Dios viene a buscar a todo hombre
sin ninguna diferencia ni distinción
Amós, 8, 4-6.9-12; Sal. 118; Mt. 9, 14-17
En las dos partes que
componen este episodio del evangelio que nos acaba de relatar Mateo se nos
viene a manifestar cómo Jesús viene en nuestra búsqueda, en la búsqueda del
hombre, cualquiera que sea la situación que nosotros vivamos.
La actitud de los
fariseos y los escribas nos refleja la actitud discriminatoria con que tendemos
a ir fácilmente por la vida; nos es muy fácil hacer distinciones y
separaciones, porque nos cae bien o no una persona, porque es de esta condición
o de la otra, porque ha hecho o no ha hecho no sé qué cosas, y así una lista
interminable de diferenciaciones y distinciones que nos llevan a aceptar o no
aceptar a los demás.
Pero, como decíamos, es
otra cosa la que hace Jesús y lo que nos enseña. Si el meollo de su evangelio
es el amor, porque es en eso en lo que quiere que nos distingamos, en lo que
resplandezcamos nosotros, el amor no hace distinciones. Y El que ha venido a
salvar al hombre, precisamente nos ama aunque nosotros seamos pecadores, Esa es
la grandeza y la maravilla de su amor.
Llamará con una
vocación especial, y formará del grupo de los Apóstoles a los que va a confiar
una misión muy especial y concreta en su Iglesia, a un recaudador de impuestos,
un publicano, un pecador como era considerado entre los judíos. Pero también es
de destacar la presteza con que Mateo responde a la llamada e invitación del
Señor. ‘Vió Jesús a un hombre llamado
Mateo sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. El se levantó y
lo siguió’,
Era un publicano, ¿un
pecador?, al menos así era considerado, pero sin embargo está pronto para
responder a la llamada del Señor. Ya dirá Jesús en otro lugar del evangelio que
las prostitutas y los publicanos se nos adelantarán en el Reino de los cielos.
Jesús va a buscar al hombre; Jesús quiere salvar al hombre. Jesús se lleva
consigo, piensen lo que piensen sus contemporáneos, a un publicano para hacerlo
del grupo de los Apóstoles.
En la segunda parte del
episodio vemos cómo Mateo sienta a su mesa a Jesús y sus discípulos y con ellos
estarán los que hasta entonces eran sus compañeros de profesión y sus amigos.
Pero esto provocará la reacción de los fariseos. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Es
el comentario, la murmuración, la crítica que están haciendo allá por detrás.
El médico viene para
los enfermos, no para los que se creen sanos. Es la respuesta de Jesús. Es la
actitud de Jesús, es la búsqueda que Jesús está haciendo del hombre para
ofrecerle su salvación. Nos ama el Señor no porque nosotros seamos buenos, sino
para llenarnos de amor y de su bondad. Ninguno de nosotros puede considerarse
tan perfecto como para exigir el amor del Señor, porque todos somos pecadores.
Y nos gozamos con el amor del Señor. Y aprendemos del amor del Señor. Y
queremos actuar con el amor del Señor. Es la gran lección que no podemos
olvidar. Es la nueva forma con que hemos de tratar a los demás, a todos sin
distinción. Qué distintas serían nuestras mutuas relaciones si fuéramos
actuando así en la vida. Nos sentiríamos todos hermanos de verdad sin
importarnos ninguna otra cosa o
condición.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice el Señor y nos
invita a ir a El para aprender de El que no ha venido a llamar a los justos
sino a los pecadores. Pongamos misericordia en el corazón y alcanzaremos
misericordia, como nos dice en las bienaventuranzas Jesús. ‘Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’.
El camino de la mejor ofrenda que podamos presentar al Señor pasa
necesariamente por la misericordia y el amor. Podemos ofrecer las cosas más
hermosas, pero si no hay misericordia y amor en nuestro corazón no serán gratas
al Señor.
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