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domingo, 25 de septiembre de 2022

Según el lugar donde estemos podremos ver o no ver, tener una mejor perspectiva para llegar a descubrir de verdad al hermano que sufre a nuestro lado

 


Según el lugar donde estemos podremos ver o no ver, tener una mejor perspectiva para llegar a descubrir de verdad al hermano que sufre a nuestro lado

Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31

 Según el lugar donde estemos podremos ver o no ver, tener una mejor perspectiva del paisaje que tenemos delante o del cuadro que nos están presentando, podremos ver el detalle de la realidad o todo se nos puede diluir y desfigurar ocultando a nuestros ojos lo que desde otro lugar se vería con mayor claridad o mejor perspectiva.

Pero no vamos a contemplar paisajes ni obras de arte, se trata de contemplar la realidad de la vida que muchas veces se nos difumina y se nos hace turbia dejando de ver lo que tenemos crudamente delante de nosotros. ¿Cuál sería la mejor perspectiva o el mejor punto de vista?

Estamos ante un capítulo del evangelio que creo que nos podría ayudar. El samaritano vio al herido y se detuvo junto a él mientras el sacerdote y el levita dieron un rodeo para evitar encontrarse de frente con el hombre caído y disculparse de no haberle visto o de no haberle atendido; el padre vio al hijo pródigo que volvía a casa aun estando lejos, mientras el hermano mayor rehuyó entrar en la casa porque no quería encontrarse con el hermano y así crecerse en sus protestas y exigencias; Jesús ve a los discípulos y los llama uno por uno por su nombre, ve a la multitud que se ha congregado a su alrededor y se pone a enseñarles y a curar enfermos, como cuando Dios ve desde el cielo el sufrimiento de su pueblo y decide bajar para enviar quien los libere de la esclavitud. Hay quien ve y hay quien no quiere ver.

Es lo que concretamente vemos en el evangelio que hoy se nos ofrece; allí está el rico enfrascado en sus banquetes y sus fiestas y no es capaz de ver al pobre Lázaro que está en su misma puerta hambriento y cubierto de llagas. ¿Qué es lo que está cambiando la perspectiva y a uno cierra los ojos, mientras otros son capaces de detenerse para llenarse de compasión ante el sufrimiento de los demás?

El que se encierra en sí mismo, no piensa sino en si mismo, rehuye la posibilidad de manchar sus ropajes, tendrá siempre los ojos cerrados para los demás y no será capaz de descubrir lo que tiene en su misma puerta por donde entra y sale todos los días. Cuando nos sentimos instalados o acomodados en nuestras cosas o en nuestras rutinas perdemos la verdadera perspectiva que nos lleva a descubrir a los demás. Son muchas las cosas que nos pueden hacer que nos sintamos instalados y ya no queramos ver otra cosa.

Tantos apegos del corazón que nos quitan la verdadera libertad interior. Serán las riquezas o serán los caprichos de la vida, serán nuestras comodidades o nuestras rutinas, serán tantas baratijas de la vida que nos entretienen y nos roban nuestro tiempo o nuestra voluntad, serán tantas cosas que nos vuelven insensibles y nos impiden llenar de compasión el corazón para poder tener la mejor visión de manera que ya no importan las distancias para descubrir allí donde está aquel que necesita de nosotros.

Algo nos está queriendo decir hoy el evangelio. Cuántas veces en la vida damos rodeos, cuántas veces no queremos acercarnos para no encontrarnos, cuántas veces pensamos que nos valemos por nosotros mismos y no necesitamos de nadie y por eso no terminamos de prestar atención a lo que hay a nuestro alrededor, cuántas veces vamos ensimismados en nuestras preocupaciones o en nuestros intereses porque no queremos llegar tarde a aquellas cosas que habíamos convertido en prioritarias incluso por encima de las personas.

Al final quizás las circunstancias de la vida nos obligan a detenernos y comenzamos a darnos cuenta de lo que podíamos haber hecho y no hicimos, nos damos cuenta que no son las cosas sino las personas lo que nos debería haber importado que tendrían que ser las realmente prioritarias, nos damos cuenta de que por mucho que nos sintamos fuertes con lo que tengamos realmente estamos siempre necesitados de la mano de los demás.

Nos hace falta una nueva visión, una nueva perspectiva, algo que realmente nos despierte y nos haga abrir los ojos. No es necesario que pidamos milagros extraordinarios, que estemos corriendo de un lugar para otro buscando apariciones milagrosas; algunas veces nos parece que ese es el recurso fácil y que pronto daría resultados; pudieran convertirse en luces fugaces de un día o de un momento, pero que no son los que realmente van a mover el corazón.

Aquel hombre desde el abismo, cuando ahora ya había comenzado de alguna manera a pensar en los demás, todavía pensaba que con apariciones milagrosas sus hermanos podrían cambiar de vida para que no cayeran en el abismo en el que él estaba. ‘Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento… que si un muerto va a ellos, se arrepentirán…’ Pero Abrahán le contestará: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto’.

Ahí tenemos la Palabra de Dios que cada día podemos escuchar y es la que si la plantamos bien en el corazón nos transformará. Será el Evangelio, la buena noticia de Jesús, lo que en verdad transformará nuestros corazones. Es la semilla que hemos de plantar en nuestro corazón dejando que eche raíces en nosotros para que surja una nueva vida.

 

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