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sábado, 19 de diciembre de 2015

Aprendamos a sorprendernos con las cosas de Dios aceptando humildemente sus planes para nuestra vida

Aprendamos a sorprendernos con las cosas de Dios aceptando humildemente sus planes para nuestra vida

Jueces 13, 2-7. 24-25; Sal 70; Lucas 1, 5-25

Incluso cuando es grande el ansia que tenemos por aquello que pedimos hay ocasiones en que nos sentimos sobrecogidos cuando al final lo conseguimos. ¿Quizá porque aun en esa ansia grande nos faltaba esperanza? ¿quizá habíamos perdido la confianza? O tan sorprendidos nos vemos en aquello que conseguimos que nos quedamos sin palabras, sin saber cómo reaccionar, qué es lo que podríamos expresar en ese momento.
¿Qué es lo que vio el ángel en los ojos de aquel anciano sacerdote cuando se le manifestó a la hora de la ofrenda del incienso en el templo? Fijémonos que las primeras palabras del ángel fueron ‘no temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado’. Tener fe en que Dios escucha nuestras súplicas es algo grande, por supuesto, pero recibir una embajada angélica para decirle que Dios ha escuchado sus oraciones es algo tan grande como para impresionarte y quedarte mudo por la sorpresa.
Pero el ángel no solo viene a decirle que se acaba el oprobio para aquella familia porque, aunque sean ya mayores, Dios les va a conceder el don de un hijo, sino que además el ángel le adelanta cual va a ser la misión de aquel niño que de forma prodigiosa va a nacer. Será motivo no para el temor, sino para alegría, para él y para muchos. ‘Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Aunque las palabras del ángel tienen que llenar de gozo su corazón, es humano, conoce sus limitaciones, son ya personas mayores tanto él como Isabel su mujer y surgen las dudas. ‘¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada’.
‘Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento’. Es la respuesta del ángel. Zacarías no quiere poner en duda las palabras del ángel, pero pone sus objeciones; normal y muy humano. Era un hombre de fe, pues allí estaba ejerciendo su oficio sacerdotal haciendo la ofrenda del incienso e intensa era su oración al Señor. Pero ahora todo viene como una prueba quizá nacida de la misma sorpresa que le sobrecoge. Ha de seguir pasando por la prueba del silencio que será para él purificador.
En lo mismo que nos concede el Señor y en su presencia junto a nosotros que no nos falta, muchas veces nos viene también la prueba a nuestra fe; dudamos en nuestro interior, quizá no oramos con toda la confianza que tendríamos que hacerlo, pensamos que la solución a nuestros problemas vendrán por otros caminos. Nos es necesaria cada día más una mayor disponibilidad de nuestro espíritu para ponernos en las manos del Señor y confiar, porque El siempre escucha nuestra oración. Dejémonos sorprender por las cosas de Dios. Sepamos aceptar humildemente los planes de Dios para nuestra vida.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Serenidad y fortaleza interior como san José para saber discernir los planes de Dios también en los momentos de duda y oscuridad

Serenidad y fortaleza interior como san José para saber discernir los planes de Dios también en los momentos de duda y oscuridad

Jeremías 23,5-8; Sal 71; Mateo 1,18-24
Cuando nos sucede un imprevisto que trastorna y trastrueca todos nuestros planes nos quedamos bloqueados sin saber muchas veces cómo actuar, qué reacción tener o cuales son las decisiones más acertadas que hemos de tomar. Es necesario una madurez interior, una fortaleza del alma que nos dé serenidad y paz también en esas situaciones adversas para encontrar el mejor camino de solución. Es en lo que es necesario crecer como personas, para lograr esa madurez; es necesario ese crecimiento interior, una fortaleza espiritual para afrontar esos momentos.
Es la madurez humana y espiritual que hoy apreciamos en José en el texto del evangelio. ‘María estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. Claro que cuando ahora nosotros leemos el texto sagrado ya el evangelista nos dice que ‘María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. Pero esto no lo sabía José. El solo veía el embarazo de María. Y ahí encontramos la profundidad espiritual de José. ‘Era bueno’, dice el evangelista, ‘no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto’.
Pero en José había una madurez humana y espiritual; era un hombre de fe, abierto al misterio de Dios. Y la voluntad de Dios se le manifestó en sueños a través de un ángel. ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Así se le manifiesta la voluntad de Dios, el misterio de Dios en el que él va a tener su parte también, porque Dios quiere contar con él. Se cumplía lo anunciado por los profetas; el hijo de María sería el Emmanuel, Dios con nosotros. Su nombre  será Jesús, porque es el Salvador. Y José también aceptó el plan de Dios. ‘Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’.
Es un paso más el que estamos dando acercándonos a la Navidad. La figura de José aparece también en nuestro camino para ayudarnos a dar esos pasos hacia el encuentro con el Señor. Ojalá tuviéramos la misma profundidad en nuestra vida que se manifiesta en José. Así tenemos que crecer en nuestra vida espiritual, crecer en nuestra fe para descubrir el plan de Dios, para aceptar el plan de Dios, para decir Sí a lo que Dios nos propone aunque a veces un poco trastorne nuestras vidas.
En esos momentos oscuros por los que podamos pasar, en esos momentos que quizá se prolongan sin saber encontrar el camino de salida, sepamos tener la serenidad y la esperanza que hoy vemos manifestada en José. Que sepamos hacer silencio ante Dios para dejar que El se nos manifieste, cuando y como quiera, y sepamos encontrar esa luz, sepamos descubrir esos designios de Dios para nuestra vida.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Pongamos nuevas luces en las ventanas de nuestra vida con nuestra cercanía y nuestros deseos de encuentro para anunciar el próximo nacimiento del Salvador

Pongamos nuevas luces en las ventanas de nuestra vida con nuestra cercanía y nuestros deseos de encuentro para anunciar el próximo nacimiento del Salvador

Génesis 49,1-2.8-10; Sal 71; Mateo 1,1-17

‘Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor; su gloria aparecerá sobre ti…’ Así canta una de las antífonas de la liturgia de este día. Estamos a ocho días de la Navidad. Todo suena a nuestro alrededor a ambiente navideño, a fiesta, a alegría, a esperanza. Hay como una alegría en nuestro entorno por estas fiestas de navidad, aunque tengamos que reconocer que para no todos tiene el mismo sentido y sabor.
Es hermoso el ambiente que se crea en nuestro entorno; ese cariño familiar que se despierta de nuevo con el deseo de esos hermosos encuentros, los amigos se saludan de un modo especial y todos nos deseamos felicidad, es el momento también de intercambio de muchas muestras de cariño ya sea en los regalos que nos intercambiamos o en la cercanía que mostramos los unos a los otros. Pero no podemos olvidar en la trastienda lo que es el verdadero motivo de estas fiestas y de esta alegría y que tendría que ser el motivo hondo de todas esas muestras de alegría y cercanía.
Es el nacimiento del Señor, porque si decimos navidad estamos diciendo la natividad del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Eso no lo podemos olvidar. Y es para eso para lo que nos hemos venido preparando durante todo el adviento. Ahora en esta semana que nos queda la liturgia nos invita a intensificar esa preparación.
Surgen en nuestros pueblos muchas tradiciones religiosas en torno a estos días aunque muchas veces las vayamos olvidando. Son en nuestra tierra canaria las llamadas misas de luz que en otros tiempos se celebraban al amanecer precedidas por los sones de ‘lo divino’ que con sus cantos anunciaban por nuestras calles la cercana navidad y nos congregaba en nuestros templos en ese amanecer de cada día anuncio del gran amanecer que significó para el mundo el nacimiento del Sol que nos venía de lo alto para ser nuestra salvación.
Serán en otros lugares como en muchos países de Latinoamérica las novenas al Niño Dios o las posadas que se repartían por las casas, las calles o las plazas buscando el lugar de la preparación del nacimiento de Jesús. Sé que en América aun se siguen manteniendo esas hermosas costumbres y los vecinos se invitan unos a otros a celebrar la novena del Niño Dios o el encuentro de las posadas y las familias se reencuentran iluminando las casas y las calles con hermosas luces llenas de colorido.
Abramos también nosotros las puertas de nuestro corazón, pongamos esa luz que anuncia el nacimiento del Niño Dios no solo en nuestras puertas y ventanas como un anuncio de alegría, sino que nuestra vida vaya comenzando a tener esa nueva luz que brilla en nosotros con actitudes nuevas que nos lleven al encuentro, al perdón, al compartir, a una nueva armonía en nuestras familias y entre nuestros vecinos y con todos aquellos que están a nuestro alrededor. Que todo ese bonito ambiente de fiesta que vamos a vivir en estos días, no sea solo cosa de unas horas o unos días sino que sea anuncio de ese nuevo sentido que con el nacimiento de Jesús le queremos dar a nuestras vidas.
Que esa nueva luz que comience a brillar en nuestras vidas, en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos de cercanía a los demás sean un anuncio del cercano Emmanuel que viene del cielo a traernos un nuevo resplandor. Es la aurora que anuncia la nueva luz que con Jesús viene a iluminar nuestro mundo. Así podremos hacer una verdadera navidad donde en verdad Jesús sea el centro de nuestra fiesta y de nuestra vida.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El mundo de hoy también nos pregunta a su manera por Jesús y nosotros hemos de dar las mismas señales de Jesús en los signos del amor y el anuncio de la Buena Nueva

El mundo de hoy también nos pregunta a su manera por Jesús y nosotros hemos de dar las mismas señales de Jesús en los signos del amor y el anuncio de la Buena Nueva

Isaías 45 y 6b-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23

‘¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?’, es la pregunta que le hace Juan a Jesús cuando ya está en la cárcel a través de sus discípulos. ¿Quién eres tú? Es la pregunta que late de fondo a lo largo de todo el evangelio. Es la pregunta, sí, que nos seguimos haciendo nosotros, no de una manera formal ni rutinaria, sino la pregunta honda cuya respuesta va a darnos sentido hondo a nuestra vida.
‘¿Quién es éste?’ se preguntaba la gente cuando le escuchaba porque a nadie habían oído hablar con tal autoridad, o cuando contemplaban sus milagros porque nadie ha hecho cosa igual. ¿Quién eres?, le preguntan de alguna manera aquellos dos primeros seguidores de Jesús, Juan y Andrés, cuando le preguntan ‘¿donde vives?’
Buscaba Nicodemo conocer bien a Jesús cuando va a visitarle de noche, aunque ya en el fondo está reconociendo que algo de Dios hay en él ‘porque nadie puede hacer las cosas que tu haces si Dios no está con él’. Buscaban los griegos que acuden a los discípulos porque quieren conocer a Jesús. Quería conocer a Jesús Zaqueo que se sube a la higuera para al menos verlo pasar desde allí ya que le era difícil por otra parte. Querían conocerle aquellas multitudes venidas de todas partes para escucharle, para ver sus obras. De alguna manera, aunque no quisieran reconocerlo, estaban buscando conocerle bien incluso aquellos que se ponían a la distancia para observarlo todo, para buscar preguntas capciosas con que cazarle o para ponerle trampas. Quería saber de Jesús también Pilatos desde su eclecticismo cuando le pregunta si es rey o qué es la verdad aunque escéptico no espere respuesta.
Nos preguntamos nosotros también porque queremos conocer a Jesús.  Nos preguntamos cuando vamos haciendo este camino de Adviento porque no es cualquier nacimiento el que vamos a celebrar cuando llegue la navidad. Tenemos que preguntarnos, sí, seriamente, y hemos de aprender a escuchar bien allá en nuestro interior esa voz que igual que en lo alto del Tabor nos estará diciendo ‘Este es mi hijo amado. Escuchadle’. Queremos conocer a Jesús y tenemos que recorrer una y otra vez las páginas del evangelio, aunque nos las sepamos de memoria para ahondar, para escuchar interiormente, para descubrir esa voz del Espíritu que nos lo hará conocer todo y nos lo revelará todo y nos ayudará a abrir nuestro corazón a Jesús que llega a nuestra vida y nos trae la salvación, y nos llena de paz, y nos pone en camino nuevo, y nos despierta ese amor aletargado que muchas veces se nos enfría.
Por las señales conoceremos a Jesús. Como le decía a los discípulos de Juan ‘Id y contad lo que habéis visto y oído’. ¿Qué habían visto? Las obras del amor porque los enfermos eran curados. ¿Qué habían oído? La Buena Nueva, el Evangelio que se anunciaba a los pobres.
Pero eso me hace pensar en algo más. Tenemos que dar una respuesta a ese mundo que está alrededor y también nos pregunta por Jesús. Tenemos que darles las mismas señales de Jesús. Las señales del amor y el anuncio de la Buena Noticia de salvación para los pobres de hoy, para el hombre y el mundo de hoy. Los discípulos de Juan vieron esas señales en Jesús. El hombre de hoy, el mundo de hoy en nosotros, en los que creemos en Jesús, en la Iglesia han de ver esas mismas señales para conocer quien es Jesús y creer en El como el único Salvador. ¿Les estaremos dando esas señales?

martes, 15 de diciembre de 2015

Con unas actitudes nuevas de humildad y de acogida llena de amor hacia los demás preparemos la venida del Señor

Con unas actitudes nuevas de humildad y de acogida llena de amor hacia los demás preparemos la venida del Señor

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

Una breve parábola de Jesús que nos hace un buen retrato de lo que es nuestra vida. Qué fácil es decir sí con las palabras pero qué pronto olvidamos lo que habíamos decidido o a lo que nos habíamos comprometido. Queremos parecer el hijo obediente y cumplidor que está pronto para decir sí en un primer momento mientras quizá otros que nos parecen contestatarios y rebeldes están más dispuestos a responder con sus obras a la llamada que se les hace.
Nos es fácil juzgar y condenar a los demás; igual que en tiempos de Jesús había gente a la que se les discriminaba y se les consideraba pecadores y poco menos que unos malditos con quienes los que se creían justos no querían ni mezclarse, nos sigue sucediendo hoy; somos los buenos, así nos creemos, y miramos fácilmente por encima del hombro a tantos otros porque son así o de otra manera, porque tienen tal o cual condición o en algún momento de la vida han errado el camino y han podido vivir envueltos en muchas situaciones que los marcaron. ¿Es que de ahí puede salir algo bueno? Pensamos tantas veces, pero quizá luego los veremos más generosos que nosotros, dispuestos siempre a echar una mano, más solidarios con los demás y seguramente con mejor corazón que nosotros.
Pensemos en lo que es nuestra propia historia. ¿Por qué nos creemos buenos? ¿Es que no hemos roto nunca un plato, como se suele decir? Si en verdad somos sinceros en nuestro interior veremos nuestras flaquezas, nuestras debilidades, nuestras inconstancias en tantas cosas que nos proponemos y dejamos a la mitad y que pronto en tantas ocasiones olvidamos o abandonamos.
A esta parábola le encuentro un paralelo en la que solemos llamar habitualmente del ‘hijo pródigo’; aunque en dicha parábola el mensaje principal siempre hemos de centrarlo en el amor del padre que acoge y que perdona, que abraza a su hijo que vuelve arrepentido tras haber abandonado la casa paterna, siempre decimos también que es nuestro retrato; y digo que es nuestro retrato porque no solo nos veamos reflejados por nuestro pecado en el hijo que abandonó la casa paterna viviendo perdidamente, sino porque también nos podemos ver reflejados en el otro hijo, el que parecía bueno porque no se había marchado de la casa del padre, pero que sin embargo su corazón estaba tan distante. Había estado siempre allí y se creía con derecho a todo, también a juzgar y a condenar a su hermano, pero en él no había misericordia, compasión, comprensión, capacidad de acogida para el hermano que volvía; se creía bueno pero su corazón estaba lleno de rencores y resentimientos, su corazón estaba bien lejos de lo que era el corazón lleno de amor y compasión de su padre; no supo acoger con amor a su hermano. ¿No nos pasará así tantas veces a nosotros?
Lo mismo podemos ver en la parábola que hoy nos ofrece el evangelio. El que parecía bueno porque decía siempre sí a todo lo que su padre le decía, sin embargo sus actitudes estaban bien lejos de la obediencia que se le pedía porque luego no hacía lo que su padre le pedía; como tantas veces nosotros que queremos parecer buenos pero luego en el día a día de nuestra vida somos inconstantes, infieles, abandonamos pronto lo bueno que teníamos que hacer, nos dejamos conquistar por el cansancio o caímos en las redes de la rutina.
Jesús terminará diciéndoles tras la parábola: ‘Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis’. ¿Seremos capaces nosotros de recapacitar? ¿Seremos capaces de ser humildes para ver nuestros errores y cambiar nuestras posturas y actitudes?

Seamos sinceros con nosotros mismos y alejemos de nosotros todo atisbo de juicio y de condena hacia los demás. Aprendamos de una vez por todas que podemos cambiar y los demás también pueden cambiar. Que sean las actitudes nuevas que pongamos en nuestro corazón mientras nos preparamos para la venida del Señor. Ese nuevo corazón con unas nuevas actitudes y unos nuevos sentimientos serán la señal de que el Señor ha llegado a nuestra vida.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios

Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios

Números 24,2-7.15-17ª; Sal 24; Mateo 21,23-27

A Dios no nos podemos acercar si no es con sinceridad de corazón. Acercarnos a Dios ya en sí es un acto de fe pero solo con corazón humilde será grande esa fe. Nunca el orgullo fue buen camino para ir a Dios; nunca desde la malicia de la mentira y del disimulo podemos conocer a Dios. Por es necesaria esa sinceridad que nos hace humildes y esa humildad que nos hace mirar con sinceridad nuestra vida. Y a ese corazón humilde y sincero sí se manifiesta Dios, se hace presente en su vida, le hace saborear la sabiduría de Dios, puede llegar al conocimiento de Dios.
Sin embargo nuestro orgullo aparece fácilmente en nuestra vida; nos queremos hacer nuestra propia imagen de Dios o incluso nosotros mismos queremos hacernos dioses porque nos creemos autosuficientes, porque nos creemos que nos lo sabemos todo y no necesitamos ninguna revelación que nos ayude a descubrir el misterio, porque tenemos nuestras ideas preconcebidas y nos cuesta abajarnos de nuestros pedestales para abrirnos a la sabiduría de Dios.
En el evangelio que queremos comentar hoy vemos que los escribas y fariseos ya tenían su idea preconcebida de lo que había de ser el Mesías, ahora se presenta Jesús a quien entre el pueblo sencillo se le considera como un gran profeta y quizá que podría ser el Mesías, pero Jesús no se está presentando conforme a aquellas ideas que ellos tenían de lo que habría de ser el Mesías; ya tienen por delante el rechazo a todo lo que haga y lo que diga Jesús, o bien le dicen que está endemoniado cuando cura a los enfermos y expulsa a los demonios, según ellos con el poder del príncipe de los demonios, o bien le preguntan por su autoridad para enseñar o para hacer lo que hace como la reciente expulsión de los vendedores del templo; es verdad que Jesús no ha ido a estudiar a sus escuelas rabínicas y eso les descoloca porque sin embargo se manifiesta con autoridad en lo que enseña. No saben, o no quieren, abrirse al misterio de Dios que en Jesús se está manifestando.
Vienen con preguntas a Jesús pero no lo hacen con la sinceridad del que busca la verdad; vienen con preguntas a Jesús porque quieren cazarlo en sus respuestas para tener de qué acusarlo y quitarlo de en medio. Hoy Jesús les desenmascara con la pregunta que les hace sobre el sentido del bautismo de Juan, y no entra en el juego de sus preguntas. La sabiduría de Jesús ve en verdad los corazones de los hombres y allí no había sinceridad ni verdadero deseo de encontrar a Dios.
¿Nos pasará algo así a nosotros? ¿Vamos con sinceridad a la búsqueda de Dios y nos queremos poner ante El con la sinceridad y verdad de nuestra vida, aunque seamos pecadores? Porque tenemos el peligro de ni siquiera ante Dios que conoce de verdad hasta el fondo nuestros corazones, somos capaces de reconocer nuestra indigencia, nuestra pobreza espiritual o nuestro pecado. Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios. Nos vamos a encontrar un Dios compasivo y misericordioso que nos ama a pesar de nuestros pecados y nos ofrece generosamente el perdón de su misericordia.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Que los aires de alegría que ya resuenan porque llega la navidad surjan de forma profunda de nosotros porque seamos instrumentos de reconciliación y de paz entre los que nos rodean

Que los aires de alegría que ya resuenan porque llega la navidad surjan de forma profunda de nosotros porque seamos instrumentos de reconciliación y de paz entre los que nos rodean

Sofonías 3, 14-18ª; Sal.: Is 12, 2-3; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18
En la medida que avanza diciembre vamos observando que cambia el ambiente de nuestras calles, de lo que es la vida comercial, la ornamentación que va apareciendo en nuestras calles y plazas, lo que son los programas de los medios de comunicación e incluso en nuestros hogares parece que surge algo nuevo y se vislumbra una nueva alegría o al menos un ambiente de fiesta. Ya incluso vamos escuchando felicitaciones de navidad que se nos desean desde distintos lados y hasta la música tiene como un nuevo sentido en unas canciones que llamamos navideñas.
Se acerca la Navidad. Suena algo distinto aunque creo que es necesario también un sentido critico para ver realmente cual es la motivación de esa fiesta y alegría e incluso analizar el sentido de muchas de esas canciones que llamamos de Navidad y en las que en muchas de ellas no aparece ni la más mínima referencia a lo que para nosotros es el verdadero sentido de la navidad. Podríamos hacernos muy diversas consideraciones en este sentido.
Nosotros, los cristianos que queremos dejarnos conducir de la mano de la Iglesia y con un profundo sentido de fe también escuchamos en la liturgia la invitación a la alegría por la ya cercana navidad. Los textos de la liturgia de este domingo han dado motivo para el nombre del gaudete o de la alegría con que mencionamos este tercer domingo de Adviento. Son las invitaciones que nos hace el profeta y repetidamente el apóstol Pablo en el texto de la carta a los Filipenses que hoy escuchamos. ‘Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres’, nos decía el apóstol. Mientras el profeta nos gritaba ‘regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén…’
Y ¿cuál es el motivo de ese grito que nos invita insistentemente a la alegría? Viene el Señor y con El llegará la paz a nuestros corazones; viene el Señor y se va a manifestar su misericordia que nos perdona todos los pecados; viene el Señor y nuestros corazones se sentirán transformados por el amor para vivir en un estilo y sentido nuevo; viene el Señor y se va a realizar algo nuevo en nosotros porque nuestras vidas se transformarán y viviremos en una paz y una nueva armonía que nos hará sentirnos verdaderamente felices haciendo más felices a los que están a nuestro lado.
Efectivamente, recojamos, sí, todos esos anhelos de alegría y felicidad que estos días parecen reinar de manera especial en el corazón de cuantos nos rodean; recojamos todo eso, sí, pero no para vivir una navidad más en la cual durante unos días vamos a ponernos buena cara y vamos a sentirnos un poco más unidos y luego todo pase y todo siga igual. Vamos a tratar de vivir con un sentido hondo la navidad y porque llega este momento precioso en que celebramos el nacimiento del Señor, vamos a tratar de hacer que en verdad llegue a nuestra vida y derribemos de verdad esos muros que tantas veces hemos interpuesto entre nosotros, no solo para vivir unos días en paz y alegría, sino para sentirnos en verdad transformados por la presencia del Señor y hagamos que ya para siempre las cosas sean distintas.
Y claro cuando tenemos esos verdaderos deseos dentro de nosotros ya comenzamos a pregustar la alegría de lo que vamos a vivir. No será una navidad externa, superficial, donde hagamos una serie de cosas simplemente porque toca, porque toca comer en familia, porque toca felicitarnos y tenernos buenos deseos los unos con los otros, o porque todo el mundo está de fiesta y nosotros no vamos a desentonar.
Vamos a darle profundidad a lo que hagamos; si Jesús ha venido para traernos la reconciliación y la paz, si El ha venido, como nos decía el profeta, para que se cancelen nuestras deudas y condenas, nosotros vamos a tener verdaderos gestos de reconciliación y de paz con todos, vamos a romper esas barreras que tantas veces nos separan o nos aíslan y vamos a acercarnos con buen corazón a cuantos nos rodean. Estaremos haciendo verdadera navidad y toda nuestra alegría tendrá hondo sentido. ‘Y la paz de Dios que sobrepasa todo juicio, nos decía el apóstol, custodiará vuestros corazón y vuestros pensamientos en Cristo Jesús’.
En el evangelio hemos contemplado una vez la figura de Juan que predicaba en el desierto allá junto al Jordán preparando los caminos del Señor invitando a la conversión, al cambio de manera de vivir para acoger al Mesías que llegaba bautizándolos en el agua del Jordán. ¿Cuáles eran las pautas de esa transformación de sus vidas para preparar los caminos del Señor? La gente que se acercaba a El le preguntaba: ‘¿Entonces, qué hacemos?’ Es la pregunta que nosotros también tenemos que hacernos. ¿Qué hacemos para que nuestra alegría sea completa? ¿qué hacemos para vivir con profundidad la navidad que se acerca? ¿qué hacemos para que haya una auténtica alegría en nuestro corazón?
Según fuera la gente que se iba acercando a Juan con la pregunta él les iba respondiendo de forma muy concreta; y les invitaba a compartir de verdad los unos con los otros abriendo los ojos del corazón a las necesidades de los demás, a ser honrados y responsables en sus actividades y en lo que era toda su vida, a no dejarse confundir ni arrastrar por la violencia que imperaba en tantos ambientes en su alrededor, a ser justos en su actuación en todas las facetas de su vida no cayendo en redes de sobornos ni corrupción, a poner verdadera humanidad en sus corazones para no ser ásperos ni exigentes con los demás mientras nosotros vivimos a nuestro aire, a ser capaces de ser comprensivos con los demás ofreciendo generosos el perdón como compasivo y misericordioso es el Dios que nos perdona…
Muchas cosas les va señalando el Bautista con una claridad pasmosa - tan pasmosa que le llevaría a la cárcel porque incomodaba a Herodes y Herodías cuando les denunciaba claramente la vida impura que llevaban - y que tiene una clara traducción también en lo que es nuestra vida de hoy, en los errores en que nosotros podemos caer, o en el ambiente insolidario, injusto y corrupto en que se vive en nuestra sociedad.
¿Queremos nosotros vivir de forma auténtica la alegría de la Navidad ya cercana? Hagámonos con toda sinceridad la pregunta; hagamos silencio en el corazón para escuchar al Señor que nos habla y señala todo lo que tendríamos que transformar en nuestra vida; abramos de verdad nuestro espíritu a la llega del Señor a nosotros y dejémonos transformar por su gracia. Comencemos ya a poner paz y amor en nuestras relaciones con los demás; abramos bien los ojos para aprender a mirar con mirada nueva a cuantos nos rodean y a esa sociedad en la que vivimos que hemos de transformar; seamos signos de la misericordia divina que se derrama sobre nosotros pero para que alcance también a los demás y todos puedan conocer lo que es la misericordia y la gloria del Señor.