Preguntémonos
cuál ha de ser nuestra prioridad al hacer el anuncio del evangelio a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo y si respondemos al estilo de Jesús
Job 42,1-3.5-6.12-17; Sal 118; Lucas 10,17, 24
Todos nos
sentimos felices y contentos cuando creemos que las cosas nos salen bien, quizá
encontramos personas que alaban aquello que nosotros hayamos hecho y no digamos
nada si adquiere notoriedad y todo el mundo habla bien. Halaga nuestro ego que
nos digan que hacemos cosas buenas, aunque tratamos de disimularlo aflora ese
orgullo interior, que también manifestamos externamente si llega el caso, por
esas alabanzas que recibimos. Y como solíamos decir por nuestras zonas, cuando
no tenemos abuela que nos alabe, nos alabamos nosotros mismos.
Algo así
podemos decir que sentían los apóstoles que habían sido enviados con todo poder
para hacer el anuncio del Reino, y vienen contándoselo a Jesús. Ha sido un
éxito. Hasta los demonios se nos sometían en tu nombre. Y Jesús les dice
también ‘estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo’. Pero
Jesús quiere hacerles caer en la cuenta de algo mejor. ‘Vuestros nombres
están inscritos en el cielo’. Qué más da las alabanzas que aquí podáis
recibir, son efímeras, halagan vuestro ego y vuestra vanidad. Tenemos que pensar
en algo más profundo.
Y es que
Jesús quiere enseñarles, quiere enseñarnos, cuales son los verdaderos caminos
que hemos de recorrer para vivir y para anunciar el Reino de Dios. Y Jesús que
todo lo convierte en oración comienza a bendecir y alabar a Dios que es quien
realmente se nos revela en los corazones – recordemos lo que le decía a Pedro
allá en Cesarea de Filipo que lo que ha confesado no fue porque lo supiera por
sí mismo sino porque el Padre del cielo se lo había revelado en el corazón -,
pero cuando somos sencillos y somos humildes.
‘Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños’. No es cuando vamos con
nuestra autosuficiencia cuando vamos a encontrarnos con Dios para que El se nos
revele en el corazón; es cuando nos hacemos pequeños, cuando nuestro corazón se
vacía de nosotros mismos, cuando podemos llenarnos de Dios. Así se nos revela
Jesús, así Jesús nos abre a los misterios de Dios.
serán los pobres
a los que Jesús se acerca, como había proclamado en aquella profecía de Isaías
en la sinagoga de Nazaret, ‘a los pobres se les anuncia una buena noticia’;
serán los que sienten muchas limitaciones en su vida, los enfermos, los ciegos,
los paralíticos, los leprosos, los que van a encontrar la verdadera liberación
en Jesús; serán los que nadie quiere, los que son discriminados por cualquiera
causa, aquellos que son llamados publicanos y pecadores, los primeros que van a
participar de la mesa de Jesús para celebrar con alegría de fiesta el encuentro
con Jesús, recordemos a Zaqueo, recordemos a Leví el publicano y los banquetes
que ofrecieron a Jesús y quienes se sentaron a la mesa; serán aquellas
multitudes que tienen hambre de pan y hambre de esperanza los que acudirán de
todos lados para escuchar su buena noticia pero para ser alimentados con un
alimento nuevo, con un pan nuevo que será la propia carne, la propia vida de
Jesús.
¿Quiénes son
los que hoy también son los primeros en escuchar la Buena Nueva del evangelio
de Jesús? ¿Quiénes han de ser los primeros a los que la Iglesia lleve el
anuncio del Evangelio? ¿Estaremos actuando a la manera de Jesús? ¿Sentiremos
nosotros la dicha y la alegría que nos anuncia hoy Jesús en el evangelio de que
nosotros podemos ver lo que tanto ansiaron ver los profetas y reyes del
Antiguo Testamento? ¿Cuál es la verdadera alegría que debemos llevar en el
corazón? ¿Qué personas son nuestras prioridades a la hora de evangelizar?