No temamos irnos con Jesús cuando El quiera llevarnos a ese sitio apartado y tranquilo de la oración
1Reyes, 3, 4-13; Sal. 118; Mc. 6, 30-34
‘Venid vosotros solos
a un sitio tranquilo a descansar un poco… y se fueron en barca a un sitio
tranquilo y apartado…’
Fue a la vuelta de aquel envío que había hecho de los doce de dos en dos ‘cuando ellos salieron a predicar la
conversión, echaban muchos demonios, ungían a los enfermos con aceite y los
curaban’.
Ahora quiere llevarlos a un sitio tranquilo y apartado. Para descansar, para estar con él. ¿Qué
hacemos cuando nos vamos a descansar a un sitio tranquilo con los amigos o con
la familia? No vamos a trabajar, para simplemente a estar; vamos a tener tiempo
para convivir y para charlar, simplemente para disfrutar de la presencia y de
la compañía de aquellos a los que queremos.
No hay programas concretos, sino simplemente estar. Y
estando juntos se comparten muchas cosas, se habla de todo y se entra en cierta
confianza e intimidad, da oportunidad para conocernos mejor y para aprender a
querernos más. ¿Es una pérdida de tiempo? De ninguna manera podemos pensar eso,
a pesar de que vivimos en un mundo de prisas y carreras; pero es necesario detenerse, simplemente para
estar, para charlar, para convivir.
Es lo que Jesús
quiere hacer con sus discípulos, a la vuelta de aquella tarea y misión que les
había confiado. Cuando llegaron ‘y
volvieron a reunirse con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y
enseñado’. Ahora no iban para ninguna enseñanza especial; en otros momentos
dirá el evangelio que los tomó aparte para irles instruyendo por el camino;
ahora simplemente dice que los llevó con ellos para descansar. De cuántas cosas
hablarían y cuántas cosas compartirían.
¿No será eso lo que el Señor quiere hacer también con
nosotros? ¿No será eso también el sentido que ha de tomar nuestra oración?
Estar con Jesús, disfrutar de su presencia y de su compañía; creemos muchas
veces que nuestra oración es estar siempre pidiéndole cosas; también tendremos
que hacerlo, pero no es solo eso la oración.
Tenemos que aprender a ir a estar con Jesús, a darle
ese sentido a nuestra oración. Estamos con El y nos gozamos de su presencia;
por ahí tendríamos que empezar siempre cuando nos queremos poner en
oración, saber que estamos en su presencia,
que nos sentimos en su presencia y disfrutar de su presencia. Y saldrá luego espontánea
nuestra oración, porque le contaremos pero también le escucharemos porque El
tendrá también muchas cosas que contarnos y que solo las podemos escuchar allá
en lo más hondo de nosotros mismos, en nuestro corazón si así sabemos estar con
El.
O simplemente estaremos, aunque sea en silencio en su
presencia, porque en ese silencio quizá se hable mucho más que con
palabras. Como nos suele pasar en la
vida cuando estamos al lado de los que amamos y queremos. No hacen falta
palabras para sentir el amor de quien
nos ama o para mostrarle nuestro amor.
Entonces sí que saldremos confortados de nuestra
oración, llenos de Dios, inundados de su gracia. Nos sentiremos en verdad
renovados, nuevos, con nueva vitalidad, con nuevos ojos para mirar a nuestro
alrededor, con un corazón rejuvenecido para amar de un modo nuevo. Es lo que
les sucedió en aquella ocasión. Estaban en aquel lugar tranquilo y apartado y
pronto vieron a su alrededor que había mucha gente hambrienta de Dios. ‘Vio una multitud y le dio lastima de
ellos porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Pero creo que hemos de reconocer que no solo fue Jesús
el que vio a aquella multitud, sino que la vieron los discípulos también y la
verían también con una nueva mirada, como la mirada de Jesús. Así nos sucederá
cuando estemos de esa manera con Jesús, que comenzaremos a tener esa nueva
mirada. No temamos irnos con Jesús cuando El quiera llevarnos a ese sitio
apartado y tranquilo de la oración. Dejémonos inundar de su presencia y de su amor. Merece la pena.