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sábado, 16 de septiembre de 2017

Ni superficialidades ni vanidades, sino hondura profunda cuando fundamentamos bien nuestra vida en los auténticos valores y en la Palabra de Dios

Ni superficialidades ni vanidades, sino hondura profunda cuando fundamentamos bien nuestra vida en los auténticos valores y en la Palabra de Dios

1Timoteo 1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49

¿Cómo podemos pedirle a un árbol que nos dé buenos y abundantes frutos si no lo hemos cuidado debidamente? ¿Cómo podemos tener un edificio de sólida estructura si no le hemos dotado de unos buenos cimientos? ¿Cómo podemos pedir a una persona que llegue a una madurez humana, a un inmejorable desarrollo profesional, a lograr dignidad para su vida que le haga ser valorado y apreciado en la sociedad si antes no ha habido verdadera preocupación en su niñez y en su juventud de dotarle de buenos principios y valores para que tuviera la capacidad de ese desarrollo pleno de su persona?
Nos encontramos sí árboles que nos dan frutos dañados, o edificios que se nos vienen abajo ante la menor contingencia, pero lo peor seria que nos encontremos personas que por su edad han de ser personas adultas pero que en realidad siguen siendo como niños sin valores ni principios.
Así nos encontramos con personas que viven de la vanidad y de la apariencia, pero que en el fondo de su vida carecen de verdaderos valores; quizá tenían muchas posibilidades en su vida por sus cualidades innatas, pero no hubo quien les ayudara a desarrollarlas adecuadamente para ser capaces de hacer florecer en la vida todas esas potencialidades que le ayudarían a si mismos en la consecución de una mayor plenitud y felicidad y que al mismo tiempo tanto podrían hacer por los demás, para mejorar nuestro mundo.
Quienes viven de apariencias y escaparate pronto se les va a descubrir el vacío que llevan interiormente y cuando les fallen esos falsos oropeles van a sentirse hundidos con sus vidas llenas de negrura porque nunca supieron apreciar la luz de los verdaderos valores.
Un edificio por fuera puede aparentar en su fachada muchas cosas bellas, pero si su interior no está debidamente cuidado y ordenado la vida en su interior no será precisamente un camino de felicidad. No vivimos la vida verdadera en la fachada sino allá en lo más hondo de nosotros mismos, por eso es tan necesario cuidar nuestro interior, desarrollar esos valores perennes que nos van a dar una verdadera estabilidad a nuestra vida y que va a ser donde encontremos fuerza para sostenernos cuando nos puedan aparecen los momentos oscuros de las dificultades que nunca falta en la vida.
Hoy Jesús nos habla de árbol bueno que no da fruto dañado y de que cada árbol ha de dar su fruto. Como dice el refrán no le podemos pedir peras al olmo. Pero nos dice lo importante es que estemos sanos por dentro, porque de lo que tenemos en el corazón habla la boca. Es lo que decíamos antes del desarrollo de cada persona desde sus capacidades y posibilidades en la vida, pero como nos dirá en otro momento del evangelio aunque nos parezca que los talentos son pocos no hemos de dejar de desarrollarlos.
No habla también de los verdaderos cimientos de nuestra vida. No podemos edificar sobre arena movediza sino sobre dura roca. Son esos principios, son esos valores, es la hondura de nuestra fe, es la escucha atenta y profunda de la Palabra de Dios en nuestra vida. Será así firme el edificio de nuestra vida, estará bien fundamentado y como decíamos antes bien orientado en nuestro interior para poderle dar esa estabilidad, esa plenitud, esa felicidad a la vida y a los que nos rodean.
Así nuestra relación con el Señor no será superficial; así resplandecerá de verdad el amor en nuestra vida; así podremos vivir ese compromiso serio por hacer que nuestro mundo sea mejor; así trabajaremos siempre para que todos puedan ser más felices y vivir con mayor dignidad.

viernes, 15 de septiembre de 2017

María, Virgen de los Dolores, nos está enseñando a estar junto a la cruz, la de Cristo, la nuestra y la de los demás


María, Virgen de los Dolores, nos está enseñando a estar junto a la cruz, la de Cristo, la nuestra y la de los demás

1Timoteo 1,1-2. 12-1; Sal. 15; Juan 19,25-27

La madre dolorosa estaba junto a la cruz de Jesús y lloraba… cuya alma triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenia…’ Con versos así canta la liturgia en uno de sus himnos litúrgicos a María, Madre de los Dolores, en esta festividad que hoy celebramos.
Permítanme contemplar a través de este cristal a tantas madres que llenas de dolor en su corazón están también al lado del sufrimiento de sus hijos. O permítanme también recordar qué hijo no ha tenido la experiencia de en algún momento doloroso de su vida haberse sentido reconfortado por la presencia de la madre que junto a nosotros estaba con nuestro dolor y con su dolor.
Experiencia habremos tenido en momentos de enfermedad, como también en otros problemas que hayamos tenido en la vida y que nos han hecho sufrir, momentos de crisis con los nubarrones cerniéndose sobre nuestras vidas, los problemas mismos que nos da la vida donde las cosas no marchan quizá como uno quisiera y se ve uno lleno de sombras y de amarguras, o tantos otros momentos en que hemos sentido el alivio de la mirada de la madre, de la mano que se posaba sobre nuestros hombros quizá en silencio, de esa palabra de aliento que con su mirada nos estaba diciendo adelante, sabiendo que ella estaba pasando también nuestro mismo sufrimiento. Momentos duros de nuestra vida, pero que se llenaban de esperanza con la presencia de nuestra madre que siempre sabía estar a nuestro lado. No necesitamos quizás muchas palabras pero su presencia lo decía todo y eso reconfortaba nuestro corazón.
Junto a la cruz de Jesús estaba. Hoy la contemplamos en ese momento supremo de dolor y de amor. No podemos separar nunca el amor del dolor de la cruz porque perdería todo su sentido. Y allí estaba la Madre, María, con su dolor unido al dolor de su Hijo, pero con su amor llenándose hasta rebosar su corazón del mismo amor de su Hijo. Estaba.
El evangelio no pone ninguna palabra en labios de María en esos momentos supremos. Pero aprendemos su lección. Era tal su sufrimiento y su amor que nos atrevemos a llamarla corredentora sabiendo que el único Redentor, por supuesto, es Cristo. Pero María estaba allí uniendo su dolor al dolor de Cristo, haciendo ella también la ofrenda de su amor.
Es la lección que hoy queremos recoger. Para hacer nuestra ofrenda, para darle sentido a nuestro dolor desde el amor, para aprender a estar también junto al dolor de nuestros hermanos que caminan a nuestro lado. Como las madres saben hacerlo, pero como tenemos que aprenderlo a hacerlo todos. Cuántos a nuestro lado necesitan esa presencia, esa mano amiga, esa mirada, esa palabra de aliento. Como lo habremos necesitado nosotros tantas veces. Como tenemos que aprender a hacerlo nosotros ahora. Es la lección de María.
María, Virgen de los Dolores como hoy la celebramos nos está enseñando a estar junto a la cruz. Junto a la cruz de Jesús para dejar que se derrame toda gracia salvadora sobre nosotros; junto a la cruz que Jesús nos enseña a tomar para seguir sus pasos en esa negación de nosotros mismos para aprender lo que es el amor verdadero; junto a nuestra cruz, la cruz de nuestras debilidades, nuestras flaquezas y tropiezos, de nuestro caminar titubeante, de esas tentaciones que repetidamente sentimos en nuestro interior, de nuestras pasiones desbordadas que tenemos que aprender a encauzar, de tantas cosas que se pueden convertir en cruz en nuestra vida y nos pueden hacer sufrir; junto a la cruz de nuestros hermanos que caminan a nuestro lado, para aprender a verlas porque demasiado ciegos vamos por la vida pensando que somos los únicos que sufrimos, para saber tender nuestra mano, para poner nuestro hombro bajo su cruz para ayudarles a llevarla haciéndosela más liviana.
Aprendamos de María a estar junto a la cruz. Ella como madre está a nuestro lado y nos enseña.

jueves, 14 de septiembre de 2017

La cruz para nosotros tiene el sentido del amor que llena de esperanza a nuestro mundo porque en la cruz siempre contemplaremos a Jesús que es el que vive para siempre

La cruz para nosotros tiene el sentido del amor que llena de esperanza a nuestro mundo porque en la cruz siempre contemplaremos a Jesús que es el que vive para siempre

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
‘Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza; al que en la cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria’. Así canta la liturgia en este día. Hoy celebramos la fiesta de la ‘Exaltación de la Santa Cruz’. Una fiesta que nos hace mirar a lo alto de la cruz; una fiesta que nos hace mirar a Cristo crucificado en ella.
Exaltar la cruz, un lugar de sufrimiento, de dolor y de muerte nos podría parecer un sin sentido. Ya san Pablo nos lo dice que era escándalo para los judíos, pero para los gentiles causa de mofa pues parecería una locura. Pero es que en la cruz nosotros estamos exaltando la vida, estamos proclamando el amor más grande, estamos gritando a todos los hombres lo que es la locura de amor de Dios por todos. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó, hasta la locura de la muerte en Cruz a su Hijo, pero para que nosotros tuviéramos vida.
La cruz es un camino de fidelidad en el amor hasta la muerte. Así nos amó Dios; así nos amó Jesús, muestra y manifestación de lo que es el amor de Dios. Fiel al Reino de Dios que anunciaba no temió la muerte; lo trataron como loco, pues su familia quería llevárselo porque no estaba en sus cabales, Herodes lo vistió con las vestiduras blancas con que eran vestidos los locos, muchas veces los judíos que estaban en contra así se manifestaban en contra de El.
Era una locura de amor, porque quería un mundo nuevo y nos estaba diciendo que sí era posible. Sembraba las semillas del amor, aunque en medio vinieran otros a sembrar cizaña para ahora la buena semilla, pero él se mantenía fiel hasta el final, aunque le quitaran la vida. Ya nos decía que no había amor más grande. Y nos lo probó subiendo a la cruz.
Es la victoria del amor y de la vida, porque al que contemplamos crucificado lo celebramos vivo y resucitado. Por eso para nosotros la cruz es un rayo de esperanza; en la cruz encontramos esa luz que hace renacer la esperanza en nuestros corazones.
La cruz está muy presente siempre en nuestra vida; ni lo podemos negar ni nos podemos amargar. Es una realidad porque son muchos los sufrimientos, los propios y los que contemplamos en el mundo que nos rodea, en tantos que caminan a nuestro lado. Pero no miramos la cruz con amargura porque en la cruz de Jesús nos llenamos de esperanza.
Sabemos bien que nos espera la vida; sabemos bien que esas buenas semillas que sembramos, aunque puedan aparecer los cardos y las malas hierbas que pretenden ahogarla – como quisieron quitar de en medio a Jesús llevándolo hasta el Calvario – esa buenas semillas un día podrán dar fruto; por eso seguimos sembrando y regando con nuestro amor y con nuestra entrega, haciendo que nuestro sufrimiento convertido en una ofrenda de amor también pueda ser un buen abono para esa tierra reseca de la que ha de brotar una flor, en la que puede renacer la esperanza, en la que puede brillar la luz de un nuevo sol.
Por eso, como dice la liturgia ‘al que en la cruz devuelve la esperanza, todo honor y toda gloria’. Es lo que queremos celebrar desde lo más hondo de nuestra vida; es lo que queremos celebrar desde nuestras propias cruces con las que queremos caminar siguiendo los pasos de Jesús.
No lo hacemos con amargura sino con la alegría de la esperanza porque sabemos que todo este mundo de sufrimiento se puede transformar, se transformará. Con Jesús, repito, aprendemos a tener esperanza; con Jesús aprendemos a ponernos en camino de ese mundo nuevo, de esa vida nueva donde no hay ni luto ni dolor, porque todo estará resplandeciente de luz, porque tendremos la vida sin fin, porque podremos vivir en la plenitud del amor.
La cruz para nosotros tiene un sentido; es el sentido del amor que llena de esperanza a nuestro mundo. Es que en la cruz siempre contemplaremos a Jesús, y sabemos que El es el que vive para siempre.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Podrán ser dichosos los pobres y los que sufren, los que lloran y los que son perseguidos porque en Jesús se vislumbra el clarear de una nueva humanidad llamada a la dicha y a la felicidad

Podrán ser dichosos los pobres y los que sufren, los que lloran y los que son perseguidos porque en Jesús se vislumbra el clarear de una nueva humanidad llamada a la dicha y a la felicidad

Colosenses 3, 1-11; Sal 144; Lucas 6, 20-26

Es el mismo evangelista Lucas el que al comienzo de la vida apostólica de Jesús nos lo sitúa en la sinagoga de Nazaret proclamando aquel texto de Isaías que anunciaba que a los pobres se les daría una buena noticia. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi y me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres, a los cautivos la liberación… el año de gracia del Señor…’ Y de labios de Jesús escuchábamos entonces en la sinagoga de Nazaret ‘esta escritura que acabáis de oír se cumple hoy’.
No tiene que resultarnos extraño ni especialmente llamativo entonces que hoy escuchemos a Jesús decirnos que son dichosos los pobres, los que sufren, los que lloran, los que son perseguidos. Tengo que decir que siempre que escucho este evangelio trato de ponerme en la piel de las gentes que entonces escuchaban a Jesús y sentir el efecto que estas palabras podían producir en sus vidas.
¿Quiénes le escuchaban? Los pobres y la gente sencilla, la gente cargada de problemas y sufrimientos, un pueblo que se sentía oprimido y maltratado, muchos que cargaban sobre si el dolor y sufrimiento enfermedades y limitaciones de todo tipo. ¿Se creerían estas palabras de Jesús? ¿Qué consuelo podrían encontrar? Bien vemos por el desarrollo del evangelio que estas palabras llenaban su corazón de esperanza; era posible que el mundo cambiase, que aquellos sufrimientos un día podrían terminar, que una liberación estaba cerca de sus vidas, que podrían encontrar la salud para sus enfermedades y se verían liberados de todas aquellas limitaciones. A Jesús acudían en masa desde todos los lugares para escucharle y era bien recibido allí donde llegaba.
Pero al mismo tiempo tengo que escuchar estas palabras de Jesús en el hoy de mi vida, en el hoy de nuestra historia, en el momento en que vivimos con todos los problemas de todo tipo que afectan a nuestra sociedad.  ¿Seremos capaces de escuchar hoy estas palabras de Jesús y despertar en nosotros la misma esperanza? ¿Podremos sentir al escuchar a Jesús que es posible que el mundo cambie, que hagamos un mundo nuevo, que seamos capaces de crear entre todos una sociedad mejor?
Pobres, gentes con muchas limitaciones de todo tipo, sufrimiento, enfermedades, problemas, crisis en las personas y en las familias, desorientación, un sociedad revuelta que no sabe por donde caminar ni realmente lo que quiere hacer, inestabilidad social, política o económica, son tantas de las cosas en las que nos vemos envueltos hoy también. Y es ahí donde tenemos que escuchar estas palabras de Jesús.
Unas palabras de Jesús que tenemos que saber escuchar en lo más hondo de nosotros y hacer que se nos revuelva la vida, que se comience a sentir una inquietud interior en el deseo de hacer que todo cambie, un revulsivo que nos despierte a un nuevo compromiso, un darnos cuenta de que con el mensaje de Jesús si lo llevamos a la práctica podremos hacer que nuestra sociedad mejore en todos los aspectos.
Es el compromiso que tiene que nacer de nuestra fe. Es el camino en el que Jesús quiere ponernos. Es Jesús que nos está diciendo que esta Escritura se cumple también en el hoy de nuestra vida, de nosotros depende de que se realice y se cumpla. Y podrán ser dichosos los pobres y los que sufren, los que lloran y los que son perseguidos porque en Jesús se vislumbra el clarear de una nueva humanidad llamada a la dicha y a la felicidad.

martes, 12 de septiembre de 2017

En momentos importantes de la vida para saber mirar con los ojos de Dios cuanto nos acontece y las decisiones que hemos de tomar hemos de orar para llenarnos de Dios

En momentos importantes de la vida para saber mirar con los ojos de Dios cuanto nos acontece y las decisiones que hemos de tomar hemos de orar para llenarnos de Dios

Colosenses 2, 6-15; Sal 144; Lucas 6, 12-19
Cuando en la vida tenemos que tomar una decisión importante no la tomamos a lo loco, sino que nos damos nuestro tiempo para reflexionar, para pensarlo bien, para consultar si nos es posible con alguien; estudiamos los pros y los contras de la decisión que vamos a tomar y nos lo tomamos muy en serio.
El creyente además de estos, llamémoslo así, recursos humanos de nuestra ponderación y reflexión, invocamos la ayuda del Señor, la iluminación del Espíritu, que nos haga ver con claridad cual es la voluntad del Señor en la decisión que vamos a tomar. El Espíritu de Sabiduría nos hace darle una profundidad a lo que hemos de hacer. Es esa reflexión con la luz del Señor que nos hace ponderar bien lo que hacemos o las decisiones que hemos de tomar. Ser creyente no es una etiqueta que nos pongamos, sino una actitud profunda de nuestra vida y nos da un sentido y valor a lo que hacemos o a las decisiones que hemos de tomar.
Es lo que estamos viendo hoy en el evangelio. ‘Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’. Nos expresa y refleja lo que ya en otros momentos nos habla el evangelio de la oración de Jesús que motivaría incluso, como ya hemos reflexionado más de una vez, que los discípulos al ver orar a Jesús le pidieran que los enseñara a orar.
Pero por lo que vemos que sigue narrándonos hoy el evangelio esta noche de oración quiere decirnos algo más. Jesús iba a escoger de entre todos los discípulos a aquellos doce que constituiría como apóstoles. ‘Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles’.
Van a ser los que más directamente compartirán su vida, van a ser los enviados de una manera especial, serán ese colegio apostólico como luego lo llamaremos base y principio de la nueva comunidad que en torno a Jesús se iba a constituir. A ellos de manera especial les enseñará y les explicará las cosas, serán los testigos de su resurrección y los que llenos de su Espíritu se lanzarán desde Pentecostés por todo el mundo a hacer el anuncio de la Buena Nueva.
Era un momento especial. Era una decisión que había de tomar Jesús. Lleno está del Espíritu divino para elegir y para enviar. Pasa la noche en oración, en una unión con el Padre. ‘Como el Padre me ha enviado así os envío yo’, les dirá en otro momento del evangelio cuando los llene de la fuerza del Espíritu para que puedan realizar su misión.
Mucho nos enseña Jesús, para que comprendamos cómo somos sus enviados y El quiere que estemos llenos de su Espíritu. Es el espíritu con que hemos de acoger nosotros la palabra del Señor que a nosotros también nos envía para ese anuncio de la Buena Noticia.
Mucho nos enseña Jesús sobre la manera como hemos de prepararnos en la vida para momentos importantes, para decisiones serias que tenemos que tomar en la vida. Hemos de aprender a llenarnos de la sabiduría de Dios, y eso solo lo podemos hacer desde nuestra unión íntima y profunda con Dios en la oración. Una oración que no solo es pedir cosas, sino abrir nuestro corazón a Dios, a su inspiración, a su sabiduría para conocer su voluntad, para saber decir con todo sentido ‘hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’. Será nuestra seria reflexión, pero será nuestra oración intima y profunda en que aprendamos a ver las cosas con los ojos de Dios.

lunes, 11 de septiembre de 2017

El tiempo de nuestro descanso podría ser el momento para a ir a encontrarnos con esa persona que vive en soledad, quizás por sus años, quizá por sus enfermedades u otras circunstancias de la vida

El tiempo de nuestro descanso podría ser el momento para a ir a encontrarnos con esa persona que vive en soledad, quizás por sus años, quizá por sus enfermedades u otras circunstancias de la vida

Colosenses, 1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11
‘¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’ Es la pregunta que les hace Jesús ante la resistencia y los recelos que tenían algunos porque era sábado y Jesús se había atrevido a curar a un enfermo. La ley del descanso sabático pesaba como una loza sobre la conciencia de aquellos tan fieles cumplidores de la ley. Por eso están al acecho de lo que haga Jesús. Curar era considerado como un trabajo y el sábado no se podía hacer ningún trabajo porque en el descanso todo tenía que estar reservado para el Señor. Pero ¿podian llegar las exigencias de la ley del descanso sabático hasta impedir que un hombre que sufría fuera curado? Las incongruencias de los legalismos cuando no hay verdadero espíritu en el corazón.
Pero puede ser una pregunta que nos haga también Jesús a nosotros. Ya sé que eso del descanso del día del Señor nos lo tomamos a nuestra manera. Por supuesto que el descanso es un bien para la persona y todos lo necesitamos. Ese detenernos de lo que son nuestros trabajos habituales sobre todo en referencia a las jornadas laborales donde vamos a recibir un salario para nuestro sustento, son algo importante que valoramos mucho en nuestra sociedad actual.
Necesitamos ese encuentro con los demás, ese convivir más intensamente con aquellos que amamos como son nuestra familia o también nuestros amigos; hemos de saber dedicar un tiempo a los nuestros, como necesitamos un tiempo también para nosotros mismos. Está bien y hasta es necesario sicológicamente ese desconectar de lo que son nuestras tareas habituales, pero quizá también habríamos de buscar un modo de darle el mejor sentido y valor a esa tiempo de nuestra actividad.
Como creyentes y cristianos es también el tiempo que aprovechamos mejor para nuestro culto al Señor; si cada día el cristiano ha de vivir la presencia de Dios en su vida sabiendo invocarle y darle gracias, pidiendo su gracia y su fuerza para las tareas y para la lucha de cada día y también para saber sentir su luz en nosotros que nos ayude, nos ilumine para esos pasos de nuestro diario caminar, en el tiempo del descanso podemos tener la oportunidad de un tiempo mas intenso de encuentro con el Señor, para escucharle, para sentir como camina junto a nosotros alimentando nuestra vida.
Es lo que hacemos los cristianos con la participación en la Eucaristía dominical, pero también cuando sabemos encontrar esos momentos de interioridad para saborear más pausadamente la palabra del Señor. No es solo un rito o una imposición de una norma, sino necesidad espiritual de nuestra vida. Solo así podremos levantar mejor nuestro espíritu sabiendo mirar a lo alto y teniendo fuerza para trazarnos también metas altas en nuestra vida.
Pero creo que podría ser también el tiempo para el vivir con más intensidad el compromiso de nuestro amor. Recojamos la pregunta de Jesús que recordábamos al principio. ‘¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’ puede ser y tiene que ser el tiempo de dar vida, de compartir nuestro tiempo y nuestra persona en al amor a los demás. Son tantas las tareas que podemos hacer en este sentido. ¿No podría ser el momento para a ir a encontrarnos con esa persona que vive en soledad, quizás por sus años, quizá por sus enfermedades u otras circunstancias de la vida? Ahí queda el planteamiento y miremos qué hacemos o qué podemos hacer en este sentido que seguro que tenemos muchas posibilidades.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo.

Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo

Ezequiel 33, 7-9 Sal 94 Romanos 13, 8-10 Mateo 18, 15-20
Un centinela es algo más que un adorno bonito que pongamos en las puertas de algún palacio importante para retrotraernos a otras épocas  quizá más guerreras pero que en nuestra imaginación hayamos llenado de romanticismo y poesía. El centinela es un vigilante colocado en un lugar estratégico desde donde pudiera dar la alerta ante cualquier peligro que pudiera atentar contra la población.
Siguen habiendo guardaespaldas y guardias de seguridad, pero hay mucho más de eso que podamos ver con nuestros ojos. Hoy aunque les demos otros nombres y otros aparentes cometidos esa vigilancia se realiza y con mucha responsabilidad en muchos hilos, digámoslo así, que mueven el ritmo de nuestro mundo. Serán vigilancias y alertas electrónicas o con otros medios más sofisticados, pero siguen teniendo su función.
¿Por qué comienzo hablando de todo esto? El profeta que nos ofrece hoy la liturgia en la primera lectura de la Palabra de Dios nos habla de ello. Pero quiere darle un sentido más amplio y que va más allá del hecho de darnos unas alertas ante algunos peligros materiales que pudieran afectarnos. Nos habla de unos vigías que como profetas están para en nombre de Dios alertarnos del mal en el que podemos caer, pero al mismo tiempo para señalarnos los caminos de luz por los que hemos de transitar.
Es el vigía que alerta pero es la voz que nos trae la Palabra de Dios que viene a iluminar nuestra vida. Es el vigía pero que también como un arcángel Rafael viene a caminar con nosotros y acompañarnos en los caminos de la vida, para ayudarnos a hacer esos caminos de luz y de amor que tendríamos que recorrer en una fidelidad al Señor.
¿Una referencia a los que tienen una misión muy concreta dentro de la comunidad cristiana para acompañarnos y ayudarnos a hacer el camino de la fe alertándonos y previniéndonos con el anuncio de la Buena Nueva de salvación? Sí, es cierto, pero creo que quiere decirnos algo más.
Es el camino que juntos hemos de hacer en la vida, pero en el que todos tenemos que ser esos compañeros de camino los unos de los otros, y por eso mismo aceptándonos y respetándonos sin embargo nos ayudamos cuando vemos algo que nos puede hacer tropezar, o cuando dejamos manchar nuestra vida por tantos lodos del camino que nos pueden hacer tanto daño.
Hoy Jesús en el evangelio nos está hablando de esa corrección de hermanos que hemos de hacernos los unos a los otros precisamente en nombre de ese amor que nos hace hermanos. Cuando nos amamos de verdad, cuando nos sentimos hermanos nos ayudamos; no estamos al acecho a ver en que puede tropezar el otro para echárselo en cara y tratar de hacernos nosotros los justos. Eso no es amor de hermanos.
Como hermanos somos comprensivos con los demás, alejamos de nuestros sentimientos el juicio y la condena, nos respetamos mutuamente conociendo nuestra propia debilidad, nos tendemos la mano y nos ayudamos a superar nuestros baches; aceptamos que nos ayuden a descubrir nuestros tropiezos en ese afán y deseo de superación que siempre tenemos muy latente en nuestro corazón.
Hemos de reconocer, sin embargo, que es fácil decirlo pero hacerlo nos cuesta más; y por una cosa muy sencilla, porque no siempre nos amamos de verdad, somos auténticos en nuestro amor, y fácilmente aparecen en nuestro interior los orgullos y las vanidades, y cuando nos podemos ver perjudicados por los otros nos es difícil aceptarlo y actuar desde esos valores. Es nuestra tarea, y en eso hemos de estar vigilantes sobre nosotros mismos para no  nos inoculemos esos venenos de desconfianzas y de orgullos, de resentimientos y de juicios, porque realmente nos haríamos mucho daño a nosotros mismos.
Como decíamos al principio eso de ser centinela no es un adorno más o menos romántico, sino que tiene que ser una actitud que tengamos primero que nada con nosotros mismos, y luego también en nuestro amor por los demás buscando siempre lo bueno para ayudarnos en lo mejor.
Como nos dice también hoy la carta de san Pablo a los Romanos ‘A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley’. Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo.