Según
el lugar donde estemos podremos ver o no ver, tener una mejor perspectiva para
llegar a descubrir de verdad al hermano que sufre a nuestro lado
Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo 6, 11-16;
Lucas 16, 19-31
Según
el lugar donde estemos podremos ver o no ver, tener una mejor perspectiva del
paisaje que tenemos delante o del cuadro que nos están presentando, podremos
ver el detalle de la realidad o todo se nos puede diluir y desfigurar ocultando
a nuestros ojos lo que desde otro lugar se vería con mayor claridad o mejor
perspectiva.
Pero no vamos
a contemplar paisajes ni obras de arte, se trata de contemplar la realidad de
la vida que muchas veces se nos difumina y se nos hace turbia dejando de ver lo
que tenemos crudamente delante de nosotros. ¿Cuál sería la mejor perspectiva o
el mejor punto de vista?
Estamos ante
un capítulo del evangelio que creo que nos podría ayudar. El samaritano vio al
herido y se detuvo junto a él mientras el sacerdote y el levita dieron un rodeo
para evitar encontrarse de frente con el hombre caído y disculparse de no
haberle visto o de no haberle atendido; el padre vio al hijo pródigo que volvía
a casa aun estando lejos, mientras el hermano mayor rehuyó entrar en la casa
porque no quería encontrarse con el hermano y así crecerse en sus protestas y
exigencias; Jesús ve a los discípulos y los llama uno por uno por su nombre, ve
a la multitud que se ha congregado a su alrededor y se pone a enseñarles y a
curar enfermos, como cuando Dios ve desde el cielo el sufrimiento de su pueblo y
decide bajar para enviar quien los libere de la esclavitud. Hay quien ve y hay
quien no quiere ver.
Es lo que
concretamente vemos en el evangelio que hoy se nos ofrece; allí está el rico
enfrascado en sus banquetes y sus fiestas y no es capaz de ver al pobre Lázaro
que está en su misma puerta hambriento y cubierto de llagas. ¿Qué es lo que
está cambiando la perspectiva y a uno cierra los ojos, mientras otros son
capaces de detenerse para llenarse de compasión ante el sufrimiento de los demás?
El que se encierra
en sí mismo, no piensa sino en si mismo, rehuye la posibilidad de manchar sus
ropajes, tendrá siempre los ojos cerrados para los demás y no será capaz de
descubrir lo que tiene en su misma puerta por donde entra y sale todos los
días. Cuando nos sentimos instalados o acomodados en nuestras cosas o en
nuestras rutinas perdemos la verdadera perspectiva que nos lleva a descubrir a
los demás. Son muchas las cosas que nos pueden hacer que nos sintamos
instalados y ya no queramos ver otra cosa.
Tantos apegos
del corazón que nos quitan la verdadera libertad interior. Serán las riquezas o
serán los caprichos de la vida, serán nuestras comodidades o nuestras rutinas,
serán tantas baratijas de la vida que nos entretienen y nos roban nuestro
tiempo o nuestra voluntad, serán tantas cosas que nos vuelven insensibles y nos
impiden llenar de compasión el corazón para poder tener la mejor visión de
manera que ya no importan las distancias para descubrir allí donde está aquel
que necesita de nosotros.
Algo nos está
queriendo decir hoy el evangelio. Cuántas veces en la vida damos rodeos,
cuántas veces no queremos acercarnos para no encontrarnos, cuántas veces
pensamos que nos valemos por nosotros mismos y no necesitamos de nadie y por
eso no terminamos de prestar atención a lo que hay a nuestro alrededor, cuántas
veces vamos ensimismados en nuestras preocupaciones o en nuestros intereses
porque no queremos llegar tarde a aquellas cosas que habíamos convertido en
prioritarias incluso por encima de las personas.
Al final
quizás las circunstancias de la vida nos obligan a detenernos y comenzamos a
darnos cuenta de lo que podíamos haber hecho y no hicimos, nos damos cuenta que
no son las cosas sino las personas lo que nos debería haber importado que tendrían
que ser las realmente prioritarias, nos damos cuenta de que por mucho que nos
sintamos fuertes con lo que tengamos realmente estamos siempre necesitados de
la mano de los demás.
Nos hace
falta una nueva visión, una nueva perspectiva, algo que realmente nos despierte
y nos haga abrir los ojos. No es necesario que pidamos milagros
extraordinarios, que estemos corriendo de un lugar para otro buscando
apariciones milagrosas; algunas veces nos parece que ese es el recurso fácil y
que pronto daría resultados; pudieran convertirse en luces fugaces de un día o
de un momento, pero que no son los que realmente van a mover el corazón.
Aquel hombre
desde el abismo, cuando ahora ya había comenzado de alguna manera a pensar en
los demás, todavía pensaba que con apariciones milagrosas sus hermanos podrían cambiar de vida para que no cayeran
en el abismo en el que él estaba. ‘Te ruego, entonces, padre, que le mandes
a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas
cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento… que si un
muerto va a ellos, se arrepentirán…’ Pero Abrahán le contestará: ‘Si no
escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un
muerto’.
Ahí tenemos la Palabra de Dios que cada
día podemos escuchar y es la que si la plantamos bien en el corazón nos
transformará. Será el Evangelio, la buena noticia de Jesús, lo que en verdad
transformará nuestros corazones. Es la semilla que hemos de plantar en nuestro
corazón dejando que eche raíces en nosotros para que surja una nueva vida.
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