La Presentación de Jesús con olores de ofrenda y purificación, de Epifanía y de Pascua
Mal. 3, 1-4; Sal. 23; Hebreos, 2, 14-18; Lc. 2, 22-40
‘Cuando llegó el
tiempo de la Purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a
Jerusalén, para presentarlo al Señor, de
acuerdo con la Ley del Señor’.
La fiesta de este día tiene sabor de ofrenda y de purificación, tiene los
olores aún de la Epifanía pero también preanuncian la Pascua. Son muchos los
matices que tiene esta celebración, a los que unimos por una parte la
celebración de la Vida Consagrada y para nosotros los canarios una resonancia
muy mariana, pues con esa procesión de las Candelas con que comienza la
celebración nos recuerda a nuestra Patrona la Virgen de Candelaria, aunque en
muchos lugares más se celebra a la Virgen bajo esta advocación.
‘Aquí estoy, oh Padre,
para hacer tu voluntad’,
es el grito del Hijo al entrar en el mundo que hoy vemos, podíamos decir, de
forma plástica en esta ofrenda que de todo primogénito varón se había de hacer
al Señor. Ahí está Jesús en brazos de María que es llevado al templo para el
rito de esta Ofrenda ritual, pero que es mucho más. Es la ofrenda de quien
viene para ser nuestro Salvador y Redentor; es el inicio de la ofrenda que un
día será cruenta en la cruz pero en cuya sangre nosotros seríamos purificados
de nuestros pecados para hacernos nacer a una vida nueva de gracia y de
santidad.
Por eso decimos que va a significar mucho más. Se va a
convertir aquel momento en una nueva epifanía, en una manifestación de quien
aquel niño ahora presentado al Señor, porque si allá en el Jordán resonó la voz
del Padre desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y preferido, ahora
inspirados por el Espíritu llegan unos ancianos, Simeón y Ana, que vienen
profetizando y anunciando a todos que en aquel niño habían de contemplar ‘a quien es presentado ante todos los
pueblos como el Salvador, luz para
alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel’. Ana ‘daba gracias a Dios y hablaba del niño a
todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Se cumplían las promesas. No solo el anciano Simeón
podía descansar en paz porque sus ojos habían visto al Salvador, sino que todos
podrían reconocerle así mismo como el Salvador que venía a realizar la
anunciada liberación y salvación. Nosotros así también queremos reconocerle y
de la misma manera que aquellos ancianos también queremos cantar nuestra
alabanza y nuestra acción de gracias al Señor. Con nuestras lámparas - candelas
- encendidas en nuestras manos hoy nos
hemos acercado al Señor en el comienzo de nuestra celebración. Así queremos
proclamar quien es en verdad la luz de nuestra vida y cómo deseamos estar
siempre iluminados por su luz para que podamos llegar un día a alcanzar con el
alma limpia la luz eterna, como hemos pedido en la oración inicial.
Pero decíamos también que había olor de preanuncio de
Pascua, porque las palabras con las que al anciano Simeón habla a María lo
señalan como bandera discutida para muchos, pero una espada de dolor
traspasaría un día el corazón de María transido de amor. Es, en cierto modo, un
anuncio de pasión y de dolor, que es anuncio de pascua, porque es anuncio del
paso de Dios en medio del dolor de la pasión y de la muerte para realizar
nuestra redención.
Es muy importante la celebración de este día. Y no
podemos menos que recordar en este día a todos los que han consagrado sus vidas
al Señor en la vida religiosa o en los diferentes carismas de la vida
consagrada para quienes tiene un especial significado esta celebración. Para
ellos es un motivo de renovación de su consagración al Señor, recordando esa
ofrenda de amor que han hecho de sus vidas cuando cada uno según su propio
carisma se han consagrado a Dios en el
servicio de la Iglesia y en bien de los hermanos.
Un motivo también para todos de dar gracias a Dios y en
la cercanía y conocimiento que podamos tener de religiosos o religiosas en sus
diferentes congregaciones y contemplando su dedicación y su sacrificio elevar
por ellos, en una actitud de acción de gracias, nuestra oración al Señor al
tiempo que pedir por el aumento y despertar de las vocaciones a la vida
consagrada que son una riqueza grande para la Iglesia.
María aparece continuamente en medio de nuestra celebración
de hoy estando muy presente en la escena del Evangelio. Era la purificación de
María, según lo prescribía la ley de Moisés. Pero en brazos de María y José
entra Jesús en el templo para que se realizase la ofrenda que de todo primogénito
varón había de hacerse al Señor. Y María escucha las palabras proféticas del
anciano Simeón anunciando lo que va a ser pasión y va a ser Pascua donde María
habría de ocupar también un lugar muy especial junto a la cruz de Jesús. ‘Y a ti una espada te traspasará el alma’,
le dice el anciano, con lo que está de alguna manera señalando el lugar tan
importante que María va a desempeñar al lado de la pasión de su Hijo, pero el
lugar que María va a ocupar junto a todos los que desde entonces van a ser sus
hijos, el lugar de María en la Iglesia.
María va a ser camino que nos señale a Jesús, nos
conduzca hasta Jesús, nos presente a Jesús. Ahora en la infancia de Jesús
siempre lo veremos en brazos de su madre. Pero en el momento cumbre de la
redención, aunque a ella una espada de dolor le traspase el alma, la veremos
también al lado de Jesús, participando en esa ofrenda suprema de su Hijo,
cuando ella con su dolor está haciendo también ofrenda de amor.
Cuanto nos enseña esa presencia de María junto a Jesús
y también siempre a nuestro lado. Ella
en nuestra tierra canaria también fue y sigue siendo camino que nos lleva hasta
Jesús. Su bendita imagen aparecida en las costas de Chimisay en los albores de
la conquista de estas islas prepararon el camino para que nuestros antepasados
conocieran en aquel niño que la Imagen de la Chaxiraxi llevaba en sus brazos al
Dios que es nuestro Señor y Salvador.
Así fue importante en aquellos momentos la presencia de
la imagen bendita de María, a quien llamamos de Candelaria, por la candela, la luz que lleva en sus
manos. Así sigue siendo importante esa imagen de María de Candelaria a quien
tanta devoción profesamos todos, porque de una forma incluso plástica nos está
enseñando cual es la verdadera luz que hemos de buscar para nuestras vidas
donde vamos a encontrar la salvación.
María de Candelaria, con la lámpara de luz en una mano,
pero con Jesús también en sus brazos ha sido siempre para nosotros un camino
certero que nos lleva a alcanzar la salvación. María también nos enseña, cuando
hasta ella vamos con nuestros problemas y nuestros dolores, con nuestros
sufrimientos del alma o con el sufrimiento físico también de nuestras
enfermedades o limitaciones, a hacer en nuestro dolor una ofrenda de amor, como
ella supo hacerlo al pie de la cruz de Jesús.
Traspasada el alma también por nuestros dolores y
sufrimientos, por nuestras carencias y muchas veces desesperanzas, con María a
nuestro lado, de ella aprendemos a hacer esa ofrenda de amor de nuestra vida,
en ella encontramos como de nuevo renacen nuestras esperanzas y nos sentimos
con fuerza para seguir luchando por hacer ese mundo nuestro en el que vivimos
mejor.
Pidámosle a María que se mantenga siempre encendida en
nuestras manos y en nuestro corazón esa luz de la fe y de la esperanza que
recibimos en nuestro bautismo; que nos alcance del Señor, ella que es Madre
intercesora como lo saben hacer siempre las madres, la gracia de mantener
siempre muy viva la llama de nuestro amor. Que no nos falte nunca la luz de la
vida, la luz de Jesús; que vivamos siempre iluminados por su salvación.
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