La
transfiguración del Señor transfigurará nuestras vidas y de ello tenemos que
ser testigos ante el mundo que nos rodea
2Pedro 1,16-19; Sal 96; Lucas 9, 28b-36
Si queremos
tener buenas perspectivas hay que estar en el lugar adecuado; si queremos
contemplar una amplia panorámica habrá que colocarse en la altura en el lugar
más propicio para poder abarcar toda la amplitud del paisaje; si queremos
abarcar en nuestra visión todo el conjunto tendremos que separarnos para poder
contemplar toda su belleza. Necesitamos cambiar, buscar aunque nos cueste
esfuerzo para poder contemplarlo desde el lugar adecuado, si queremos elevar
nuestro espíritu por encima de cosas terrenas tenemos que ir a lo alto.
La vida toda
nos está invitando a subir, a elevarnos, a buscar otra perspectiva, a ver las
cosas de otra manera, y eso exige esfuerzo y al mismo tiempo sacrificio; nos
costará arrancarnos de donde estamos pero el caminar hacia la altura hará que
todo cambie y podremos ver las cosas de otra manera; si queremos una plenitud
para nuestra vida hemos de darle trascendencia a lo que hacemos y eso nos hará
olvidarnos de querer mirarnos solo los pies.
Hoy nos está
invitando Jesús a subir a lo alto, podremos contemplar toda la trascendencia de
su vida, encontraremos sus más hondos motivos y hará que se eleve también
nuestro espíritu. Nos invita ahora a ir con El hasta lo alto pero con la
conciencia de que allí por ahora no nos quedaremos porque tenemos que bajar de
nuevo a la llanura de la vida por donde seguiremos caminando, pero ahora con
nuestros motivos o con nuevas perspectivas después de haberle contemplado en la
altura.
Jesús se
llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a una montaña alta para orar. ¿Estarían
orando ellos también o dando cabezadas porque habría aparecido el cansancio y
la somnolencia después del esfuerzo de la subida? Nos pasa tantas veces, que no
sabemos aprovechar el momento y nos dormimos, volvemos a la pesadez de nuestros
ojos o de la rutina de lo que siempre hacemos. Nos pasa en la oración, nos
dejamos dormir, aunque digamos qué bueno es dormir en los brazos del Señor. Pero
El nos pide estar despiertos porque algo nuevo nos quiere ofrecer.
Aunque daban
cabezadas los discípulos pudieron darse cuenta de lo que estaba sucediendo,
porque en la oración Jesús se había transformado, se había transfigurado; así
eran sus resplandores que podían encandilar. Pero vislumbraron que alguien
estaba con Jesús, allí estaban Moisés y Elías, los símbolos de la Ley y de los
Profetas, y hablaban con Jesús de lo que había de suceder que ellos no acababan
de entender. Pero ahora todo les parecía maravilloso y querían quedarse allí
para siempre. ‘¡Qué bien se está aquí! Haremos tres tiendas…’
Pero no
pudieron terminar de expresar lo que ahora deseaban. Una nube les envolvió.
Fácil en la montaña, pero aquella nube era distinta; los estaba envolviendo la
gloria del Señor porque así escuchan la voz que viene de los cielos. ‘Este
es mi Hijo, el elegido; escuchadle’. Y cayeron de bruces, pensaban que
morían. Si contemplaban a Dios pensaban que morían, pero era algo distinto lo
que sucedería después de escuchar así directamente a Dios, sus vidas habían
también de transformarse.
Igual que
cuando Moisés bajó de la montaña después de haber hablado con Dios, que su
rostro resplandecía, de manera que tenía que cubrírselo con un velo, porque los
israelitas no soportaban aquel resplandor. Ahora ellos también habían de
resplandecer con un nuevo brillo, después de haber contemplado la gloria del
Señor. Pero sus mentes seguían cerradas y no terminaban de entender, y no
podían hablar de aquello a nadie porque tampoco lo entenderían.
Subamos a la
montaña nosotros y dejémonos también envolver por la gloria del Señor. Subamos
a la montaña para encontrarnos con la gloria de Dios, para escuchar su voz,
para conocer profundamente a Jesús, para sentirnos igualmente nosotros
transformados. Subamos a la montaña que nos da nuevas perspectivas, que nos
abre horizontes, que nos hace descubrir de verdad cual es nuestra misión, que
nos hará bajar a la llanura de la vida, porque por ahí tenemos que seguir
caminando, pero ahora tenemos una nueva visión, ahora sabemos con quien
caminamos y por qué lo hacemos, ahora comprenderemos mejor lo que es el Reino
de Dios que tenemos que anunciar.
Es la montaña
que eleva nuestro espíritu; es en la montaña donde nos llenamos de Dios, del
encuentro con Dios; es la montaña de nuestra oración y es la montaña de la
contemplación; es desde donde hemos de bajar a los caminos de la vida con una
nueva luz, con un anuncio claro que tenemos que realizar, con una buena noticia
que tenemos que proclamar. Jesús es el Hijo elegido y amado de Dios a quien
tenemos que escuchar.
La
transfiguración del Señor transfigurará nuestras vidas y de ello tenemos que
ser testigos ante el mundo que nos rodea.