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sábado, 7 de julio de 2012


No malogremos el vino nuevo que Dios nos ha regalado
Amós, 9, 11-15; Sal. 84; Mt. 9, 14-17

Cada vez me hago la pregunta con más frecuencia y también con más fuerza ¿por qué los cristianos damos con tanta frecuencia aires de tristeza y de luto? Tendríamos que ser las personas más felices del mundo, a pesar de que en muchas ocasiones las cosas no marchen bien, haya muchos problemas a nuestro alrededor o en nosotros mismos, porque en nosotros se supone que hay fe y hay esperanza. Y una persona con fe y esperanza no puede manifestarse nunca llena de amargura. Ponemos nuestra confianza en el Señor. Con nosotros está el Señor.

Me surge este pensamiento con el que inicio esta breve reflexión precisamente a partir del evangelio proclamado hoy. Le vienen a preguntar a Jesús por qué sus discípulos no ayunan si lo hacen los discípulos de Juan y los fariseos. ‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los discípulos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’ La forma en que ellos hacían el ayuno estaba llena de aires de luto y de tristeza. Además había que poner cara, llamémosla así, de circunstancias para que todo el mundo notara que estaban haciendo ayuno. Por eso en otro momento nos dirá Jesús que cuando ayunemos nos lavemos la cara y nos echemos perfume para que nadie note ese ayuno sino el Padre del cielo.

‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?’, pregunta Jesús. Unas referencias a las fiestas de la boda que se celebraban con toda alegría. Pues los que creemos en Jesús hemos de tener siempre esa alegría. El ‘novio’ está con nosotros, Jesús está con nosotros. ‘¿Y quién podrá separarnos del amor de Dios?’, que se preguntaba el apóstol Pablo en una de sus cartas. Nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios.

Tenemos a Jesús con nosotros y nuestra vida tiene que ser distinta, en consecuencia, y siempre con la alegría de la fe y de la esperanza. El nos ha prometido que estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Para eso nos da su Espíritu para que podamos apreciar su presencia, sentir su presencia en todo momento, que además en momentos especiales se hace sacramento y es especial presencia del Señor, como lo es en la Eucaristía.

Teniendo a Jesús con nosotros todo ha de ser distinto. De ahí las imágenes que nos propone a continuación. Nos habla de vino nuevo y de odres nuevos. Tenemos el vino nuevo del Reino de Dios; tenemos el vino nuevo de la gracia y de la presencia de Jesús. Nuestro odre, nuestra vida tiene que ser nueva. De ahí que san Pablo nos dirá que somos hombres nuevos, los hombres nuevos de la gracia, los hombres nuevos llenos de la vida divina que nos hace hijos de Dios. ‘Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, nos dice el Señor… el vino nuevo se echa en odres nuevos’. No malogremos en nosotros el vino nuevo, la vida nueva de la gracia que Dios nos ha regalado.

Por eso como decíamos al principio no caben en nosotros las tristezas y las amarguras porque tenemos al Señor con nosotros. No nos quita eso la lucha que hemos de mantener por superarnos que muchas veces será costosa. Pero no nos falta la gracia del Señor. Es nuestra fe. Es nuestra esperanza. Es la confianza que ponemos en el Señor. 

El cristiano es siempre el hombre de la Pascua. Y quien ha vivido la Pascua del Señor se sentirá renovado y renacido; quien ha vivido la alegría pascual de la resurrección del Señor, sabe que habrá de pasar por la muerte, será purificado en el sufrimiento, pero al final siempre está la luz, está la vida nueva, porque está el Señor. Eso es vivir el misterio pascual en nosotros. Y la alegría con que celebramos la fiesta de la resurrección del Señor no es la fiesta de un día, es la alegría que siempre ha de estar presente en la vida del cristiano. Caminamos hacia la plenitud total que un día en la vida eterna con el Señor podremos alcanzar.

viernes, 6 de julio de 2012


Dios viene a buscar a todo hombre sin ninguna diferencia  ni distinción

Amós, 8, 4-6.9-12; Sal. 118; Mt. 9, 14-17
En las dos partes que componen este episodio del evangelio que nos acaba de relatar Mateo se nos viene a manifestar cómo Jesús viene en nuestra búsqueda, en la búsqueda del hombre, cualquiera que sea la situación que nosotros vivamos.
La actitud de los fariseos y los escribas nos refleja la actitud discriminatoria con que tendemos a ir fácilmente por la vida; nos es muy fácil hacer distinciones y separaciones, porque nos cae bien o no una persona, porque es de esta condición o de la otra, porque ha hecho o no ha hecho no sé qué cosas, y así una lista interminable de diferenciaciones y distinciones que nos llevan a aceptar o no aceptar a los demás.
Pero, como decíamos, es otra cosa la que hace Jesús y lo que nos enseña. Si el meollo de su evangelio es el amor, porque es en eso en lo que quiere que nos distingamos, en lo que resplandezcamos nosotros, el amor no hace distinciones. Y El que ha venido a salvar al hombre, precisamente nos ama aunque nosotros seamos pecadores, Esa es la grandeza y la maravilla de su amor.
Llamará con una vocación especial, y formará del grupo de los Apóstoles a los que va a confiar una misión muy especial y concreta en su Iglesia, a un recaudador de impuestos, un publicano, un pecador como era considerado entre los judíos. Pero también es de destacar la presteza con que Mateo responde a la llamada e invitación del Señor. ‘Vió Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió’,
Era un publicano, ¿un pecador?, al menos así era considerado, pero sin embargo está pronto para responder a la llamada del Señor. Ya dirá Jesús en otro lugar del evangelio que las prostitutas y los publicanos se nos adelantarán en el Reino de los cielos. Jesús va a buscar al hombre; Jesús quiere salvar al hombre. Jesús se lleva consigo, piensen lo que piensen sus contemporáneos, a un publicano para hacerlo del grupo de los Apóstoles.
En la segunda parte del episodio vemos cómo Mateo sienta a su mesa a Jesús y sus discípulos y con ellos estarán los que hasta entonces eran sus compañeros de profesión y sus amigos. Pero esto provocará la reacción de los fariseos. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Es el comentario, la murmuración, la crítica que están haciendo allá por detrás.
El médico viene para los enfermos, no para los que se creen sanos. Es la respuesta de Jesús. Es la actitud de Jesús, es la búsqueda que Jesús está haciendo del hombre para ofrecerle su salvación. Nos ama el Señor no porque nosotros seamos buenos, sino para llenarnos de amor y de su bondad. Ninguno de nosotros puede considerarse tan perfecto como para exigir el amor del Señor, porque todos somos pecadores. Y nos gozamos con el amor del Señor. Y aprendemos del amor del Señor. Y queremos actuar con el amor del Señor. Es la gran lección que no podemos olvidar. Es la nueva forma con que hemos de tratar a los demás, a todos sin distinción. Qué distintas serían nuestras mutuas relaciones si fuéramos actuando así en la vida. Nos sentiríamos todos hermanos de verdad sin importarnos  ninguna otra cosa o condición.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice el Señor y nos invita a ir a El para aprender de El que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Pongamos misericordia en el corazón y alcanzaremos misericordia, como nos dice en las bienaventuranzas Jesús. ‘Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’. El camino de la mejor ofrenda que podamos presentar al Señor pasa necesariamente por la misericordia y el amor. Podemos ofrecer las cosas más hermosas, pero si no hay misericordia y amor en nuestro corazón no serán gratas al Señor.  

jueves, 5 de julio de 2012


Ponte en pie… tus pecados están perdonados
Amós, 7, 10-17; Sal. 18; Mt. 9, 1-8

‘Al ver esto, la gente se quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal poder’. ¿Por qué estaba la gente sobrecogida? No era ya solamente el milagro que Jesús había realizado de curar al paralítico y hacer que pudiera caminar por sí mismo. ‘Ponte en pie, le había dicho,  coge tu camilla y vete a tu casa’. 

Ya habían visto los milagros de Jesús y hemos contemplado como la gente admirada daba gloria a Dios. Pero no sólo es el milagro, porque había causado mucho asombro lo primero que Jesús había dicho y había hecho. ‘¡Animo, hijo! Tus pecados quedan perdonados’. Habían causado revuelo aquellas palabras de Jesús, aquel atrevimiento de Jesús. Le había dicho que le eran perdonados sus pecados. ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios? se preguntaban, y por allí escandalizados los letrados y fariseos habían dicho que Jesús blasfemaba. Era algo fuerte lo que estaban diciendo, porque si el juicio seguía adelante podían apedrear a Jesús que era lo que se hacía con los blasfemos.

No terminaban de entender el misterio de Jesús que se iba revelando. Allí se estaba manifestando cuál era en verdad la misión redentora de Jesús, cuál era el verdadero sentido del Mesías prometido y anunciado. Cuando Dios, desde el pecado del paraíso, había prometido la salvación, el triunfo sobre el mal y el pecado, esa era realmente la misión del Mesías. Vendría como Redentor y Salvador. Vendría a traernos la gracia y el perdón. 

Lo que Jesús iba realizando en signos a través de los milagros, lo que anunciaba cuando anunciaba y explicaba lo que era el Reino de Dios que había de constituirse era la reconciliación con Dios; y esa reconciliación con Dios sería posible, no por lo que nosotros hiciéramos, sino por el perdón y el amor que Dios nos ofrecía. Nos volvemos nosotros a Dios, pero es realmente Dios el que viene a nosotros con su amor. Es lo que nos ofrece Jesús. Lo que hasta ahora ha ido realizando en los milagros que hacia era anunciarnos esa renovación total de nuestra vida, levantándonos de la peor de las postraciones en los que podríamos encontrarnos, que es la postración del pecado.

Ahí está Jesús como Salvador y Redentor. Ahí está diciéndonos Jesús cuál es el regalo más grande que nos ofrece Dios. Su perdón, el perdón de los pecados, para que caminemos a la reconciliación con El. No ha de extrañarnos ni hemos de escandalizarnos, como le sucedía a aquellos letrados y fariseos; hemos de asombrarnos y quedarnos sobrecogidos, sí, por la maravilla que nos ofrece, por el perdón que nos regala, por la paz que viene a dar a nuestro corazón, por la alegría grande que se ha de producir en nuestra vida.

Vayamos hasta Jesús con nuestra postración, con la invalidez de la que hemos llenado nuestra vida con el pecado, con la muerte que arruina nuestra vida para que en El encontremos el perdón, la paz, el amor, la gracia, la vida. Humildes nos postramos ante El; nos dejamos conducir hasta El. Aquel hombre postrado en su camilla se dejó hacer, se dejó conducir por aquellos que con fe lo llevaron hasta los pies de Jesús. 

San Lucas cuando nos narra este episodio nos da más detalles, porque habrá que saltar muchas dificultades, 
hasta romper el techo de la casa, para hacer llegar hasta Jesús al paralítico. Saltemos por encima de las dificultades, veamos la gracia de Dios que mueve corazones y mueve también nuestro corazón. Cuántas cosas como impedimentos nos retraen tantas veces impidiéndonos acercarnos al Señor. Superemos esas dificultades, esos obstáculos para que lleguemos hasta el Señor. Dejémonos transformar por su gracia, para que renacidos a la vida con el perdón vayamos por el mundo alabando a Dios que hace tales maravillas, que hace posible que podamos recibir su perdón en el ministerio de la Iglesia. 

Ponte en pié nos dice a nosotros también el Señor. No nos quiere postrados, no nos quiere hundidos, no  nos quiere atados ni esclavizados a nada, nos quiere libres, llenos de gracia, de amor, de alegría, de paz cantando la alabanza del Señor.

miércoles, 4 de julio de 2012


No todos siguen a Jesús con la misma radicalidad, ¿y nosotros?
Amós, 5, 14-15.21-24; Sal. 49; Mt. 8, 28-34

Cuando vamos leyendo o escuchando el evangelio vamos haciendo un recorrido por la vida de Jesús y todo el mensaje de salvación que El  nos ofrece. No nos quedamos simplemente en la lectura de una historia sino que esos hechos que contemplamos y ese mensaje que recibimos nos ayudan a crecer en nuestra fe. 

Contemplando sus milagros no podemos menos que reconocer el poder y la gloria del Señor que en El se nos manifiesta, lo que ayudará a intensificar nuestra fe, que nuestra fe crezca y se sienta firme para que todo eso podamos llevarlo a nuestra vida. Y desde ahí damos gracias al Señor que así nos manifiesta su poder y su amor y queremos como tantos lo hicieron según vemos en los evangelios y como ha seguido sucediendo a lo largo de la historia alabar y bendecir al Señor por todo ello. Todo siempre para la gloria del Señor.

Al contemplar el recorrido que Jesús va haciendo por los distintos lugares donde va anunciando el evangelio con su palabra y con su propia vida, porque El es realmente el Evangelio, la Buena Noticia de Salvación que llega para todos los hombres, vemos también cómo unos aceptan y reciben ese mensaje y dan gloria al Señor queriendo seguir los mismos pasos de Jesús, haciéndose sus discípulos; pero contemplamos también el rechazo de tantos: unos porque no quieren escucharlo y le dan la espalda porque quizá dicen que nada nuevo encuentran en El, otros porque realmente se oponen a lo que Jesús dice y enseña, muchos a los que les cuesta seguir los pasos de Jesús porque quizá les parece duro lo que Jesús propone, y muchos que le rechazan porque escuchar y seguir a Jesús les compromete y no siempre estamos por la labor de ese compromiso que puede cambiar nuestra vida.

Pero el ir contemplando todas esas actitudes y todas esas diferentes maneras de reaccionar nos sirve para mirarnos a nosotros, mirar también cuales son nuestras actitudes y nuestras reacciones. Jesús llega también a nuestra vida y hemos de saber contemplar las maravillas que hace en nosotros. También tiene que despertarse nuestra fe para agradecer a Dios sus dones y cantarle nuestra alabanza. 

Sin embargo toda esta diferente forma de reaccionar tendría que hacernos pensar y darnos cuenta que también en muchas ocasiones le damos la espalda, encontramos dificultad para seguirle, o hay cosas en nuestra vida que como rémoras nos frenan en ese seguimiento generoso de Jesús. Hoy en concreto hemos escuchado en el evangelio que las gentes de aquel lugar, a pesar de que habían visto lo que había hecho con aquel hombre al que había liberado de su mal, sin embargo le piden a Jesús que se vaya a otra parte; no quieren que Jesús siga allí.

¿Nos sucederá algo así a nosotros? No es que nosotros lo rechacemos así tan directamente, pero sí hemos de reconocer que muchas tentaciones sentimos a lo largo de nuestra vida que nos arrastran a aflojarnos en nuestro espíritu, a quizá en momentos no dar la importancia que tienen todas las cosas; nos decimos, bueno, esto no es tan grave, esto no tiene mucha importancia, y abandonamos nuestra tensión espiritual, o nos dejamos arrastrar por lo que todo el mundo hace sabiendo nosotros que tendríamos que actuar de otra manera. Y eso es decir ‘no’ a Jesús. 

También nos sucede que ante exigencias que se nos plantean desde el evangelio algunas veces parece que no queremos aceptarlo y nos queremos hacer nuestras interpretaciones. Nos parece duro, como decían las gentes de Cafarnaún cuando escuchaban a Jesús en la sinagoga, y decimos esto lo acepto y aquello otro no lo acepto. Cuantas personas nos encontramos que no aceptan la Iglesia o lo que la Iglesia nos acepta en muchos aspectos de la vida, porque dicen que ellos tienen su propia idea. Si somos seguidores de Jesús no podemos andar con esas componendas y nuestro seguimiento tiene que ser más total, más radical. Cuando seguimos a Jesús no podemos poner la mano en el arado y estar volviendo la vista atrás, como nos dice Jesús en otros momentos del evangelio.

Que vayamos creciendo más y más en nuestro conocimiento de Jesús y su evangelio. Que cada día expresemos con mayor intensidad el amor que sentimos por Jesús para seguirle. Que se despierte de verdad nuestra fe. Que nos sintamos inundados de su gracia, que seguro que no nos faltará, para que caminemos siempre adelante y con fidelidad total.

martes, 3 de julio de 2012

La incredulidad de Tomás sanó las heridas de nuestra incredulidad

La incredulidad de Tomás sanó las heridas de nuestra incredulidad


Ef. 2, 19-22; Sal. 116; Jn. 20, 24-29

Que nos ayude con su intercesión para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo a quien santo Tomás reconoció como su Señor y su Dios. Así hemos pedido hoy en la oración litúrgica de esta fiesta del Apóstol Santo Tomás.

La fe nos llena de vida. Con la fe se nos ilumina la vida y desaparecen las tinieblas de la duda y del pecado. La fe no es una idea o una teoría sino una realidad grande que nos hace presente a Dios en nuestra vida. La fe es el camino que nos lleva hasta Dios y por la fe que ponemos en El nuestro corazon se siente transformado y lleno de vida. Creer no es una cosa abstracta, repito. La fe nos ilumina la vida y todo se ve envuelto por ese sentido nuevo que todo nuestro ser adquiere en Dios. La fe implica toda nuestra vida y sería una incongruencia que la vida que vivimos vaya por un camino distinto de la fe que profesamos con los labios. Es que realmente no sólo la proclamamos con nuestros labios, sino que lo hacemos desde lo más hondo del corazón.

Celebrar la fiesta de un apóstol es siempre importante para un cristiano y cuando estamos celebrando la fiesta del Apóstol santo Tomas al que vemos lleno de dudas y de interrogantes en su vida y en su corazón parece como si se estuviera reflejando en él lo que nos sucede también a nosotros en tantas ocasiones.

Digo lleno de dudas e interrogantes porque no sólo fue el poner en duda la palabra del resto de los apóstoles cuando le anunciaron que Jesús había resucitado y estado con ellos allí en el Cenáculo, sino que ya antes en la última cena manifiesta claramente también las dudas e interrogantes que se le plantean de aquellas cosas que no acaba de entender y que quizá el resto de los apóstoles no se atrevían a expresar.

‘Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ Jesús les había estado hablando del Padre, de que El iba al Padre y que quería llevarlos con El, que para eso iba a prepararles sitio y que ya sabían el camino. Tomás no termina de entender y pregunta. Es cuando Jesús afirma ‘yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie puede llegar al Padre sino por mí. Si me conociérais a mí conoceríais también al Padre’. La pregunta de Tomas valdrá para que podamos entender que Cristo es el camino y que viviéndole a El podremos vivir al Padre, podremos sentir en nosotros todo el amor de Dios siempre misericordioso y compasivo.

Ahora, como hemos escuchado hoy en el evangelio, no está con el resto de los discípulos en el Cenáculo cuando se manifiesta Jesús resucitado. Y vienen las dudas. Ya lo hemos escuchado. Quiere meter los dedos en sus llagas, la mano en el costado. Siempre se las reprochamos y lo llamamos el apóstol incrédulo. Pero como dice san Gregorio Magno la incredulidad de Tomás sanó las heridas de nuestra incredulidad. ‘Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad… Todo esto sucedió no porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad’.

Que seamos capaces nosotros también de proclamar como Tomás nuestra fe en Jesús como nuestro Dios y como nuestro Señor. ‘¡Señor mío y Dios mío!’, fue su exclamación. Fue necesario el encuentro de Tomás con Jesús para que todas las dudas se disiparan. Por eso es tan importante que nuestra fe sea viva para que en verdad podamos llegar a encontrar de forma viva con el Señor. Nuestra fe se alimenta y crece con la misma fe. Nuestras celebraciones tienen que estar llenas de vida y de fe; hemos de saber darle esa hondura grande a lo que celebramos para que podamos sentir la presencia del Señor en nosotros. Con fe venimos a ellas y en ellas alimentamos intensamente nuestra fe.

No es simplemente decir estamos en misa y rezamos, sino que hay que intentar ir a algo más, descubriendo y sintiendo de forma viva la presencia y la gracia del Señor. Y el Señor se hará sentir ahí en nuestro corazón, podremos llegar a sentir el ardor de su presencia y de su amor. Nada debe distraernos de la presencia del Señor. Abramos nuestro corazón a Dios que llega a nosotros con su gracia, con su amor y llena e inunda nuestra vida de luz. Que lleguemos, repito, a confesar en verdad que Jesús es nuestro Dios y Señor.

lunes, 2 de julio de 2012


Generosidad y disponibilidad para escuchar y seguir a Jesús
Amos, 2, 6-10.13-16; Sal. 49; Mt. 8, 18-22

‘Maestro, te seguiré adonde quiera que vayas’, le dice un letrado que se acerca a Jesús. No le falta buena voluntad. Quiere seguir a Jesús. Está dispuesto a todo. ¿Dispuesto a todo? ¿Habrá pensado bien lo que significa esa disponibilidad? Las palabras quieren expresar una generosidad grande. No le falta entusiasmo. Pero ¿será suficiente eso?

Luego será Jesús el que se dirija a un discípulo invitándole a que le siga. Era ya un discípulo, luego el seguimiento que hacia de Jesús era más cercano y podía conocer bien lo que significaba aquella invitación de Jesús. Sin embargo, aunque también tiene buena voluntad, quiere resolver algunas cosas antes de decidirse plenamente por Jesús. ‘Déjame ir primero a enterrar a mi padre’, le pide a Jesús.

Pero Jesús pide más radicalidad. No valen solo las buenas voluntades, los entusiasmos de un momento de fervor. Nos puede suceder en muchas ocasiones, tanto cuando descubrimos algo que tenemos que hacer en el camino de nuestra vida cristiana, o incluso cuando hay una llamada especial del Señor en una vocación determinada. Al primero le hará ver que seguirle no es ir por un camino de comodidades, sino que seguir a Jesús tiene sus exigencias. ‘El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. 

Nos recuerda eso lo que nos dirá en otros momentos de negarse a sí mismo, de tomar la cruz para seguirle, de la senda estrecha del esfuerzo y si es necesario del sacrificio. Nos recuerda lo de aquel joven que preguntaba qué había que hacer para alcanzar la vida eterna,  y Jesús le habla del desprendimiento, del despojarse de todo, del vender sus bienes para repartirlo a los pobres; nos recuerda donde hemos de guardar nuestro tesoro.

Al segundo, aunque nos puedan parecer humanamente duras las palabras de Jesús, pero nos quiere hablar de que seguirle es seguir caminos de vida, nunca de muerte. No es solo la cuestión de enterrar o  no enterrar al padre muerto, sino que es algo bien significativo para hablarnos de la vida, de la vida por la que hemos de optar en todo momento cuando seguimos a Jesús. Y en ese optar por la vida, arrancarnos de todo lo que sea muerte en nosotros es bien costoso, pero algo que hemos de hacer con decisión, porque nunca podemos seguirle de ninguna manera el juego a la tentación y al pecado.

Cuantas veces nos sucede que vivimos momentos de fervor, algo  nos ha impactado de manera especial y en ello sentimos que está la voz del Señor que nos llama en cosas concretas de la vida; en ese primer momento de entusiasmo nos sentimos lanzados y pensamos y prometemos que vamos a hacer no sé cuantas cosas, pero luego vendrán otros momentos, en que ese fervor se debilite, o veamos más crudamente lo que significa seguir a Jesús, o simplemente nos aparezcan las dificultades y tentaciones. Tenemos el peligro de abandonar y la experiencia nos dice de cuantos a nuestro alrededor les sucede así o nos ha sucedido también a nosotros. 

Por eso es necesario escuchar con serenidad de espíritu la llamada del Señor; es necesario también pedir la luz y la fuerza del Espíritu que nos ilumine y nos ayude a tomar esas decisiones y a mantenernos en el camino trazado, para no volver la vista atrás, porque como nos dirá en otras ocasiones, el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno de El. 

Que el Señor nos dé esa valentía y esa osadía para seguirle. Que no nos falta nunca su gracia. Que abramos los oídos de nuestro corazón para escuchar sus llamadas. Que tengamos en verdad generosidad de espíritu para seguirle.

domingo, 1 de julio de 2012


Ven, Señor, y pon tu mano para que el mundo tenga vida
Sab. 1, 13-15; 2, 23-24; Sal. 29; 2Cor. 8, 7-9.13-15; Mc. 5, 21-43

‘Ven, pon tu mano sobre mi niña que está en las últimas, para que se cure y viva’, suplica Jairo lleno de confianza en Jesús. Y aquella mujer con una fe grande, ‘acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido se curaría’. Son dos hechos que se entrecruzan en este relato del evangelio.

Y Jesús se pone en camino con Jairo, acompañado de mucha gente. ‘¿Quién me ha tocado el manto?’ pregunta mirando a su alrededor, cuando la mujer se ha acercado por detrás. Luego dirá a las plañideras que ya están allí con sus lloros y lamentos que la niña no está muerta, sino dormida. Y la tomará de la mano y la levantará, entregándosela a su padre. Con Jesús llega la vida, desaparece la muerte; con Jesús nos llenamos de luz, son vencidas para siempre todas las tinieblas.

Todo un recorrido, un camino de fe el que contemplamos en este relato del evangelio. El camino de fe de Jairo y la mujer de las hemorragias que puede ser también nuestro recorrido y nuestro camino. La fe y la confianza de quienes acuden a Jesús con sus penas y sufrimientos. Jairo suplicando por su hija; la mujer de las hemorragias con la confianza de que sólo tocando el manto de Jesús se curaría. ‘Tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’, le dice Jesús cuando la mujer se postra asustada y temblorosa a sus pies al sentirse descubierta. 

Es la fe que Jesús quiere suscitar y que se mantenga firme. Cuando llegan anunciando que la niña ha muerto y parece que ya no merece importunarle más, porque no hay nada que hacer, Jesús le dirá a Jairo ‘no temas, basta que tengas fe’. La oscuridad de la duda, del temor, de lo imposible no puede envolver nuestra vida. Algunas veces, incluso en nuestras dudas, somos plañideras que no hacemos sino llorar porque es tanta nuestra oscuridad que se nos puede cegar el corazón y la fe. Hay que seguir confiando. Tantas veces nos llenamos de dudas, parece que de nada nos sirven nuestras súplicas o nuestras oraciones. Es una tentación por la que pasamos muchas veces. ‘Basta que tengas fe’. O como le dirá Jesús a Pablo según cuenta él en sus cartas ‘mi gracia te basta’. 

Ya nos decía el sabio del Antiguo Testamento que lo que Dios quiere es la vida, que vivamos, que tengamos vida. ‘Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes…creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser…’ Para eso nos ha enviado a su Hijo, se encarnó y se hizo hombre para alcanzarnos la vida para siempre. Habíamos dejado entrar la muerte en la vida del hombre a causa del pecado, pero El viene a borrar todo pecado y a darnos vida. 

Quiere que tengamos vida y vida para siempre. Tanto es así que se hace pan y alimento nuestro y se nos da en la Eucaristía para que comiéndole tengamos vida eterna. ‘Quien me come vivirá por mí… el que come de este pan vivirá para siempre… el que come mi carne y bebe mi sangre, yo lo resucitaré en el último día…’ Recordamos lo anunciado en Cafarnaún. 

Este evangelio que hoy escuchamos y estamos comentando tiene que ser en verdad una Buena Noticia que despierte nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Queremos creer; queremos alejar de nosotros toda duda. Queremos llenarnos de su luz y de su vida. Tiene que ser una Buena Noticia que nos está anunciando vida y salvación para nosotros, que nos está haciendo llegar la vida y la salvación. 

Sentimos también que Jesús camina a nuestro lado, se acerca a nosotros allí donde estamos llenos de enfermedad o de muerte. Y quiere que caminemos seguros en búsqueda de esa vida que el quiere ofrecernos; que no temamos hacer como aquella mujer que se acercó a tocarle el manto, y nos acerquemos nosotros hasta el con todo esa oscuridad que muchas veces llevamos dentro. Y con El todo se va a transformar en nuestro interior, todo se va a llenar de luz y de vida. 

Tantas veces nos ha tomado de la mano para levantarnos; piensa cuantas veces nos ha regalado el sacramento que nos llenaba de alegría otorgándonos su perdón. Si rebuscamos en nuestro interior encontraremos muchísimos momentos de gracia, por los que quizá no siempre supimos darle gracias y reconocerlo. ‘Te ensalzaré, Señor, porque me has librado’, cantamos en el salmo y muchas veces tenemos que reconocerlo y decirlo.

Tantas situaciones difíciles por las que hemos pasado en la vida y de las que pudimos salir, muchas veces nos parecía que sin saber cómo, pero que si tenemos ojos de fe nos daremos cuenta que allí estaba el Señor ayudándonos y fortaleciéndonos con su gracia. Haz una lectura de tu vida con ojos de fe y serás capaz de reconocer este actuar de la gracia de Dios en ti. Que no nos ceguemos.

Pero es también Buena Noticia que estamos obligados a llevar a los demás. El mundo necesita buenas noticias que llenen los corazones de esperanza y de luz. Y nosotros no podemos cruzarnos de brazos ni encerrarnos en lamentaciones. Podemos tener la tentación de decir que nada se puede hacer en las situaciones difíciles por las que estemos pasando. Oímos hablar continuamente de demasiadas calamidades. Son muchos los sufrimientos que atenazan los corazones de mucha gente a nuestro alrededor. Y estamos obligados a llevar el mensaje de la Buena Noticia a los que nos rodean.

Jesús cuando Jairo le dijo que su niña estaba en las últimas no se contentó con bonitas palabras de consuelo – también las tendría con toda seguridad – sino que le escuchó y se puso a caminar junto a él para llegar hasta donde estaba la niña. Como luego se pondría a hablar con la mujer de las hemorragias o con los que lloraban la muerte de la niña. Detalles de Jesús que hemos de aprender.

Esa disponibilidad y esa acogida es algo que tenemos que aprender a hacer como Jesús poniéndonos al lado de tantos que sufren y seguro que el amor en el corazón nos inspirará muchas cosas que podamos hacer, al menos despertará en nosotros generosidad y solidaridad y en los que nos rodean con su dolor despertará esperanza. 

Cuando aprendamos a ser solidarios de verdad, a escuchar y a ponernos a caminar junto al hermano y cuando comencemos a compartir lo que somos, lo que tenemos, lo que es nuestra vida, nuestro tiempo con el otro estaremos empezando a hacer un mundo nuevo y mejor. Serán pequeñas semillitas las que vayamos sembrando, pero si cada uno pone de su parte esa generosidad del corazón mucho será al final lo que podemos hacer y el mundo comenzará a transformarse. 

Tenemos que trasmitir vida, llevar vida a los demás, como lo hizo Jesús, porque solo desde el amor se realizará la verdadera transformación, primero de nuestras vidas, y luego también de todo nuestro mundo. ‘Talitha qumí’ tenemos que decir también a cuantos nos rodean con su sufrimiento o con las sombras de su vida, y tender la mano de nuestro amor para levantarlos y llevarles vida, la vida que nos ofrece y regala Jesús. Ven, Señor, y pon tu mano para que el mundo tenga vida.