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sábado, 15 de junio de 2013

Un corazón limpio y veraz es lo que agrada al Señor

2Cor. 5, 14-21; Sal. 102; Mt. 5, 33-37
‘A vosotros os basta decir sí o no’. Así nos dice Jesús. ¡Qué hermoso cuando una persona es creíble! No necesita nada más; sabemos que su palabra es siempre sincera, veraz; no necesitamos más argumentos ni pruebas. Es la persona que se muestra siempre y en todo con sinceridad, con sinceridad total. Se le puede creer. Se puede uno fiar.
Jesús nos dice que no nos es necesario nada más. De El también dijeron, llegaron a reconocer aunque les costaba hacerlo, que era veraz, porque en El no había engaño. Y es lo que nos pide Jesús para nuestra vida. Esas actitudes interiores sinceras sin doblez ni engaño, sin apariencias que traten de deslumbrar, mostrándonos siempre con autenticidad, es lo que el Señor quiere que tengamos en nuestro corazón.
Nos hemos comenzado a hacer esta reflexión que creo que nos viene bien a partir de esas palabras de Jesús pronunciadas con la ocasión del comentario que hace sobre el tema de los juramentos. ‘Yo os digo que no juréis en absoluto’, les dice. Era algo muy habitual entre los judíos pero Jesús quiere purificar muchas cosas y muchas costumbres, como nos sucede a nosotros también.
En el mandamiento del Señor está el no tomar el nombre de Dios en vano, y es ahí donde entra el tema de los juramentos. Cuando estamos jurando por cualquier cosa o ante cualquier afirmación que hacemos porque queremos que sea creíble, fácilmente estamos tomando el nombre de Dios en vano en un juramento que realmente es innecesario. Jurar es poner a Dios por testigo de la veracidad de aquello que decimos o de la promesa que hacemos como que la vamos a cumplir.
Claro que jurar con mentira, poniendo a Dios por testigo de una falsedad nuestra es grave pecado, el perjurio y eso tiene que estar siempre lejos de nosotros porque es una ofensa grave al santo nombre de Dios. Pero por otra parte creo que hemos de tener claro que el juramento habría que dejarlo para cosas o momentos que sean realmente importantes. Son las condiciones que siempre se nos ha enseñado en el catecismo que se han de tener para que con el juramento no ofendamos el nombre santo de Dios: Que sea verdadero, que sea justo y que sea necesario por la importancia del momento.
Hay personas que parece que no saben decir dos palabras seguidas sin que por medio haya un juramento para reafirmar la verdad de lo que están diciendo. ¿Será quizá porque son tan poco creíbles por la poca autenticidad y sinceridad que hay habitualmente en sus vidas por lo que creen necesario están haciendo juramento de cualquier cosa que afirmen para que se les pueda creer? A uno le entran algunas veces esas sospechas. Es por lo que Jesús ha terminado diciéndonos hoy que nosotros nos baste decir sí o no, y con la veracidad que hay en nuestra vida será suficiente para que se nos crea.
Como decíamos al principio qué hermoso cuando una persona es creíble, cuando nos hacemos creíbles ante los demás por la sinceridad con que vivimos nuestra vida, por la rectitud de nuestro obrar, por la autenticidad con que nos mostramos en todo momento. Es una persona trasparente, decimos, porque siempre estaremos apreciando la bondad de su corazón, la justicia de su obrar. Qué desagradable se nos hace una persona mentirosa, en la que notamos esa falsedad, esa poca sinceridad; y ya no son las palabras o afirmaciones que puedan hacer en un momento determinado, sino la actitud permanente que pueda haber en sus vidas.
En el evangelio vemos a Jesús condenar con palabras fuertes a esas personas que viven en esa doblez de su vida, en esa hipocresía de querer aparentar una cosa que realmente no están viviendo por dentro. Como le dirá a los fariseos, como tantas veces hemos escuchado, son como sepulcros blanqueados, por fuera muy limpios y muy relucientes de blancura, pero dentro lo que sabemos es que hay podredumbre.

Por eso lo mejor es un corazón limpio y sin maldad, un corazón sincero y sin doblez, una vida auténtica que busca siempre lo bueno y lo justo para todos. Que haya sinceridad en nuestra vida. El Espíritu del Señor nos llene de fortaleza para esa veracidad de nuestra vida. 

viernes, 14 de junio de 2013

Seguimos a Jesús con total radicalidad viviendo su estilo de fidelidad

2Cor. 4, 7-15; Sal. 115; Mt. 5, 27-32
El seguimiento de Jesús tiene sus exigencias que se han de manifestar en nuestros comportamientos, en la manera de actuar en las distintas situaciones en que nos vamos encontrando en la vida y que nos exige también unas actitudes profundas de rectitud, de fidelidad, de generosidad y de disponibilidad para aceptar el planteamiento de Jesús. Es una nueva forma de vivir pero con unas características especiales porque se trata de vivir la misma vida de Jesús.
Somos los discípulos de Jesús, los que seguimos a Jesús. El discípulo es el que sigue a su maestro; y no se trata solo de escucharlo, porque podemos escuchar muchas cosas y que incluso nos sintamos encantados con eso que escuchamos, pero que luego no sea precisamente lo que vivamos. El verdadero discípulo que sigue a Jesús es el que quiere vivir su misma vida. No solo escucha, sino que planta en su corazón para vivirlo.
Por eso nuestros ojos y nuestro corazón están puestos de una manera fija en El, porque no queremos perdernos detalle de lo que Jesús dice y hace, y porque todo eso que vemos en Jesús y todo lo que nos enseña Jesús lo queremos llevar a nuestra vida aunque nos cueste. Con cuanta atención, entonces, estamos pendientes de su evangelio, escuchamos su Palabra, nos dejamos conducir en nuestro corazón por su Espíritu.
Y eso muchas veces nos cuesta. Nos cuesta porque hay cosas que nos distraen y no le prestamos la necesaria atención. Hay otras cosas que nos pueden llamar la atención y atraer nuestro corazón y a la larga nuestra manera de actuar lejos de los valores y principios que vemos en Jesús y El nos enseña en el Evangelio.
El tentador siempre estará detrás de nosotros para arrastrarnos por otros caminos y como a Eva en el paraíso tratará de confundirnos presentándonos como bueno lo que sabemos que no lo es; nos sugerirá en el corazón que son cosas sin importancia, que total todo el mundo lo hace así, y con mil insinuaciones, nos arrastrará lejos de esos valores que nos enseña Jesús en el evangelio. Y si somos cristianos de verdad no es simplemente hacer lo que todos hacen y porque todos lo hagan pensar ya que es bueno, sino que tenemos que analizar bien las cosas para no dejarnos seducir por el maligno.
Por eso vemos la radicalidad con que nos habla Jesús. ‘Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo… si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al abismo’. Claro que entendemos que no se trata de ir mutilándonos por ahí, sino que está diciéndonos cómo tenemos que apartarnos del mal, como tenemos que alejar de nosotros todo lo que pueda poner en peligro nuestra fe y la santidad de nuestra vida. Creo que tenemos la experiencia de que cuando condescendemos con algo que no es tan bueno, terminamos al fin dejándonos arrastrar por el mal y haciendo aquello que en principio no queríamos hacer.
Nos habla hoy Jesús en concreto de la fidelidad del amor matrimonial que no podemos nunca poner en peligro, sino que desde lo más hondo de nosotros mismos hemos de saber guardar esa fidelidad en el amor, alejando de nosotros toda tentación que nos haga desear lo que no nos está permitido. Tema este el de la fidelidad matrimonial, o de la infidelidad, del adulterio o del divorcio tan extendido en el mundo en que vivimos y que nos vamos acostumbrando a verlo tan al corriente en nuestro derredor que al final no le damos importancia.
Es triste que lleguemos a acostumbrarnos a vivir una vida así donde tanto se ha devaluado el valor de la fidelidad. Andamos como marionetas dejándonos arrastrar por el primer viento que nos llegue de nuevo y cambiando fidelidades y amores como si nos cambiáramos de camisa. Y es triste también como estos valores se van perdiendo a la hora de la educación y formación de nuestros jóvenes porque parece que ya nos guiáramos solamente por los caprichitos de la vida.

Somos discípulos de Jesús y tenemos que mirar mucho a Jesús y escuchar sus palabras y aprender de lo que nos enseña en el Evangelio para que nuestro seguimiento sea total y lo hagamos con total radicalidad. Que el Espíritu del Señor nos ilumine y nos dé fuerza.

jueves, 13 de junio de 2013

Una profundidad y una autencidad de vida nacida del amor

2Cor. 3, 15.18-4, 1.3-6; Sal. 84; Mt. 5, 20-26
Cuando en nuestro trato o relación con los demás apreciamos que las personas actúan solo por el mero cumplimiento o por la apariencia o simplemente para hacer méritos sentimos algo así como pena en nuestro interior por la superficialidad con que se actúa sin hacer las cosas sintiéndolo desde lo más hondo o con la mayor autenticidad.
Es algo que nos puede suceder en nuestra relación con el Señor y con lo que ha de ser la práctica de nuestra vida cristiana; no nos podemos quedar en meras apariencias, porque denotarían una falsedad cuando hacemos algo que no lo sentimos en nuestro interior, o cuando hacemos las cosas como mero cumplimiento porque denotaría una cierta superficialidad en nuestro obrar.
Jesús nos pide autenticidad, profundidad a aquello que hacemos o con lo que queremos responder en nuestra vida cristiana a todo lo que El nos ofrece. Ayer le escuchábamos que nos decía que no venía a abolir sino a dar plenitud; hoy nos dice que si no somos mejores que los escribas y fariseos no entenderíamos lo que es el Reino de los cielos. Ya sabemos cómo los fariseos eran muy minuciosos en sus cumplimientos quedándose en el cumplimiento estricto de las más pequeñas cosas pero sin darle hondura a sus vidas, porque mientras tanto sus posturas iban bien lejos de lo que les pedía el Señor con sus interpretaciones tan a la letra de la ley de Dios.
Como escuchamos decir tantas veces ‘yo no mato ni robo, yo no tengo pecados’, sin embargo Jesús quiere abrirnos los ojos para que nos demos cuenta de que en ese mandamiento de amor no se trata de quitar o no la vida de alguien, sino que el amor ha de ir mucho más allá.
‘Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado’. Luego ese mandamiento no es el hecho de matar o no, sino que ahí entrará todo lo que sea falta de amor hacia el hermano; nos habla de peleas, como nos habla de los insultos o palabras que con violencia digamos contra los demás, pero bien sabemos que no nos podemos quedar en la letra solamente de lo que nos dice Jesús.
Ahí tenemos que saber apreciar todo lo que es la delicadeza del amor, el buen trato, el respeto, las buenas palabras, lo que seamos capaces de compartir con el otro, la sinceridad con que vivamos nuestras mutuas relaciones. En muchas cosas, en muchos detalles tendríamos que fijarnos, muchas actitudes nuevas se necesitan en nuestro corazón.
Y nos hablará también de reconciliación, de reencuentro y de búsqueda de entendimiento en aquellas cosas en las que podamos discrepar. Lo que entrañaría también la capacidad de comprendernos y de perdonarnos. Si nos amamos de verdad, porque ahí está la raíz y lo que le va a dar profundidad y autenticidad a lo que hacemos, es la búsqueda siempre de lo bueno para los otros porque todos hemos de sentirnos siempre hermanos.
No es solo ya que no nos ofendamos o dañemos mutuamente sino que amándonos hemos de buscar siempre el bien para el otro que es mi hermano. Por eso  nos habla de reconciliarnos antes de presentar nuestra ofrenda en el altar o de buscar la armonía y la paz en los pleitos que podamos tener antes de que sea tarde y más difícil la reconciliación.
¿Cómo podemos presentarnos ante Dios para presenta nuestra ofrenda o nuestra acción de gracias o para pedir misericordia para nosotros, si no somos capaces de tener misericordia con el hermano? Ese amor, esa reconciliación, ese entendimiento y esa búsqueda de armonía y paz, aunque nos cueste, es la mejor ofrenda que podemos presentar al Señor.

Seguiremos escuchando el sermón del monte donde Jesús nos va desgranando ese mensaje para que lleguemos a entender de verdad y a vivir todo lo que es el Reino de Dios.

miércoles, 12 de junio de 2013

No olvidemos que la ley del Señor nos conduce a la plenitud

2Cor. 3, 4-11; Sal. 98; Mt. 5, 17-19
Hoy nadie quiere someterse a normas o leyes; pensamos que nosotros sabemos lo que tenemos que hacer y que  no nos haga falta que nadie nos diga lo que hemos de hacer, como no  nos gusta que nos digan lo que es bueno o lo que no es bueno. Yo actúo según mi conciencia, decimos, pero quizá eso de nuestra conciencia es simplemente nuestro yo subjetivo sin referencia a ningún principio objetivo. Creo que somos muy subjetivistas y nos convertimos nosotros en norma de nosotros mismos sin querer aceptar una norma objetiva que nos ayude.
Pero eso nos pasa hoy y tenemos que decir que ha pasado siempre. Cuando hay cualquier cambio de tipo social enseguida lo que se pretende es que se nos quiten esas normas o leyes y a la larga caemos en una pendiente peligrosa porque en nombre de nuestra libertad personal podemos estar conculcando la libertad o los derechos que puedan tener también las otras personas.
Creo que detrás de las palabras que le escuchamos a Jesús hoy está una reacción o unos deseos en este sentido de muchos de los que lo escuchaban. ‘No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas, les dice, no he venido a abolir sino a dar plenitud’. Y nos habla de que hasta lo más pequeño o lo que nos parece menos importante tiene su valor y su significado.
Ya sabemos que no es aceptar la ley por la ley. Ya nos decía el apóstol en la carta a los corintios que Dios ‘nos ha capacitado para servidores de una alianza nueva: no basada en pura letra, sino en el Espíritu, porque la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida’. Por eso tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor para que alcancemos esa plenitud de la que nos ha hablado Jesús que viene a darle a la ley del Señor.
Los mandamientos no son un capricho de Dios, por así decirlo. Son un camino, inscrito además en nuestros corazones en lo que llamamos la ley natural, que conducen nuestra vida por esos caminos de plenitud. Nunca el mandamiento del Señor daña o merma la libertad del hombre, sino todo lo contrario. Nos está señalando el camino, un camino que si respetamos nos hace felices a nosotros y ayudaremos a ser felices a cuantos nos rodean, porque siempre el mandamiento del Señor lo que busca es el bien y la felicidad del hombre, de toda persona.
No somos esclavos de la ley, sino que siguiendo ese mandamiento del Señor y dejándonos conducir y además fortalecer por el Espíritu divino nos hace más libres, nos hace más felices, y en ese respeto que surge hacia los demás, que con el mandato de Jesús además se convierte en amor, haremos un mundo mejor, un mundo donde reine la felicidad y la paz, porque reinará la justicia y el bien de toda persona. Es precisamente por esos caminos del amor por donde Jesús nos quiere llevar a la plenitud.
Pero ya sabemos que se nos mete por dentro el orgullo en nuestro corazón que nos incita a la rebeldía, a creernos dioses de nosotros mismos y al tiempo en dioses y señores de los demás porque terminaremos queriendo a la larga imponer lo nuestro a cuantos nos rodean.
Recordemos cómo allá en la primera página de la Biblia ya aparece esa tentación al hombre, la tentación al orgullo, a rebelarse y no querer reconocer lo que el Señor había señalado para el hombre; recordemos que el tentador le dice a Eva que serían dioses si comían del fruto de aquel árbol. Queremos ser dioses; no queremos nunca que nada ni nadie esté por encima de nosotros y por eso tanto nos cuesta aceptar lo que es la voluntad del Señor olvidando qué es lo que realmente Dios quiere para el hombre.

Desde el reconocimiento del Dios que nos ama y siempre quiere lo mejor para nosotros buscamos y aceptamos su voluntad siendo conscientes de que buscaremos la gloria del Señor cuando buscamos el bien del hombre, de todo hombre, de toda persona que está a nuestro lado. Que el Espíritu del Señor nos ilumine para que comprendamos de verdad lo que es la voluntad del Señor y dejándonos conducir por el Espíritu hagamos esos caminos de plenitud a los que estamos llamados, caminos siempre para la gloria del Señor.

martes, 11 de junio de 2013

Bernabé, hombre de bien lleno de Espíritu Santo y de fe

Hechos, 11, 21-26; 13, 1-3; Sal. 97; Mt. 10, 7-13
‘Dichoso este santo que mereció ser contado entre los apóstoles, pues era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe’. Con esta bendicion y alabanza ha comenzado la liturgia de hoy para honrar y celebrar a san Bernabé.
Cuando en el tiempo de pascua escuchábamos en la lectura de cada día el libro de los Hechos de los Apostoles nos apareció repetidamente la figura de Bernabé. Su nombre era José pero los apóstoles lo llamaron Bernabé que significa algo así como el que sabe consolar, el consolador. Hombre de bien lo llama la liturgia recogiendo también esas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles cuando fue enviado a la comunidad de Antioquía de Siria.
Esta expresión puede hacer referencia por una parte a la generosidad de su corazón pues, como habíamos escuchado en los Hechos, había vendido sus campos para poner a los pies de los apóstoles el dinero recibido en beneficio de los pobres de la comunidad de Jerusalén. Hombre de bien en su generosidad en compartir, como destacaba aquella comunidad donde nadie pasaba necesidad porque todo lo ponían en común.
Pero decir hombre de bien es reconocer su rectitud y su prudencia, su saber hacer y estar en cada momento de la manera oportuna para buscar la paz y la armonía o para saber sacar a flote también los valores de los demás en beneficio de la comunidad. Es lo que le vemos hacer en aquella comunidad de Antioquía a donde fue enviado animando a aquella comunidad que iba creciendo más y más en el número de los creyentes, que como sabemos fue allí donde comenzaron a llamarse cristianos los que seguían el camino de Jesús.
Pero habría que destacar cómo supo ir a buscar a Saulo, recién convertido, que se había refugiado en su pueblo natal de Tarso, pero que ahora Bernabé trae y presenta a la comunidad para el buen servicio y todo el bien que va a hacer a la Iglesia.
En el texto que hemos escuchado hay otro aspecto que tendríamos que destacar. Saulo y Bernabé son señalados por el Espíritu Santo para una misión importante que se les va a confiar. ‘Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a la que los he llamado’. En medio de oraciones y ayunos les imponen las manos, como signo de esa presencia del Espíritu en sus corazones, y comienza lo que va a ser el primer viaje apostólico de Saulo, que pronto se llamará Pablo, acompañado de Bernabé. Ya hemos escuchado y comentado ese hecho y ese viaje apóstolico en el tiempo de Pascua.
Con lo que vamos comentando de alguna manera ya vamos explicando lo que recordábamos al principio de la antífona del comienzo de la celebración. Allí se decía de Bernabé ‘hombre de bien, lleno del Espíritu Santo y de fe’. Casi no es necesario explicar más porque lo estamos viendo claramente cómo es el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo. Impulsado por el Espíritu fue enviado a aquella comunidad; impulsado por el Espíritu va a Tarso a buscar a Pablo para presentarlo a la comunidad; y ahora impulsado por el Espíritu, junto con Pablo, saldrá por el mundo siguiendo el mandato de Jesús para anunciar el Evangelio. ¿Quién puede vivir esa disponibilidad tan exquisita si no es un hombre de una fe profunda y llena de vida? ‘Lleno del Espíritu Santo y de fe’. En Chipre, su tierra, alcanzará el final de sus días y sufriría el martirio cerca de Salamina.
Y todo esto que venimos comentando y reflexionando, ¿para nuestra vida qué? ¿Qué mensaje podríamos aprender de san Bernabé? Hemos hablado de su generosidad y de su disponibilidad, de la rectitud de su vida y de su inquietud apóstolica, que le merecerá ser contado entre los apóstoles, aunque no formara parte del grupo de los Doce. Es lo que tendríamos que pedir al Señor con la intercesión de san Bernabé. Esa disponibilidad del corazón para el compartir, pero esa generosidad para ser capaces de darnos por los demás en el nombre del Evangelio.

‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’, les dice Jesús a los discípulos que envía para anunciar el evangelio. Y si nos fijamos bien en lo que nos dice hoy el evangelio es necesario esa disponibilidad y esa generosidad del corazón de manera amplia para hacer ese anuncio. No vamos a ir apoyados en elementos humanos y por eso Jesús nos manda ir desprendidos de todo. La confianza la ponemos en el Señor; la fuerza la tenemos en el Señor; será el Espíritu divino el que nos inspirará lo que hemos de hacer y lo que hemos de anunciar. A nosotros nos toca dejarnos conducir por el Espíriu del Señor, como lo estamos viendo hoy en Bernabé. Que el Señor nos dé esa generosidad y esa disponibilidad.

lunes, 10 de junio de 2013

Las bienaventuranzas un mensaje que nos anuncia el Reino y despierta nuestros corazones

2Cor. 1, 1-7; Sal. 33; Mt. 5, 1-12
El primer anuncio que va haciendo Jesús cuando comienza su predicación y su actuar en público es el Reino de Dios. Invitaba a la conversión del corazón para creer en el Reino de Dios que llegaba y por eso les invitaba al mismo tiempo a creer en El. En el corazón de la gente se despierta la esperanza que había sido alimentada durante siglos por los profetas pero había momentos que parecía que esas promesas se marchitaban porque no terminaban de cumplirse todos aquellos anuncios de los profetas.
Primero había aparecido Juan en el desierto junto al Jordán bautizando e invitando también a la conversión porque la llegada era inminente y ahora era Jesús el que recorría los caminos de toda Palestina, pero de manera especial por Galilea anunciando que el Reino de Dios ya estaba ahí. La gente le seguía, veían sus milagros, cómo curaba a los enfermos y todos acudían a El. Se despertaban de nuevo las esperanzas.
Aunque había momentos en que no terminaban de entender y seguro que se entablaría un diálogo hermoso entre Jesús y las gentes; Jesús que anunciaba la llegada del Reino y ellos que mirando su situación y su vida no entendían que el Reino pudiera llegar para ellos. Seguían sumidos en la pobreza, muchos sufrimientos atenazaban sus corazones y ponían limitación al movimiento de sus propios cuerpos; tenían deseos de justicia y de un mundo nuevo, pero campaban a su alrededor las injusticias, las discriminaciones, los odios en muchos corazones; mucho intentaban lo bueno y no eran comprendidos o incluso perseguidos, faltaba verdadera paz y muchas eran las lágrimas que seguían corriendo por sus rostros y amargando sus corazones, ¿cómo podía decir Jesús que llegaba el Reino de Dios y el Reino era para ellos? ¿cómo podía decirles Jesús que serian felices si había tantas carencias en su pobreza y tantas amarguras en sus corazones?
Pero Jesús se los dice claramente y con firmeza; los llama dichosos y les dice que serán felices de verdad porque el Reino de Dios es para los pobres; porque los que lloran serán consolados y los que buscan la paz serán llamados hijos de Dios; los que sufren por tantas cosas van a poseer lo que más desean y los que tienen verdaderas ansias de justicia, de bien y de verdad van a ver cumplidas sus aspiraciones; que los que son buenos y tienen un buen corazón para los demás se verán premiados con una misericordia infinita y los que son perseguidos tienen que estar felices porque es señal de que están haciendo presente de verdad el Reino de Dios en sus vidas y anunciándoselo a los demás aunque no lo comprendan.
Pueden parecer palabras no del todo comprensibles y hasta en cierto modo contradictorias mirándolo desde lo humano, pero cuando lo van pensando bien sus corazones se llenan de esperanza. Algo nuevo puede comenzar en sus vidas y renace la esperanza. La pobreza de bienes materiales no es obstáculo para alcanzar la verdadera felicidad pero el ser feliz y dichoso es algo mucho más hondo que la posesión de unos bienes. Y así con todas las cosas que les va diciendo Jesús. Aunque haya sufrimientos hay una paz y una alegría que se vive en el corazón que nada nos la podrá arrancar. Con Jesús aprendemos a buscar las cosas que verdaderamente merecen la pena y no las cosas efímeras que brillan un momento y pronto se acaban.
Son palabras de Jesús que tenemos que seguir escuchando hoy. Si escucháramos con corazón abierto el mensaje de las bienaventuranzas otra paz sentiríamos en el corazón y en verdad nos convenceríamos de que podemos hacer un mundo nuevo y mejor y nos pondríamos a ello inmediatamente. Si llegamos a comenzar a pensar así y a actuar en consecuencia es señal de que el Reino de Dios está llegando a nosotros. Y eso nos va a producir una inmensa paz en el corazón porque aprenderemos a darnos sin esperar recompensas humanas y sentiremos la satisfacción del bien que hemos hecho y de lo felices que podemos comenzar a ver a los que están a nuestro lado.

Escuchemos con corazón abierto su mensaje porque también necesitamos despertar la esperanza en nuestros corazones y animar a cuantos están a nuestro lado envueltos en tantos sufrimientos que les han llevado a la desesperanza para que rehagan sus vidas y sus corazones. En Jesús encontraremos esa plenitud y esa felicidad que El nos promete. Estemos ciertos de sus palabras que tendrán cumplimiento y no pasarán. 

domingo, 9 de junio de 2013

El Emmanuel nos sale al encuentro en medio de un mundo de dolor

1Reyes, 17, 17-24; Sal. 29; Gál. 1, 11-19; Lc. 7, 11-17
Jesús es el Emmanuel anunciado por los profetas; Dios con nosotros que camina en medio de nosotros, que ha tomado nuestra misma vida y está a nuestro lado haciendo nuestro mismo camino. Cuando meditamos el misterio de la Encarnación de Dios muchas veces tenemos el peligro o la tentación de quedarnos en el hecho de la Navidad, y porque le vemos nacer niño en Belén en medio de aquella pobreza al pensar en el Dios encarnado fácilmente nos quedamos con esa imagen de Dios hecho niño en el portal de Belén.
Hemos de saberle ver en todas las situaciones de su vida, tal como nos lo narra el evangelio, pero verlo también en todas las situaciones de la vida por las que nosotros pasamos y donde tenemos que contemplarle también como el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, a nuestro lado en cualquiera de esas situaciones que vivimos. Una lectura atenta del Evangelio nos hace ver y comprender cómo Jesús está en verdad en medio de los hombres, acercándose al hombre, cualquiera que sea la situación que vivamos. En todo momento El se acerca a nosotros como luz, como vida, como salvación, llenándonos de su gracia salvadora.
Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. Jesús caminando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pasando de una a otra por todas las situaciones y circunstancias humanas. ‘Jesús de camino llega a una ciudad llamada Naim’ y ahí se va a encontrar con una situación bien dolorosa y donde se nos va a manifestar la vida que nos ofrece y todo su amor. Lo acompañaban los discípulos y mucho gentío, nos dice el evangelista. Se encuentra ‘cuando se acercaba a la entrada de la ciudad que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda; y un gentío considerable de la ciudad lo acompañaba’.
El impacto del encuentro de los que venían con Jesús con aquel cortejo y aquella multitud silenciosa que acompañaba al difunto que iban a enterrar y a su madre tenía que ser fuerte. Allí estaba el dolor y el sufrimiento que siempre se produce ante la muerte de alguien, en este caso joven; dolor y sufrimiento aumentado si cabe en aquella madre que ha perdido a su hijo único y se va a quedar sola y desamparada.
La situación de las viudas no era fácil en Israel en aquellos tiempos; veremos siempre que cuando se trata de socorrer a alguien que pasa necesidad se hablará de huérfanos y viudas. En este caso doblemente, podríamos decir, porque aquella madre viuda no tenía más hijo que el que había fallecido. Grande sería la soledad y el desamparo que la esperaba. Por eso podemos imaginar sin mucha equivocación el silencio impactante que envolvía a los que iban en aquel cortejo.
Y allí está Jesús. Jesús que nos sale al encuentro en la vida allí donde estamos con nuestros sufrimientos o  nuestra muerte. Sólo se oye el llanto doloroso de aquella madre a la que Jesús le dirá: ‘No llores’. Y Jesús que se acerca al ataúd haciendo detenerse a los que lo llevaban. ‘¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!... y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, entregándoselo Jesús a su madre’.
Ahora el silencio se rompe y como a coro todos ‘sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’. Aquella gente sencilla sabe descubrir las obras maravillosas del Señor. ‘Dios ha visitado a su pueblo’, es el grito ahora y el clamor. Nos recuerda las bendiciones de Zacarías en el nacimiento de su hijo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y ha redimido a su pueblo… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto’. Es Dios que se está haciendo presente allí. Lo reconocen en Jesús y en sus obras, aunque más tarde otros quieran negarlo. Pero allí están los pequeños y los sencillos que son los que saben descubrir las obras de Dios, que son a los que Dios quiere revelarse.
Si los filósofos quieren definir al ser humano como homo patiens, el ser que sufre, que tiene la capacidad del sufrimiento, ahora podemos descubrir el rostro del Dios compasivo, del Dios que sufriendo con nosotros nos manifiesta su amor acercándose a nuestra vida y a nuestro mundo en esa situación de dolor y sufrimiento que podamos padecer. Compasivo que es ‘padecer con’; el Señor es compasivo con nosotros porque nuestro sufrimiento no le es ajeno; ante nuestro sufrimiento El nos manifiesta su ternura y su amor acercándose a nosotros, padeciendo con nosotros, haciendo suyos nuestros sufrimientos, derramando su gracia y su amor sobre nuestra vida.
Ahí le vemos en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, sufriendo con nosotros y amándonos y regalándonos la ternura de su amor y de su vida en nuestro propio sufrimiento. El Evangelio de Lucas que estamos siguiendo en este ciclo C nos habla continuamente de esa misericordia y de esa ternura de Jesús con los pobres, los enfermos, los pecadores.
‘No llores’, le dice de entrada a aquella mujer que está envuelta en el dolor y sufrimiento de la muerte de su hijo con todo lo que ello significaba para su vida y lo que podría ser su futuro. Y nos dice el evangelista que Jesús sintió lástima, se conmovió, se le revolvieron sus entrañas, podríamos decir, y se manifestó en verdad compasivo de aquella mujer. Allí estaba a su lado Jesús con sus entrañas conmovidas, como cuando le vemos sufrir ante la tumba de Lázaro, su amigo, en que le brotan lágrimas de sus ojos, o como cuando lo vemos sufrir por su ciudad querida, Jerusalén, sabiendo todo lo que la va a destruir, llorando también por ella.
‘Dios ha visitado a su pueblo’. Dios se sigue haciendo presente en medio del sufrimiento de nuestro mundo. Dios no es ajeno al sufrimiento que padecemos los hombres. Recordamos lo que le decía a Moisés, allá en medio de la zarza ardiente, que ha escuchado el clamor de su pueblo y va a enviarle a Libertador para que lo libere. Dios ha escuchado el clamor de la humanidad sufriente y nos envió a su Hijo único porque así tan grande era su amor que nos lo entregaba. Dios sigue escuchando el clamor de su pueblo, de toda la humanidad y en nuestras manos está el hacer presente a Dios en medio de los hombres.
¿No nos estará pidiendo el Señor que a través de nuestra solidaridad y de nuestro amor, a través de nuestro compromiso serio por hacer que nuestro mundo sea más justo y viva en paz se manifieste ese rostro compasivo de Dios para todos los hombres? Tenemos que ser sembradores de paz y de esperanza; tenemos que seguir repartiendo amor entre los que nos rodean; con nuestros gestos de solidaridad al compartir con los demás tenemos que despertar esos sentimientos en cuantos nos rodean; hemos da aprender a poner los verdaderos cimientos de un mundo mejor y más justo que entre todos construyamos.
Mucho sufrimiento hay en nuestro derredor con los problemas que vive la gente de hoy. Tenemos que aprender como Jesús a acercarnos al lado del que sufre; tenemos que buscar la manera de detener esa carrera de muerte en la que viven tantos con la falsedad de sus vidas, con su trato injusto para con los demás, con esa violencia de la que hemos llenado nuestra vida en palabras, en gestos y muchos hechos muy concretos; tenemos que tender la mano como lo hizo Jesús con aquel muchacho que llevaban a enterrar porque con nuestra mano de solidaridad tendida podemos levantar a tantos de su postración y de su sufrimiento. Mostrando con sinceridad nuestro rostro compasivo estaremos mostrando el rostro compasivo y misericordioso de Dios.
Dios sigue siendo el Emmanuel, pero mucho de nosotros depende que el mundo crea y descubra ese rostro compasivo de Dios. Es el mensaje que quiere dejarnos hoy el Señor en su Palabra. ¿Qué respuesta le vamos a dar?