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sábado, 6 de agosto de 2022

La transfiguración del Señor transfigurará nuestras vidas y de ello tenemos que ser testigos ante el mundo que nos rodea

 


La transfiguración del Señor transfigurará nuestras vidas y de ello tenemos que ser testigos ante el mundo que nos rodea

2Pedro 1,16-19; Sal 96; Lucas 9, 28b-36

Si queremos tener buenas perspectivas hay que estar en el lugar adecuado; si queremos contemplar una amplia panorámica habrá que colocarse en la altura en el lugar más propicio para poder abarcar toda la amplitud del paisaje; si queremos abarcar en nuestra visión todo el conjunto tendremos que separarnos para poder contemplar toda su belleza. Necesitamos cambiar, buscar aunque nos cueste esfuerzo para poder contemplarlo desde el lugar adecuado, si queremos elevar nuestro espíritu por encima de cosas terrenas tenemos que ir a lo alto.

La vida toda nos está invitando a subir, a elevarnos, a buscar otra perspectiva, a ver las cosas de otra manera, y eso exige esfuerzo y al mismo tiempo sacrificio; nos costará arrancarnos de donde estamos pero el caminar hacia la altura hará que todo cambie y podremos ver las cosas de otra manera; si queremos una plenitud para nuestra vida hemos de darle trascendencia a lo que hacemos y eso nos hará olvidarnos de querer mirarnos solo los pies.

Hoy nos está invitando Jesús a subir a lo alto, podremos contemplar toda la trascendencia de su vida, encontraremos sus más hondos motivos y hará que se eleve también nuestro espíritu. Nos invita ahora a ir con El hasta lo alto pero con la conciencia de que allí por ahora no nos quedaremos porque tenemos que bajar de nuevo a la llanura de la vida por donde seguiremos caminando, pero ahora con nuestros motivos o con nuevas perspectivas después de haberle contemplado en la altura.

Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a una montaña alta para orar. ¿Estarían orando ellos también o dando cabezadas porque habría aparecido el cansancio y la somnolencia después del esfuerzo de la subida? Nos pasa tantas veces, que no sabemos aprovechar el momento y nos dormimos, volvemos a la pesadez de nuestros ojos o de la rutina de lo que siempre hacemos. Nos pasa en la oración, nos dejamos dormir, aunque digamos qué bueno es dormir en los brazos del Señor. Pero El nos pide estar despiertos porque algo nuevo nos quiere ofrecer.

Aunque daban cabezadas los discípulos pudieron darse cuenta de lo que estaba sucediendo, porque en la oración Jesús se había transformado, se había transfigurado; así eran sus resplandores que podían encandilar. Pero vislumbraron que alguien estaba con Jesús, allí estaban Moisés y Elías, los símbolos de la Ley y de los Profetas, y hablaban con Jesús de lo que había de suceder que ellos no acababan de entender. Pero ahora todo les parecía maravilloso y querían quedarse allí para siempre. ‘¡Qué bien se está aquí! Haremos tres tiendas…’

Pero no pudieron terminar de expresar lo que ahora deseaban. Una nube les envolvió. Fácil en la montaña, pero aquella nube era distinta; los estaba envolviendo la gloria del Señor porque así escuchan la voz que viene de los cielos. ‘Este es mi Hijo, el elegido; escuchadle’. Y cayeron de bruces, pensaban que morían. Si contemplaban a Dios pensaban que morían, pero era algo distinto lo que sucedería después de escuchar así directamente a Dios, sus vidas habían también de transformarse.

Igual que cuando Moisés bajó de la montaña después de haber hablado con Dios, que su rostro resplandecía, de manera que tenía que cubrírselo con un velo, porque los israelitas no soportaban aquel resplandor. Ahora ellos también habían de resplandecer con un nuevo brillo, después de haber contemplado la gloria del Señor. Pero sus mentes seguían cerradas y no terminaban de entender, y no podían hablar de aquello a nadie porque tampoco lo entenderían.

Subamos a la montaña nosotros y dejémonos también envolver por la gloria del Señor. Subamos a la montaña para encontrarnos con la gloria de Dios, para escuchar su voz, para conocer profundamente a Jesús, para sentirnos igualmente nosotros transformados. Subamos a la montaña que nos da nuevas perspectivas, que nos abre horizontes, que nos hace descubrir de verdad cual es nuestra misión, que nos hará bajar a la llanura de la vida, porque por ahí tenemos que seguir caminando, pero ahora tenemos una nueva visión, ahora sabemos con quien caminamos y por qué lo hacemos, ahora comprenderemos mejor lo que es el Reino de Dios que tenemos que anunciar.

Es la montaña que eleva nuestro espíritu; es en la montaña donde nos llenamos de Dios, del encuentro con Dios; es la montaña de nuestra oración y es la montaña de la contemplación; es desde donde hemos de bajar a los caminos de la vida con una nueva luz, con un anuncio claro que tenemos que realizar, con una buena noticia que tenemos que proclamar. Jesús es el Hijo elegido y amado de Dios a quien tenemos que escuchar.

La transfiguración del Señor transfigurará nuestras vidas y de ello tenemos que ser testigos ante el mundo que nos rodea.

viernes, 5 de agosto de 2022

La presencia de María en la vida de la Iglesia es la presencia de la madre que nos llevará de la mano siempre por el camino que nos conduce a Jesús



La presencia de María en la vida de la Iglesia es la presencia de la madre que nos llevará de la mano siempre por el camino que nos conduce a Jesús 



La presencia de una madre siempre es necesaria en el camino de la vida junto a todo ser humano; no solo porque es en el seno de la madre donde hemos sido engendrado y en su cuerpo hemos germinado a la vida y de su cuerpo recibimos nuestro ser, sino porque la mano de una madre la hemos necesitado en nuestro aprender a caminar, en nuestros primeros pasos, pero siempre ha estado como una sombra benéfica junto a nosotros y aunque en silencio muchas veces mucho de ella hemos aprendido, todo lo hemos aprendido para la vida. Triste aquellos hijos que han crecido sin el calor de una madre a su lado, porque será siempre algo insustituible aunque en nuestro orgullo y autosuficiencia muchas veces lo hayamos querido negar. 

Dios también quiso tener una madre para encarnarse y hacerse Dios con nosotros al hacerse hombre y tomar su carne de esa madre. Pero Jesús no quiso quedársela para si sino que en el momento supremo de la cruz nos la regaló, no tanto aunque así lo pareciera para que cuidáramos de esa madre, sino para que tuviéramos esa madre que nos cuidara y caminara a nuestro lado dándonos su mano maternal en ese camino de Cristo que habíamos de emprender. La madre que siempre estará a nuestro lado atenta a nuestros pasos para recordarnos siempre que hagamos lo que El nos diga, como en las bodas de Caná. 

Siempre ha estado presente María en la vida de la Iglesia, pues allá en su nacimiento en el Cenáculo con la venida del Espíritu Santo, allí también estaría ella junto a los apóstoles y a los primeros discípulos para pedir ese don del Espíritu para la Iglesia del que ella se había dejado inundar y fecundar con su sombra para darnos al Hijo de Dios como nuestro Salvador. La tradición nos habla de que Juan, a quien Jesús se la había confiado en la cruz, la tuvo junto a sí - la llevó a su casa, nos dice el evangelio -, de manera que en Efeso donde se sitúa la presencia del evangelista hasta el fin de sus días se nos muestra como recuerdo la casa de María. 

Por eso cuando la Iglesia crece y va tomando presencia en medio de la sociedad de su tiempo, pronto aparecerán aquellos lugares que nos recordarán la presencia de María. Tras ser reconocido verdaderamente como Madre de Dios en los concilios de los primeros siglos, pronto aquellos lugares que servían para el encuentro y celebración de los cristianos se convertirán en templos también en honor de María. 


Hoy en la liturgia de la Iglesia conmemoramos la dedicación de uno de esos antiguos templos en honor de María en lo que sería la Basílica de Santa María, la Mayor en Roma en el monte Esquilino. Hay tradiciones mezcladas con la historia que nos hablan de las circunstancias de la construcción de ese templo dedicado a María en los sueños de un Papa que le señalaban el lugar que apareciera cubierto de nieve en pleno agosto romano para la dedicación de este templo a María. Es el lugar que ocupa hoy en la ciudad eterna la Basílica de Santa María, la Mayor. Es por lo que esta fecha del cinco de Agosto en muchos lugares celebramos fiestas en honor de la Virgen invocándola como nuestra Señora de las Nieves, o en otros lugares como santa María, la Blanca, con lo que todo nos habla de la pureza y de la santidad de María. 

Haciendo referencia a esta Basílica romana hemos de decir que allí se conserva un Icono de la Virgen, Salus populi romani, de intensa devoción en la ciudad eterna. Sabido es que nuestro Papa Francisco cada vez que tiene que emprender un viaje pastoral por los anchos caminos del mundo, allí a los pies de María lo inicia y lo concluye como señal de que pone en manos de María esa intensa labor pastoral en el ancho mundo. 

Sintamos esa mano de la madre, esa mano de María en el camino de nuestra vida. Junto a nosotros está y es tierna la devoción que sus hijos queremos mostrarle porque siempre sentimos su protección maternal, y sabemos bien que yendo de su mano no erraremos nunca en el seguimiento del camino de Jesús. 


jueves, 4 de agosto de 2022

Démosle gracias a Dios que nos sigue amando y contando con nosotros, sigue tendiéndonos la mano para sigamos en su camino, aunque los hombres quieran apartarnos

 


Démosle gracias a Dios que nos sigue amando y contando con nosotros, sigue tendiéndonos la mano para sigamos en su camino, aunque los hombres quieran apartarnos

Jeremías 31,31-34; Sal 50; Mateo 16,13-23

Algunas veces nos echamos en cara que no siempre somos lo suficiente congruentes entre cosas que decimos en un determinado momento, en unas circunstancias quizás especiales, y lo que luego hacemos o decimos con el paso de los días o ante nuevas situaciones que se nos pueden presentar. Esa congruencia muchas veces es difícil o quizás lo que nos parece incongruente no lo es tanto.

Tenemos momentos de fervor y entusiasmo y en ese momento quizás todo nos pueda parecer maravilloso, pero cuando vemos la realidad que no todo es tan fácil, quizás nos comienzan las dudas o queremos hacer nuestros arreglos o apaños. Forma parte de nuestra condición humana, que iremos madurando en la medida en que quizás la misma vida nos enseñe o las experiencias por las que pasemos nos den esa madurez.

Si prestamos bien atención al evangelio que hoy se nos ofrece podríamos ver cosas así incluso en el mismo Pedro, que en principio recibirá buenas alabanzas de Jesús. Están caminando casi en el límite de Palestina y son momentos de mayor tranquilidad en la actividad del propio Jesús; por eso aprovechará para tener conversación como más íntima con sus discípulos y son los momentos que en especial a ellos les abre a los misterios del reino de Dios.

Surgirá ese hermoso diálogo en que Jesús pregunta por lo que ellos escuchan a la gente decir de Jesús. Es curioso, solo dirán cosas podríamos llamarlas positivas, porque le responden que la gente piensa de Jesús que es un profeta como los antiguos, o como Juan el Bautista que todos han conocido; resaltan la admiración que la gente sencilla siente por Jesús, pero no harán mención lo que los fariseos y los principales del pueblo pensaban de Jesús, de todos era sabido su rechazo.

Pero Jesús quiere algo más, quiere la opinión de ellos. ‘Vosotros, ¿Quién decís que soy yo?’ La pregunta ahora es más comprometedora, porque tendrán que definirse con lo que ellos mismos piensan; pero allá está Pedro, el que salta siempre el primero, para proclamar que Jesús es el Mesías que había de venir. Y Jesús lo acepta, y le dirá que si ha sido capaz de decir eso es porque se ha dejado conducir por Dios. ‘Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’. Y lo llama dichoso por hacer esa confesión, y le anunciará la misión que un día Pedro ha de tener en medio de esa nueva comunidad. ‘Eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’.

Pero aquí tenemos que observar las variaciones que en nosotros los hombres suele haber tantas veces. Comenzará Jesús a hablar que el Hijo del Hombre ha de padecer, que incluso sería ejecutado pero resucitaría al tercer día, y ya Pedro no entiende ni puede aceptar esas palabras y esos anuncios de Jesús. ‘¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte’, le dice Pedro y Jesús lo rechazará porque está convirtiéndose en un ángel tentador para El, y porque ahora no está pensando según el pensar de Dios sino según el pensar de los hombres.

¿Incongruencias de Pedro? ¿Dudas en su corazón? ¿Cosas que nos cuesta aceptar sobre todo cuando se vuelven duras para uno? Lo que nos pasa a nosotros tantas veces. Nos aparecen los miedos y las cobardías, nos aparecen nuestras debilidades y nuestras inconstancias. Será el Pedro que está dispuesto a llevar una espada a Getsemaní para defender a Jesús, pero que pronto lo abandonará y lo negará ante las preguntas de unos criados que podrían ponerle a prueba a él también.

Nuestras dudas, nuestros momentos de fervor entremezclados con nuestros momentos de debilidad. Pero, hay una cosa que hemos de tener clara, Dios sigue confiando en nosotros. Entre nosotros nos echamos en cara nuestras incongruencias y nuestras debilidades y decimos éste no vale para eso porque es muy débil o muy inconstante, porque no es capaz de mantener un ritmo de fidelidad o no sabe corregirse a tiempo. Y vamos apartando a tantos del camino porque no nos parecen perfectos ni idóneos. Pero los ritmos de Dios son otros, el sentir de Dios es de otra manera, la manera de pensar de Dios y de manifestar su misericordia es totalmente distinta a nuestros criterios humanos.

Démosle gracias a Dios que nos sigue amando, sigue contando con nosotros, sigue tendiéndonos la mano para sigamos en su camino, aunque los hombres quieran apartarnos.

 

miércoles, 3 de agosto de 2022

Sepamos descubrir los caminos de fe y humildad que hemos de recorrer para encontrarnos con el amor de Dios que seguirá contando con nosotros

 


Sepamos descubrir los caminos de fe y humildad que hemos de recorrer para encontrarnos con el amor de Dios que seguirá contando con nosotros

Jeremías 31, 1-7; Sal.: Jer 31, 10-13; Mateo 15, 21-28

Hay cosas que a veces nos desconciertan; nos parece que van contra todo sentido, por llamarlo de algún modo, natural; nos parece que eso no sería lo lógico;  pero la vida es desconcertante y es necesario tener mucho equilibrio y madurez para entender las cosas, para descubrir lo positivo, para deducir lo que la vida nos va enseñando, y eso nos hace madurar porque nos hace reflexionar; no podemos precipitarnos en juicios que muchas veces pueden ser prejuicios, porque quizás comenzamos a sentenciar sin razón, sin conocimiento auténtico de la situación de las personas, de los hechos que acaecen, de las circunstancias que lo rodean, de los por qué, como no podemos juzgar el pasado con los ojos o criterios de hoy como muchas veces precipitadamente sucede. Hay que saber frenar a tiempo, hay que descubrir cuál es la mirada nueva que se nos pide.

El evangelio en ocasiones también en cierto modo nos desconcierta. Hoy nos encontramos con uno de esos pasajes que en una primera lectura podría producirnos ese desconcierto, porque da la impresión que Jesús está actuando en contra de todo lo que nos ha venido enseñando cuando nos anuncia el Reino de Dios. Normalmente vemos a Jesús con una actitud acogedora para todo el que se acerca a El, sea quien sea. No importa que sea un fariseo el que lo invite a su casa o venga de noche a visitarlo; se irá con uno y al otro lo recibirá abriéndole las puertas de su casa y de su corazón; no importa que sea un pagano el que le pida por la curación de un criado, porque incluso está dispuesto a entrar en su casa; por supuesto, no importa que sean pecadores y publicanos los que se acerquen a El y se sentará incluso a su mesa; no importa que un leproso llegue hasta El en medio de la gente y extenderá su mano tocándolo incluso para curarlo sin temor a ninguna impureza legal, como no le importará que una mujer toque la orla de su manto aun siendo impura legalmente a causa de sus flujos de sangre.

Hoy está Jesús fuera del territorio de palestina o propiamente judío, pues está en la tierra de los cananeos y fenicios, fuera incluso de las fronteras de Israel. Una mujer le suplica gritando detrás de El, porque tiene su hija poseída por un espíritu muy malo. Jesús no la escucha, cuando los discípulos interceden aduce que solo ha venido a las ovejas descarriadas de Israel, y ante la insistencia de la mujer dice que no es bueno echar el pan de los hijos a los perros, haciendo así referencia a cómo los judíos llamaban a los gentiles. Todo parece rechazo, algo que parece en contra de lo que siempre ha hecho Jesús que finalmente mandará a sus discípulos a que vayan a todas partes para hacer el anuncio de la buena noticia.

Pero finalmente la humildad de aquella mujer junto a su fe nos dará la clave de todo el episodio. Los perritos comen también las migajas que caen de la mesa de sus amos, le replica la mujer, haciéndose pequeña, no mostrando exigencia, sino con humildad dejando que no la migaja, sino toda la riqueza de la misericordia de Dios venga sobre ella. Jesús alaba la humildad y la fe de aquella mujer.

No es el rechazo de Dios, sino la actitud con que nosotros nos acercamos a Dios lo que tenemos que descubrir. Es la humildad y la perseverancia de nuestra oración, para sentir que nada somos, que somos pecadores para llegar a decir incluso como Pedro ‘apártate de mi, Señor, que soy un pecador’ lo que en verdad va a alcanzarnos la misericordia de Dios. Es hermoso lo que tenemos que aprender. Esa humildad de reconocer nuestros pasos malos, la indignidad de nuestra condición de pecadores, el no tener miedo de expresar incluso nuestros temores o nuestras cobardía siendo capaces de subirnos a la higuera porque quizá no nos sentimos dignos de ni siquiera estar con los demás, es el saber llorar nuestros pecados, traiciones y cobardías porque sentimos que nos embarga el amor y solo en el amor es como podemos salvarnos.

Finalmente podremos escuchar también ‘qué grande es tu fe’, qué grande es tu amor y sentiremos que el Señor sigue confiando en nosotros, sigue contando con nosotros. También nosotros tendremos que decir qué grande es la misericordia del Señor, su amor no tiene fin.

 

martes, 2 de agosto de 2022

Nos falta aprender a estar con Jesús aunque los momentos sean difíciles, aunque no lo veamos con la cara, ni con sueños ni imaginaciones, sino sintiendo la fuerza de su Espíritu

 


Nos falta aprender a estar con Jesús aunque los momentos sean difíciles, aunque no lo veamos con la cara, ni con sueños ni imaginaciones, sino sintiendo la fuerza de su Espíritu

Jeremías 30,1-2.12-15.18-22; Sal 101; Mateo 14,22-36

Hay ocasiones en que nos hacemos nuestros planes, y nos parece que todo va a salir bien tal como nos lo habíamos planeado, pero en un momento determinado por unas circunstancias, que no podemos decir siempre que sean malas, los planes se nos cambian, no podemos hacer aquello tal como lo habíamos planeado y pueden ir surgiéndonos al paso muchas cosas, incluso muy positivas que tenemos que saber aprovechar; nos suele pasar que cuando nuestros planes se nos trastruecan nos ponemos de mal humor porque no conseguimos las metas que habíamos previsto, y no sabemos sacar provecho de lo nuevo que nos acontece que también nos puede llenar de mucha riqueza humana y espiritual; quizás en otro momento podemos retomar aquellos proyectos, y vamos a ver si acaso no nos van a salir de alguna manera enriquecidos.

Siguiendo el hilo del evangelio de estos días, Jesús al enterarse de que a Juan Herodes lo había mandado decapitar había querido irse con los discípulos más cercanos a un lugar apartado; pero las cosas también se le torcieron, allá se encontró con una multitud que lo esperaba, muchos enfermos que curó, la multitud hambrienta a la que tuvo que alimentar. Mucha bendición de Dios se fue repartiendo en aquellos momentos aunque pareciera que salieron otros planes.

Llega el momento en que todo termina, y después de haber multiplicado el pan milagrosamente para toda aquella gente apremia a los discípulos para que se vayan a la otra orilla en barca; mientras El se retira solo a la montaña para orar, apartándose incluso de aquella multitud que allí se había congregado. Había buscado aquellos momentos de paz, y ahora marcha solo a la montaña para orar pasando casi toda la noche en oración.

Mientras los discípulos que van en la barca se ven en una prueba. La barca no avanza, da la impresión que tienen el viento en contra, todo se les está haciendo cuesta arriba, y encima están solos, porque Jesús se quedó en la orilla. Esa prueba de la dureza de la travesía puede ser también para ellos un signo. Algo les faltaba. Les faltaba Jesús, pero era algo más, les faltaba confianza, les faltaba fe para afrontar la dificultad. Lo que al principio cuando venían con Jesús parecía que iban a ser momentos de paz y de descanso todo se trastocó. Y ahora están solos en la dificultad de enfrentarse a aquel lago cuya travesía se les está haciendo dura.  Cuántas veces la travesía se nos hace dura, y también nos encontramos con dificultades, con el viento en contra. Cómo tendría que hacernos pensar.

Como decíamos les faltaba fe para afrontar aquella dificultad, porque ahora hasta les parece ver fantasmas. Algo viene caminando sobre el agua. Se llenan de temor. Cuántos fantasmas nos creamos en nuestra mente cuando estamos pasando por un momento duro, cuantas noches de insomnio donde todo se nos revuelve en la mente y hasta nos parece todo mucho más difícil. Estaban llenos de temor.

Será Jesús el que se les adelante a decirles que no teman porque es El quien viene hasta ellos, pero les cuesta creer. Y como sucede tantas veces allí están, el primero Pedro, pidiendo pruebas. ‘Que yo pueda ir hasta ti caminando sobre el agua también’. Y Jesús le invita a acercarse. Pero Pedro no las tiene todas consigo, y teme aunque intenta caminar, pero ante la más pequeña ola comienza a dudar y a hundirse. Con qué facilidad nos hundimos. Tenemos a Jesús a nuestro lado que pronto nos tenderá la mano, pero nuestro espíritu sigue lleno de dudas y de miedos. Tendremos que aprender a orar y gritarle que nos hundimos para que tienda su mano sobre nosotros y nos salve.

Luego ya podrán decir cuando Jesús está con ellos en la barca, Pedro ha sido rescatado de su hundimiento, y el viento se ha calmado, que realmente era el Hijo de Dios. Pero el paso por la prueba había sido duro. Les faltaba aprender a estar con Jesús aunque no lo vieran con los ojos de la cara. Más tarde terminarán aprendiéndolo sobre todo después de la resurrección, aunque entonces también pasarán por momentos difíciles y delicados, hasta darse cuenta de que Jesús para siempre estaría con ellos, aunque los ojos de la cara no lo vieran, pero la presencia de Jesús ya es otra cosa.

Es lo que nosotros tenemos que vivir, lo que nosotros tenemos que aprender, lo que nosotros tenemos que saber hacer irnos a estar con Jesús, como los que se fueron al monte alto con El, como los que ahora sentían su presencia en la barca, como lo van a sentir después de la venida del Espíritu Santo, como la Iglesia sigue sintiéndolo hoy. No son fantasmas, ni sueños, ni imaginaciones, es la presencia del Espíritu de Jesús que siempre estará con nosotros.

lunes, 1 de agosto de 2022

Dadles vosotros de comer, nos dice Jesús, y pone en nuestras manos una cesta que nos parece de pocos panes para que comencemos a repartir entre la multitud

 


Dadles vosotros de comer, nos dice Jesús, y pone en nuestras manos una cesta que nos parece de pocos panes para que comencemos a repartir entre la multitud

Jeremías 28,1-17; Sal 118; Mateo 14,13-21

Que se las arreglen como puedan, no sabían ellos en lo que se iban a meter, que busquen solución, que busquen salida… habremos dicho en más de una ocasión, o habremos oído decir. El que se busca los problemas solito, que solito se las arregle para salir de ellos. Y volvemos la mirada para otro lado, para no saber, para no enterarnos, para desentendernos creyendo que nos quedábamos con la conciencia tranquila. Con qué facilidad lo hacemos tantas veces.

¿Serán esas las actitudes de un seguidor de Jesús, de quien se dice su discípulo? Nos sentimos tentados y muchas veces nos dejamos arrastrar por el ambiente, por lo que otros dicen o hacen. En aquella ocasión daba la impresión de que los discípulos conscientes de la situación que se iba a presentar, querían quitarse el mochuelo de encima. Y allá van a decirle al Maestro que es tarde, que despida a la gente que no tienen qué comer ni con qué dar de comer a aquella multitud.

Y es que Jesús se los encontraba por todas partes. Había sucedido lo de Juan el Bautista allá en la fortaleza de Maqueronte, que había sido mandado decapitar por Herodes, y Jesús quiere llevarse a los discípulos que siempre andaban con El a lugares apartados. ¿Quizás para evitar que les cayera encima del desánimo y los temores de que a ellos les pudiera pasar algo parecido? El todo es que cuando llegan a aquel lugar apartado allá se encuentran con una multitud que los está esperando. Y allí apareció la misericordia y la compasión de Jesús y curó a muchos enfermos de todo tipo y se puso a enseñarles. Pero el tiempo vuela, como solemos decir, y llega la tarde y la gente ha venido de alguna manera de lejos. ¿Dónde encontrarán para comer? Es la preocupación de los discípulos que algo habían ido aprendiendo y al menos tenían la sensibilidad de ver el problema que se les iba a presentar.

‘Dadles vosotros de comer’, fue la respuesta de Jesús. ¿Pero no decimos que estamos en descampado y lejos? ¿Dónde vamos a conseguir panes para que coman todos? Solo tenían unos pocos panes – solamente cinco – y un par de peces. Pero ¿qué es esto para tantos? ¿Cómo Jesús les dice que le den ellos de comer? Se mirarían unos a otros sin saber qué hacer y cómo responder al Maestro. Pero Jesús sí sabe lo que va a hacer.

Pide que se los traigan, que la gente se siente en el suelo, y Jesús quiere seguir contando con los discípulos. Después de bendecir el pan, de dar gracias y bendición a Dios, les pide a ellos que los repartan entre todos. ¿Cómo sería la mirada que entre unos y otros se dirigieran? ¿Qué vamos a repartir? ¿Hasta dónde van a llegar repartiendo aquellos pocos panes? Pero el milagro se realizó.

Nos hemos fijado en el comentario en dos aspectos que ciertamente es uno. Jesús quiere contar con los discípulos, que sean ellos los que finalmente repartan el pan a la gente e incluso al final recojan las sobras. Pero eran cinco panes solamente, y eran muchos los que allí estaban congregados, pero fueron muchas cestas de pan las que se recogieron después de comer todos y quedar hartos.

¿Entenderemos el mensaje, la lección? Porque también nos seguimos encontrando en torno nuestro a una multitud hambrienta. Como aquellos que en aquellas llanuras de Galilea se congregaban en torno a Jesús, con sus enfermos, con su hambre y sus miserias, con sus desesperanzas y con todas las negruras que se meten en el alma cuando perdemos la esperanza, con nuestras pobrezas que son también ese vacío interior que muchas veces llevamos en nosotros, con sus agobios y con toda la desorientación con la que se va viviendo en la vida, con los problemas que se amontonan y que aun no se han solucionado y aparecen otras pandemias con sus soledades u otras guerras en tantas violencias que nos van azotando por aquí y por allá.

Muchas veces nos damos cuenta de todo eso que de alguna manera nos quiere envolver también a nosotros, y nos encontramos sin saber qué hacer, nos encontramos sin saber como dar salida, pero Jesús a nosotros también nos está diciendo, ‘dadles vosotros de comer’ y pone un cesto con pocos panes en nuestras manos para que comencemos a repartir. Y nos sentimos como impotentes, nos sabemos tan pobres que no realmente no sabemos a donde vamos a llegar, pero Dios está queriendo contar con nosotros, con los que nos decimos sus discípulos, con lo que creemos en Jesús y en el Reino de Dios que nos anuncia, con la Iglesia que quiere llamarse la Iglesia de Jesús.

¿Y qué hacemos? ¿Nos daremos cuenta de que Jesús nos está urgiendo a que pongamos manos a la obra? ¿Cuándo comenzaremos de verdad a darle de comer a ese mundo que nos rodea?

domingo, 31 de julio de 2022

Buscamos seguridades, acumulamos y nos llenamos de cosas, nuestras alforjas tan pesadas nos impiden caminar, miremos con mirada distinta lo que somos para un sentido nuevo

 


Buscamos seguridades, acumulamos y nos llenamos de cosas, nuestras alforjas tan pesadas nos impiden caminar, miremos con mirada distinta lo que somos para un sentido nuevo

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 89; Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21

¿Buscamos seguridades en la vida? Pues, sí. Nos queremos construir un futuro y nos preparamos. Queremos tener una seguridad para nuestra vida y para nuestra salud en el futuro, y por un lado nos cuidamos, pero también hacemos nuestras previsiones para que tengamos de donde echar mano cuando lo necesitemos, cuando la salud se nos resquebraje, o cuando ya no seamos capaces de conseguir unos medios por nosotros mismos. Es lógico, es normal, que busquemos esa seguridad, busquemos esos apoyos en los que sustentar nuestra vida.

Pero, ¿en qué sustentamos nuestra vida? Aquí viene una pregunta importante, porque según sea nuestra respuesta o nuestro planteamiento veremos de qué seguridades estamos hablando. ¿Solo es cuestión de unos bienes materiales? ¿Y donde está nuestra relacion con las personas? ¿Cuál es el valor que le damos a la persona? ¿Cuál es el valor que le damos a las personas con las que convivimos y hacemos camino?

Vienen los peligros en los planteamientos; vienen las vanidades que se convierten en oropeles de los que nos rodeamos pero que nada valen; vienen esas otras apetencias y ambiciones que nos pueden hacer soñar en pedestales, que no tienen base; viene el que estemos más atentos a nuestras cuentas del banco que del valor de la persona que somos o del valor de esas personas que nos rodean y con las que caminamos.

Nos podemos cegar, podemos perder el rumbo, podemos encontrarnos arenas movedizas bajo nuestros pies y perder todas aquellas seguridades donde habíamos apoyado nuestra vida. ¿Qué es lo que buscamos que pueda hacernos realmente grandes? Podríamos pensar en el prestigio o en el poder; ese relumbrón que nos hace famosos porque un día quizás hicimos algo que parecía que salía de lo normal, esa buena consideración que los demás puedan tener de nosotros, o las apariencias tras las que ocultamos la realidad de nuestra vida muchas veces vacía. ¿Cuáles son los verdaderos valores por los que luchamos y nos esforzamos? ¿Qué es lo que realmente va a hacer grande a la persona? ¿Por qué seguimos en la vida dándonos codazos y traspiés los unos a los otros por estar un punto más alto que el que está a nuestro lado?

El evangelio que hoy escuchamos parte de unas peticiones que un buen hombre vino a hacerle a Jesús; los problemas de las herencias que tantas familias rompen. ‘Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia’. La respuesta de Jesús no tiene desperdicio. ‘¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?... Guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. ¿De qué hacemos depender la vida? ¿Cuáles son nuestras seguridades? Nos hemos venido preguntando a lo largo de nuestra reflexión.

Y nos propone Jesús la parábola de aquel hombre rico que obtiene una buena cosecha que le hace engrandecer sus graneros y bodegas de manera que ya parece que se siente satisfecho para siempre porque ya no tendrá que trabajar. En otra ocasión nos dirá Jesús que de qué nos vale ganar todos los tesoros y poderes del mundo, si perdemos la vida. En el caso de la parábola aquel hombre que se pensaba que ya iba a vivir bien para siempre, aquella noche le llegó la hora de la muerte. ¿De quien será todo aquello que había acumulado?

Sí, ¿de qué nos valen tantas cosas que vamos acumulando en la vida? Miremos nuestras alforjas tan pesadas que ya no nos dejan ni caminar. Miremos lo que tenemos y cuan preocupados andamos por guardarlo y que nadie nos lo pueda quitar o robar. Miremos lo que vamos guardando y ni siquiera sabemos disfrutarlo, pero que vendrá un día que ya no lo podamos usar y se va a quedar para trapo de limpieza. Miremos todas esas vanidades de las que hemos llenado la vida y démonos cuenta del vacío que sin embargo sentimos por dentro porque nada nos satisface ni nos llena. Y así cuantas preguntas tendríamos que irnos haciendo.

Miramos las cosas que tenemos, los adornos que nos llenan de vanidad, aquellos poderes o sabidurías que decimos poseer, pero ¿nos fijamos en las personas que están a nuestro lado? ¿Seremos capaces de detenernos para saludar y para escuchar? ¿Cómo es nuestra vida? pasamos al lado de los demás y no sabemos cual es el color de sus ojos, porque nunca les miramos cara a cara. Seguimos de largo con nuestras prisas por los caminos de la vida porque vamos a entretenernos no se con cuantas cosas tenemos a mano, pero no somos capaces de distinguir la lágrima que rodaba por la mejilla de esa persona que está a tu lado. Estamos pendientes de no sé cuantos ecos de sociedad y comidillas de esos personajes que se dicen famosos y cuya vida con todas sus trampas está en boca de todos, pero no somos conscientes de los dramas que pudiera haber tras la puerta de al lado.

¿Cuáles son las cosas importantes a las que tenemos que prestarle atención en la vida? ¿Cuáles son las cosas que nos darán verdadero valor a nuestra existencia?