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sábado, 15 de julio de 2017

¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre.

Los miedos y temores no son buenos consejeros porque nos llenan de negruras y pesimismos y la confianza en el Dios que nos ama nos ayuda a asumir el riesgo de seguir a Jesús

Génesis 49,29-32; 50, 15-26ª; Sal 104; Mateo 10,24-33

Demasiadas veces en la vida actuamos movidos por el temor al que dirán, la opinión que puedan tener los demás o la imagen que nosotros demos, por el temor a lo que nos pueda pasar o a los imprevistos de la vida que nos van surgiendo y que algunas veces nos la pueden complicar.
Es cierto que hemos de estar preparados ante lo que nos pueda suceder, pero no es necesario que andemos siempre con el miedo en el cuerpo, porque con ello parece que nos llenamos de negruras y pesimismo. Hemos de cuidar, es cierto también, la imagen de rectitud que tenemos que dar pero no por las apariencias de la vida, sino por la autenticidad en que vivimos y entonces no nos tenemos que preocupar tanto por lo que puedan pensar los demás.
Los miedos y temores no son buenos consejeros, aunque nunca nos faltaran en el camino de la vida, porque todo lo que sea incertidumbre y riesgo de alguna manera nos hace temer. Sin embargo con valentía y sin temores deberíamos aprender a enfrentarnos en la vida, y cierto riesgo hemos de asumir tomando iniciativas en la búsqueda de lo que sea siempre lo mejor. Cuando tenemos una meta, unos deseos hondos en el corazón de algo bueno que ansiamos, no tenemos que dejarnos envolver por esos temores, ni estar tan pendientes de lo que los demás puedan pensar. El conservadurismo que nos lleva a una rutina de la vida nos envuelve muchas veces en esos temores.
Por tres veces nos dice hoy Jesús en el corto texto que nos propone la liturgia que no tengamos miedo. Nos lo está diciendo en orden a ese camino que emprendemos cuando en verdad queremos seguir sus pasos. Ya nos anuncia que no serán caminos fáciles, porque, además de todo lo que nos cueste nuestra superación personal, sabemos que vamos a tener muchas cosas en contra, entre ellas los comentarios, las burlas y sarcasmos, y hasta las persecuciones que podamos sufrir por parte de tantos que nos rodean.
Nos dice incluso que no temamos a quienes nos puedan quitar la vida de nuestro cuerpo. Hay algo que vale mucho más que esa vida terrena, hay unos valores profundos y de gran altura por los que merece la pena luchar, la entrega que podamos hacer de nosotros mismos a favor de los demás vale mucho mas que los reconocimientos humanos o alabanzas falseadas que podamos recibir de quienes saben solo de adulación y de vanidades.
Y nos invita sobre todo a poner nuestra confianza en Dios que nunca nos dejará de su mano. Con Dios podemos sentirnos seguros, porque tenemos siempre su amor que no nos falta. Es nuestro Padre que nos cuida, que se preocupa de nosotros, que nos regala con su amor, que enriquece continuamente nuestra vida con su gracia. De ahí la valentía y seguridad con que hemos de sentirnos en el testimonio de nuestra fe que tenemos que saber dar en todo momento. Es algo que no podemos ocultar, más bien, es algo que tiene que brillar con especial resplandor en nuestra vida, porque sentimos el gozo de la fe, sentimos el gozo del amor de Dios que está en nosotros.

viernes, 14 de julio de 2017

El coraje y la fortaleza del Espíritu del Señor nos mantendrán firmes y perseverantes hasta el final a pesar de que la vida muchas veces no se nos haga fácil

El coraje y la fortaleza del Espíritu del Señor nos mantendrán firmes y perseverantes hasta el final a pesar de que la vida muchas veces no se nos haga fácil

Génesis 46,1-7.28-30; Sal 36; Mateo 10,16-23

Ya nos gustaría que en la vida todo fuera fácil, libre de contratiempos y problemas. Bien sabemos que se nos convierte en una lucha en la que ya por nosotros mismos tenemos cada día que superarnos, querer crecer de verdad como personas superando limitaciones, venciéndonos en los impulsos negativos que nos pudieran aparecer en nosotros mismos, pero son también los problemas que vamos encontrando en la convivencia con los demás, o en ese deseo de hacer que nuestro mundo sea mejor.
No nos es fácil, porque encontramos opiniones distintas, concepciones de la vida distintas que muchas veces nos pueden llevar a enfrentamientos o a tensiones que nos pueden hacer sufrir. también nos vamos a encontrar quienes no comulgan con nuestras ideas y que van a hacer todo lo posible porque nosotros no las podamos llevar adelante, cuando no desde su poder nos van a hacer la vida imposible, siéndonos difícil realizar nuestras metas ya sea en lo personal o ya sea en lo que queremos para nuestra sociedad.
Sucede en la vida social, lo estamos viendo continuamente en la vida política en donde muchas veces parece que más que proponer nuestras ideas lo que queremos es destruir al contrario. Es triste que todo lo convirtamos en una lucha sin cuartel, en una guerra donde no nos importa destruir lo que sea con tal de destruir al que consideramos adversario y enemigo. Poco puede avanzar una sociedad así.
Es también la lucha que sufrimos desde el ámbito de nuestra fe. Jesús nos previno. No seria fácil su camino. Nos hablará en ocasiones de camino estrecho. Pero nos anuncia también las persecuciones que habríamos de sufrir por el llevar el nombre de cristianos. Pero ya nos dice también que seremos bienaventurados cuando somos perseguidos por la causa del Reino. Es una esperanza, pero es también una manera de vivir. La paz que llevamos en nuestro corazón nadie nos la podrá quitar; nos podrán quitar la vida, pero no nos podrán quitar la paz si estamos bien aferrados en el Señor.
Pero igual que sucede en el ámbito social, como antes reflexionábamos, nos sucede en nuestro caminar con los demás dando testimonio de nuestra fe. No nos aceptarán; pero es no aceptación se convertirá en persecución. Y Jesús nos habla de tribunales a los que seremos llevados, nos habla de persecuciones y muerte que tendremos que soportar en ocasiones de los que son más cercanos a nosotros que no nos entenderán, que trataran de quitarnos de la cabeza nuestras ideas, o que nos harán la vida imposible. Son muchas formas, en ocasiones muy sutiles, con los que vamos a sufrir esa persecución, y lo vamos a tener la vida diaria de cada día.
Pero Jesús nos habla de que no nos sentiremos solos, que con nosotros estará siempre la fuerza del Espíritu, que pondrá palabras en nuestros labios, y fuerza en nuestro corazón. Tenemos el coraje y la fortaleza del Espíritu del Señor que está con nosotros.
No nos es fácil la vida, decíamos, no nos es fácil el dar nuestro testimonio cristiano. Pero la perseverancia salvará nuestra vida. Podremos ser dichosos de verdad aun en medio de esas persecuciones, porque no nos faltará la paz en nuestro corazón. 

jueves, 13 de julio de 2017

Los que creemos y seguimos a Jesús tenemos que ser siempre mensajeros e instrumentos de paz en medio de un mundo de violencias y de agobios que nos rodea

Los que creemos y seguimos a Jesús tenemos que ser siempre mensajeros e instrumentos de paz en medio de un mundo de violencias y de agobios que nos rodea

Génesis 44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5; Sal 104; Mateo 10,7-15

Hay personas con las que realmente uno se siente a gusto; nos trasmiten pan, serenidad, a su lado parece como si el mundo se detuviera y todas las cosas fueran bellas, como si estuviéramos rodeados de flores o envueltos en suave y rica fragancia. Son las personas que llevan paz en su alma, quizá han pasado por muchas luchas en la vida pero han sabido encontrar esa serenidad para su espíritu que se exhale de ellos como suave fragancia. En un mundo de carreras y de violencias, allí todo es serenidad, se acaban las prisas, la conversación pausada nos llena el alma, las turbulencias de los problemas de la vida parece que se alejan. Da gusto encontrar personas así; algunas veces nos cuesta encontrarlas, pero cuando las encontramos estamos hallando el más hermoso tesoro.
No sé si sentiremos envidia – una envidia sana – de esas personas, pero nos gustaría ser igual. Es más, tendríamos que decir, es que hemos de ser así los que creemos en Jesús. Si hemos puesto nuestra fe en Jesús y nos hemos dejado cautivar el alma, eso seria lo que tendríamos que trasmitir. Pero ya se que no siempre sabemos hacerlo, que muchas veces parece que puede más en nosotros la violencia de la vida, que nos dejamos arrastrar por esas turbulencias de los problemas que nos van apareciendo que parece que nos vemos enrollados y atraídos por ese torbellino y no llegamos a tener esa paz.
Es lo que Jesús les está pidiendo a sus discípulos cuando los envía por el mundo a anunciar el Reino de Dios. Han de saber desterrar del mundo toda violencia y todo mal, todo tipo de sufrimiento y todas las angustias del alma, porque que cuando anunciamos el Reino de Dios estamos queriendo hacer que Dios sea en verdad el centro de nuestra vida, el único centro.
Son las recomendaciones que hace Jesús cuando manda curar enfermos o expulsar demonios, cuando les pide que el primer mensaje que lleven a cualquier casa que entren, o a cualquier persona con la que se encuentren ese sea el mensaje de la paz. Hemos de llevar esa paz con nosotros, porque hemos de sentirnos llenos del espíritu de Jesús, y con la fuerza de ese espíritu hemos de trasmitir esa paz a los que nos rodean.
Ya sabemos que algunos no la aceptaran porque querrán seguir viviendo en sus  violencias o en sus agobios, pero ese ha de ser el mensaje que nosotros hemos de llevar. Y como decimos siempre, no han de ser solo palabras que pronunciemos, sino algo profundo que trasmitamos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Busquemos esa paz, busquemos llenarnos, dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús. Seamos siempre personas de paz. Seamos instrumentos de paz. Vayamos poniendo esa paz en ese mundo de odios, de desequilibrios, de violencias, de injusticia, de insolidaridad que está tan lleno de guerras de todo tipo.
Tenemos que ser siempre los mensajeros de la paz. Eso es lo que tenemos que trasmitir con nuestra vida. Que los demás sientan también deseos de vivir esa paz que nosotros queremos trasmitir.

miércoles, 12 de julio de 2017

Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras

Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras

Gén. 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7

‘Llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia… y los envió Jesús con estas instrucciones… Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca…’
Un anuncio con obras y palabras, el Reino de Dios está cerca. Entre todos los discípulos que le siguen Jesús ha escogido a Doce – el evangelista nos da la lista de los Doce – que van a ser sus especiales enviados, que van a ser piedra y fundamento de la nueva comunidad. Han de anunciar el Reino, pero lo han de hacer con el testimonio de sus obras. Expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad y dolencia son signos, valga la redundancia, de mucho significado.
El mal nos oprime, atenaza el corazón del hombre; estamos llenos de sufrimientos que no solo son las enfermedades de nuestro cuerpo; son muchas las cosas que nos hacen doler el alma. Cuando deja de reinar el amor en el corazón del hombre perdemos humanidad; y si no sabemos ser humanos los unos con los otros nos dañamos, nos malqueremos; surgen los orgullos y nos envuelve la insolidaridad, aparecen las envidias que nos corroen interiormente y va floreciendo la violencia de todo tipo; cada uno lucha solo por lo suyo y todos los demás van a ser contrincantes y enemigos; destrozamos nuestras vidas, destrozamos nuestro mundo. Ya no es Dios con su amor el que centra el corazón del hombre, sino que nos convertimos en dioses de nosotros mismos.
El anuncio del Reino de Dios ha de significar el transformar todo ese mundo de dolor en un lugar de felicidad; es el camino que nos lleva al encuentro, a la compasión y a la misericordia; es el camino que nos transforma desde el amor porque nos hace más justos y más solidarios; es un camino donde hay sinceridad en la vida y desterramos toda vanidad y toda hipocresía; es un camino que nos lleva a ser más humanos los unos con los otros y a amarnos de verdad porque nos sentimos hermanos.
Mientras no logremos hacer un mundo mejor, donde haya entendimiento y haya paz, no podemos decir que el Reino de Dios está presente; la concordia, la cercanía, la búsqueda de la felicidad de los otros, la solidaridad que nos lleva a compartir hasta ser capaces de desprendernos de todo lo nuestro para dar vida al otro serán señales de que vamos construyendo de forma autentica ese Reino de Dios.
Triste sería que nos llamemos cristianos, seguidores de Jesús, y no nos amemos, nos hagamos la guerra los unos a los otros, no seamos capaces de perdonarnos, de comprendernos, de aceptarnos. Estaríamos lejos del Reino de Dios. Triste es que siga habiendo discriminaciones entre nosotros, que no se muestre verdaderamente una iglesia de misericordia, porque aun no seamos capaces de ofrecer la misericordia y el perdón a todos, porque seguimos rehuyendo a ciertos pecadores y no se tenga la misma comprensión con todos.
Algunas veces pareciera que la iglesia se dejara contagiar por los criterios del mundo en sus juicios, en sus maneras de actuar y se dejara influir demasiado por lo que digan o pueda decirse en los medios de comunicación. No siempre damos la imagen de la Iglesia misericordiosa de Jesús, aunque proclamemos con muchas palabras eso de la misericordia. No todos sienten esa misericordia de la iglesia en sus vidas y se sienten apartados y discriminados.
Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras obras. Mucho quizá tendríamos que revisarnos.

martes, 11 de julio de 2017

Tenemos que aprender a descubrir y valorar el sentido y el valor de lo que hacemos porque con ello contribuimos a un mundo mejor buscando siempre la gloria de Dios

Tenemos que aprender a descubrir y valorar el sentido y el valor de lo que hacemos porque con ello contribuimos a un mundo mejor buscando siempre la gloria de Dios

Proverbios 2,1-9; Sal 33; Mateo 19,27-29
‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’ Son nuestros deseos humanos más naturales. No nos asustemos. Todos queremos ver el fruto de lo que hacemos. ¿Apetencias de ganancias? Pudiera ser, pero como decíamos queremos ver el resultado. Hacemos algo y lo queremos hacer de la mejor manera y vernos beneficiados. ¿Es egoísmo? Pudiera ser, pero tenemos que amarnos a nosotros también y desear lo bueno, porque así tenemos también esa capacidad de amar a los demás.
¿Desconcierta esto que estoy diciendo? No quiero que nos desconcertemos, pero si que ahondemos en ese camino que no puede llevarnos a encerrarnos en nosotros mismos y en nuestros intereses y que tenemos que aprender a hacer algo desde la gratuidad, como desde la gratuidad recibimos también tantas cosas.
En esas andaba Pedro, que amaba mucho a Jesús y quería para siempre estar con El. Un día lo había dejado todo, redes, barca, trabajo, familia, para irse con Jesús y con Jesús andaba recorriendo los caminos de Galilea y de toda Palestina en el anuncio del Reino nuevo que hacia Jesús. ‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’
Y Jesús les habla de la trascendencia de sus vidas. No son importantes las ganancias de este mundo y en este momento. Lo que hacemos ahora tiene su trascendencia, porque es la semilla que plantamos y que en otros dacha fruto; lo que hacemos conforme a lo que son nuestras responsabilidades significa también ese grano de arena que estamos poniendo con nuestro esfuerzo, con nuestro trabajo de cada día, con lo que es nuestra convivencia con los demás a la construcción de ese mundo nuevo. Y eso nos llena de vida, una vida que no se agota en lo que ahora hacemos o lo que ahora podemos disfrutar aquí, sino que tiene una trascendencia que va más allá; por eso Jesús promete vida eterna, una vida sin fin, un gozo en plenitud.
Tenemos que aprender a descubrir y valorar el sentido y el valor de lo que hacemos. Que no es solo en beneficio propio porque estamos mutuamente relacionados los unos con los otros; lo que yo haga repercute en los demás, como lo que hacen los otros también me beneficia y enriquece mi vida, porque estoy siendo participe del bien que hagan los otros.
Y todo eso, como creyentes y cristianos que somos, lo hacemos siempre buscando la gloria de Dios. Hoy estamos celebrando a San Benito, el hombre que busco a Dios y quiso llenarse de Dios. Esa fue su tarea y su gran ilusión, buscar a Dios. Por eso se retiró del mundo viviendo primero una vida de anacoreta en solitario, pero al que luego se le unieron muchos seguidores. Buscar a Dios y gozar de la presencia y de la amistad de Dios.
Por eso el lema que proponía a los que querían estar con él – así en Montecasino se creo el monasterio contemplativo que seria el inicio del monacato en Occidente – fue ‘ora et labora’, oración y trabajo. Todo era buscar esa contemplación de Dios. La oración era el centro de su vida y el trabajo se convertía así también en oración, buscando esa gloria de Dios. Así forjó esas comunidades de monjes que tan trascendentales fueron para la difusión del cristianismo y de la cultura en occidente, de manera que se le llama padre del monacato occidental, por la regla que dejó a sus monjes, la orden benedictina.
Mucho tenemos que aprender nosotros de este maestro de espiritualidad para crecer en esa búsqueda de Dios que siempre late en nuestro corazón. Mi corazón está inquieto hasta que no descansa en Dios, como decía el gran san Agustín.  Toda nuestra vida la hemos de convertir en la búsqueda de la gloria de Dios, con nuestra oración que nos une al Creador y Padre de nuestra vida y con nuestro trabajo que nos hace constructores de ese mundo mejor, como antes reflexionábamos. Nuestro trabajo así se convierte también en oración, porque es un cántico de alabanza al Creador que puso la vida y el mundo en nuestra manos para que lo vayamos viviendo todo según el deseo del corazón de Dios.

lunes, 10 de julio de 2017

Nos acercamos a Jesús con nuestros signos de muerte y con las sombras de la impureza de nuestro pecado y lo hacemos con fe porque en El tendremos vida para siempre

Nos acercamos a Jesús con nuestros signos de muerte y con las sombras de la impureza de nuestro pecado y lo hacemos con fe porque en El tendremos vida para siempre

Génesis 28, 12- 22; Sal 90; Mateo 9,18-26

La muerte y el pecado ante Jesús. Pero ahí se va a manifestar la victoria de la fe. Con Jesús todo será vida, será gracia, será purificación. En El tenemos que poner nuestra fe. Tenemos asegurada la victoria. Jesús es el vencedor de nuestra vida. En El se manifestará la victoria del Reino de Dios.
Ante Jesús llega un hombre que trae noticias de muerte. Su hija acaba de morir. ¿A quien puede acudir? Llega hasta Jesús con fe, una fe que se ira agrandando en la medida en que está al lado de Jesús. El evangelio de Mateo es muy escueto en la descripción del hecho; los otros evangelistas sinópticos nos darán más detalles. Aunque en un momento pueden llegarle malas noticias a Jairo, Jesús le dice que se mantenga firme en la fe y alcanzará vida. Alcanzará vida la niña que será levantada de las sombras de la muerte; alcanzará vida Jairo pues creerá en Jesús él y toda su familia.
Señalábamos también la presencia ante Jesús del pecado; lo decimos en el sentido que para aquellas gentes tenían tanto las enfermedades como algunos efluvios corporales, que eran considerados como una impureza. No se trata de un pecado, pero si podemos ver ahí la imagen del pecado. Aquella mujer calladamente, sin que nadie se entere, se acerca a Jesús. Padece unas hemorragias malignas desde hace doce años. Una mujer en esas condiciones era considera impura y no tendría que atreverse a mezclarse entre la gentes. Por eso en su fe, aquí aparece lo que le dará la victoria, se acerca por detrás a Jesús pensando que con solo tocarle el manto, se curará. Así sucederá. Porque se mantuvo firme en su fe, a pesar de que todo lo tenía en contra, aquella mujer tendrá vida. ‘Animo, hija, tu fe te ha curado’, le dirá Jesús.
También nosotros con las sombras que haya en nuestra vida tenemos que atrevernos a acercarnos a Jesús. Y tenemos que atrevernos porque ahí tiene que predominar la fe. Vamos con nuestros problemas, nuestras oscuridades, nuestras dudas, nuestro sufrimiento, las sombras que pesen en nuestro corazón. No nos consideramos dignos, pero nos atrevemos a acercarnos a Jesús porque sabemos que si con fe llegamos hasta El vamos a tener vida, saldremos de esas sombras, tendremos una nueva fuerza para afrontar esos problemas, se iluminará nuestro espíritu frente a las sombras de las dudas y desconfianzas, encontraremos alivio y consuelo en nuestros sufrimientos. Tenemos la certeza de que lo vamos a encontrar en Jesús.
Ya sabemos que a nuestro alrededor habrán muchos cantos de sirena que tratarán de desviarnos de nuestro camino sembrando dudas en nuestro corazón, haciendo oposición a nuestras decisiones y a  nuestros principios, poniéndonos trabas y obstáculos en nuestro camino creyente. Cuántas ideas distintas tratan de inocularnos por todos los medios; cómo nos bombardean desde muchos medios de comunicación; cuantas trabas se están poniendo en nuestra sociedad a aquellos que se manifiestan creyentes; cuantas luchas contra la iglesia y sus instituciones tratando de desprestigiar, de confundir a las gentes, de falsear las cosas arrimando las cosas a sus ideas…
No es fácil muchas veces porque se quiere hacer desaparecer todo signo, todo sentimiento religioso, lo que suene a religión o lo que suene a Iglesia. Pero es en ese mundo donde tenemos que ser luz, donde tenemos que dar nuestro testimonio, donde tenemos que presentar la rectitud de nuestra vida, donde tenemos que tratar de impregnar ese sabor nuevo del evangelio para que el mundo encuentre su verdadero sabor.
El signo de aquel hombre y de aquella mujer que hoy vemos acercarse a Jesús en el evangelio tienen que ser para nosotros un ejemplo y un estimulo. Con Jesús tenemos asegurada la victoria de la vida; en El tenemos nuestra salvación.

domingo, 9 de julio de 2017

No ahoguemos con nuestras ansias de grandeza y sabiduría, con nuestras vanidades y autosuficiencias al Espíritu de Dios que se nos revela cuando tenemos un corazón humilde y sencillo

No ahoguemos con nuestras ansias de grandeza y sabiduría, con nuestras vanidades y autosuficiencias al Espíritu de Dios que se nos revela cuando tenemos un corazón humilde y sencillo

Zacarías 9, 9-10; Sal 144; Romanos 8, 9. 11-13; Mateo 11, 25-30

Qué difícil le es al que se cree autosuficiente el aceptar la verdad más sencilla que se le pueda comunicar. En su autocomplacencia se cree el único poseedor de la verdad o el único capaz en su inteligencia de comprender todas las cosas, de todo habla, de todo opina, de todo sabe y siempre de forma categórica,  y eso tan sencillo que se le presenta, por su propia sencillez, para él no tiene ninguna validez ni autoridad.
Podemos ser así en muchas ocasiones, es también nuestro peligro; podemos encontrarnos en nuestro entorno personas así que van de superiores y grandes por la vida mirando a todos por encima del hombro. No aceptarán nada que no pase por sus filtros, se creen con la suprema autoridad del saber, se parapetan tras murallas y pedestales de autosuficiente y de orgullo y van despreciando a los demás porque son unos pobres ignorantes y ellos que van a saber de esas cosas.
Personas así se crearán sus propios dioses o ellos mismos se considerarán semidioses que todo lo saben y todo lo pueden. Personas así son incapaces de comprender y aceptar todo el misterio de Dios que se nos revela en el evangelio en la cercanía y la presencia misericordiosa de Jesús.
Pero Dios se revela a los pequeños y a los sencillos; Dios se revela a los de corazón humilde; Dios se revela a quien es capaz de vaciarse de si mismo para poder acoger toda la grandeza y la maravilla de Dios. El autosuficiente se apoya en si mismo, en lo que cree saber, en lo que considera como su poder. El que nada tiene o ha sido capaz de desprenderse de sus autosuficiencias, de sus poderes o saberes, sabrá apoyarse en Dios en quien encuentra su única fortaleza y su única sabiduría.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor…’ Es el designio de Dios; es la manifestación del amor de Dios; es la revelación que en Jesús Dios hace de si mismo. Es el Emmanuel, pero le vemos nacer entre los pobres y los humildes, como el más pobre entre los pobres porque no tendrá donde reclinar la cabeza. Es el camino de Jesús que le vemos siempre en los pequeños y los sencillos, entre los que abren su corazón a Dios y Dios se les revela en su corazón. Su gozo es estar entre los hijos de los hombres.
¿Para quiénes son las bienaventuranzas? Para los pobres, los que sufren, los que tienen hambre y sed, los que nadie quiere y de todos son despreciados, los que tienen un corazón puro porque a nada lo han apegado, los que son capaces de ser compasivos y misericordiosos aunque esa compasión les lleve a compartir sus mismos sufrimientos y dolores, los que calladamente van buscando la paz arrojando toda violencia de su corazón y de sus actitudes y acciones. De ellos es el Reino, son los que pueden sentir que Dios es el único Señor de sus vidas, los que en nada material se apoyan porque saben que su única fuerza es el Señor.
Por eso llamará junto a sí a todos los que se ven castigados en la vida con dolores y sufrimientos, los que sienten el agobio y el desconsuelo quizá por sus muchas carencias materiales, los que sienten tormento en su corazón por la inquietud de lo bueno que siempre están buscando para los demás. ‘Venid a mi, los cansados y agobiados… yo os aliviaré… en mi encontrareis vuestro descanso…’
Y nos invita a la mansedumbre, a la humildad, a ser sencillos y desprendidos, a llenar nuestro corazón de paz aunque muchas sean las violencias de nuestro alrededor que nos hagan sufrir. Sed manos y humildes de corazón… ‘venid a mi, aprended de mi que soy manso y humilde de corazón…’
Nos podrá parecer duro el camino, porque es un camino donde tenemos que aprender a negarnos a nosotros mismos, a cargar con la cruz, la nuestra y la de los hermanos porque siempre hacemos nuestra la cruz y el sufrimiento de los demás, pero ‘mi yugo es llevadero y mi carga ligera’, porque El siempre será nuestro cireneo, el que nos ayuda a llevar el peso de la cruz.
Una página muy hermosa del evangelio pero que no siempre sabemos aceptar y comprender. Seguimos dándole vuelta y vueltas a toda esta revelación de Dios buscándonos nuestros razonamientos y nuestras explicaciones, pero no terminamos de despojarnos de nuestro yo, nuestros saberes, nuestras explicaciones para abrirnos sencillamente al misterio de Dios que quiere plantarse en nuestro corazón.
Tenemos que ser esa tierra humilde y sencilla que se abre al agua de la gracia de Dios para sembrar hondamente en nosotros esa semilla de la Palabra de Dios. Y dejemos que dé fruto en nosotros, que germine en nuestra vida para hacer nacer ese hombre nuevo que aprecia la gratuidad del Dios que se nos regala, se nos da, llena de nueva vida nuestro corazón.
Y dejémonos conducir por el Espíritu divino, dejemos que hable en nuestro interior, dejémonos transfigurar por esa presencia de Dios en nosotros y podremos llegar a dar frutos de vida eterna. No lo ahoguemos con nuestras vanidades ni nuestros orgullos, dejemos que resplandezca su luz en nuestros corazones.