Sembremos
cada día en nosotros y en el mundo en que vivimos la semilla de la Palabra
desde un testimonio valiente porque la luz no se puede ocultar y la semilla se
ha de sembrar
1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15
‘Se le juntaba a Jesús
mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo…’ y esta es la ocasión en que nos dice el
evangelista Lucas que Jesús les propone una parábola.
Mucha gente se le juntaba a
Jesús, crecía el número de los que le seguían para escucharle, pero ¿cómo lo
escuchaban? ¿Cómo acogían en su corazón aquella semilla que Jesús iba
sembrando? Como el sembrador que tira a voleo la semilla mientras va caminando Jesús
va dejando su palabra en aquellos corazones. ¿Fructificará de la misma manera
en todos ellos?
Algunos seguían a Jesús
esporádicamente; pasaba Jesús por su pueblo, les hablaba en la sinagoga, en los
cruces de los caminos o en las plazas, y a todos les gustaban las palabras de Jesús.
Sentían deseos de seguir escuchándole, se iban detrás de él, pero pronto volverían
a sus faenas, regresarían a sus casas, se iban a encontrar con los problemas de
cada día, ¿seguirían recordando las palabras de Jesús?
Algunos con curiosidad se
acercaban a Jesús porque habían oído hablar muchas cosas de él. Le escuchaban
con interés o inquisidores para ver lo que decía y si acaso aquello les convencía,
pero pronto quizá el interés se desvanecía, no les llegaba a convencer, tenían
dudas de quien realmente fuera Jesús, quizá pronto lo olvidaran o acaso fueran
de aquellos que formarían parte de otro nuevo grupo como de oposición que se
iba formando. ¿No terminaba de convencerles aquel nuevo profeta? ¿No veían que
se cumplieran en él las expectativas que tenían sobre el futuro Mesías de
Israel? El estilo pacifico de Jesús quizá no era lo que buscaban para luchar
contra los opresores del pueblo.
Así unos le escuchaban y
pronto se quedaban atrás, otros le seguían durante un tiempo con cierto
entusiasmo que pronto se podría enfriar, solo algunas permanecían fieles,
sembraban en su corazón aquellas esperanzas que la Palabra de Jesús les
suscitaba.
Pero es que eso tenemos que
verlo en nosotros. Cuántos son los que cada semana escuchan la proclamación del
evangelio, pero cuántos son también los que cuando atraviesan de nuevo la
puerta de la iglesia que les lleva a la calle ya lo olvidaron todo.
Cuántos son los que con
cierto fervor escuchamos la palabra, pero las tareas de la vida cotidiana, la
familia, el trabajo, los problemas que se viven en la sociedad nos absorben de
tal manera que olvidamos pronto, o no sabemos encontrar luz en esa palabra que
se nos ha proclamado para esos problemas de la vida de cada día.
Cuántos quizá los que
queremos ser sinceros y queremos vivir todo eso, pero estamos envueltos en
tantos problemas personales que no sabemos como salir de ellos o como en esa
palabra encontrar esa fuerza que necesitamos para caminar y para luchar, para
superarnos y para lograr ser mejores cada día.
Claro que tendríamos que
ser de los de la buena tierra, porque acojamos esa semilla, esa Palabra y como
María la guardemos en el corazón para rumiarla, para sacarle de verdad fruto
porque en ella encontremos esa luz y esa fuerza para ese nuestro camino diario.
No es fácil la tarea, porque ya sabemos cuantas cosas los llaman la atención
por todas partes, nos atraen y nos distraen, pero hemos de centrarnos de verdad
en esa Palabra que es vida para nosotros. Es lo que nos dice Jesús de dar
fruto, diverso quizá según la capacidad de cada uno, pero fruto en fin de
cuentas porque queremos en verdad llenarnos de la gracia del Señor.
Sembremos cada día en
nosotros esa semilla de la Palabra; sembremos cada día en los que nos rodean,
en el mundo que vivimos esa buena semilla desde ese testimonio claro y valiente
que nosotros demos, pero también desde esa palabra que tenemos que atrevernos a
decir porque la luz no se puede ocultar, porque la semilla se ha de sembrar.