestra vida el amor ese amor tiene que ser la piedra de toque que sirva para romper esas espirales violentas y de odios que tantas veces nos creamos en la vida. Muchas veces surgidas de la manera más inesperada y cuando no se pensaba con ninguna malicia, pero hubo algo o alguien que la despertó y entonces el cristal de nuestra visión se hizo añicos y todo lo que miraremos a través de ese cristal roto y manchado por la malicia lo veremos lleno de esa maldad que generará más maldad en nuestro corazón.

‘No hagáis frente al que os agravia’, nos dice Jesús y ojalá supiéramos escucharlo. Es la manera de romper el inicio de esa espiral que cada vez se agrandaría más. En la vida tenemos roces, nuestras aristas muchas veces están demasiado afiladas, tenemos la sensibilidad a flor de piel y por cualquier cosa enseguida saltamos con tres piedras en la mano, como se suele decir.

Muchas veces aquello que nosotros recibimos como ofensa quizá ni tuvo esa intención en la persona de la que nos sentimos ofendidos, una mala interpretación, un descuido o un dejarnos llevar por un mal momento que a todos nos puede suceder, pero de la misma manera que para nosotros pediríamos siempre comprensión, así deberíamos de tenerla con los demás, y saber encontrar una disculpa en nuestro juicio tantas veces tan severo, o en la aceptación de la disculpa que el otro nos pueda presentar. Una detenernos en ese primer momento para tener la comprensión que pediríamos para nosotros salvaría muchas disputas y muchas veces que entablamos tantas veces en la vida. Romper, como hemos venido diciendo, esa espiral que tan fácilmente generamos.

Por eso nos hablará Jesús de cosas tan elementales como una bofetada recibida, de una discusión tonta por la posesión o no de alguna cosa, del favor que nos están pidiendo que siempre nos parece mucho, o de ese préstamo generoso que tendríamos que saber hacernos de las cosas que poseemos. ¿Cuál es nuestra respuesta a esas cosas que así de forma tan elemental nos van surgiendo en la vida en nuestra relación con los que están cerca de nosotros, incluso la misma familia?

No es cuestión de hacer el tonto, como algunos piensan, sino de saber encontrar generosidad en nuestro corazón que nos haga comprensivos, que nos lleve a disculpar y a perdonar, que nos lleve a tener abiertas las puertas de nuestra vida, pero sobre todo nuestro corazón. No podemos estar cobrando con la misma moneda lo que nos puedan hacer los demás, es ahí donde aparece la generosidad y la sublimidad del amor verdadero.

domingo, 12 de junio de 2022

Queremos dar gloria a Dios, queremos cantar la gloria del Señor, queremos alabar y bendecir al Señor en su gloria buscando siempre el bien del hombre

 


Queremos dar gloria a Dios, queremos cantar la gloria del Señor, queremos alabar y bendecir al Señor en su gloria buscando siempre el bien del hombre

Proverbios 8, 22-31; Sal 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15

¿Qué es buscar la gloria? En nuestros parámetros humanos alcanzamos la gloria cuando hemos conseguido la fama, ya sea un cantante que se ha hecho una fama poco menos que universal dados los medios sociales que hoy están a nuestro alcance, ya sea un deportista que ha alcanzado la gloria a través de sus triunfos que le han llenado de fama y ¿por qué no decirlo?, también de poder; es la búsqueda de la gloria queriendo alcanzar el dominio y el poder, el estar por encima de todo y tener en sus manos poco menos que las riendas del mundo; quizás en nuestras medidas más cercanas pensamos en el prestigio, en el buen nombre, en la consideración que le tienen los demás. Momentos de gloria que se pueden volver efímeros como le ha pasado a tantos que se creían dioses de este mundo, porque la fama se acaba, la gloria del triunfo tiene los días contados, y el poder puede ser que un día nos lo quiten de nuestras manos.

¿Qué será, pues, buscar y alcanzar la gloria? ¿Cuándo hablamos de la gloria de Dios lo hacemos también en este sentido? Desgraciadamente tenemos que reconocer que alguna vez quienes tratan de la gloria de Dios, y en consecuencia están muy relacionados con la religión, con la relación con Dios, podemos habernos confundido muchas veces envolviendo en esos tintes de glorias humanas lo que tendría que ser en verdad la gloria de Dios.

Cuando llegamos a descubrir con mayor o menor profundidad lo que es la gloria de Dios nos daremos cuenta que la gloria de Dios es el bien del hombre. ¿Qué quiere Dios del hombre que ha creado? ¿Qué busca Dios para ese ser humano salido de sus manos creadoras? Si queremos, podemos quedarnos con la primera imagen que nos pone la Biblia, al crear Dios al hombre y a la mujer los pone en un paraíso y quiere el bien y la felicidad del hombre y de la mujer, pues todo lo pone en sus manos para que sienta el gozo de sentirse creador con Dios continuando el desarrollo de la obra creada por Dios con su inteligencia y con su voluntad, y los pone para el amor, porque crea a Adán y Eva, al hombre y la mujer, para que vivan en esa comunicación de amor.

Es lo que hoy de manera maravillosa se nos revela y celebramos cuando en este domingo estamos celebrando el Misterio de la Santísima Trinidad de Dios. Es el misterio de amor de Dios. Dios es amor, nos dirá san Juan en sus cartas, pero bien que nos lo había ido revelando en plenitud Jesús. Una buena lectura de toda la historia de la salvación también tenemos que hacerlo desde esta óptica de amor.  Dios ama, por amor nos crea, por amor nos envía a su Hijo para nuestra salvación, por amor nos llena de su Espíritu de amor cumpliendo la promesa de Jesús. El amor que nos hace presente a Dios, el amor que nos hará ver a Dios, el amor que descubriremos en los actos de amor, vida y salvación que continuamente ofrece a toda la humanidad.

Porque Dios es amor, porque Dios ama no puede sino buscar el bien; su gloria, como decíamos, será siempre el bien del hombre. El amor no oprime ni esclaviza, el amor no es tirano ni exigente, el amor es siempre una ofrenda de sí mismo capaz de gastarse por ese amor en beneficio de aquellos a los que ama. Cómo se nos manifiesta en Jesús, que es la entrega que nos hace Dios a los hombres porque nos ama, que es la entrega que de sí mismo hace Jesús para nuestra salvación capaz de dar su vida para que tengamos vida, es la inundación de amor que se produce en nuestra vida cuando nos llenamos del Espíritu de Dios.

Así, entonces, nuestro amor para que sea verdadero tiene que ser reflejo de ese amor de Dios; así con un amor verdadero nosotros daremos a conocer a Dios a los demás. Así en ese amor verdadero que nos hace llenarnos de Dios tenemos que entrar necesariamente en una comunión de amor con todos los que son amados de Dios y a quienes nosotros también queremos amar. Por eso decimos que nuestra vida de amor es reflejo de esa comunión de amor de la Trinidad de Dios. Así en esa unidad con los demás tendríamos que sentirnos siempre.

¿Nos extraña entonces que el único mandamiento que Jesús nos haya dejado es el amor los unos a los otros? Pero ya sabemos que no es amarnos de una forma cualquiera sino amarnos como Dios nos ama, amarnos con un amor como el de Dios.

Hoy nos sentimos invitados a cantar la gloria del Señor. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, decimos en una de esas aclamaciones que se repiten en la liturgia y en nuestra oración personal. Queremos dar gloria a Dios, queremos cantar la gloria del Señor, queremos alabar y bendecir al Señor en su gloria, pero no olvidemos lo que hemos venido reflexionando, la gloria del Señor es el bien hombre, porque la gloria del Señor es el amor de Dios; que así busquemos nosotros siempre el bien del hombre que es construir el Reino de la gloria del Señor en nuestro mundo.