Afrontemos
el camino de la vida con decisión, fieles a la meta que queremos conseguir y no
dejándonos vencer por las dificultades que encontremos
Job 3,1-3.11-17.20-23; Salmo 87; Lucas
9,51-56
La vida está
llena de decisiones que vamos dando continuamente que muchas veces tomamos
sobre la marcha, según nos van surgiendo las cosas, pero hay ocasiones en que
nos vemos obligados a detenernos un poco a pensar y ver las consecuencias de
aquellas decisiones que vamos tomando. No son simplemente los cruces de calles
o caminos que se van abriendo en la materialidad del recorrido que vamos
haciendo, sino que en cierto modo son verdadera encrucijadas de la vida que nos
obligan a pensarnos bien la decisión que hemos de tomar.
Muchas veces
los que están a nuestro lado no entienden, pero nosotros podemos tener razones
hondas que nos motivan a la decisión que hemos de tomar, aunque en ocasiones
sea difícil y comprometida; ahí en lo hondo de nosotros mismos tenemos esas
razones o esos ‘porqué’ que nos hacen tomar esa decisión. Pero si lo tenemos
claro, si hemos considerado bien los ‘pro’ y los ‘contra’, luego tendríamos que
se consecuentes con la decisión tomada afrontando lo duro que se nos puede
hacer el camino, asumiendo que no siempre es fácil, pero que con nosotros con
madurez y firmeza nos decidimos por ese camino.
Hoy nos dice
el evangelista que Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén. Es cierto que
se acercaba la fiesta de la pascua y para entonces muchos judíos de todas las
regiones de Palestina o incluso de la diáspora se acercaban a Jerusalén. Pero
Jesús sabe que esta subida va a tener un carácter especial, va a haber para El
una verdadera Pascua, que será ya desde entonces para nosotros nuestra pascua.
En un momento el evangelista nos dirá que parece que Jesús lleva prisa, porque
va por delante, poco menos que tirando del grupo. Sabe cuál es su pascua, donde
está su pascua.
A los discípulos
más cercanos les irá anunciando qué es lo que le va a suceder en Jerusalén, y
aunque los discípulos no entienda, o en alguna ocasión alguno, en este caso
Pedro, trate de disuadirlo porque a El eso no le puede pasar, el continúa el
camino. No serán solo los discípulos lo que no entiendan el por qué de aquella
subida, sino que incluso en el camino va a encontrar dificultades, porque
algunos – los samaritanos – no le reciben bien e incluso rechazan que Jesús y
sus discípulos se pudieran hospedar en su pueblo. Pero la respuesta de Jesús no
es quitarse de en medio de la forma que sea a quien pueda parecer un obstáculo,
por eso cuando algunos de los apóstoles muy orgullosos de si mismos quieran que
Jesús haga bajar fuego del cielo para castigarlos, Jesús se desentenderá de
esos deseos violentos de los discípulos y seguirá con decisión adelante.
Una imagen,
estas reacciones de los discípulos, que nos reflejan también lo que nosotros
llevamos por dentro. No nos gusta que nos hablen de cruz y de sufrimiento, no
terminamos de entender su sentido y su valor, cuántas veces queremos quitarnos
de encima del hombro esa cruz; pero tampoco nos gusta que nos rechacen o no nos
acepten, de la misma manera que en muchas ocasiones cuando encontramos
oposición a nuestro alrededor por algo que queremos o tenemos que hacer, bien
que se nos levanta el gallito de nuestro orgullo y de nuestro amor propio y nos
ponemos a cacarear, que si pudiéramos los quitaríamos de en medio.
¿Cómo
afrontamos nosotros las cruces que se nos presentan en la vida? ¿Cuál es
nuestra reacción después de una decisión de vida tomada cuando nos encontramos
con dificultades para llevarla a cabo? ¿Seremos los que a la menor dificultad
tiramos la toalla y nos vamos a otra cosa? ¿Iremos dejando los caminos a medio
recorrer por las dificultades que entrañan o seguiremos con decisión hasta
alcanzar la meta final?
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