Misioneros de Cristo el Señor y sembradores de la semilla del evangelio
2Cor. 4, 1-2.5-7; Sal. 95; Mc. 41-9
Misioneros
que anunciamos que Cristo es el Señor y sembradores de la semilla de la Palabra
de Dios. Es el mensaje que recibimos y al mismo tiempo anunciamos desde la
Palabra de Dios que se nos ha proclamado en esta fiesta de los Santos Cirilo y
Metodio, patronos de Europa a quienes hoy celebramos.
Decir que
Jesús es el Señor es el centro y meollo de nuestra fe. Cuando así lo
proclamamos estamos manifestando que no hay otro nombre en el que podamos
encontrar la salvación. Le pondrás por nombre Jesús porque El salvará a su
pueblo de sus pecados, le dijo el ángel a José. Y recordamos cómo los apóstoles
y los primeros discípulos hacían este anuncio continuamente. Jesús es el Señor,
y en su nombre alcanzamos la salvación y el perdón de los pecados.
Como nos
dice el apóstol Pablo en la carta a los corintios ‘porque nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que
Cristo es el Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús’. Nos recuerda lo
que san Pablo nos dice en otra carta cuando habla de que predica a Cristo y a
Cristo crucificado.
Y es la
semilla que tenemos que ir sembrando, la semilla de la fe, la semilla de la
Palabra de Dios que nos hace conocer a Jesús, la semilla de la gracia que nos
llena de la vida de Dios. El evangelio nos ha hablado de la parábola del
sembrador. Y con hondo sentido nos la propone la liturgia en esta fiesta de los
santos que evangelizaron grandes regiones de Europa y cuyo ejemplo y testimonio
nos impulsa a que nosotros seamos sembradores también de la semilla del
evangelio.
Cuando
escuchamos la parábola del sembrador siempre recogemos el mensaje por la parte
de la tierra que está o no está preparada para recibir la semilla y entonces
dará o no dará fruto. Nos miramos a nosotros mismos y tratamos de ver si somos
esa tierra buena y fértil o qué abrojos, malas hierbas o pedruscos hay en
nosotros que arrancar, que limpiar.
Pero
también podemos detenernos a reflexionar en el sentido de que a nosotros
también nos envía el Señor como sembradores de esa semilla. Envía a sus
discípulos hasta los confines de la tierra para anunciar el evangelio. Y
nosotros, testigos de Jesús, recogemos ese testigo de que hemos de ser esos
sembradores de la semilla. A nosotros el Señor también nos envía.
Y eso es
tarea de todo cristiano. Dentro de la Iglesia el Señor ha querido escoger y
llamar con una vocación especial a quienes elige para ser sus pastores o los
que se consagran al Señor radicalmente en la vida religiosa. Pero es misión de
todo cristiano el ser testigo, el ser anunciador con su vida y con su palabra
del Evangelio. La fuerza del Espíritu nos consagra a todos en el sacramento de
la confirmación para hacernos esos testigos de Cristo resucitado. Todos
recibimos esa misión del Señor.
Como nos
dice san Pablo en el final del texto de hoy ‘este
tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros’. Nos sentimos pequeños
y débiles, pero si el Señor nos confía la tarea de ser anunciadores del
evangelio, aunque seamos frágiles como vasijas de barro, con nosotros está la
fuerza y la gracia del Señor.
Que la
fuerza del Espíritu del Señor nos ilumine y fortalezca.
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