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sábado, 11 de octubre de 2014

Aprendamos a ser de los pequeños y de los humildes que ante la Palabra de Jesús la plantan en su vida y mereceremos la bienaventuranza de Jesús

Aprendamos a ser de los pequeños y de los humildes que ante la Palabra de Jesús la plantan en su vida y mereceremos la bienaventuranza de Jesús

Gál. 3, 22-29; Sal. 104; Lc. 11, 27-28
Repetidamente lo vamos viendo a lo largo del evangelio. Serán los pequeños y los sencillos, los humildes de corazón y los pobres los que sentirán mayor admiración por Jesús. De sus bocas saldrán siempre las mejores alabanzas, porque son los que tienen un corazón más abierto a Dios.
Los que se sienten hartos y satisfechos en si mismos, por las cosas que poseen o creen poseer o porque se ahogan en sus sabidurías no sentirán cómo se despierta la esperanza en su corazón porque ya les parece tenerlo todo, aunque realmente sean los que más vacíos están de las cosas que verdaderamente son importantes. Pero no nos ha de extrañar porque la Buena Noticia del Evangelio se anuncia precisamente a los que son pobres y verdaderamente tienen ansias en su corazón de cosas grandes. Serán los que son capaces de admirarse ante el misterio de Dios.
Como decíamos lo vemos prácticamente en cada página del Evangelio. Serán los que exclamarán ante las obras de Jesús que Dios ha visitado a su pueblo; los que ante su enseñanza y su manera de enseñar dirán que éste si habla con autoridad y nadie ha hablado como El; serán los que saltarán de júbilo aclamándolo tras las maravillas que Jesús va realizando, y será por lo que estaba anunciado que de los niños de pecho saldría la mejor alabanza.
Por algo, como hemos escuchado en otra ocasión, Jesús dará gracias al Padre ‘porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y los has revelado a la gente sencilla’. Pero escucharemos también cómo en las bienaventuranzas Jesús llamará dichosos a los pobres y a los sufridos, a los que tienen hambre y sed y tienen ansias de paz y de misericordia, a los que tienen un corazón puro porque se han vaciado de todos los apegos y a los que quizá con más incomprendidos.
Así, fijándonos en estos detalles, podríamos recorrer muchas páginas del evangelio, como la que hoy se nos ha proclamado. Es una mujer sencilla en medio del pueblo pobre la que levantará su grito para la alabanza, aunque como saben expresarlo los sencillos alabando al que hace las cosas bien siempre surgirá la referencia a la madre que lo trajo al mundo. Es, repito, lo que hoy escuchamos. ‘Mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó su voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te crió y los pechos que te criaron!’
La alabanza que a través de Jesús iba dirigida a María, o la alabanza a la madre que quería ser dirigida al hijo de sus entrañas Jesús quiere redirigirla en una bienaventuranza que puede ser para todos. Por eso a las palabras entusiastas de esta mujer anónima, que si han surgido en su corazón fue porque su corazón estaba abierto a Dios y a la Palabra que ahora estaba escuchando y que llenaba y enriquecía su espíritu Jesús replica proclamando una nueva bienaventuranza y diciendo que ‘dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’.
Dichosa era aquella mujer anónima porque con tanto entusiasmo estaba escuchando la Palabra de Jesús que le enardecía el corazón y le estaba impulsando a plantarla en su vida.  Pero Jesús al replicar a aquella mujer a la que realmente está también alabando, redirige esa alabanza a María y a todos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen plantándola en su corazón. Es lo que había hecho María, la que está llena de Dios, porque se ha vaciado de si misma, de manera que ya no querrá ser otra cosa que la esclava, la sierva del Señor; María la que dice ‘sí’, la que acepta esa Palabra de Dios deseando que se cumpla en ella y el Espíritu Santo la envolverá con su sombra de manera que quien nazca de ella será la Palabra de Dios encarnada.
Es lo que tenemos que aprender a hacer nosotros. Como todos aquellos que vemos en el Evangelio que supieron abrirse a Dios y reconocer las maravillas del Señor. Vaciarnos de nosotros mismos, para poder llenarnos de Dios; presentarnos pequeños y humildes delante de Dios para acoger su palabra y así mereceremos ser ensalzados, porque el que se humilla será enaltecido. Y seremos enaltecidos nosotros, seremos dichosos cuando nos llenemos de Dios porque así, como María, acojamos esa Palabra que se encarne en nuestra vida. ¿No decimos que somos otros Cristos porque para eso fuimos ungidos en el Bautismo? Dejemos que el Espíritu de Dios envuelva también nuestra vida y así acojamos la palabra de Dios en nosotros haciéndola vida de nuestra vida.

viernes, 10 de octubre de 2014

Limpiemos de malicia nuestro corazón y mantengamos la intensidad de nuestra vida espiritual para no volver a caer en la tentació

Limpiemos de malicia nuestro corazón y mantengamos la intensidad de nuestra vida espiritual para no volver a caer en la tentación

Gál. 3, 7-14; Sal. 110; Lc. 11, 15-26
Todos hemos escuchado más de una vez que vemos las cosas según el color del cristal con que se mira, pero también podemos añadir lo que le sucedía a cierta persona que detrás de la ventana de su casa miraba el patio donde su vecina tendía a secar las sábanas recién lavadas, pero la criticaba porque decía que su vecina lavaba mal las sábanas y las tendía llenas de suciedades y manchas; un día su marido abrió la ventana a través de la cual ella miraba y juzgaba a su vecina, pero se dio cuenta que las sábanas no estaban manchadas, sino que eran los cristales de su ventana los que estaban manchados y esas eran las manchas que ella pretendía ver en la ropa tendida de su vecina.
Así nos pasa muchas veces cuando miramos a los demás, pero los ojos de nuestra alma están manchados, porque es nuestro corazón el que está lleno de maldad y de muchas cosas malas y no seremos capaces de ver lo bueno y hermoso que puede haber en los demás, sino que todo lo pasamos por el cristal o el filtro de nuestra malicia.
Hoy vemos en el evangelio que Jesús realiza el milagro de la expulsión de un demonio de una persona; pero, ¿cuál es la reacción en muchos de las personas que ven realizar aquel milagro de Jesús? ‘Si echa los demonios, decían, es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios' La malicia que había en su corazón les impedía descubrir lo bueno que hacía Jesús. Y aún después de los milagros que Jesús realizaba, le pedían una y otra vez un signo.
Tenemos que descubrir cual es de verdad la acción de Jesús y ser nosotros, los primeros que nos dejemos liberar por Jesús de todo ese mal que dejamos meter en nuestro corazon y que de tal manera nos esclaviza. La presencia de Jesús en el mundo es el principio de ese mundo  nuevo, que llamamos Reino de Dios, para que en verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Cristo viene a liberarnos del mal, pero  nos sentimos tan esclavizados por ese mal que nos resistimos a dejarnos liberar por Jesús. Buscamos disculpas, pedimos plazos, lo queremos dejar para otro momento y así nos vamos resistiendo. Resistencia que se puede convertir en oposición. Es lo que sucedía con aquellos que vemos en el evangelio que no solo no reconocen la obra de Jesús, sino que atribuyéndosela al maligno quieren como desprestigiar a Jesús. Cuántas veces nos suceden cosas así en nuestra vida. Nos cuesta arrancarnos del mal aunque sintamos la llamada clara de Jesús en nuestro corazón. 
Cuidemos mucho la respuesta que le damos a la llamada que el Señor nos va haciendo allá en lo profundo de nuestro corazón. Tenemos la experiencia también, y de ello quiere hablarnos Jesús con las recomendaciones que nos hace en el evangelio, que quizá en un momento determinado ayudados por la gracia del Señor decidimos cambiar y mejorar nuestra vida, reconociendo nuestros errores, tratando de corregir lo que hacemos mal, queriendo vivir la gracia del Señor y así íbamos avanzando poco a poco en nuestra vida espiritual. Pero en un momento determinado parece que todo se vino abajo, una tentación fuerte, un mal momento de nuestra vida, y volvimos a la situación anterior.
¿Qué nos había pasado si tan seguros nos sentíamos en nuestra vida que queríamos mejorar? Algo quizá habíamos abandonado en nuestra vida espiritual, quizá dejándonos llevar porque las cosas nos iban bien, abandonamos las precauciones y pronto volvieron las tentaciones y el peligro y porque quizá había comenzado a aparecer la tibieza espiritual en nuestra alma, pronto caímos y quizá de forma peor en las mismas cosas que queríamos corregir.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio cuando nos habla de ese espíritu maligno que vuelve con más fuerza a nuestra vida y arrasa con todo en nuestra vida espiritual. Es la vigilancia que hemos de mantener para no caer en la tentación; es la intensidad con que tenemos que seguir viviendo nuestra vida espiritual; es la perseverancia y constancia en nuestra oración para sentir fuerte en nosotros esa gracia del Señor. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Una oración hecha con fe, con la confianza de los hijos y la perseverancia de los que se sienten amados siempre es escuchada

Una oración hecha con fe, con la confianza de los hijos y la perseverancia de los que se sienten amados siempre es escuchada

Gál. 3, 1-5; Sal.:Lc.1, 69-75; Lc. 11, 5-13
Le habían pedido a Jesús que los enseñara a orar, ‘como Juan enseñaba a sus discípulos’, y Jesús les había enseñado a saborear el que llamaran y reconocieran a Dios como Padre. Normalmente decimos les enseñó el padrenuestro, bien sabemos que lo que Jesús quería enseñarles era algo más que una fórmula de oración para repetir; para eso ya tenían los salmos inspirados por Dios mismo contenidos en la Escritura. Era un sentido de Dios y un nuevo sentido de encuentro con Dios lo que Jesús quería trasmitirles. De la misma manera que El se sentía unido en el amor del Padre, así quería que fuera en quienes creyéramos en El. Y nos dejó ese sentido de oración.
 Pero continuó Jesús hablándoles de la oración. Ahora quiere enseñarnos Jesús cuáles son las actitudes interiores para la oración. La primera actitud es la constancia y la perseverancia en la oración, que Jesús nos la muestra con la parábola del amigo inoportuno en la que se revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia sin desfallecer. Es importante esa constancia y esa perseverancia. A veces parece que nuestra oración no es escuchada, pero no debemos desanimarnos porque a fuerza de insistir el amigo inoportuno consigue los panes que necesita. Por eso Cristo nos dice: ‘pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá’.
Algunas veces aunque decimos que venimos con fe a nuestra oración sin embargo nos flaquea nuestra fe. Lo primero que tenemos que hacer y sentir es nuestra fe; creer que nuestra oración es un encuentro vivo con Dios que es nuestro Padre; nos es necesario comenzar por ese acto de fe; interiorizar bien que estamos en la presencia de Dios, de un Dios que nos ama porque es nuestro Padre y, como decíamos, saboreamos su presencia y su amor. Y desde ahí  surge la perseverancia de nuestra oración. Aunque haya momentos en que quizá estemos como más fríos o más distraídos, tratemos de interiorizar bien esa presencia del Señor y esa riqueza de su amor.
Y en aquello que le pedimos lo hacemos con la fe y la confianza de los hijos que se sienten amados y en consecuencia escuchados en aquello que pedimos. Si de entrada vamos ya desconfiando, pensando que no vamos a alcanzar aquello que le pedimos al Señor, es que nos está faltando esa fe. Por eso, esa necesaria perseverancia en nuestra oración, una y otra vez como aquel que fue a pedirle el pan al amigo para la visita que le había llegado, según la pequeña parábola que nos propone Jesús.
Esa confianza en que Dios nos escucha y nos dará lo que mejor necesitamos. La confianza de los hijos que saben que el padre les va a dar incluso más de lo que le pidan. Mantengamos la paz en el corazón sabiendo que Dios nos concederá siempre lo que más nos conviene, que es sobre todo, su Espíritu Santo, el cual nos ayudará a afrontar y aceptar los acontecimientos de nuestra vida: ‘Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?’
Escuché en una ocasión esta pequeña anécdota. En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por levantar un objeto muy pesado. Su papá, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijo, le preguntó: “¿Estás usando todas tus fuerzas?”“¡Claro que sí!”, contestó malhumorado el pequeño. “No es cierto - le respondió el padre - no me has pedido que te ayude”.
¿Nos sucederá así a nosotros alguna vez? Con confianza y con fe sepamos acudir a Dios nuestro Padre que siempre nos atiende. Decimos muchas veces en nuestro camino de superación que no podemos, que los problemas son superiores a nuestras fuerzas, que quizá la enfermedad o las limitaciones que nos van apareciendo en la vida con los años nos llenan de amarguras y desesperanzas, que nos cuesta mucho arrancarnos quizá de una mala costumbre, que se nos hace difícil el trato y la convivencia con determinadas personas que quizá se nos atraviesan y nos caen mal.
¿Hemos contado con el Señor? ¿Pensamos realizar el camino de nuestra vida por nuestra cuenta y solo con nuestras fuerzas? ¿Nos olvidamos que Dios es el Padre bueno que está ahí a nuestro lado y nos dará siempre su fuerza y su gracia?

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuando nos enseña a orar Jesús nos da algo más que una fórmula porque nos enseña a saborear que Dios es nuestro Padre

Cuando nos enseña a orar Jesús nos da algo más que una fórmula porque nos enseña a saborear que Dios es nuestro Padre

Gál. 2, 1-2.7-14; Sal. 116; Lc. 11, 1-4
El ejemplo es la mejor motivación que podemos tener para desear algo bueno. No basta quizá que nos digan que tenemos que hacer una cosa para que nos entren deseos de hacerla. Cuando contemplamos a aquel que nos está sirviendo de referencia para nuestra vida hacer eso bueno, surgirá en nosotros el deseo también de querer hacerlo.
Jesús había hablado y hablaría muchas veces a lo largo del evangelio de que tenemos que orar y que tenemos que orar con constancia y sin desanimarnos. Allá en el sermón del monte que tenemos como referencia de un resumen del mensaje de Jesús tenemos extensos párrafos en los que Jesús nos habla de cómo hemos de orar.  Pero será ahora cuando los discípulos lo ven orar cuando va a surgir ese deseo de aprender a orar como Jesús. ‘Una vez que Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’.
Era normal que el Maestro o guía espiritual enseñara a orar y le imprimiera su estilo a la  oración, aunque ahora cuando le piden que les enseñe a orar Jesús podía haberles dado como referencia lo que era la oración de los judíos y que estaba reflejada en la Escritura. Cada sábado precisamente se reunían en la sinagoga para escuchar la Palabra y para rezar los salmos que era, por así decirlo, la oración oficial de los judíos. Jesús también hacía esa oración cuando acudía los sábados a la Sinagoga, y lo veremos que en la cruz, aunque recordamos solo el principio en una de sus palabras, recitó también un salmo de confianza en la providencia de Dios, poniéndose en sus manos.
Le piden a Jesús que les enseñe a orar. Y Jesús quiere darle algo más que una fórmula para que aprendan a orar. No es un rezo repetitivo lo que Jesús quiere enseñarles a hacer, sino que en verdad sea una oración en que nos pongamos en manos de Dios, saboreando en verdad que Dios es nuestro Padre que nos ama. Las palabras que le escuchamos decir hoy a Jesús en este evangelio de san Lucas son más breves que las del texto paralelo de san Mateo que nos ha servido más para utilizar como fórmula de nuestra oración, aunque tienen el mismo sentido.
Jesús nos quiere enseñar a llamar y a reconocer a Dios como Padre. Será la palabra por la que hemos de comenzar a dirigirnos a Dios. Pero es una palabra que no podemos decir de cualquier manera porque encierra mucho. Reconocer a Dios como Padre es reconocer su amor y no un amor cualquiera; es reconocerle en verdad como el Señor de nuestra vida porque nos ha ganado con su amor. Reconocer a Dios con ese nombre de Padre entrañará ya como consecuencia nuestro amor para corresponder y ese amor va todo nuestro respeto, el honor y la gloria que hemos de tributarle, el querer vivir ya para siempre sintiéndole así como Padre y viviendo en consecuencia. ‘Santificado sea tu nombre, venga tu reino’, nos enseña a decir a continuación.
Cuando reconocemos a Dios como Padre porque así estamos experimentando su amor con confianza nos ponemos ante El con nuestras necesidades y deseos. ‘Danos cada día nuestro pan del mañana’, nos enseña a decir Jesús. Nos recuerda lo que sucedía cuando peregrinaban por el desierto y el Señor los alimentaba con el maná cada día; solo podían coger la ración del día para los que formaban una misma casa o una misma familia; esa era la medida, no se podía coger para que sobrara  sino solo lo que se necesita cada día.
Como tendríamos que aprender porque cuando pedimos para que lo que deseamos son sobreabundancias como si no tuviéramos en sobreabundancia no faltaría para comer. ‘El pan nuestro de cada día, danosle hoy’, decimos en la oración del padrenuestro. No mi pan, ni el pan de la sobreabundancia, sino el pan de cada día, como hemos reflexionado también últimamente, y el pan nuestro porque será el pan del compartir. Cuándo aprenderemos a tener esa generosidad y disponibilidad de corazón. 
Finalmente nos enseña algo importante para nuestra oración. En nuestro corazón han de caber todos, lo mismo que en nuestra oración. Por eso cuando le pedimos perdón al Padre, porque no siempre quizá hayamos vivido totalmente en su amor - qué pecadores somos tantas veces - ponemos por delante por así decirlo nuestro deseo y voluntad de perdonar siempre nosotros a quienes nos hayan ofendido.  ‘Perdónanos… también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo…’ también estamos siempre dispuestos a perdonar a quienes nos hayan podido ofender.
Y una cosa importante para concluir nuestra oración. A Dios, nuestro Padre, acudimos desde nuestras necesidades, pero no son solo las necesidades materiales - el pan de cada día - sino también acudimos en nuestras luchas y en nuestros esfuerzos por ser buenos, por vivir en ese amor, para querer vivir de verdad como hijos y como hermanos. Pero es algo que nos cuesta, porque somos así; por eso le pedimos que nos libre del mal, que no nos fortalezca frente a la tentación.
Cómo tiene uno que salir reconfortado después de una oración así, donde de tal manera nos sentimos queridos por nuestro Padre Dios y donde estamos queriendo vivir en su amor,  gozándonos de su presencia de Padre. Que sea así siempre nuestra oración.

martes, 7 de octubre de 2014

Oramos con María y aprendemos del misterio de Cristo empapándonos del evangelio

Oramos con María y aprendemos del misterio de Cristo empapándonos del evangelio

Hechos, 1, 12-14; Sal.:Lc. 1, 46-54; Lc. 1, 26-38
‘Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos’. Es lo que hemos escuchado en el texto sagrado tomado de los Hechos de los Apóstoles cuando nos habla de quienes estaban reunidos en el Cenáculo en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús, el envío del Espíritu Santo.
Nos viene bien este texto en esta fiesta de María que hoy celebramos, la fiesta del Rosario, la fiesta de nuestra Señora del Rosario. Una fiesta que como sabemos fue instituida por el Papa san Pío V tras la batalla de Lepanto, donde la cristiandad europea se vio liberada del invasor turco con la intercesión de la Virgen María a quien toda Europa invocaba con el rezo del Rosario.
Una forma de oración que había mantenido la fe del pueblo cristiano desde muy antiguo y sobre todo en las nebulosidades de la edad Media. Cuando el pueblo no podía participar en la oración de la Iglesia por su ignorancia de la lengua con que se realizaba la liturgia pues habían ido apareciendo las nuevas lenguas en los distintos pueblos y ya el latín no era la lengua del pueblo, cuando era muy escasa la formación que se tenía el rezo del rosario sirvió con la meditación de los distintos misterios de la vida de Jesús para mantener viva la fe del pueblo al tiempo que era como una catequesis que se iba recibiendo mientras se rezaban los distintos misterios del Rosario.
No es solo la repetición de unas avemarías cual piropos a la Virgen que en nuestro amor le dedicamos una y otra vez, sino que se enunciado que se hace en cada uno de los misterios nos ha de servir para contemplar y meditar esos distintos momentos de la vida de Cristo y de María en su relación con el misterio de la salvación donde nos iremos impregnando poco a poco del espíritu y sentido del Evangelio.
Es hermoso, es cierto, repetir como piropos esas avemarías a la Virgen nuestra Madre en el amor que le tenemos, pero no nos podemos quedar ahí. Es muy importante ese enunciado que hacemos del Misterio de Cristo, porque se ha de quedar como gravado en nuestra mente para contemplarlo y meditarlo a la sombra de la presencia de María. No quiere la Virgen que nos quedemos en ella, sino que siempre María quiere conducirnos a Jesús. Es lo que tenemos que vivir con toda intensidad mientras rezamos el rosario, para que no se nos quede en una repetición monótona y rutinaria.
No puede ser el rezo del Rosario algo que hagamos como a la carrera porque tenemos que cumplir, sino que hemos de darle el tiempo que sea necesario para que de verdad nuestro corazón se vaya abriendo más y más al misterio de Cristo. Ojalá en lugar de esa formulación breve y condensada del enunciado del misterio tuviéramos la calma de leer un trozo del evangelio que a ese misterio hiciera referencia, o tener incluso unos momentos de silencio antes de comenzar a repetir las avemarías para interiorizar de verdad lo que decimos con los labios, pero que es necesario que lo sintamos y digamos desde el corazón. Así lograríamos que fuera un gran alimento espiritual para nuestra vida que nos hiciera sentir profundamente la gracia del Señor y nos fuera empapando más y más del evangelio verdadero alimento de nuestra vida cristiana.
Amemos a María desde lo más hondo de nuestra vida. Con la confianza de los hijos a ella acudimos desde nuestros problemas y necesidades porque sabemos que es la Madre que siempre nos escucha como saben hacerlo las madres, y por nosotros va a interceder ante el Señor para que alcancemos esa gracia que tanto necesitamos no solo como ayuda a nuestras necesidades materiales, sino como verdadera fuente de nuestra santificación. 
Como tienen que hacer siempre los hijos con las madres, las amamos y las imitamos, las amamos y las escuchamos, las amamos y las obedecemos. Imitemos a María,  escuchemos a María, obedezcamos a María que siempre nos está diciendo que miremos a Cristo, que vayamos a Cristo,  que escuchemos a Cristo, que hagamos lo que Cristo nos dice.

lunes, 6 de octubre de 2014

Seamos capaces de hacer que todas nuestras obras y toda nuestra vida sea siempre para la gloria del Señor

Seamos capaces de hacer que todas nuestras obras y toda nuestra vida sea siempre para la gloria del Señor

Deut. 8, 7-1; Sal. 1 Cro 29, 10; 2Cor. 5, 17-21; Mt. 7, 7-11
Sabias y hermosas exhortaciones las que hace Moisés al pueblo antes de su entrada en la tierra prometida. Duro había sido su caminar a través del desierto, como dura había sido la esclavitud que habían vivido en Egipto. Había llegado el tiempo de la libertad, aunque duro había sido su recorrido y se iban a establecer en la tierra que el Señor les había prometido, tierra de libertad y de prosperidad. No era lo mismo el pan de la esclavitud ni la austeridad de un desierto en medio de un duro sequedal que poder comer de los frutos de la tierra que poseyeran aunque fuera tras un afanoso trabajo, pero donde podían recoger los frutos. Pero podían convertirse en tiempos de tentaciones y de olvido de Dios. Muchas veces sabemos más acudir a Dios en los tiempos de austeridad y sacrificio que luego en los tiempos de bienestar y prosperidad.
Son las recomendaciones que Moisés les hace: ‘Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena… bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado’. Y les sigue diciendo: Pero cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te mando hoy’. Es la tentación del olvido de Dios y de sus mandamientos. Y les pide además: ‘Acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te da la fuerza para crearte estas riquezas, y así mantiene la promesa que hizo a tus padres, como lo hace hoy’.
Es el peligro de creernos autosuficientes que nos valemos por nosotros mismos y solo por nuestra fuerza y nuestro poder conseguimos todo lo que somos y lo que poseemos. Ahí tenemos la raíz del ateismo que niega el poder del Señor y rechaza su existencia. Pero es la tentación en la que podemos caer que, aunque no nos proclamemos ateos, sin embargo actuamos como si en la práctica lo fuéramos porque no reconocemos que Dios es nuestro único Señor. De ahí que nos viene bien ese reconocimiento que hemos proclamado en el salmo: ‘Tú eres Señor del universo’. Así queremos reconocerlo y así queremos proclamar siempre la gloria del Señor.
Es hermoso este texto del Deuteronomio que como primera lectura hemos escuchado en esta feria especial que son las témporas que estamos celebrando. La liturgia ha situado en este principio de octubre, cuando retomamos todas nuestras actividades en el campo laboral y en el campo de la enseñanza sobre todo tras el descanso estival, estas celebraciones llamadas ‘témporas acción de gracias y de petición’. Es un hermoso recordatorio para que desde nuestra postura de creyentes sepamos darle también un hermoso y profundo sentido cristiano a nuestras actividades y a toda nuestra vida.
Surge nuestra acción de gracias al Señor cuando en nuestros campos también se va terminando con la recolección de nuestras cosechas y recomienza como un ciclo nuevo de actividad. Pero se nos invita a algo más.
La segunda lectura del apóstol san Pablo nos habla de reconciliación. ‘Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado, nos decía el apóstol. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación’ nos sigue diciendo. Es momento también de reconocer esa necesidad que tenemos de reconciliación, porque nos sentimos limitados y pecadores y es necesario purificar nuestros corazones. Podemos alcanzar esa purificación y perdón porque en Cristo hemos sido reconciliados. ‘Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados’. Así queremos humildemente presentarnos delante del Señor. En Cristo vemos y disfrutamos el perdón y la reconciliación que a manos llenas nos ofrece nuestro Padre.
Y finalmente escuchamos en el evangelio la invitación que Jesús nos hace a la oración y a la petición. Estamos necesitados de Dios y a El acudimos con confianza. Es lo que trata de trasmitirnos Jesús en el Evangelio. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’. Es la confianza que tenemos los hijos sabedores que Dios es un Padre que nos ama.
A El acudimos con confianza desde lo que son nuestras necesidades. ‘El pan nuestro de cada día, dánosle hoy’, nos enseñó a pedir Jesús.  No queremos pedir abundancias ni derroches, sino el pan de cada día; el pan que cada día necesitamos en lo que es nuestro alimento y nuestra vida con sus necesidades, pero el pan de cada día que somos capaces también de compartir con el hermano, para que a través de nuestra generosidad sienta que Dios no lo abandona. Un aspecto importante, porque no pedimos el pan mío, sino el pan nuestro, el pan para los nuestros pero el pan también para los demás necesitados que junto a nosotros caminan en la vida.
Si somos generosos tendremos siempre para compartir porque el Señor no nos dejará sin sus bendiciones, pero si somos egoístas solo pensando en nosotros mismos tenemos el peligro al final de quedarnos sin nada. Pensemos que cuando pedimos ese pan nuestro de cada día no es solo el pan material o el remedio a nuestras necesidades materiales lo que estamos pidiendo, sino que ahí tenemos que abarcar muchas cosas más que es también todo lo que espiritualmente nos va a llenar y hacer que mejore nuestro corazón y mejore también lo que es nuestra convivencia con los demás en este mundo que cada día queremos hacer mejor.

No olvidemos las acciones del Señor. Seamos capaces de hacer que todas nuestras obras y toda nuestra vida sean siempre para la gloria del Señor. Cuanto tenemos que dar gracias a Dios no solo por todo lo que recibimos de su manos, que son bendiciones de Dios para nosotros, sino también porque en Cristo obtenemos la reconciliación y el perdón. Lo que nos pide que nosotros seamos también signos de esa reconciliación de Dios para los demás. Elevemos con confianza nuestra oración a Dios y hagamos que en nuestro corazón siempre quepan todos nuestros hermanos que es una forma de presentarlos a Dios en nuestra oración.

domingo, 5 de octubre de 2014

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

Is. 5, 1-7; Sal. 79; Filp.4, 6-9; Mt. 21, 33-43
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido’. Podemos decir que por aquí, con estas palabras, comienza a dársenos la clave de la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado sobre todo al proponernos la imagen de la viña, ya fuera ‘la viña de mi amigo’ a la que el profeta quiere cantar en nombre de su amigo un canto de amor, ya sea la viña arrendada a unos labradores por aquel propietario que tan bien la había preparado.
Está por una parte lo que significa la figura del amigo que tenía una viña que cuidaba con todo mimo esperando sus frutos, o de aquel propietario que había plantado una viña que había preparado cuidadosamente antes de arrendarla para que la trabajasen aquellos labradores. Está por otro lado lo que significa en sí la imagen de la viña tan primorosamente cuidada para que diera los mejores frutos. Pero están también finalmente por otra parte aquellos a los que se había confiado el trabajo de la viña para obtener sus frutos.
El primer mensaje nos está hablando de esa solicitud paciente y amorosa de Dios que  cuida de su viña como aquel propietario, que así nos cuida y nos regala con su gracia. ‘La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas’, que decía el canto de amor del profeta por la viña de su amigo; que son por otra parte todos los cuidados de aquel propietario preparando el terreno, plantando buenas cepas, construyendo un lagar y la casa del guarda, rodeándola de una cerca. Los que hemos estado relacionados con este mundo de la agricultura y en concreto de la viticultura, bien por razones familiares o por vivir en zonas agrícolas conocemos bien lo que son estos trabajos pero también el amor que ponen los agricultores en estos trabajos del campo y podemos entender bien el sentido de la imagen que se nos ofrece.
‘¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo haya hecho?’ se preguntaba el canto profético. ¿Qué podía hacer Dios por nosotros que continuamente nos regala con su gracia después que nos ha entregado a Jesús para enriquecernos con su salvación? El canto de amor del profeta por la viña de su amigo se convierte en lamentos y congojas ante la respuesta negativa.
Es lo que nos tiene que hacer pensar y es el segundo aspecto del mensaje. ¿Cuáles son los frutos? ‘¿Por qué esperando que diera uvas dio agrazones?’ Dios siempre está esperando pacientemente nuestra respuesta. El profeta nos está hablando de que después de tanto amor que había puesto por su viña y cómo la había cuidado con esmero, los frutos no fueron buenos.
Pero con la parábola contemplamos al tiempo la paciencia de Dios en la imagen del propietario que envía a sus criados una y otra vez, aunque fueran maltratados esperando poder recoger los frutos de aquella viña que tan cuidadosamente había preparado, enviando incluso hasta su propio hijo. Tendría que hacernos pensar, recapacitar para encontrar el camino por el que demos los frutos que el Señor nos pide cuando nos ofrece tanto amor.
Pero está también ese tercer aspecto al que hacíamos referencia al principio y que se nos refleja más en la parábola del evangelio. Aunque se habla de la viña plantada para obtener unos frutos, se incide más en el desarrollo de la parábola en aquellos a los que se confió la viña para que la trabajasen y se pudieran recoger unos frutos. Ya en la motivación de la parábola el evangelista nos dice que ‘dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’.
Jesús en la parábola hace poco menos que un resumen de la historia de la salvación del pueblo de Dios. Una referencia clara a aquellos que en medio del pueblo de Dios tenían la misión de ayudar al pueblo a mantenerse en la fidelidad de la Alianza, en la fidelidad al Señor. Pero no fueron fieles, no rindieron los frutos que esperaba el Señor, muchas veces rechazaron también a los hombres de Dios, los profetas, que el Señor les enviaba, como finalmente terminarían rechazando al Hijo de Dios.
 Claro que cuando ahora nosotros escuchamos y meditamos esta Palabra del Señor no nos vamos a quedar en pensar en los otros, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos. Esa viña del Señor Dios nos la ha puesto en nuestras manos, porque es nuestra propia vida enriquecida con la gracia, y de qué manera como hemos dicho, desde la que tenemos que ofrecer frutos de santidad y de gracia que no siempre damos como es debido. Pero pensamos también - y lo decimos al hilo de la parábola - en la responsabilidad que todos tenemos de cuidar esa viña del Señor.
¿Qué significa ese cuidar la viña del Señor? No somos ni podemos ser unos seres pasivos en medio de la vida de la Iglesia en donde siempre estemos pensando lo que vamos a recibir; todo lo contrario, esa gracia que Dios ha puesto en nosotros nos obliga a preocuparnos de los demás, a tomarnos en serio con toda responsabilidad lo que es la misión de la Iglesia y entonces nuestra misión en medio de nuestro mundo. Así tenemos que asumir nuestros compromisos dentro de la Iglesia y lo que es la vida de la comunidad cristiana. Es el puesto que cada uno tiene dentro de la Iglesia y es todo lo que nosotros podemos y tenemos que aportar para la vida de la Iglesia, para la propagación de la fe.
Hemos de trabajar esa viña del Señor, que es también la responsabilidad que tenemos y hemos de asumir en todas sus consecuencias para hacer que nuestro mundo sea mejor; un mundo del que hemos de desterrar toda maldad y toda violencia; un mundo que tenemos que hacer más solidario y con más corazón; un mundo en el que hemos de trabajar más por la paz y la armonía en la convivencia de todas las personas alejando discriminaciones, desterrando envidias y orgullos, ambiciones materialistas que nos llevan a esa corrupción en todos los aspectos que vemos en nuestra sociedad y que tanto nos duele.
Dios hizo al hombre y al mundo bueno; recordemos las primeras paginas de la Biblia donde vemos ese mundo hermoso y lleno de felicidad cuando se nos habla del jardín del paraíso, y de lo que es imagen esa viña tan bien preparada de la que se nos habla hoy en los dos textos; pero pronto lo hemos llenado de maldad, de violencia, de recelos y resentimientos, de actitudes egoístas e insolidarias, de robos y de injusticias; es lo que nos refleja la parábola con la actitud de aquellos labradores que querían hacerse con la viña de su amo y en lo que estamos viendo como en un espejo todo lo que sucede en el entorno de nuestro mundo donde parece que no hay un día donde no nos despertemos con una nueva noticia de maldades y de corrupciones.
Tenemos que trabajar la viña del Señor que es nuestro mundo, pero de otra manera, desde otra visión y sentido de lo que ha de ser un mundo mejor. Son los frutos de una civilización del amor que será la que ofrezcamos a nuestro mundo desde ese sentido y esos valores del Evangelio. Es la tarea comprometida que tenemos los cristianos con nuestro mundo, desde la fe que tenemos en Cristo y nos hace cristianos comprometidos. Y ¿cómo nos vamos a comprometernos en ese trabajo en la viña de nuestro mundo si consideramos y vemos cuanto es el amor que el Señor nos tiene y cómo nos cuida con su amor que hasta nos ha entregado a su Hijo para nuestra salvación?