¡Qué bien se está aquí! Una experiencia de vida
Sant. 3, 1-10; Sal. 11; Mc. 9, 1-12
El mismo Pedro que allá en Cesarea de Filipo hizo una
hermosa confesión de fe en Jesús proclamándolo como Mesías e Hijo de Dios, que
luego se resistiría a aceptar las palabras de Jesús que anunciaban su pascua,
su pasión y muerte, ahora entusiasmado en lo alto de la montaña se siente feliz
de estar contemplando la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús. ‘¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres
chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’.
Después de los anuncios que Jesús había hecho se los
lleva a la montaña para orar. ‘Jesús se
llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos solos a una montaña
alta y se transfiguró delante de ellos’. Ya hemos escuchado en el evangelio
todo lo que sucedió. La aparición de Moisés y Elías, la ley y los profetas,
hablando con Jesús; la nube que los cubrió como señal de la gloria de Dios que
los envolvía; la voz del Padre que señalaba a Jesús: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’.
Simplemente podíamos decir, la pedagogía de Dios. La fe
en Jesús iba creciendo en los discípulos. Ya podían vislumbrar algo más que el
resto de los que seguían a Jesús. Como Pedro pueden confesar ya que Jesús es el
Mesías anunciado y esperado.
Sin embargo cuando Jesús quiere hacerles comprender el
verdadero sentido del mesianismo de Jesús, cuál era la entrega que Jesús iba a
vivir para ofrecernos y regalarnos la salvación, comienzan a dudar, se comienza
a tambalear la fe. Si ahora solamente con el anuncio así surgían las dudas,
luego cuando llegara el momento de la pasión iba a ser muy duro para los
discípulos.
Comprender que en la pascua había pasión y muerte pero
detrás vendría la vida y la resurrección era algo que se les hacía costoso. Por
eso había que ir iluminando sus vidas, haciéndoles vislumbrar lo que iba a ser
el resplandor de la resurrección, la gloria del Señor. Jesús les ofrece el
regalo de la transfiguración. Podían anticiparse a descubrir y ver lo que sería
la luz y la gloria de la resurrección.
Aún así todo eso les sigue siendo costoso, porque
cuando les dice que no deben hablar de ello hasta que el Hijo del Hombre haya
resucitado de entre los muertos, ‘esto se
les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre
los muertos’. Cuando resucite el Señor los comprenderán. Les contemplaremos
ante la tumba vacía donde comienzan a creer todo lo que El les había dicho y
anunciado. Las mieles que ahora comienzan a pregustar serán los gozos que
inundarán su corazón cuando resucitado se les manifieste en el Cenáculo o allá
junto al lago de Tiberíades.
Nosotros necesitamos también reafirmar nuestra fe.
Hemos de vivir la pascua cada día de nuestra vida cuando tenemos que dar
testimonio de Jesús en medio de un mundo descreído y malvado, como ayer mismo
decía Jesús en el evangelio. Serán muchas las pruebas por las que tenemos que
pasar en la vida que pueden llenar nuestro corazón de interrogantes y de dudas.
Habrá momentos difíciles en que nos sentiremos débiles y abocados al fracaso
porque la tentación es fuerte y no sabemos cómo vencerla. Los problemas de la
vida, los sufrimientos y el dolor que aparecerán en nosotros en la enfermedad o
en la debilidad y flaqueza de los años, muchas cosas nos harán que la fe se
manifieste débil.
Necesitamos la firmeza de la fe, la convicción profunda
de que Jesús es el Señor, el gozo en el alma de haber vislumbrado la gloria del
Señor. La experiencia del Tabor si la hacemos de verdad vida en nosotros nos va
a ayudar en esos momentos y hará que nuestra fe no se tambalee. Qué importante
es que cuando escuchamos la Palabra de Dios la hagamos vida nuestra con toda
intensidad para sentirnos transformados por ella, por la gracia del Señor.
No es cuestión solo de decir ‘¡qué bien se está aquí!’, sino haber experimentado hondamente en nuestra
alma la vivencia de la presencia del Señor en nosotros y de su salvación.