No ahoguemos con nuestras ansias de grandeza y sabiduría, con nuestras vanidades y autosuficiencias al Espíritu de Dios que se nos revela cuando tenemos un corazón humilde y sencillo
Zacarías
9, 9-10; Sal 144; Romanos 8, 9. 11-13; Mateo 11, 25-30
Qué difícil le es al que se cree autosuficiente el aceptar la verdad
más sencilla que se le pueda comunicar. En su autocomplacencia se cree el único
poseedor de la verdad o el único capaz en su inteligencia de comprender todas
las cosas, de todo habla, de todo opina, de todo sabe y siempre de forma categórica,
y eso tan sencillo que se le presenta,
por su propia sencillez, para él no tiene ninguna validez ni autoridad.
Podemos ser así en muchas ocasiones, es también nuestro peligro;
podemos encontrarnos en nuestro entorno personas así que van de superiores y
grandes por la vida mirando a todos por encima del hombro. No aceptarán nada
que no pase por sus filtros, se creen con la suprema autoridad del saber, se
parapetan tras murallas y pedestales de autosuficiente y de orgullo y van
despreciando a los demás porque son unos pobres ignorantes y ellos que van a
saber de esas cosas.
Personas así se crearán sus propios dioses o ellos mismos se
considerarán semidioses que todo lo saben y todo lo pueden. Personas así son
incapaces de comprender y aceptar todo el misterio de Dios que se nos revela en
el evangelio en la cercanía y la presencia misericordiosa de Jesús.
Pero Dios se revela a los pequeños y a los sencillos; Dios se revela a
los de corazón humilde; Dios se revela a quien es capaz de vaciarse de si mismo
para poder acoger toda la grandeza y la maravilla de Dios. El autosuficiente se
apoya en si mismo, en lo que cree saber, en lo que considera como su poder. El
que nada tiene o ha sido capaz de desprenderse de sus autosuficiencias, de sus
poderes o saberes, sabrá apoyarse en Dios en quien encuentra su única fortaleza
y su única sabiduría.
‘Te doy gracias,
Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha
parecido mejor…’
Es el designio de Dios; es la manifestación del amor de Dios; es la revelación
que en Jesús Dios hace de si mismo. Es el Emmanuel, pero le vemos nacer entre
los pobres y los humildes, como el más pobre entre los pobres porque no tendrá
donde reclinar la cabeza. Es el camino de Jesús que le vemos siempre en los
pequeños y los sencillos, entre los que abren su corazón a Dios y Dios se les
revela en su corazón. Su gozo es estar entre los hijos de los hombres.
¿Para quiénes son
las bienaventuranzas? Para los pobres, los que sufren, los que tienen hambre y
sed, los que nadie quiere y de todos son despreciados, los que tienen un corazón
puro porque a nada lo han apegado, los que son capaces de ser compasivos y
misericordiosos aunque esa compasión les lleve a compartir sus mismos
sufrimientos y dolores, los que calladamente van buscando la paz arrojando toda
violencia de su corazón y de sus actitudes y acciones. De ellos es el Reino,
son los que pueden sentir que Dios es el único Señor de sus vidas, los que en
nada material se apoyan porque saben que su única fuerza es el Señor.
Por eso llamará
junto a sí a todos los que se ven castigados en la vida con dolores y
sufrimientos, los que sienten el agobio y el desconsuelo quizá por sus muchas
carencias materiales, los que sienten tormento en su corazón por la inquietud
de lo bueno que siempre están buscando para los demás. ‘Venid a mi, los
cansados y agobiados… yo os aliviaré… en mi encontrareis vuestro descanso…’
Y nos invita a la
mansedumbre, a la humildad, a ser sencillos y desprendidos, a llenar nuestro corazón
de paz aunque muchas sean las violencias de nuestro alrededor que nos hagan
sufrir. Sed manos y humildes de corazón… ‘venid a mi, aprended de mi que soy
manso y humilde de corazón…’
Nos podrá parecer
duro el camino, porque es un camino donde tenemos que aprender a negarnos a
nosotros mismos, a cargar con la cruz, la nuestra y la de los hermanos porque
siempre hacemos nuestra la cruz y el sufrimiento de los demás, pero ‘mi yugo
es llevadero y mi carga ligera’, porque El siempre será nuestro cireneo, el
que nos ayuda a llevar el peso de la cruz.
Una página muy
hermosa del evangelio pero que no siempre sabemos aceptar y comprender.
Seguimos dándole vuelta y vueltas a toda esta revelación de Dios buscándonos
nuestros razonamientos y nuestras explicaciones, pero no terminamos de
despojarnos de nuestro yo, nuestros saberes, nuestras explicaciones para
abrirnos sencillamente al misterio de Dios que quiere plantarse en nuestro corazón.
Tenemos que ser esa
tierra humilde y sencilla que se abre al agua de la gracia de Dios para sembrar
hondamente en nosotros esa semilla de la Palabra de Dios. Y dejemos que dé
fruto en nosotros, que germine en nuestra vida para hacer nacer ese hombre
nuevo que aprecia la gratuidad del Dios que se nos regala, se nos da, llena de
nueva vida nuestro corazón.
Y dejémonos conducir
por el Espíritu divino, dejemos que hable en nuestro interior, dejémonos
transfigurar por esa presencia de Dios en nosotros y podremos llegar a dar
frutos de vida eterna. No lo ahoguemos con nuestras vanidades ni nuestros
orgullos, dejemos que resplandezca su luz en nuestros corazones.
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