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domingo, 9 de junio de 2013

El Emmanuel nos sale al encuentro en medio de un mundo de dolor

1Reyes, 17, 17-24; Sal. 29; Gál. 1, 11-19; Lc. 7, 11-17
Jesús es el Emmanuel anunciado por los profetas; Dios con nosotros que camina en medio de nosotros, que ha tomado nuestra misma vida y está a nuestro lado haciendo nuestro mismo camino. Cuando meditamos el misterio de la Encarnación de Dios muchas veces tenemos el peligro o la tentación de quedarnos en el hecho de la Navidad, y porque le vemos nacer niño en Belén en medio de aquella pobreza al pensar en el Dios encarnado fácilmente nos quedamos con esa imagen de Dios hecho niño en el portal de Belén.
Hemos de saberle ver en todas las situaciones de su vida, tal como nos lo narra el evangelio, pero verlo también en todas las situaciones de la vida por las que nosotros pasamos y donde tenemos que contemplarle también como el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, a nuestro lado en cualquiera de esas situaciones que vivimos. Una lectura atenta del Evangelio nos hace ver y comprender cómo Jesús está en verdad en medio de los hombres, acercándose al hombre, cualquiera que sea la situación que vivamos. En todo momento El se acerca a nosotros como luz, como vida, como salvación, llenándonos de su gracia salvadora.
Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. Jesús caminando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pasando de una a otra por todas las situaciones y circunstancias humanas. ‘Jesús de camino llega a una ciudad llamada Naim’ y ahí se va a encontrar con una situación bien dolorosa y donde se nos va a manifestar la vida que nos ofrece y todo su amor. Lo acompañaban los discípulos y mucho gentío, nos dice el evangelista. Se encuentra ‘cuando se acercaba a la entrada de la ciudad que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda; y un gentío considerable de la ciudad lo acompañaba’.
El impacto del encuentro de los que venían con Jesús con aquel cortejo y aquella multitud silenciosa que acompañaba al difunto que iban a enterrar y a su madre tenía que ser fuerte. Allí estaba el dolor y el sufrimiento que siempre se produce ante la muerte de alguien, en este caso joven; dolor y sufrimiento aumentado si cabe en aquella madre que ha perdido a su hijo único y se va a quedar sola y desamparada.
La situación de las viudas no era fácil en Israel en aquellos tiempos; veremos siempre que cuando se trata de socorrer a alguien que pasa necesidad se hablará de huérfanos y viudas. En este caso doblemente, podríamos decir, porque aquella madre viuda no tenía más hijo que el que había fallecido. Grande sería la soledad y el desamparo que la esperaba. Por eso podemos imaginar sin mucha equivocación el silencio impactante que envolvía a los que iban en aquel cortejo.
Y allí está Jesús. Jesús que nos sale al encuentro en la vida allí donde estamos con nuestros sufrimientos o  nuestra muerte. Sólo se oye el llanto doloroso de aquella madre a la que Jesús le dirá: ‘No llores’. Y Jesús que se acerca al ataúd haciendo detenerse a los que lo llevaban. ‘¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!... y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, entregándoselo Jesús a su madre’.
Ahora el silencio se rompe y como a coro todos ‘sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’. Aquella gente sencilla sabe descubrir las obras maravillosas del Señor. ‘Dios ha visitado a su pueblo’, es el grito ahora y el clamor. Nos recuerda las bendiciones de Zacarías en el nacimiento de su hijo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y ha redimido a su pueblo… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto’. Es Dios que se está haciendo presente allí. Lo reconocen en Jesús y en sus obras, aunque más tarde otros quieran negarlo. Pero allí están los pequeños y los sencillos que son los que saben descubrir las obras de Dios, que son a los que Dios quiere revelarse.
Si los filósofos quieren definir al ser humano como homo patiens, el ser que sufre, que tiene la capacidad del sufrimiento, ahora podemos descubrir el rostro del Dios compasivo, del Dios que sufriendo con nosotros nos manifiesta su amor acercándose a nuestra vida y a nuestro mundo en esa situación de dolor y sufrimiento que podamos padecer. Compasivo que es ‘padecer con’; el Señor es compasivo con nosotros porque nuestro sufrimiento no le es ajeno; ante nuestro sufrimiento El nos manifiesta su ternura y su amor acercándose a nosotros, padeciendo con nosotros, haciendo suyos nuestros sufrimientos, derramando su gracia y su amor sobre nuestra vida.
Ahí le vemos en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, sufriendo con nosotros y amándonos y regalándonos la ternura de su amor y de su vida en nuestro propio sufrimiento. El Evangelio de Lucas que estamos siguiendo en este ciclo C nos habla continuamente de esa misericordia y de esa ternura de Jesús con los pobres, los enfermos, los pecadores.
‘No llores’, le dice de entrada a aquella mujer que está envuelta en el dolor y sufrimiento de la muerte de su hijo con todo lo que ello significaba para su vida y lo que podría ser su futuro. Y nos dice el evangelista que Jesús sintió lástima, se conmovió, se le revolvieron sus entrañas, podríamos decir, y se manifestó en verdad compasivo de aquella mujer. Allí estaba a su lado Jesús con sus entrañas conmovidas, como cuando le vemos sufrir ante la tumba de Lázaro, su amigo, en que le brotan lágrimas de sus ojos, o como cuando lo vemos sufrir por su ciudad querida, Jerusalén, sabiendo todo lo que la va a destruir, llorando también por ella.
‘Dios ha visitado a su pueblo’. Dios se sigue haciendo presente en medio del sufrimiento de nuestro mundo. Dios no es ajeno al sufrimiento que padecemos los hombres. Recordamos lo que le decía a Moisés, allá en medio de la zarza ardiente, que ha escuchado el clamor de su pueblo y va a enviarle a Libertador para que lo libere. Dios ha escuchado el clamor de la humanidad sufriente y nos envió a su Hijo único porque así tan grande era su amor que nos lo entregaba. Dios sigue escuchando el clamor de su pueblo, de toda la humanidad y en nuestras manos está el hacer presente a Dios en medio de los hombres.
¿No nos estará pidiendo el Señor que a través de nuestra solidaridad y de nuestro amor, a través de nuestro compromiso serio por hacer que nuestro mundo sea más justo y viva en paz se manifieste ese rostro compasivo de Dios para todos los hombres? Tenemos que ser sembradores de paz y de esperanza; tenemos que seguir repartiendo amor entre los que nos rodean; con nuestros gestos de solidaridad al compartir con los demás tenemos que despertar esos sentimientos en cuantos nos rodean; hemos da aprender a poner los verdaderos cimientos de un mundo mejor y más justo que entre todos construyamos.
Mucho sufrimiento hay en nuestro derredor con los problemas que vive la gente de hoy. Tenemos que aprender como Jesús a acercarnos al lado del que sufre; tenemos que buscar la manera de detener esa carrera de muerte en la que viven tantos con la falsedad de sus vidas, con su trato injusto para con los demás, con esa violencia de la que hemos llenado nuestra vida en palabras, en gestos y muchos hechos muy concretos; tenemos que tender la mano como lo hizo Jesús con aquel muchacho que llevaban a enterrar porque con nuestra mano de solidaridad tendida podemos levantar a tantos de su postración y de su sufrimiento. Mostrando con sinceridad nuestro rostro compasivo estaremos mostrando el rostro compasivo y misericordioso de Dios.
Dios sigue siendo el Emmanuel, pero mucho de nosotros depende que el mundo crea y descubra ese rostro compasivo de Dios. Es el mensaje que quiere dejarnos hoy el Señor en su Palabra. ¿Qué respuesta le vamos a dar?


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