Nos
falta aprender a estar con Jesús aunque los momentos sean difíciles, aunque no
lo veamos con la cara, ni con sueños ni imaginaciones, sino sintiendo la fuerza
de su Espíritu
Jeremías 30,1-2.12-15.18-22; Sal 101; Mateo
14,22-36
Hay ocasiones
en que nos hacemos nuestros planes, y nos parece que todo va a salir bien tal
como nos lo habíamos planeado, pero en un momento determinado por unas
circunstancias, que no podemos decir siempre que sean malas, los planes se nos
cambian, no podemos hacer aquello tal como lo habíamos planeado y pueden ir surgiéndonos
al paso muchas cosas, incluso muy positivas que tenemos que saber aprovechar;
nos suele pasar que cuando nuestros planes se nos trastruecan nos ponemos de
mal humor porque no conseguimos las metas que habíamos previsto, y no sabemos
sacar provecho de lo nuevo que nos acontece que también nos puede llenar de
mucha riqueza humana y espiritual; quizás en otro momento podemos retomar
aquellos proyectos, y vamos a ver si acaso no nos van a salir de alguna manera enriquecidos.
Siguiendo el
hilo del evangelio de estos días, Jesús al enterarse de que a Juan Herodes lo
había mandado decapitar había querido irse con los discípulos más cercanos a un
lugar apartado; pero las cosas también se le torcieron, allá se encontró con
una multitud que lo esperaba, muchos enfermos que curó, la multitud hambrienta
a la que tuvo que alimentar. Mucha bendición de Dios se fue repartiendo en
aquellos momentos aunque pareciera que salieron otros planes.
Llega el
momento en que todo termina, y después de haber multiplicado el pan
milagrosamente para toda aquella gente apremia a los discípulos para que se
vayan a la otra orilla en barca; mientras El se retira solo a la montaña para
orar, apartándose incluso de aquella multitud que allí se había congregado.
Había buscado aquellos momentos de paz, y ahora marcha solo a la montaña para
orar pasando casi toda la noche en oración.
Mientras los discípulos
que van en la barca se ven en una prueba. La barca no avanza, da la impresión
que tienen el viento en contra, todo se les está haciendo cuesta arriba, y
encima están solos, porque Jesús se quedó en la orilla. Esa prueba de la dureza
de la travesía puede ser también para ellos un signo. Algo les faltaba. Les
faltaba Jesús, pero era algo más, les faltaba confianza, les faltaba fe para
afrontar la dificultad. Lo que al principio cuando venían con Jesús parecía que
iban a ser momentos de paz y de descanso todo se trastocó. Y ahora están solos
en la dificultad de enfrentarse a aquel lago cuya travesía se les está haciendo
dura. Cuántas veces la travesía se nos
hace dura, y también nos encontramos con dificultades, con el viento en contra.
Cómo tendría que hacernos pensar.
Como decíamos
les faltaba fe para afrontar aquella dificultad, porque ahora hasta les parece
ver fantasmas. Algo viene caminando sobre el agua. Se llenan de temor. Cuántos
fantasmas nos creamos en nuestra mente cuando estamos pasando por un momento
duro, cuantas noches de insomnio donde todo se nos revuelve en la mente y hasta
nos parece todo mucho más difícil. Estaban llenos de temor.
Será Jesús el
que se les adelante a decirles que no teman porque es El quien viene hasta
ellos, pero les cuesta creer. Y como sucede tantas veces allí están, el primero
Pedro, pidiendo pruebas. ‘Que yo pueda ir hasta ti caminando sobre el agua
también’. Y Jesús le invita a acercarse. Pero Pedro no las tiene todas
consigo, y teme aunque intenta caminar, pero ante la más pequeña ola comienza a
dudar y a hundirse. Con qué facilidad nos hundimos. Tenemos a Jesús a nuestro
lado que pronto nos tenderá la mano, pero nuestro espíritu sigue lleno de dudas
y de miedos. Tendremos que aprender a orar y gritarle que nos hundimos para que
tienda su mano sobre nosotros y nos salve.
Luego ya
podrán decir cuando Jesús está con ellos en la barca, Pedro ha sido rescatado
de su hundimiento, y el viento se ha calmado, que realmente era el Hijo de
Dios. Pero el paso por la prueba había sido duro. Les faltaba aprender a estar
con Jesús aunque no lo vieran con los ojos de la cara. Más tarde terminarán aprendiéndolo
sobre todo después de la resurrección, aunque entonces también pasarán por
momentos difíciles y delicados, hasta darse cuenta de que Jesús para siempre
estaría con ellos, aunque los ojos de la cara no lo vieran, pero la presencia
de Jesús ya es otra cosa.
Es lo que
nosotros tenemos que vivir, lo que nosotros tenemos que aprender, lo que
nosotros tenemos que saber hacer irnos a estar con Jesús, como los que se
fueron al monte alto con El, como los que ahora sentían su presencia en la
barca, como lo van a sentir después de la venida del Espíritu Santo, como la
Iglesia sigue sintiéndolo hoy. No son fantasmas, ni sueños, ni imaginaciones,
es la presencia del Espíritu de Jesús que siempre estará con nosotros.
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