Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… vanidades de las que tenemos que despojarnos
Tobías
12, 1.5-15.20;Sal: Tb 13; Marcos
12,38-44
Por qué y para qué hacemos las cosas es algo que quizá
muchas veces nos planteamos pero a lo que intentamos dar una respuesta rápida y
que en cierto modo nos satisfaga. Nos complacemos en decir que en nosotros no
hay mala voluntad, que lejos de nosotros la vanidad o que busquemos con aquello
bueno que hacemos algun tipo de beneficio para nuestra vida o nuestras cosas.
Digo es una respuesta fácil y rápida que queremos dar queriendo justificarnos o
quizá ocultar lo que se nos puede meter por medio de vanidad o vanagloria por
aquello que hacemos. Al final nos sentimos buenos y nos autojustificamos.
Sí, es algo que tenemos que plantearnos seriamente,
porque en el fondo no queremos pasar desapercibos. Decimos que no buscamos la
vanidad, pero bueno que nos reconozcan aquello que hacemos no nos hace daño. En
el fondo sentimos un cierto orgullo dentro de nosotros cuando nos reconocen
algo bueno que hemos hecho, y tenemos la tentación de presentarlo como tarjeta
de visita medio camuflada ante los demás para que vean que somos buenos y se
puede confiar en nosotros.
Pero digo algo más, en mi reflexión, ¿no nos puede
suceder esto también ante Dios cuando desde nuestros apuros o nuestras
necesidades acudimos a El pidiendo su ayuda, pero en el fondo queriendo algo
asi como recordarle que nosotros hemos sido buenos y hemos hecho tantas cosas
buenas? Estaría bien que ahora Dios nos escuchara y nos concediera aquello que
le pedimos.
Hoy Jesús en el evangelio nos quiere hacer reflexionar
sobre esas actitudes que ocultamos, pero que en el fondo podemos tener. Está
Jesús observando a la puerta del templo a los que van entrando en él, y como
por allí cerca está el arca de las ofrendas va viendo también los que allí se
acercan para poner sus limosnas.
Y Jesús que ha visto los que con toda pomposidad han puesto sus generosas y ricas ofrendas sin
embargo se fija en una pobre y humilde viuda que pone solamente dos reales en
su ofrenda. Y Jesús dirá de ella que ha puesto mucho más que los que pusieron
grandes cantidades, porque Jesús ha visto el corazón de aquella pobre mujer que
calladamente ha querido pasar desapercibida pero ha puesto de lo poco que tenía
para vivir.
‘Cuidado con aquellos
a los que les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en
la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos
en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos
rezos’. Jesús les
advierte, cuando ve a los que ostentosamente ahora van poniendo sus ofrendas.
Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… que nos tengan en cuenta, que
vean lo que nosotros valemos, que nosotros también hacemos muchas cosas buenas…
cuantas cosas se nos pasan por nuestro interior tantas veces. ¡Cúanto nos cuesta despojarnos de esas
vanidades!
Pero Jesús se fija en los pequeños, en los humildes,
los que pasan desapercibidos. De aquella pobre viuda no sabemos el nombre, no
sabemos como se llamaba aquella mujer adultera y pecadora que iban a apedrear,
ni sabemos como se llamaba la samaritana, pero recordamos su generosidad, su
humildad para sentirse pequeña y pecadora allá tirada por los suelos, o su
búsqueda de Dios.
El Señor mira nuestro corazón. Valora nuestra humildad
y que nos sintamos pequeños. El Señor enaltece a los humildes, mientras a los
ricos y poderosos dejó sin nada, como cantaría María en el Magnificat. ¿Cuáles
son las verdaderas actitudes que hay en nuestro corazón? Cuanto nos cuesta
vivir las actitudes y los valores que nos enseña el Evangelio.