Saber
ponernos a remar con confianza mar adentro en búsqueda constante de la señal de
la vida y al tiempo saber escuchar la invitación para adentrarnos en otros
mares
Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22
Búsqueda y
llamada. Dos palabras en las que quiero centrar el mensaje que hoy se nos puede
ofrecer en esta fiesta de san Andrés.
¿Qué
buscamos? ¿Qué buscas? ¿Qué esperas encontrar? Nos preguntamos a nosotros
mismos cuando queremos algo en la vida. Nos hacen la pregunta cuando quizás nos
encuentran donde no nos esperaban encontrar, o nuestro interlocutor se da
cuenta de que hay poco común en nuestros intereses cuando nos encontramos en
ese lugar. Nos la hacemos nosotros aclarando expectativas, comparando lo que se
nos ofrece con lo que son nuestros deseos. Son muchas las pistas que se nos
abren en esos caminos de búsqueda o en esos caminos de la vida. Es la inquietud
que llevamos dentro ansiosos de algo mejor, de algo distinto, de algo que nos
haga encontrarnos de verdad.
Quien en la
vida se ha cansado de buscar y ha tirado la toalla de sus búsquedas entra en un
camino de desolación y un camino de vacío quizás. Forman parte de lo más
profundo de nuestro ser esas búsquedas que vamos haciendo en la vida y quizás
nunca se acaban. Quien se siente desolado y se detiene en sus búsquedas entra
en un camino de nada, un camino de
muerte de su ser existencial. Búsquedas que nos dejan insatisfechos porque
queremos más, porque queremos lo mejor, porque queremos llegar más lejos, porque
buscamos apuntar más alto. Cuántas cosas podemos decir del sentido de la
búsqueda.
Fue la
pregunta que les dirigió Jesús a aquellos dos discípulos de Juan que inquietos
por lo que el Bautista anunciaba, pero también por sus palabras en aquella
mañana, les habían puesto en camino. ‘¿Qué buscáis?’ Evidentemente
Andrés andaba buscando algo cuando se había venido desde su Betsaida natal
ahora a las profundidades del Jordán, allá cercano quizá a los desiertos de
Judea, porque había un profeta que anunciaba algo. Pero no se había quedado en
el Jordán, ante las palabras del Bautista se había puesto en camino de nuevo,
ahora en compañía del joven Zebedeo detrás de aquel a quien Juan había señalado
como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ya solo por eso es
merecedor de que lo tengamos en cuenta y nos fijemos en su vida.
Habían ido,
habían estado con Jesús, y a la mañana siguiente ya se está convirtiendo en
portador de buenas nuevas anunciándole a su hermano que habían encontrado al
Mesías. Pero todo no se había quedado ahí. Aquella estancia con Jesús, aquellas
palabras que escuchaba al nuevo profeta de Galilea seguían rondando en su
corazón, pero él seguía en sus tareas, en sus obligaciones con su hermano y con
la barca para salir a pesar y ganarse el sustento. Fue necesario otro paso. Y
el paso fue el de Jesús a su lado, que se acercaba a ellos allá en la orilla
del lago. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, había
escuchado entonces y presto lo había dejado todo para seguirle.
O sería en
aquel otro momento en que Jesús se tomaría prestada la barca para enseñar a la
gente desde la orilla, pero luego les había invitado a remar mar adentro porque
había que echar de nuevo la red para pescar, aunque en la noche anterior nada habían
cogido. Pedro, su hermano, había sido el
más decidido en esta otra ocasión porque creyendo en la palabra de Jesús había
echado la red a pesar de todo lo que lo aconsejaba en contra. Y la redada de
peces fue tan grande que necesitaron pedir ayuda. Y ahora se había repetido la invitación
del Maestro ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Y claro
que lo habían dejado todo. Había encontrado, pero sobre todo había sido
llamado.
Es importante
la búsqueda. Ha de ser una actitud fundamental en la vida. Está en ello nuestro
vivir, nuestro ser, el sentido y el valor de la vida. Pero cuando nuestra
búsqueda no se queda solo en el ras de tierra, sino que quiere elevarse en un
más allá lleno de trascendencia, tenemos que saber tener la humildad de
dejarnos encontrar, de ponernos a remar mar adentro con la confianza en el
corazón y de escuchar la llamada tan importante para que todas nuestras
cortinas se descorran y podamos encontrar la luz verdadera. Solo Dios va a
descorrer esa cortina, solo Dios es el que va hacer esa llamada a nuestro corazón,
solo Dios es el que abrirá ante nuestros pasos caminos de plenitud.
Busquemos, sí, pero escuchemos esa voz, esa llamada, esa invitación y traspasemos esa puerta sin miedo ni temor, que con quien nos vamos a encontrar es el que va a dar la mayor plenitud a nuestra vida. Hoy lo descubrimos en el camino y en la vida de Andrés, el pescador de Galilea, el hermano de Simón Pedro, el apóstol del Señor a quien estamos celebrando.
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