Dadles
vosotros de comer, nos dice Jesús, y pone en nuestras manos una cesta que nos
parece de pocos panes para que comencemos a repartir entre la multitud
Jeremías 28,1-17; Sal 118; Mateo 14,13-21
Que se las
arreglen como puedan, no sabían ellos en lo que se iban a meter, que busquen solución,
que busquen salida… habremos dicho en más de una ocasión, o habremos oído
decir. El que se busca los problemas solito, que solito se las arregle para
salir de ellos. Y volvemos la mirada para otro lado, para no saber, para no
enterarnos, para desentendernos creyendo que nos quedábamos con la conciencia
tranquila. Con qué facilidad lo hacemos tantas veces.
¿Serán esas
las actitudes de un seguidor de Jesús, de quien se dice su discípulo? Nos
sentimos tentados y muchas veces nos dejamos arrastrar por el ambiente, por lo
que otros dicen o hacen. En aquella ocasión daba la impresión de que los discípulos
conscientes de la situación que se iba a presentar, querían quitarse el
mochuelo de encima. Y allá van a decirle al Maestro que es tarde, que despida a
la gente que no tienen qué comer ni con qué dar de comer a aquella multitud.
Y es que
Jesús se los encontraba por todas partes. Había sucedido lo de Juan el Bautista
allá en la fortaleza de Maqueronte, que había sido mandado decapitar por
Herodes, y Jesús quiere llevarse a los discípulos que siempre andaban con El a
lugares apartados. ¿Quizás para evitar que les cayera encima del desánimo y los
temores de que a ellos les pudiera pasar algo parecido? El todo es que cuando
llegan a aquel lugar apartado allá se encuentran con una multitud que los está
esperando. Y allí apareció la misericordia y la compasión de Jesús y curó a
muchos enfermos de todo tipo y se puso a enseñarles. Pero el tiempo vuela, como
solemos decir, y llega la tarde y la gente ha venido de alguna manera de lejos.
¿Dónde encontrarán para comer? Es la preocupación de los discípulos que algo habían
ido aprendiendo y al menos tenían la sensibilidad de ver el problema que se les
iba a presentar.
‘Dadles
vosotros de comer’, fue la respuesta de Jesús. ¿Pero no decimos que estamos en descampado
y lejos? ¿Dónde vamos a conseguir panes para que coman todos? Solo tenían unos
pocos panes – solamente cinco – y un par de peces. Pero ¿qué es esto para
tantos? ¿Cómo Jesús les dice que le den ellos de comer? Se mirarían unos a
otros sin saber qué hacer y cómo responder al Maestro. Pero Jesús sí sabe lo
que va a hacer.
Pide que se
los traigan, que la gente se siente en el suelo, y Jesús quiere seguir contando
con los discípulos. Después de bendecir el pan, de dar gracias y bendición a
Dios, les pide a ellos que los repartan entre todos. ¿Cómo sería la mirada que
entre unos y otros se dirigieran? ¿Qué vamos a repartir? ¿Hasta dónde van a
llegar repartiendo aquellos pocos panes? Pero el milagro se realizó.
Nos hemos
fijado en el comentario en dos aspectos que ciertamente es uno. Jesús quiere
contar con los discípulos, que sean ellos los que finalmente repartan el pan a
la gente e incluso al final recojan las sobras. Pero eran cinco panes
solamente, y eran muchos los que allí estaban congregados, pero fueron muchas
cestas de pan las que se recogieron después de comer todos y quedar hartos.
¿Entenderemos
el mensaje, la lección? Porque también nos seguimos encontrando en torno
nuestro a una multitud hambrienta. Como aquellos que en aquellas llanuras de
Galilea se congregaban en torno a Jesús, con sus enfermos, con su hambre y sus
miserias, con sus desesperanzas y con todas las negruras que se meten en el
alma cuando perdemos la esperanza, con nuestras pobrezas que son también ese
vacío interior que muchas veces llevamos en nosotros, con sus agobios y con
toda la desorientación con la que se va viviendo en la vida, con los problemas
que se amontonan y que aun no se han solucionado y aparecen otras pandemias con
sus soledades u otras guerras en tantas violencias que nos van azotando por
aquí y por allá.
Muchas veces
nos damos cuenta de todo eso que de alguna manera nos quiere envolver también a
nosotros, y nos encontramos sin saber qué hacer, nos encontramos sin saber como
dar salida, pero Jesús a nosotros también nos está diciendo, ‘dadles
vosotros de comer’ y pone un cesto con pocos panes en nuestras manos para
que comencemos a repartir. Y nos sentimos como impotentes, nos sabemos tan
pobres que no realmente no sabemos a donde vamos a llegar, pero Dios está
queriendo contar con nosotros, con los que nos decimos sus discípulos, con lo
que creemos en Jesús y en el Reino de Dios que nos anuncia, con la Iglesia que
quiere llamarse la Iglesia de Jesús.
¿Y qué
hacemos? ¿Nos daremos cuenta de que Jesús nos está urgiendo a que pongamos
manos a la obra? ¿Cuándo comenzaremos de verdad a darle de comer a ese mundo
que nos rodea?
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