Pensemos
dónde estamos los cristianos cuando contemplamos ese mundo a nuestro lado que
no conoce el evangelio
Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9,
35-10, 1. 5a. 6-8
Son muchos
los que dicen que están, pero a la hora de la verdad pocos vemos que estén
dando el callo con su compromiso y con su acción. En momentos de entusiasmo
estamos todos, cuando llega lo que podríamos llamar la rutina de la vida, o
sea, el día a día de la vida donde tenemos que ir afrontando esas cosas
pequeñas que nos pudieran parecer rutina son pocos los que permanecen
constantes.
En un momento
llamativo de algo extraordinario que sucede y que pudiera causar daño y
perjuicios a muchos, surgen prontas las voces de solidaridad, que luego se irán
enfriando, vamos olvidando, o incluso nos moleste que nos lo estén recordando
continuamente. Vamos a ver hasta dónde llega esa solidaridad tan general que ha
surgido con el volcán de Cumbre Vieja y donde ahora parece que todos quieren
arrimar el hombro para ayudar; cuando pase algún tiempo ¿qué quedará de toda
esa solidaridad? y no queremos ser pesimistas.
Lo vemos en
muchos aspectos de nuestra sociedad, en actividades culturales que reclamamos,
que comienzan muy bien pero que pronto nos encontraremos con los vacíos; ven en
todas las actividades de la vida social, y tenemos que preguntarnos quizás si
no nos sucederá algo así a los cristianos. Fervorosos en grandes cosas, grandes
peregrinaciones o romerías y pronto nuestros templos vacíos y poca gente que
quiera en verdad comprometerse.
He comenzado fijándonos
en estos aspectos un tanto variados, pero es algo que llevo en mi mente y en mi
corazón que me hace plantearme algunos interrogantes a mí mismo y a mi vida. Cuando
camino por las calles o caminos de mi pueblo voy contemplando cuanta es la población
que hay en nuestro entorno y decimos que estamos en un pueblo o una ciudad en
la que todos prácticamente nos llamamos cristianos, recibimos el bautismo y los
sacramentos y quizás todavía a la hora de la defunción de nuestros seres
queridos los llevamos a la Iglesia para el funeral, bueno y celebramos las
fiestas del Cristo. ¿En qué se queda la
vida cristiana para la mayoría de esa gente? O quizá habría que preguntar ¿qué
conocimiento tienen de lo que significa ser cristiano? O más aún, ¿qué conocimiento
y vivencia tienen del evangelio de Jesús?
Ahora llega
la navidad, vemos un ambiente que llamamos navideño ya en nuestras calles, en
los escaparates de las tiendas y comercios, en los adornos y luces que vamos
colocando y ya comenzaremos pronto a decirnos unos a otros ‘feliz navidad’.
Pero aparte de estas fiestas – incluso ya algunos quieren que digamos
simplemente felices fiestas y no feliz navidad -, de esas celebraciones
familiares o comidas de amigos o de empresa, ¿qué repercusión tiene en nuestras
vidas como creyentes y cristianos todo eso que decimos que celebramos? ¿En
verdad estará presente el evangelio de Jesús en todo eso que decimos navidad?
Son cosas para pensar.
Hoy el
evangelio nos ha hablado de que Jesús recorría los caminos, las aldeas y los
pueblos de Galilea anunciando el reino de Dios y eran muchos los que acudían
hasta Jesús; el evangelista nos subraya que le traían a todos sus enfermos de
diversos males para que Jesús les curara, y que se reunían multitudes para
escuchar a Jesús.
Pero es aquí
donde Jesús hace como un parón, nos dice el evangelista que Jesús sentía
compasión de toda aquella gente ‘porque
estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y es
cuando les dice a los discípulos más cercanos que la mies es mucha y que los
obreros son pocos, y llama a los discípulos les da autoridad sobre los espíritus
inmundos y los envía a predicar por todas partes, pero de manera especial a
las ovejas descarriadas de Israel. No los envía a campos nuevos – al mundo
entero como hará al final del evangelio – sino a los que están cercanos, a los
que son ovejas de Israel, pero quizá viven sin esperanza y sin fe.
¿No será algo así lo que nos está
pidiendo Jesús cuando escuchamos este evangelio? Un mundo que nos rodea, que
tendría muchos motivos para vivir una fe con intensidad porque en algún momento
han escuchado el evangelio o habrán tenido algún tipo de experiencia religiosa,
pero que ahora son como aquellas ovejas abandonadas y extraviadas, como ovejas
que no tienen pastor. Es ese mundo cercano a nosotros, esas personas que nos
rodean y que hasta podemos tener en nuestra propia casa al que tenemos que
anunciar de nuevo el evangelio de Jesús.
No se nos quede toda nuestra
religiosidad y nuestro ser cristiano en unas peregrinaciones, en unos momentos
de esplendor y de fervor, sino que en el día a día vayamos anunciando el
evangelio comenzando por esos que están a nuestro lado. Somos tantos cristianos
y ¿qué hacemos? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con el evangelio? ¿No
será aquello que decíamos al principio son muchos los que dicen que están, pero
a la hora de la verdad, a la hora de la evangelización, no se les ve por
ninguna parte?