Una
mejor relación de amor con Dios es camino también para unas relaciones más
humanas entre los diversos estamentos de la sociedad
1Corintios 4, 6b-15; Sal 144; Lucas 6, 1-5
Ha habido épocas, y quizás no tan
lejanas en el tiempo, en que las relaciones entre unos y otros, incluso hasta
en el ámbito de la familia, estaban excesivamente basadas en el temor. Se
hablaba de respeto, pero realmente se creaba una confusión muy grande en la
mente y en los sentimientos de las personas que el respeto se confundía con el
temor.
No era raro que los hijos más que
respetaran, desde un respeto en el amor, lo que tenían era un cierto temor a
los padres; pero eso sucedía en todo cuanto significara autoridad, que muchas
veces se manifestaba y se imponía desde la fuerza; y no hablamos solamente
desde regímenes dictatoriales, sino que si nos fijamos bien aún quedan resabios
de esos estilos en muchos que ostentan la autoridad y que tratan de imponer por
la fuerza sus ideas o su manera de concebir la sociedad; no siempre es una oferta
sino que muchas veces se convierte en una imposición.
¿Hijos de otros tiempos? Algunas veces
lo queremos justificar desde esos baremos. ¿Estilos de vivir y de conformar la
sociedad donde aún no se habían desarrollado debidamente las libertades de las
personas? Pero aún con la libertad que
decimos que hemos conquistado sin embargo sigue habiendo temores y miedos ante
los que se manifiestan como poderosos. ¿Falta de un progreso cultural? Todo es
posible, pero también se nos quieren imponer nuevas culturas que no son siempre
un auténtico desarrollo de la persona y en lo que todos no están totalmente de
acuerdo o con deseo de que sea así.
Esos estilos y esas maneras pesaban en
todos los aspectos de la vida, de nuestras relaciones de los unos con los otros
y ¿por qué no decirlo?, también en nuestra relación con Dios. Demasiado se nos
inculcó quizá una religión desde el temor. Siempre ante el misterio de lo
desconocido nos sentimos como con temor porque no sabemos qué hay detrás de ese
velo que cubre ese misterio. Y ante la inmensidad y el poder de Dios de alguna
casi como de forma espontánea surgía también el temor en nuestra relación con
la divinidad. En cierto modo las cosas extraordinarias nos asustan y crean
temores en el corazón. Desde una religiosidad natural se veía incluso en esos
hechos extraordinarios de la naturaleza una como imagen de lo sobrenatural que podía
crear esos temores en el corazón humano.
Sin embargo el Dios que se nos revela
no es un Dios para el temor, sino para el amor. Una lectura atenta de todo lo
que llamamos la historia de la salvación nos hace descubrir un camino de amor
por el que Dios se preocupa por el hombre y para él quiere lo mejor
manifestando así incluso su poder. Decimos con demasiada facilidad que el Dios
del Antiguo Testamento es el Dios del temor porque, repito, no siempre hemos
sabido hacer una buena lectura de toda esa historia de la salvación.
Pero tenemos que reconocer que el Dios
del Antiguo Testamento es el Dios que se nos reveló en Jesús, rostro del amor y
de la misericordia de Dios, al que nos enseña Jesús que llamemos Padre. Y lo
que Jesús nos va proponiendo en el evangelio como los parámetros del Reino de
Dios que anuncia y que viene a constituir es precisamente esa nueva forma de
relación con Dios que no puede ser nunca desde el temor, sino siempre desde el
amor.
Es lo que les cuesta entender a tantos judíos
de la época de Jesús; es lo que les cuesta entender a los fariseos y a los
maestros de la ley de su tiempo. Habían fundamentado su relación con Dios en el
cumplimiento de unos mandamientos y de una serie de normas y preceptos que los
acompañaban, que quien no cumpliera esas normas y preceptos se veía abocado al
castigo divino. Por eso eran tan celosos de sus preceptos, por eso les costaba
entender esa nueva forma de relación con Dios en la libertad y en el amor. Por
eso vienen con sus quejas y sus condenas porque los discípulos de Jesús no
cumplen los preceptos del ayuno. No entienden lo nuevo que Jesús les presenta,
no entienden esa relación con Dios desde el amor, desde una ofrenda de amor,
desde una obediencia en la fe y en el amor.
Pero no juzguemos a los judíos de
aquella época sino mirémonos a nosotros mismos que después de veinte siglos de
cristianismo aún seguimos tan pendientes del cumplimiento para evitar el
castigo. Seguimos en una religión del temor en lugar de una religión del amor,
una religión de cumplimientos para quedar todos tranquilos, pero no una ofrenda
de amor y una relación de amor con el Dios al que Jesús nos ha enseñado a llamar
Padre.
Mucho quizá tendríamos que revisar en
nuestra vida, en nuestras actitudes, en nuestros cumplimientos, en lo que hemos
enseñado y gastado quizá tanto esfuerzo. Pero ¿hay de verdad una apertura a
Dios desde el fondo de nuestro corazón? ¿Hay en verdad un saborear el amor que
Dios nos tiene para así aprender a dar esa respuesta de amor? ¿Hay de verdad
una oración que sea encuentro de amor, o nos hemos quedado en una oración
ritual donde repetimos unas palabras y con ello ya pensamos que hemos hablado a
Dios? Cuánto nos cuesta salirnos de nuestras rutinas, cuánto nos cuesta vivir
de verdad todos los valores del Reino de Dios.
Aquello que decíamos de esa sociedad de
poderes y autoridades, de temores y de cumplimientos lo hemos trasladado
demasiado al pie de la letra también a nuestro estilo de relación con Dios. Y
quizá fundamentándonos demasiado en esa religión del temor hemos convertido
nuestras relaciones personales en unas relaciones frías y poco humanas por
tantas barreras de distanciamientos que nos hemos puesto entre unos y otros y
siguen con sus autoritarismos de imposición quienes tienen la misión del
servicio a la comunidad.