Seamos capaces de hacer que todas
nuestras obras y toda nuestra vida sea siempre para la gloria del Señor
Deut. 8, 7-1; Sal. 1 Cro 29, 10; 2Cor. 5, 17-21; Mt. 7, 7-11
Sabias y hermosas exhortaciones las que hace Moisés al
pueblo antes de su entrada en la tierra prometida. Duro había sido su caminar a
través del desierto, como dura había sido la esclavitud que habían vivido en
Egipto. Había llegado el tiempo de la libertad, aunque duro había sido su
recorrido y se iban a establecer en la tierra que el Señor les había prometido,
tierra de libertad y de prosperidad. No era lo mismo el pan de la esclavitud ni
la austeridad de un desierto en medio de un duro sequedal que poder comer de
los frutos de la tierra que poseyeran aunque fuera tras un afanoso trabajo, pero
donde podían recoger los frutos. Pero podían convertirse en tiempos de
tentaciones y de olvido de Dios. Muchas veces sabemos más acudir a Dios en los
tiempos de austeridad y sacrificio que luego en los tiempos de bienestar y
prosperidad.
Son las recomendaciones que Moisés les hace: ‘Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la
tierra buena… bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado’. Y les sigue diciendo: ‘Pero cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los
preceptos, mandatos y decretos que yo te mando hoy’. Es la
tentación del olvido de Dios y de sus mandamientos. Y les pide además: ‘Acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te
da la fuerza para crearte estas riquezas, y así mantiene la promesa que hizo a
tus padres, como lo hace hoy’.
Es el peligro de creernos autosuficientes que nos
valemos por nosotros mismos y solo por nuestra fuerza y nuestro poder conseguimos
todo lo que somos y lo que poseemos. Ahí tenemos la raíz del ateismo que niega
el poder del Señor y rechaza su existencia. Pero es la tentación en la que
podemos caer que, aunque no nos proclamemos ateos, sin embargo actuamos como si
en la práctica lo fuéramos porque no reconocemos que Dios es nuestro único
Señor. De ahí que nos viene bien ese reconocimiento que hemos proclamado en el
salmo: ‘Tú eres Señor del universo’.
Así queremos reconocerlo y así queremos proclamar siempre la gloria del Señor.
Es hermoso este texto del Deuteronomio que como primera
lectura hemos escuchado en esta feria especial que son las témporas que estamos
celebrando. La liturgia ha situado en este principio de octubre, cuando
retomamos todas nuestras actividades en el campo laboral y en el campo de la
enseñanza sobre todo tras el descanso estival, estas celebraciones llamadas ‘témporas
acción de gracias y de petición’. Es un hermoso recordatorio para que
desde nuestra postura de creyentes sepamos darle también un hermoso y profundo
sentido cristiano a nuestras actividades y a toda nuestra vida.
Surge nuestra acción de gracias al Señor cuando en
nuestros campos también se va terminando con la recolección de nuestras
cosechas y recomienza como un ciclo nuevo de actividad. Pero se nos invita a
algo más.
La segunda lectura del apóstol san Pablo nos habla de
reconciliación. ‘Lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado, nos decía el apóstol. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo
y nos encargó el ministerio de la reconciliación’ nos sigue diciendo. Es momento también de reconocer esa
necesidad que tenemos de reconciliación, porque nos sentimos limitados y
pecadores y es necesario purificar nuestros corazones. Podemos alcanzar esa
purificación y perdón porque en Cristo hemos sido reconciliados. ‘Dios mismo estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados’. Así queremos humildemente
presentarnos delante del Señor. En Cristo vemos y disfrutamos el perdón y la
reconciliación que a manos llenas nos ofrece nuestro Padre.
Y finalmente escuchamos en el evangelio la invitación
que Jesús nos hace a la oración y a la petición. Estamos necesitados de Dios y
a El acudimos con confianza. Es lo que trata de trasmitirnos Jesús en el
Evangelio. ‘Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y
se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se
le abre’. Es la
confianza que tenemos los hijos sabedores que Dios es un Padre que nos ama.
A El acudimos con confianza desde lo que son nuestras
necesidades. ‘El pan nuestro de cada día,
dánosle hoy’, nos enseñó a pedir Jesús.
No queremos pedir abundancias ni derroches, sino el pan de cada día; el
pan que cada día necesitamos en lo que es nuestro alimento y nuestra vida con
sus necesidades, pero el pan de cada día que somos capaces también de compartir
con el hermano, para que a través de nuestra generosidad sienta que Dios no lo
abandona. Un aspecto importante, porque no pedimos el pan mío, sino el pan
nuestro, el pan para los nuestros pero el pan también para los demás
necesitados que junto a nosotros caminan en la vida.
Si somos generosos tendremos siempre para compartir
porque el Señor no nos dejará sin sus bendiciones, pero si somos egoístas solo
pensando en nosotros mismos tenemos el peligro al final de quedarnos sin nada.
Pensemos que cuando pedimos ese pan nuestro de cada día no es solo el pan
material o el remedio a nuestras necesidades materiales lo que estamos
pidiendo, sino que ahí tenemos que abarcar muchas cosas más que es también todo
lo que espiritualmente nos va a llenar y hacer que mejore nuestro corazón y
mejore también lo que es nuestra convivencia con los demás en este mundo que
cada día queremos hacer mejor.
No olvidemos las acciones del Señor. Seamos capaces de
hacer que todas nuestras obras y toda nuestra vida sean siempre para la gloria
del Señor. Cuanto tenemos que dar gracias a Dios no solo por todo lo que
recibimos de su manos, que son bendiciones de Dios para nosotros, sino también
porque en Cristo obtenemos la reconciliación y el perdón. Lo que nos pide que
nosotros seamos también signos de esa reconciliación de Dios para los demás.
Elevemos con confianza nuestra oración a Dios y hagamos que en nuestro corazón
siempre quepan todos nuestros hermanos que es una forma de presentarlos a Dios
en nuestra oración.
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