La cruz para nosotros tiene el sentido del amor que llena de esperanza a nuestro mundo porque en la cruz siempre contemplaremos a Jesús que es el que vive para siempre
Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17
‘Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y
Espíritu, alabanza; al que en la cruz devuelve la esperanza de toda salvación,
honor y gloria’. Así canta la liturgia en este día. Hoy celebramos la
fiesta de la ‘Exaltación de la Santa Cruz’. Una fiesta que nos
hace mirar a lo alto de la cruz; una fiesta que nos hace mirar a Cristo
crucificado en ella.
Exaltar la cruz, un lugar de sufrimiento, de dolor y de muerte nos
podría parecer un sin sentido. Ya san Pablo nos lo dice que era escándalo para
los judíos, pero para los gentiles causa de mofa pues parecería una locura.
Pero es que en la cruz nosotros estamos exaltando la vida, estamos proclamando
el amor más grande, estamos gritando a todos los hombres lo que es la locura de
amor de Dios por todos. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó, hasta la
locura de la muerte en Cruz a su Hijo, pero para que nosotros tuviéramos vida.
La cruz es un camino de fidelidad en el amor hasta la muerte. Así nos
amó Dios; así nos amó Jesús, muestra y manifestación de lo que es el amor de
Dios. Fiel al Reino de Dios que anunciaba no temió la muerte; lo trataron como
loco, pues su familia quería llevárselo porque no estaba en sus cabales,
Herodes lo vistió con las vestiduras blancas con que eran vestidos los locos,
muchas veces los judíos que estaban en contra así se manifestaban en contra de
El.
Era una locura de amor, porque quería un mundo nuevo y nos estaba
diciendo que sí era posible. Sembraba las semillas del amor, aunque en medio
vinieran otros a sembrar cizaña para ahora la buena semilla, pero él se mantenía
fiel hasta el final, aunque le quitaran la vida. Ya nos decía que no había amor
más grande. Y nos lo probó subiendo a la cruz.
Es la victoria del amor y de la vida, porque al que contemplamos
crucificado lo celebramos vivo y resucitado. Por eso para nosotros la cruz es
un rayo de esperanza; en la cruz encontramos esa luz que hace renacer la
esperanza en nuestros corazones.
La cruz está muy presente siempre en nuestra vida; ni lo podemos negar
ni nos podemos amargar. Es una realidad porque son muchos los sufrimientos, los
propios y los que contemplamos en el mundo que nos rodea, en tantos que caminan
a nuestro lado. Pero no miramos la cruz con amargura porque en la cruz de Jesús
nos llenamos de esperanza.
Sabemos bien que nos espera la vida; sabemos bien que esas buenas
semillas que sembramos, aunque puedan aparecer los cardos y las malas hierbas
que pretenden ahogarla – como quisieron quitar de en medio a Jesús llevándolo
hasta el Calvario – esa buenas semillas un día podrán dar fruto; por eso
seguimos sembrando y regando con nuestro amor y con nuestra entrega, haciendo
que nuestro sufrimiento convertido en una ofrenda de amor también pueda ser un
buen abono para esa tierra reseca de la que ha de brotar una flor, en la que
puede renacer la esperanza, en la que puede brillar la luz de un nuevo sol.
Por eso, como dice la liturgia ‘al que en la cruz devuelve la
esperanza, todo honor y toda gloria’. Es lo que queremos celebrar desde lo
más hondo de nuestra vida; es lo que queremos celebrar desde nuestras propias
cruces con las que queremos caminar siguiendo los pasos de Jesús.
No lo hacemos con amargura sino con la alegría de la esperanza porque
sabemos que todo este mundo de sufrimiento se puede transformar, se
transformará. Con Jesús, repito, aprendemos a tener esperanza; con Jesús
aprendemos a ponernos en camino de ese mundo nuevo, de esa vida nueva donde no
hay ni luto ni dolor, porque todo estará resplandeciente de luz, porque
tendremos la vida sin fin, porque podremos vivir en la plenitud del amor.
La cruz para nosotros tiene un sentido; es el sentido del amor que
llena de esperanza a nuestro mundo. Es que en la cruz siempre contemplaremos a Jesús,
y sabemos que El es el que vive para siempre.
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