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sábado, 28 de enero de 2012


¿Dónde está la firmeza de nuestra fe?

2Samuel, 12, 1-7.10-17;
 Sal. 50;
 Mc. 4, 15-40
‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ Es la imprecación de Jesús a los discípulos que iban acobardados en la barca en medio de la tormenta. Este texto nos está reflejando la debilidad de los discípulos, perfecta imagen también de nuestra debilidad, al tiempo que se nos manifiesta el poder de Jesús y la gloria del Señor.
‘Vamos a la otra orilla’, les había dicho Jesús. Ellos eran experimentados pescadores de aquel lago que tantas veces habrían atravesado, probablemente también muchas veces en medio de tormentas. Dada la situación geográfica del lago, la depresión terrestre y las altas montañas en sus alrededores los expertos dicen que eran habituales. Ahora mientras atravesaban a la otra orilla se presenta el huracán con fuertes vientos y altas olas. La barca parece que casi se hundía mientras ‘Jesús estaba dormido sobre un almohadón’.
La fe de los discípulos se pone a prueba. Cuando surgen las dificultades en la vida enseguida surgen los gritos de socorro pidiendo ayuda a Dios. Y en medio de las dificultades y los problemas que duro se nos hace el caminar y qué negras se ven las cosas. ¡Que nos hundimos! ‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’ ¿Por qué no vienes en nuestra ayuda? Pero el Señor está ahí, como estaba aquella mañana dormido sobre el almohadón. ‘¿Aún no tenéis fe?’ nos dice también el Señor como entonces.
Refleja, como decíamos, la debilidad de los apóstoles, la debilidad de su fe. Creían, querían seguirle, con El iban a todas partes, pero en ocasiones como ahora surgen las dificultades. Y parece que la fe se pone en duda, se debilita y no se ven las cosas tan claras. ¿Jesús no había curado a tantos enfermos? ¿No había expulsado el espíritu malo de aquellos poseídos? ¿No había levantado a la suegra de Pedro de la cama y curado a todos aquellos que habían acudido a su puerta o encontrado por los caminos? ¿Por qué ahora parece dormir?
Son las dudas que surgen también en tantas ocasiones en nuestro interior. Queremos creer pero a veces las cosas parece que vienen del revés y todo son dificultades. Tormentas que nos aparecen en la vida que nos hacen dudar, tener miedo. Como decíamos refleja también este texto nuestras debilidades, la flojedad de nuestra fe, las dudas que nos aparecen continuamente.
Será una enfermedad que nos aparece en nuestra vida, la muerte de un ser querido, un problema al que no encontramos solución, un contratiempo que nos desestabilizada y hace que muchas cosas cambien en nuestra vida, dificultades y dudas que nos van apareciendo en la vida. ¿Dónde está la firmeza de nuestra fe? ¿Dónde está la confianza que habíamos puesto en el Señor? ¿Dónde quedan aquellos momentos de fervor que parece que se acabaron para siempre?
Pero allí está el Señor. ‘Y se pone en pié e increpa al viento, y el viento cesó y vino mucha calma’, nos dice el evangelista de manera que ‘se quedaron espantados y se decían unos a otros, ‘pero, ¿quién es este? Hasta el viento y las aguas le obedecen’. Allí se manifiesta la gloria del Señor, porque quien está allí es el Señor todopoderoso. Como se manifiesta la gloria y el poder del Señor tantas veces en la vida cuando sabemos confiar, cuando sabemos poner toda nuestra fe en El. Para nosotros es también la gloria del Señor que se nos manifiesta.
También nosotros queremos manifestar nuestra fe en el Señor y poner toda nuestra confianza en El. No queremos que los nubarrones de la duda enturbien nuestra vida y nos hagan perder la fe. Queremos confiarnos totalmente. Por eso al mismo tiempo que le decimos que creemos en El, porque a veces en los momentos difíciles nos cuesta creer, le decimos que nos aumente la fe, que nos conceda el don de la fe. Creemos, Señor, pero auméntanos la fe. 

viernes, 27 de enero de 2012


El Reino de Dios, una simiente de gracia que Dios echa en la tierra de nuestra vida

2Samuel, 11, 1-17; Sal. 50; Mc. 4, 26-34
‘El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra…’ Así comienza la parábola. Vuelve Jesús a ponernos la comparación de la semilla echada en tierra. Hace pocos días escuchamos la parábola del sembrador en que se nos hablaba de la importancia de la tierra que había de acoger esa semilla. Buena tierra, o tierra endurecida, tierra llena de abrojos o zarzales, tierra preparada y cultivada o tierra incapaz de recibir la semilla. Así podían ser los frutos.
Pero hoy nos habla sencillamente de la semilla arrojada a la tierra, que germinará y crecerá, que llegará a florecer y a dar fruto. La importancia quiere ponerla Jesús hoy en la fuerza que en sí mismo tiene la semilla. Algo que puede parecer pequeño e insignificante – nos habla también del grano insignificante de la mostaza – pero que germinará para la vida.
Como terminará diciéndonos el evangelista ‘con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se los exponía en parábolas pero a los discípulos se lo explicaba todo en privado’. Lo importante es cómo Jesús quiere enriquecer nuestra vida con su Palabra, que es siempre Palabra de vida y de salvación.
Es el sentido de las parábolas de hoy. Tenemos que creer en la fuerza de la gracia. La gracia divina que enriquece nuestra vida, que nos llena de vida, que nos trae la salvación. No son nuestros merecimientos, no es una carrera de obstáculos que nosotros hemos de correr buscando merecimientos o premios, sino que es el regalo de Dios, el regalo de su amor que viene a ofrecernos vida y vida eterna.
De nuestra parte la acogida, la respuesta que reconocer la gratuidad del amor de Dios y de su gracia. Acogemos la gracia divina y nos dejamos hacer por ella, nos dejamos conducir, nos dejamos transformar. Y como la semilla que germina y hacer brotar la planta nueva, así surge con la gracia de Dios esa vida divina en nuestro interior, que nos levanta, que nos purifica, que nos llena de salvación, que nos hace partícipes de la vida de Dios para hacernos hijos.
Cuánta maravilla en el amor que Dios nos tiene. Cuánta grandeza a la que nos ha llamado. Cuánto regalo de gracia que continuamente derrama sobre nosotros. Son las maravillas de Dios, son las maravillas del amor de Dios.
Como decíamos antes, tenemos que creer en la fuerza de la gracia de Dios, que mueve nuestros corazones; la fuerza de la gracia de Dios que va transformando nuestro mundo; la fuerza de la gracia de Dios que nos va impulsando continuamente a lo bueno; la fuerza de la gracia de Dios que abre nuestro corazón pero nos abre los ojos del alma para mirar con mirada nueva y con mirada limpia a los demás; la fuerza de la gracia de Dios que nos va llevando a ese compromiso por lo bueno y por justo para hacer nuestro mundo mejor.
Hemos de reconocer que muchas veces la sentimos en nuestro corazón pero o nos dejamos confundir y no discernimos bien aquello bueno a lo que nos mueve, o nos cerramos a esa gracia haciéndonos oídos sordos a cuanto bueno va inspirando en nuestro corazón o a esa fuerza que quiere ayudarnos a vencer el mal y la tentación. Algunas veces nos atrevemos a decir que no tenemos fuerzas, que nos sentimos débiles, pero es ceguera que se nos mete en el alma para no ver esa gracia de Dios que nunca nos fallará. ‘Mi gracia te basta’, nos dice tantas veces el Señor cuando nos vemos tentados por el mal, pero al final no hacemos caso a ese impulso de la gracia y nos dejamos arrastrar por el pecado.
El Señor ha sembrado y sigue sembrando esa buena simiente en el campo de nuestra vida y de nuestro corazón. Acojamos esa gracia para que lleguemos a dar frutos de vida eterna.

jueves, 26 de enero de 2012


Iluminados por Cristo y comprometidos a llevar también la luz a los demás

2Samuel, 7, 18-19.24-29; Sal. 131; Mc. 4, 21-25
Igual que sería un contrasentido y contradictorio el tener una luz que no ilumine, lo mismo tendríamos que decir de un cristiano o de una Iglesia que no fuera luz para el mundo.
¿Para qué queremos la luz si no ilumina? ¿Para qué queremos una lámpara que no podemos encender mientras permanecemos a oscuras? Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? La luz la ponemos bien alta en el lugar más oportuno para que pueda iluminar bien.
Este texto breve de Jesús que hoy se nos ha proclamado hemos de escucharlo conjuntamente con otros textos paralelos de los evangelios. Y ya sabemos cómo Jesús nos dirá que hemos de ser luz, y con nuestras buenas obras hemos de iluminar a los demás para que todos puedan dar gloria al Padre del cielo.
El cristiano tiene que ser un iluminado, un hombre de luz, un trasmisor de la luz a los demás. Era una forma también de llamar a los bautizados, no en vano en el Bautismo se nos entrega una luz tomada del Cirio Pascual que se nos dice que hemos de mantener siempre encendida para salir al encuentro del Señor.
Creer en Jesús, pues, es llenarnos de su luz. Pero creer en Jesús nos compromete a llevar también esa luz a los demás. No la podemos ocultar. Si el Evangelio que hemos recibido se ha convertido en luz para nosotros porque en él hemos encontrado el sentido y el valor más hermoso para nuestra vida, no podemos quedárnoslo para nosotros solos sino que tenemos que saberlo compartir con los demás. No ponemos la luz debajo del celemín ni debajo de la cama, sino bien alta para que ilumine a todos.
Es una tarea hermosa que hemos de realizar. Una tarea en la que hemos de sentirnos comprometidos de verdad. Tarea del cristiano, tarea de la iglesia en la que todos nos sentimos comprometidos.
Sin embargo, tomando conciencia de ese compromiso serio de nuestra vida, al mismo tiempo nos hace también hacernos muchas preguntas. ¿Por qué parece que ya no interesa el evangelio a nuestro mundo? ¿Por qué si decimos que somos tantos cristianos no servimos sin embargo de revulsivo para el mundo que nos rodea para que todos se sientan igualmente transformados e iluminados por esa luz? ¿Qué estaremos haciendo los cristianos con esa luz que ha puesto Cristo en nuestras manos? ¿La estaremos ocultando? ¿Quizá la valoramos poco y por eso mismo ni nos ilumina a nosotros ni ilumina al mundo que nos rodea?
Creo que es algo que la misma Iglesia, y todos los cristianos tendríamos que plantearnos seriamente. Jesús nos ha enviado por el mundo a llevar su luz, pero no vemos que el mundo se termina de iluminar con la luz de Cristo. Cuántas veces decimos que cada vez somos menos, que la gente va perdiendo sentido de religiosidad, que los valores cristianos del evangelio se van perdiendo en nuestro mundo.
Tendríamos que despertarnos y asumir ese compromiso de nuestra fe. Porque quizá en la medida que nosotros iluminamos poco a nuestro mundo eso pueda estar manifestando que nosotros estamos poco iluminados, que nosotros también hemos perdido ese arrojo y ese entusiasmo por nuestra fe y por nuestro seguimiento de Cristo. Tenemos que buscar la manera de crecer en esa luz en nuestra vida; por eso tenemos que intensificar nuestra oración, nuestra escucha de la Palabra de Dios, nuestro entusiasmo por nuestra fe para que podamos contagiar a los demás.
Somos luz, estamos iluminados por Cristo, pero esa luz nos compromete; tenemos que iluminar también a los demás.

miércoles, 25 de enero de 2012


Dios te ha elegido para que oyeras su voz y seas testigo ante los hombres

Hechos, 22, 3-16;
 Sal. 116;
 Mc. 16, 15-18
‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído…’ Así le dice Ananías a Saulo cuando viene a su encuentro en Damasco.
‘Te ha elegido…’ Dios le salió al encuentro en el camino de Damasco, como hemos escuchado. Allí iba Saulo con cartas de los Sumos Sacerdotes de Jerusalén para lleva presos a todos los que seguían el camino del Señor para que los condenaran. Pero Cristo le salió al encuentro. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno a quien tu persigues…’ Es el diálogo del encuentro.
El Señor lo había elegido, aunque era un perseguidor de los cristianos. Lo eligió para su oyera su voz y se convirtiera en su testigo. Pero era un vaso de elección, instrumento elegido para anunciar el nombre del Señor. Y se iba a convertir en testigo, en apóstol de Jesús para llevar su nombre por todas partes.
Hoy estamos celebrando la conversión de san Pablo. La llamada del Señor que viene al encuentro del hombre, pero la respuesta que el hombre libremente da al Señor. Saulo, que más tarde cambiaría su nombre por Pablo, que había combatido fuertemente la fe en el Señor Jesús, tras su encuentro con El en el camino de Damasco se dejará conducir, dejará que la luz llegue a su vida y le ilumine y le transforme para convertirse al Señor. El perseguidor se convertirá en testigo y en apóstol. El que rechazaba el  nombre de Jesús será el evangelizador que recorrerá el mundo anunciando ese nombre de salvación.
Ya a través del año vamos escuchando sus cartas como Palabra del Señor que nos manifiestan la amplitud y la profundidad del conocimiento de Cristo que adquirió Pablo en su vivencia de Jesús para así tan hermosa  profundamente trasmitirnos el mensaje de la salvación. Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles, sobre todo en el tiempo pascual, vamos escuchando de sus caminos y sus viajes en medio de no pocas dificultades, y en muchas ocasiones incluso de persecuciones para anunciar el  nombre de Jesús. No es momento ahora de recordar todos esos viajes y tan intensa actividad.
Queremos en la Eucaristía de este día dar gracias y bendecir al Señor  por tan hermoso testimonio y tan profundo mensaje que nos ha dejado el apóstol. Pero al mismo tiempo queremos aprender de él, de su coraje y ardor, de su ímpetu y de su generosidad para nosotros darnos también así por los demás y por el evangelio como hizo san Pablo.
Al celebrar hoy su conversión, como hemos dicho en la oración litúrgica, que ‘como él seamos testigos de tu verdad ante el mundo’. Que nos conceda el Señor ese ardor y coraje en nuestro corazón, esa valentía para ser también testigos de Jesús, testigos de nuestra fe, testigos del amor cristiano en medio de los que nos rodean. ‘Que nos ilumine el Espíritu Santo con la luz de la fe que impulsó siempre al apóstol san Pablo a la propagación del Evangelio’.
El Señor a nosotros también nos sale al encuentro para despertarnos a la fe, para convertir nuestro corazón al Señor. También nos podemos sentir unos elegidos del Señor, porque esa es la predilección del amor de Dios sobre nosotros cuando nos ha llamado a la fe y al bautismo, y somos elegidos para dar fruto, los frutos de las buenas obras, los frutos del amor, los frutos de nuestro testimonio cristiano en medio del mundo. Podíamos recordar aquellas palabras de Jesús que también hemos recordado hoy en la liturgia: ‘Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure…’ También nosotros escuchamos su voz.
Sintamos esa elección del Señor que nos regala su amor y convirtamos nuestro corazón a Dios para que nos convirtamos en testigos del Evangelio en medio de nuestro mundo.

martes, 24 de enero de 2012


Queremos ser la familia de Jesús


2Samuel, 6, 12-15.17-19;
 Sal. 23;
 Mc. 3, 31-35
Queremos ser también nosotros la familia de Jesús. Es la petición y el deseo espontáneo que surge en nuestro interior al escuchar el evangelio de Jesús.
‘Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron a llamar’. No es como el texto que escuchamos hace día en que algunos parientes vienen y quieren llevárselo porque decían que no estaba en sus cabales. En esta ocasión es distinto. Allí está María, la madre de Jesús, y algunos parientes. Creo que todos entendemos y tenemos claro que cuando en el evangelio se hace referencia a los hermanos de Jesús, en el lenguaje semita propio del Oriente, todo pariente era considera como si fuera un hermano.
Pocas son las referencias que en los evangelio se hacen de María y de la familia de Jesús, salvo lo referente a la infancia de Jesús y en algún otro momento puntual, como es este caso. Pero vemos ahora la reacción de Jesús. Nos pudiera parecer en principio un tanto cortante, como si Jesús no tuviera interés por la familia, pero pensemos que el evangelista no quiere hacernos una historia con todos los detalles de la vida de Jesús, sino que lo que nos va narrando siempre lo que quiere manifestarnos es ese mensaje de salvación que siempre en Jesús vamos a encontrar.
Cuando le anuncia la presencia de María y los demás parientes Jesús se pregunta: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?... estos son mi madre y mis hermanos: El que cumple la voluntad de Dios ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Podemos recordar aquel otro momento que tantas veces hemos comentado en que una mujer anónimo prorrumpe en alabanzas a María, la Madre de Jesús, la mujer que le llevó en su seno y le amamantó. Responde Jesús en el mismo sentido. ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
Decíamos al principio de nuestra reflexión y comentario que nosotros queremos ser la familia de Jesús. Es cierto que Jesús nos ha dado por Madre a María y sentiremos siempre su cercanía y amor maternal. Y como buenos hijos de María siempre escucharemos su invitación a hacer lo que Jesús nos diga, como hizo con los sirvientes en las bodas de Caná de Galilea. ‘Haced lo que El os diga’.
Pero queremos ser la familia de Jesús porque en verdad nosotros plantemos la Palabra del Señor en nuestro corazón y vayamos reflejando con toda nuestra vida, con nuestra manera de actuar y de pensar, con nuestros actos y con nuestras actitudes, que en verdad buscamos siempre la voluntad del Señor y la queremos cumplir. Así seremos en verdad la familia de Jesús. Así en verdad estaremos comportándonos como verdaderos hijos de Dios que hacen siempre la voluntad del Padre.
Eso le pedimos cada día cuando rezamos el padrenuestro. Eso hemos de hacerlo con toda intensidad esforzándonos de verdad por descubrir en todo momento lo que es la voluntad del Señor. ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’. Y aprendemos de Jesús cuyo alimento era hacer siempre lo que era la voluntad del Padre.
A veces nos cuesta discernir en todo momento lo que es la voluntad de Dios. Andamos como distraídos en la vida o nos dejamos arrastrar por nuestras apetencias, nos sentimos confundidos con tantas cosas que nos atraen por aquí o por allá y no escuchamos lo que verdaderamente es importante. Tenemos que aprender abrir nuestro corazón a Dios; tenemos que aprender a hacer verdadera oración donde sepamos escuchar a Dios allá en lo hondo de nuestro corazón; hemos de poner mucho empeño en escuchar la Palabra de Dios que cada día se nos proclama o que tenemos oportunidad por nosotros mismos de leer en la Biblia. Así como descubramos lo que es la voluntad de Dios y comencemos a poner toda nuestra vida ante Dios para realizar siempre su  voluntad.
 Cuánto tenemos que aprender de María. Que queramos en verdad ser la familia de Jesús. 

lunes, 23 de enero de 2012


Necesitamos aprender a no ser intolerantes y saber descubrir lo bueno de los demás

2Samuel, 5, 1-7.10; Sal.88; Mc. 3, 22-30
En los días pasados eran los fariseos, ahora son los escribas o letrados los que se oponen a Jesús. Les costaba aceptar las enseñanzas de Jesús y rechazaban todo lo bueno que hacía; ahora de forma incluso blasfema incluso atribuyen el poder de Jesús y las cosas buenas que hace al poder del maligno.  ‘Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios’, le dicen.
Jesús quiere hacerlos recapacitar en lo que se atreven a decir porque en una pura lógica humana es algo que no se puede sostener. ‘Un reino en guerra civil no se puede sostener… Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido’, trata de explicarles Jesús.
Esta actitud tan negativa de aquellos letrados podría ayudarnos a reflexionar también en nuestras actitudes negativas en nuestra relación con los demás. Podría enseñarnos hermosas lecciones. Pero cuando nos ofuscamos en nuestras ideas y pensamientos, sobre todo cuando hacemos daño a los demás, nos resulta casi imposible razonar y ver las cosas de manera buena. Es algo blasfemo querer atribuir a Dios las obras del maligno, como decir que son hechas con el poder del maligno las obras buenas de Dios. Es el mal que se mete dentro de nosotros y nos ciega.
Cuántas veces nos cegamos en nuestro trato y relación con los demás y en el juicio que podemos hacer de las obras de los otros. Cuando se nos mete por dentro la envidia, el orgullo la pasión no somos capaces de ver las cosas buenas de los demás, y todo lo miramos detrás del cristal turbio de nuestros malos pensamientos o de nuestras malas ideas. Nos llenamos de pasión y solo vemos lo malo. Cuando nos dejamos encender por la ira que fácil brota la violencia de nuestro corazón y qué fácil se manifestará en las obras de nuestra vida. Cuando nos subimos al pedestal del orgullo no sabemos ver con buenos ojos a los demás y terminamos humillando y haciendo daño a los otros.
Nos sucede en muchos aspectos de la vida, en nuestras relaciones mutuas y que hará mermar una buena convivencia de los unos con los otros. El fanatismo en la defensa de nuestras ideas o maneras de pensar nos hace intolerantes y nos puede llevar hasta los odios, resentimientos y rencores. Cuántas personas ni se hablan porque les ciega el fanatismo de sus ideas en lo político, en los social o cultural. Y, repito, qué difícil es la convivencia con personas fanáticas de esta manera. Un fanático de esta manera nunca será capaz de ver lo bueno que pueda haber en el otro, aunque sea distinto, y siempre lo verá todo bajo ese prisma de la sospecha para pensar que todo lo que hace, piensa o dice el otro siempre es malo.
Qué importante y necesario es que sepamos respetarnos aunque opinemos distinto. Qué importante es que sepamos actuar con serenidad en la vida para mirar con ojos distintos a los demás y lo que hacen, para saber descubrir lo bueno que hay en los otros y saber aprovechar cada granito de arena bueno que cada uno podamos poner para conjuntamente hacer que nuestro mundo, nuestra sociedad sea mejor.
El amor cristiano que viene a enseñarnos Jesús nos enseñará a suavizar y mejorar esas actitudes negativas que se  nos pueden meter en el corazón. Nos enseña a ser humildes y sencillos, a respetar y valorar a los demás, a alejar de nosotros envidias, resentimientos, malos deseos hacia los demás, no nos permitirá ser orgullosos sino que llenará siempre nuestro corazón de humildad. Nos convendría leer y meditar una y otra vez el himno del amor cristianos que nos ofrece san Pablo en la carta a los Corintios.

domingo, 22 de enero de 2012


Se ha cumplido el plazo… el momento es apremiante…

Jonás, 3, 1-5.10;
 Sal. 24;
 1Cor. 7, 29-31;
 Mc. 1, 14-20
Hay cosas, que nos dicen, que se cumplen en un plazo determinado y cuando se va acercando ese momento hemos de prepararnos para ello; ya sea, por ejemplo, un pago que tengamos que hacer, hipotecas, créditos… ya sea una palabra dada de algo que nos comprometidos a hacer, ya sea un acontecimiento anunciado que tiene una fecha muy concreta y para la que hemos de tener todas las cosas bien dispuestas. Cuando se nos cumpla el plazo no nos queda más remedio que pagar lo acordado, cumplir con lo comprometido o disponernos a lo que está por suceder. Así en muchas cosas en la vida.
Hoy la Palabra de Dios que hemos escuchado nos habla de plazos cumplidos, de momentos apremiantes o de cosas que han de suceder en un tiempo ya previamente determinado. Y para ello hemos de estar bien dispuestos.
Comencemos por la primera lectura. El profeta Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive a invitar a la conversión. ‘Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica el mensaje que te digo… y comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!’ Se les dio un plazo para la conversión. ‘Dentro de cuarenta días…’ Un plazo para la conversión, para el cambio de vida o la destrucción de la ciudad.
En el Evangelio se nos relata que cuando comienza Jesús a predicar por Galilea la Buena Noticia del Reino después de que habían arrestado a Juan, nos habla ya de un plazo cumplido. ‘Se ha cumplido el plazo, está cerca del Reino de Dios; convertios y creed en el Evangelio’. Ha llegado ya el momento, se ha cumplido el plazo, viene a decirnos Jesús.
Desde el mismo momento que Adán desobedeció y pecó Dios anuncia un evangelio de salvación. Se le suele llamar protoevangelio a esa página del Génesis. Toda la historia de la salvación en la historia del pueblo de Israel es desde entonces una repetición de ese anuncio de salvación. Los profetas habían ido preparando al pueblo de Dios para que se mantuviera en esa esperanza. Dios enviaría un Salvador. El Bautista lo anunciaba como ya inminente porque decía ‘en medio de vosotros está el que no conocéis’ e invitaba a la conversión porque llegaba ya el Reino de Dios.
Es significativo que el evangelista comience diciéndonos que ‘cuando arrestaron a Juan Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios’.  Efectivamente ya el Bautista cumplió su misión y comienza un tiempo nuevo. Ya no es el tiempo del anuncio y la preparación. Ahora llega Jesús y comienza a hacerse presente el Reino de Dios.
Jesús nos dice ahora que ‘se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios’. Hay que creer en esa Buena Noticia. Hay que disponerse ya a acoger el Reinado de Dios. Desde que entró el pecado en el mundo el reino de la muerte lo cubría todo con sus sombras. Pero llegaba la luz, y estaba ya allí en medio. Se ha cumplido el plazo de que la luz brille en medio de las tinieblas y amanezca la salvación. Podríamos recordar también esa página hermosa del comienzo del evangelio de Juan que nos habla de la luz que viene a disipar las tinieblas aunque se resisten.
Allí está la Buena Nueva, allí está el Evangelio, allí está Jesús con su salvación. Con Jesús comienza el Reinado de Dios porque la muerte y el pecado iban a ser vencidos. ‘Llega la victoria de nuestro Dios’. Hay que convertirse, y convertirse es creer en esa Buena Noticia. Dios en verdad será nuestro único Rey.
Estamos prácticamente comenzando a leer el evangelio de Marcos y éste es el primer anuncio que escuchamos. Pero, como siempre decimos, la Palabra de Dios no la podemos escuchar simplemente como un hecho pasado, sino que es la Palabra que Dios hoy nos dirige a nosotros. No es Palabra de un ayer, sino de un hoy. Hoy la escuchamos, hoy llega a nosotros. Podríamos recordar aquello de Jesús en la Sinagoga de Nazaret que nos narra san Lucas también en el comienzo de la actividad pública de Jesús. Cuando lee el sábado en la Sinagoga aquel pasaje de Isaías recordamos que el comentario de Jesús fue decir: ‘hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. 
Hoy se cumple el plazo para nosotros; hoy llega la Palabra del Señor a nuestra vida; hoy nos llega la Buena Noticia de que el Reino de Dios llega a nosotros, se hace presente en nuestra vida. Y hemos de sentir, como nos decía san Pablo en su carta, ‘el momento es apremiante’. Así tenemos que tomarnos en serio la Palabra de Dios que se  nos anuncia. Hemos de dar una respuesta. Una respuesta de fe y de conversión. Creemos en el Señor que llega a nuestra vida; nos convertimos a El, porque ya queremos alejarnos para siempre del reino de la muerte para entrar en el reino de la vida, en el Reino de Dios.
Queremos ya ponernos en camino para seguir de todas todas a Jesús. Con prontitud. Con generosidad y radicalidad. Arrancándonos de nuestras redes de muerte. Para caminar a su luz. Para que El sea en verdad para siempre el centro de nuestra vida, el único Señor de nuestra vida. Tenemos que creer desde lo más hondo del corazón esa palabra de salvación que pronuncia para nosotros, ese anuncio de vida que nos hace. Y si le creemos, cambiaremos nuestra vida, dejaremos atrás muchas redes, muchas cosas que nos han atado hasta ahora para seguir para siempre su único camino, caminar a su paso, vivir su vida.
El Evangelio nos dice que Jesús ‘pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores…’ Allí están en sus tareas. Quien había anunciado que se cumplía el plazo y llegaba el Reino de Dios ahora invita a seguirle, a estar con El, a vivir ese momento nuevo del Reino de Dios. ‘Venid conmigo, sois pescadores de estos mares, de estos lagos, pero yo os haré pescadores de otros mares, os haré pescadores de hombres…’
Y Simón Pedro y Andrés creen en la Buena Noticia; lo mismo luego Santiago y Juan que estaban también con sus redes y con su barca, con su padre y con los jornaleros también creen, y cambian, y lo dejan todo. ‘Y se marcharon con El’. Es la señal de la conversión. Creen y cambian de vida. Conversión no es sólo penitencia; es mucho más, es el cambio radical, es el comenzar a vivir algo distinto. Creen en el anuncio que está haciendo Jesús y quieren vivir en su Reino, en el Reino de Dios. Es la Buena Noticia, el Evangelio en el que comienzan a creer y quieren vivir. Por eso, se van con El.
Es la llamada y la invitación que hoy nosotros escuchamos. ‘Se ha cumplido el plazo… el momento es apremiante…’ La luz tiene que comenzar a iluminar y de nosotros depende. El Señor nos la está poniendo en nuestras manos. El mundo necesita esa luz en medio de tantas sombras y oscuridades que nos envuelven y nosotros tenemos la luz en nuestras manos.
El Señor nos invita a ir con El, como a aquellos primeros discípulos. Y esa llamada no es de ayer ni de mañana, sino que es ahora cuando el Señor nos llama y nos invita a creer en la Buena Noticia para hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo. ¿Qué pasa con nuestra fe? ¿Se nos habrá adormecido? ¿La habremos ocultado? ‘El momento es apremiante’. ¡Cuánto tenemos que hacer! ¡Cuánto podemos hacer!
‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, sembradores de luz, mensajeros de esperanza, constructores de un mundo de amor.