Busquemos esos valores que en verdad nos hacen grandes y nos
llenan de dignidad, que nos harán merecer todo respeto, verdadero tesoro con
valor de eternidad
2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Sal 131; Mateo 6,
19-23
Hoy hablamos
muchos de valores cuando estamos tratando de aquello que verdaderamente es
importante para la persona, cuando pensamos en nosotros mismos y en la riqueza
de la persona, o cuando quienes tienen una misión educadora dentro de la
sociedad hablan de esos valores que hemos de cultivar que realmente hacen
grande a la persona. Pero hemos de reconocer que la palabra puede resultar
confusa; cuando les hablan de valores algunos no piensan sino en la bolsa, en
lo bursátil, en esas ganancias que se pueden tener según los negocios que
emprendamos, las empresas a las que nos dediquemos; no todos piensan en esos
valores bursátiles, porque la verdad que es una cosa bien compleja aunque
muchos se dediquen a ello, sino que otros piensan en la bolsa de su bolsillo o
los dineros que tengamos acumulados en el banco.
Sé que me vas
a decir que esas cosas se diferencian, y que cuando hablamos de valores, sabemos bien de lo que
estamos hablando; pero no quiero pensar en teorías, sino que nos fijemos a qué
realmente nos dedicamos con todo ahínco en la vida; pensemos si es verdad o no
que lo de las cuentas bancarias sí que lo tenemos bien en cuenta, que todas las
cosas las valoramos en la realidad por lo económico que nos puedan costar, y
como tenemos la tentación de acumular cosas, riquezas, dineros, joyas o lo que
queramos decir pensando en esa riqueza material que podamos acumular, pensemos
en las cuentas que nos estamos haciendo siempre o en las ganancias o beneficios
que pretendemos sacarle a todo. Seamos en verdad sinceros y veamos que es lo
que nos está rondando siempre por la cabeza.
Hoy Jesús
quiere hacernos pensar en lo realmente tiene que ser importante en nuestra
vida. Y ya nos previene para que no andemos agobiados por el dinero o por estas
riquezas materiales. Hay algo más importante que tenemos que buscar, que no
está en esas cosas externas y materiales que nos llevan a la vanidad y al
vacío, donde todo un día de una forma o de otra se nos consumirá y nos
quedaremos con las manos vacías. Como decíamos, otros tienen que ser los
valores por los que nos esforcemos, que busquemos, que le den verdadero brillo
y valor a nuestra vida.
Tajantemente
nos dice: ‘No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la
polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban.
Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni
ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará
tu corazón’.
Busquemos
lo que en verdad sea permanente, llenemos nuestra vida de eso que va a merecer
en verdad la confianza de los demás y que será lo que hará brillar en verdad
nuestra vida. Es cierto que tenemos que manejarnos en este mundo con cosas
materiales en las manos, pero que no falte la rectitud y la responsabilidad
también en esos asuntos. Como nos dirá en otro momento ‘quien no es de fiar
en el vil dinero, tampoco en las cosas importantes será de fiar’. Es el
justo valor que tenemos que darle a las cosas, es la responsabilidad con que
desarrollemos lo que tengamos en nuestras manos; recordemos que nos pide que no
enterremos el talento, sino que lo pongamos a generar riqueza. Pero que eso no
sea la riqueza de nuestro corazón. Que más importante es esa responsabilidad,
esa rectitud con la que actuamos; que más importante es el buen corazón que
tengamos hacia los demás que se refleje en nuestro trato, en nuestro respeto,
en la valoración que hacemos de la persona, en el bien que buscamos para todos
actuando siempre en la verdad y en la justicia.
Ahí están
esos valores que en verdad nos hacen grandes y nos llenan de dignidad, que nos
harán merecer todo respeto, pero con lo que en verdad estamos atesorando ese
tesoro en el cielo, como nos dice hoy el evangelio. Que haya verdadera luz en
nuestros ojos, que haya verdadera vida en lo que hacemos, que resplandezcamos
por esa rectitud y por esa responsabilidad que nos tomamos la vida, pensando no
solo en nosotros mismos, sino en el bien que siempre podemos y tenemos que
hacer a cuantos nos rodean.
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