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viernes, 4 de septiembre de 2020

No son componendas de ritualidades sino un camino radical para beber y vivir el vino nuevo del Reino de Dios

 


No son componendas de ritualidades sino un camino radical para beber y vivir el vino nuevo del Reino de Dios

1Corintios 4, 1-5; Sal 36;  Lucas 5, 33-39

Somos muy fáciles para echar en cara a los demás aquellas cosas que no nos gustan, para estar fijándonos con un filtro muy fino cuanto hacen los demás pero ver por donde los podemos coger, los podemos atacar o echarle en cara aquello que consideramos que hacen mal. No digo que sea consecuencia de esa manera de actuar que tenemos en la política, que parece que siempre estamos en tensión, en que no somos capaces de admitir o aceptar lo bueno que puedan realizar los contrincantes, pero si hemos de reconocer que existe demasiado en nuestras relaciones esa forma de actuar. Al que no hace las cosas como a mí me parece que tendrían que ser buscamos la manera de destruirlo, estamos siempre atacando y queriendo desprestigiar.

Como decíamos eso se vive de una forma muy tensa en la sociedad y en la vida política, pero nos afecta a la paz y a la serenidad que tendríamos que llevar en el corazón para ayudarnos en verdad los unos a los otros a ser más felices y a hacer un mundo mejor. Eso puede afectar también a nuestras comunidades cristianas en que fácilmente nos contagiamos de los estilos del mundo que nos rodea, y donde incluso en esos aspectos de la vida religiosa muchas veces terminamos politizándolo todo, o haciéndolo a la manera de la política.

Eso se vivió en el entorno de Jesús. Por allá andaban siempre los fariseos y los maestros de la ley con ojo avizor atentos no solo a las palabras de Jesús, sino a su forma de actuar, pero terminaban también de alguna manera acosando a los que querían seguir el camino de Jesús. Y es que no habían terminado de entender, o no habían querido entender el mensaje de Jesús con toda la renovación profunda que Jesús nos pedía en el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios.  Si nos anunciaba el Reino de Dios que habíamos de constituir justo era que todos los vestigios del reino viejo del pecado tendrían que desaparecer. Signo de ello eran los milagros que Jesús realizaba, pero era también esa nueva forma de vivir donde tendría que brillar esa paz del espíritu.

De muchas cosas rituales habían llenado sus vidas convirtiéndolas en cosas esenciales en la relación con Dios, pero que era de lo que había que desprenderse para vivir ese nuevo sentido de vida que Jesús nos ofrecía cuando nos liberaba de todo cuanto nos pudiera atar y esclavizar. Y muchas veces esos ritos se convertían en cosas esclavizantes que impedían vivir esa paz y esa alegría del corazón. Claro que tenemos que preguntarnos si acaso nosotros que nos decimos seguidores de Jesús también nos habremos llenado de muchas ataduras en ritualidades vacías de contenido que hacemos sin un profundo sentido de Cristo en el estilo del evangelio.

Lo que le plantean hoy a Jesús es por qué sus discípulos no ayunan como los discípulos de Juan o los discípulos de los fariseos. ¿Era en verdad para ellos el ayuno un signo purificador de sus vidas y de sus corazones o simplemente un rito que había que realizar vaciándolo de su verdadero sentido?

Jesús pide una renovación total de la vida. Y por eso nos habla de que no nos valen los remiendos, porque lo nuevo tira de lo viejo y hace un roto peor, nos dice. O nos habla de los odres nuevos para el vino nuevo. Dos imágenes de profundo significado. Ya Jesús nos había dejado el signo del vino nuevo en aquel milagro de las bodas de Caná de Galilea. El vino que Jesús ofrecía era un vino mejor que habría que aprender a saborear. Es el vino nuevo del evangelio que Jesús nos ofrece pero que necesita unos odres nuevos. Es esa vida nueva que hemos de vivir cuando en verdad optamos por el camino de Jesús. Es la radicalidad con que hemos de seguir a Jesús.

Recordamos aquel otro pasaje del evangelio en que alguien se ofrece para seguir a Jesús o Jesús le invita a seguirle. Como nos dice entonces no vale poner la mano en el arado y volver la vista atrás. Para seguir la línea recta de la arada hay que ir con la vista bien hacia delante en el punto a donde queremos llegar, si nos distraemos porque volvemos la vista a otro lado o queremos mirar para detrás la arada no seguirá esa línea recta sino que se desviará.

Es lo que nos pasa tantas veces en el camino del seguimiento de Jesús; parece que nos cuesta mirar hacia delante, parece que estamos añorando tiempos pasados o cosas del pasado que tendríamos que haber dejado totalmente de lado; así vamos caminando con nuestras tibiezas, nuestra falta de compromiso, nuestra poca radicalidad en el seguimiento de Jesús. No vamos atentos a lo principal sino que iremos distrayéndonos en ese camino y es cuando comenzamos al mismo tiempo a tener actitudes no muy positivas con aquellos que van a nuestro lado haciendo también el camino, como decíamos al principio de esta reflexión.

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