Vistas de página en total

sábado, 25 de marzo de 2017

Veamos las señales y no nos confundamos sino seamos capaces de descubrir lo que nos lleva de verdad a encontrar el misterio de Dios en su Encarnación

Veamos las señales y no nos confundamos sino seamos capaces de descubrir lo que nos lleva de verdad a encontrar el misterio de Dios en su Encarnación

Isaías 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38
Vamos por una carretera o por una autopista buscando un camino, buscando una dirección; tratamos de encontrar la señal que nos indique el camino, pero hay muchas señales en la orilla del camino, muchos carteles grandes y luminosos que nos hacen sus anuncios porque nos quieren llevar a algún sitio o que realicemos alguna compra como suele suceder con la publicidad; pero lo llamativo de esos carteles nos distraen, nos impiden quizás que nos fijemos en las verdaderas señales que nos indiquen el camino que realmente buscamos, y atraídos por esos signos publicitarios nos pasamos de largo, no nos fijamos en la señal que para nosotros seria importante porque parece que nos llama menos la atención y no encontramos realmente el camino que buscamos. Nos perdemos.
Así nos puede suceder en las señales que Dios va poniendo en nuestro camino de la vida; buscamos quizás cosas muy llamativas y no somos capaces de encontrar las señales de Dios que se nos manifestaran con mayor sencillez. Lo vemos tantas veces en el evangelio que la gente le pide a Jesús una y otra vez señales, signos, cosas extraordinarias, milagros que les llamen la atención y les hagan creer en El. Es así como se nos manifiesta el misterio de Dios y es lo que hoy estamos celebrando aunque nos pase un tanto desapercibido.
Cuando se cumplió el tiempo, nos dice la carta del apóstol, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…’ Pudo Dios escoger otros caminos, otras cosas asombrosas, otros lugares quizás mas significativos, pero fue allá en aquella aldea pequeña y perdida de Galilea – ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’ se preguntaría uno que era del pueblo contrincante Cana de Galilea - que poco podría significar frente a otros lugares mas importantes en la misma Galilea como podría ser Cafarnaún, o como podría ser Jerusalén donde estaba el templo, pero Dios envió a su mensajero a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José… y el nombre de la doncella era María’.
Así, en un pequeño lugar, en una humilde casa probablemente adosada a una roca, a una doncella que estaba desposada, prometida en matrimonio, con un humilde artesano, se realizo el misterio grande de Dios, su Encarnación. Allí Dios comenzaría a ser ya para siempre Emmanuel, Dios con nosotros, en aquel hijo que se engendraba en las entrañas de María, que seria el Hijo del Altísimo, verdadero Dios y verdadero hombre, el Ungido de Dios (Mesías) anunciado y prometido desde la aurora de los tiempos, el que venia para ser el Salvador, la Salvación para todos y por eso llevaría el nombre de Jesús.
Nos sobrecoge la sencillez y la humildad, ahora tampoco repican las campanas del cielo ni los ángeles harán coro para cantar la gloria de Dios. En silencio, humildemente el Todopoderoso se hace pequeño, el Dios de los cielos se fija en la pequeñez y en la humildad de la que quiere no solo llamarse sino sentirse la esclava del Señor, y se realizan cosas grandes, cosas maravillosas porque Dios llega a nosotros con su salvación; Dios ha hecho pequeño, se ha encarnado en el seno de María y como hombre pero pobre entre los pobres quiere nacer, quiere hacerse presente entre nosotros, viene a caminar a nuestro lado, a compartir nuestra vida y a compartir su vida con nosotros.
Veamos las señales y no nos confundamos. Descubramos lo que nos lleva de verdad a encontrarnos con el misterio de Dios en su Encarnación. Es el misterio de Dios que hoy celebramos y todo ese misterio nos sobrecoge, nos hace sentirnos pequeños y a la vez grandes porque así nos sentimos amados de Dios. Como María nosotros no tenemos otra cosa que hacer que cantar las maravillas del Señor, darle gracias, abrir nuestro corazón para sentir a Dios con nosotros, para empaparnos de su amor, para llenarnos de su gracia que ya para siempre no vivamos otra cosa sino su misma vida.
Para muchos pasará desapercibido este día porque se fijaran en otras señales, pero hoy es un día grande y fijémonos en las señales sencillas que nos llevan a Dios; hoy es un día en que con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra vida queremos cantar la gloria de Dios.

viernes, 24 de marzo de 2017

No nos vale decir ‘eso ya lo se’ sino traducirlo en las obras de amor de nuestra vida para vivir la congruencia de nuestra fe

No nos vale decir ‘eso ya lo se’ sino traducirlo en las obras de amor de nuestra vida para vivir la congruencia de nuestra fe

Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34
‘Eso ya lo se’, habremos dicho o habremos escuchado muchas veces. Quizás nos recuerdan algo que hemos aprendido desde chiquitos, nos lo están recordando ante una actitud o una postura que habremos tomado que no será la mas correcta, ‘eso ya lo se’ respondemos, pero nuestra actitud no cambia, seguimos haciendo lo mismo. Son incongruencias que aparecen una y otra vez en la vida y quizás no sabemos como remediarlo porque puede mas en nosotros la costumbre, la rutina, lo que siempre hemos hecho aunque no este en consonancia con aquellos principios y valores que todos conocemos y decimos que aceptamos; nuestra aceptación se queda en meras palabras, no se traduce en la vida.
Creo que esto nos daría para pensar mucho sobre nuestros valores y nuestros principios cristianos. Decimos que somos creyente como el que mas y en eso  no nos gana nadie, pero seguimos con nuestros apegos y ataduras, no siempre resplandece el amor, la generosidad, la solidaridad como tendría que brillar, guardamos en nuestro interior tantos sentimientos hacia los que no aceptamos o los que nos hayan podido molestar u ofender en algo en un momento determinado, nos aparecen muchas incongruencias en nuestra vida.
En el evangelio hoy hemos escuchado que un escriba se acerca a Jesús a preguntarle por el mandamiento principal. Si el era un escriba, un maestro de la ley eso era algo que tenia que tener muy claro. ¿Estaría intentando tentar a Jesús a ver como lo cogia en alguna cosa con la que desacreditarle o acusarle, como tantas  veces sucediera en personajes semejantes? En este caso el evangelista no hace referencia alguna.
¿Qué podía responder Jesús? Con lo que todo judío sabía muy bien porque así lo había aprendido desde pequeño y era como un credo que todo judío piadoso recitaba varias veces al día. Lo que estaba escrito allá en el libro del Deuteronomio. ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Y Jesús añade algo más, que también estaba en la Escritura Sagrada: ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos’.
El escriba se da por satisfecho con la respuesta de Jesús porque todo eso vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y será Jesús el que apostille entonces: ‘No estas lejos del Reino de Dios… haz esto y vivirás’. ¿Buscaba aquel hombre que era lo más importante? ¿Estaría quizás preguntándose en que se traducía aquel Reino de Dios que Jesús anunciaba?
Ahí lo tenia, Dios es nuestro único Señor y a El hemos de adorar, a El hemos de amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra vida; pero esa adoración a Dios, ese amor a Dios sobre todas las cosas tenia que traducirse necesariamente en el amor al prójimo. No cabía uno sin el otro. No cabe el amor a Dios si no amamos de corazón a nuestro hermano; no podemos amar de corazón a nuestro hermano con toda la hondura que nos pide Jesús si no nos fundamentamos en el amor que le tenemos a Dios de quien recibimos gracia, de quien recibimos la fuerza del Espíritu para poder amar con un amor así.
Pero, como decíamos al principio, no nos vale decir ‘eso ya lo se’. Lo sabemos pero tenemos que hacerlo. Lo sabemos pero tenemos que traducirlo en las obras de amor de nuestra vida. Así romperíamos esa espiral de incongruencias en las que nos vemos metidos tantas veces en la vida.

jueves, 23 de marzo de 2017

Tengamos una mirada limpia porque hay en nosotros un corazón muy lleno de amor y seremos capaces de ver la bondad que resplandece en tantos a nuestro alrededor

Tengamos una mirada limpia porque hay en nosotros un corazón muy lleno de amor y seremos capaces de ver la bondad que resplandece en tantos a nuestro alrededor

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23
Parece que siempre tiene que haber alguien detrás que ande con sospechas, con segundas intenciones, desconfiando de todo, hasta de lo mas bueno que podamos hacer. En ocasiones somos especialistas para las sospechas, no creemos en nada ni en nadie porque siempre estamos viendo intenciones turbias; será quizás por anda turbio nuestro corazón y eso se convierte en un velo o un cristal con muchas manchas oscuras a través del cual miramos.
Desconfiamos de todo, de los vecinos, de los que desarrollan alguna responsabilidad y quizás los vemos actuar con éxito, de los políticos, de los que nos enseñan, o simplemente de los compañeros de camino en la vida, donde siempre estamos viendo unos intereses o unos deseos de ganancias. Pudiera ser cierto que en ocasiones pudiera haber personas que actúan mal y que no es oro todo lo que reluce, porque escondido en sus vidas pueda haber mucha maldad y hasta corrupción, pero eso no nos tiene por que llevar a desconfiar de todo el mundo. Es necesario que demos más votos de confianza en la vida, creyendo en las personas y descubriendo la bondad que hay en sus corazones.
De Jesús también desconfiaban; ya sabemos como andan sembrando cizaña los letrados y los fariseos queriendo crear desconfianza en torno a Jesús, a sus palabras y a las obras que realiza. Es lo que hoy vemos en el evangelio. Jesús había curado a un mudo, liberándolo de sus ataduras para que pudiera hablar. Ya sabemos como consideraban cualquier enfermedad o cualquier limitación como una posesión del maligno; por eso nos dice el evangelio que Jesús echo al demonio de aquel mudo para que pudiera hablar.
Pero allá andan los que siembran las semillas de la discordia y de la desconfianza, los que están viendo siempre dobles intenciones en lo que haga Jesús y no quiere ni reconocer su autoridad y su poder, ni ser capaces de ver la gracia de Dios que se manifiesta en Jesús. Lo que hace, piensan y dicen, es por obra del poder de los demonios. Vemos claro el contrasentido, un reino dividido no puede subsistir y si es por el poder del demonio por el que es arrojado de aquellos poseídos, mal le va a ir.
Una cosa que tenemos que ver clara aquí es la maldad del corazón de aquellas personas. Todas las cosas se ven según el color del cristal con que se mira. Como aquella mujer de la anécdota que criticaba siempre a su vecina porque decía que tendía la ropa a secar dejándole todas las manchas, hasta que un día el marido le dijo que lavara los cristales de la cocina desde donde veía el patio de la vecina, porque estaban muy llenos de suciedad y era la suciedad a través de la cual veía manchada la ropa de su vecina.
La maldad de nuestro corazón no hace mirar con desconfianza, nos impide creer en las personas, porque cree el ladrón que todos son de su condición, como dice el refrán. Limpiemos la suciedad de nuestro espíritu, miremos con mirada clara y limpia porque en nosotros no haya esa malicia y esa mala intención y seremos capaces de ver entonces la bondad de las personas, todo lo bueno que los otros realizan también.
Jesús curo a aquel mudo del evangelio liberándole de su mal; que el Señor nos sane, purifique nuestro corazón y seamos capaces de llenarlo de muchas  virtudes, de muchos valores, de muchas cosas buenas, de mucho amor y veremos entonces el amor de los demás, las cosas buenas que hacen tantos a nuestro alrededor.

miércoles, 22 de marzo de 2017

El mandamiento del Señor el mejor camino en el amor que nos conduce a la vida en plenitud y a la felicidad

El mandamiento del Señor el mejor camino en el amor que nos conduce a la vida en plenitud y a la felicidad

Deuteronomio 4,1.5-9; Sal 147; Mateo 5,17-19
Queremos vivir. ¿Quién me va a decir que no quiere vivir? Ya sé que algunos se pueden sentir aburridos de la vida y desesperanzados y pareciera que pierden las ganas de vivir; los problemas, las dificultades de la vida, las enfermedades, la carencia de medios de subsistencia, la perdido de un norte o de un sentido para la vida, muchas cosas que pudieran hacer que perdiéramos las ganas de vivir.
Pero todos queremos vivir, aunque luego cifremos ese vivir en diferentes cosas. Hay quien dice que quiere vivir en libertad y que nada le ate, nada le condicione, que pueda hacer lo que quiere o lo que le apetezca en cada momento. Fuera normas, fuera reglas, fuera leyes, todo aquello que yo creo que me condiciona mi libertad. Pero ¿no llegaríamos a un caos total si cada uno hace lo que le da la gana y no tiene en cuenta lo que es también la libertad de los demás?
Me voy a una isla desierta, para vivir solo sin que nadie me moleste o interrumpa mis deseos, piensan algunos y quizás están haciendo islas en su entorno y quieren vivir aislados de los demás, no quieren contar con nadie ni que nadie interfiera en sus vidas, pero ¿podrán vivir sin tener una relación con alguien, sin tener con quien compartir su felicidad? Algo caduco en lo que podemos caer, un sin sentido que a la larga me está haciendo perder algo que es esencial en el ser humano, que es la relación con los demás.
Pero seguimos diciendo que todos queremos vivir y para otros será distinto el sentido de ese vivir. Buscarán algo más hondo que les haga encontrar lo que les lleve a una plenitud en ese vivir. Andamos en búsqueda. Y nos daremos cuenta quizás que en ese aislamiento no vamos a encontrar esa felicidad para su vida, y nos daremos cuenta que no es solo hacer lo que me apetezca porque al final así nunca quedaré satisfecho, que ese caos no me llevará a ninguna parte.
Y es que no vivimos solos en el mundo ni estamos hechos para esa soledad que nos aísle permanentemente de los demás, de lo que nos rodea. Que la plenitud de mi ser no está en romper con todo lo que me relacione con los demás, sino en encontrar un sentido a esa relación y encontrar el camino para que en esa relación pueda ser feliz, pueda realizarme en plenitud, encuentre un sentido a mi vida por lo que luchar, por lo que caminar, por lo que vivir.
Es cierto que la vida la vamos llenando de tantas normas que nos pudieran parecer un corsé demasiado ajustado que nos moleste a caminar con soltura. Quizá nos reglamentamos demasiado en la vida y necesitaríamos ir a lo que verdaderamente es fundamental e importante. A causa de nuestras sinrazones y del caos que creamos con nuestros caprichos y orgullos haya sido necesario ponernos normas que de alguna manera nos obliguen a ir por un camino. Pero si llegamos a encontrar ese equilibrio en nuestra vida personal podremos lograr también un equilibrio en nuestras relaciones y no necesitaríamos tantas normas y preceptos.
Ha sido así en todos los tiempos y en todos los tiempos los hombres han sentido también esa rebeldía interior. Cuando apareció Jesús de Nazaret enseñando un nuevo sentido de vida, un nuevo estilo de mundo que El llamaba el Reino de Dios, también estaban esas voces de los que querían liberarse de normas y preceptos, mas cuando las clases dominantes en aquel momento daban tanta importancia a minucias que no la tenían y se habían cargado de esos preceptos y leyes.
Jesús viene a decir que El no ha venido a abolir la ley, sino lo que quiere es darle plenitud. Y es que Jesús venia a ayudarnos a descubrir el verdadero sentido del hombre, de la persona. De alguna manera estaba conectando con lo que les había dicho Moisés de parte de Dios, como  hoy hemos escuchado en el Deuteronomio. ‘Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar… Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos’.
Así viviréis… son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia. ¿No decíamos al principio de esta reflexión que queríamos vivir? La ley del Señor es vida para el creyente. No es una carga ni una imposición. Es el camino que nos conduce a plenitud, a felicidad.
Fijémonos cómo si seguimos las pautas que nos va señalando el Señor en verdad seremos felices porque nunca haríamos nada que fuera en contra de los demás, que hiciera daño a los otros. Nuestra convivencia sería de lo más hermoso, y ¿en qué podemos encontrar mayor plenitud, mayor felicidad?  Nuestra verdadera sabiduría, nuestra mayor inteligencia, el mejor camino de la felicidad en el amor.

martes, 21 de marzo de 2017

El necesario perdón como camino de reencuentro, reconciliación y convivencia en paz para hacer un mundo mejor

El necesario perdón como  camino de reencuentro, reconciliación y convivencia en paz para hacer un mundo mejor

Daniel 3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35
Hay ocasiones en que en nuestro orgullo herido cuando alguien ha podido hacernos daño o molestarnos en alguna cosa nos encerramos en nuestro resentimiento y rencor negando el perdón a quien nos haya ofendido, pensando quizá que con eso nos resarcimos de lo que nos hayan herido y con un sentimiento de venganza pensamos que es al otro a quien estamos dañando con nuestra negativa al perdón. Pero seamos sinceros, ¿a la larga cuál es el mayor daño que el que nos hacemos a nosotros mismos que en el fondo no llegamos a tener paz en nuestro propio corazón?
Efectivamente, seguimos haciéndonos en ese amor propio herido que mantenemos en nuestro corazón la misma pregunta que se hacia Pedro. ¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Y nos escudamos quizá en la reincidencia del que una y otra vez quizá nos ha ofendido. En el fondo es no haber entendido el sentido de humanidad con que hemos de vivir y tratarnos los unos a los otros que tendría que llevarnos siempre a la comprensión y al perdón.
Somos y humanos y capaces del error porque no somos perfectos ni infalibles en todo lo que hacemos. Todos en la vida cometemos errores, tenemos la posibilidad de tener ese mal momento con el que podemos molestar, ofender, hacer daño a aquel con quien convivimos. Pero hemos de saber buscar siempre caminos de entendimiento, de reencuentro, de reconciliación.
Desgraciadamente vivimos en un mundo muy crispado en el que salta fácilmente la chispa cuando menos lo pensamos. La violencia está a flor de piel. Los resentimientos se mantienen demasiado en la memoria y con mucha facilidad sacamos cuentas antiguas. Parece que no hay manera de que nos reconciliemos para saber caminar juntos y entre todos ir construyendo un mundo de paz.
Esto lo palpamos en el día a día de nuestra sociedad a todos los niveles. Nos cuesta entendernos y cuando alguien piensa distinto a nosotros en lugar de tratar de entender lo que esa persona quiere expresar y con argumentos  expresar nuestra manera de ver las cosas, enseguida saltamos con el insulto, las palabras fuertes, las descalificaciones, la atribución al contrincante de no sé cuantos males o no sé de cuantas herencias que haya recibido de lo que se haya podido vivir en otras épocas. Es la crispación, repito, que palpamos en la vida social, en la política, en la convivencia incluso en el seno de las familias. Nunca aceptamos al que pueda pensar distinto y pueda ofrecernos otra visión de las cosas. Son esos orgullos latentes en nosotros que hacen aparición de tantas formas violentas en la vida.
Mucho nos da que pensar este evangelio que hoy se nos propone en este camino cuaresmal y que hemos de saber traducir al día a día de nuestra vida. Ese tema del perdón tiene unas repercusiones muy amplias en todo lo que es nuestra vida social y en la convivencia que hemos de vivir con los más cercanos a nosotros, pero también con todos los que formamos una misma sociedad y conjuntamos un mismo mundo.
Porque hablar del perdón nos está haciendo pensar en todos esos valores que hemos de cultivar para lograr convivir en paz y armonía con los que nos rodean; y eso significa comprensión y encuentro, diálogo y sinceridad, humildad en el trato y sencillez en nuestras relaciones, aceptación mutua y comprender que tenemos que hacer el camino juntos y entre todos cada uno aportando desde sí hacer que nuestro mundo sea mejor.

lunes, 20 de marzo de 2017

Con su silencio y fidelidad san José nos testimonia cómo hemos de vivir nuestra fe hoy aunque sean tiempos difíciles

Con su silencio y fidelidad san José nos testimonia cómo hemos de vivir nuestra fe hoy aunque sean tiempos difíciles

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Rm. 4, 13. 16-18. 22; Mt. 1, 16. 18-21. 24a
Cuando en la vida nos encontramos con caminos oscuros tenemos diferentes formas de reaccionar; ni todos reaccionamos de la misma manera, ni siempre reaccionamos en las mismas circunstancias. Habrá miedos que nos acobarden, valentías que nos hagan arriesgarnos, pasividad y resignación ante lo que nos sucede y que decimos que nada podemos hacer, o ignorancia que no nos haga darnos cuenta de la situación que nos haga insensibles, arriesgados innecesariamente, o nos encierre en nosotros mismos, y no pretendemos ser exhaustivos en posturas o reacciones. Son circunstancias de nuestra vida quizás, que nos lleven a encontrarnos en esa situación o que provoquen esas distintas formas de reaccionar.
Entendemos que no hablamos de un camino en lo físico o geográfico, sino que estamos pensando en los problemas que nos surgen, las dudas que nos pueden atormentar, las oscuridades de una vida a la que no hayamos encontrado sentido, el no tener metas claras en la vida por las que luchar, o las dificultades que encontramos para ser nosotros mismos y llegar a la plenitud de ser al que todos de una forma u otra aspiramos.
Hoy estamos celebrando – por la coincidencia del día 19 con el tercer domingo de cuaresma litúrgicamente celebramos a san José hoy día 20 – estamos celebrando, digo, a un hombre de una fe grande, podíamos decir extraordinaria que supo enfrentarse a esos caminos oscuros que le fueron apareciendo en su vida. Creo que en eso tendríamos que destacar de manera especial hoy a san José, el esposo de María, y el padre putativo de Jesús.
De san José decimos siempre que es el hombre del silencio, porque el evangelio no recoge en sus labios ninguna palabra; pero es el hombre del silencio que con su fe grande sí nos está hablando y mucho a los hombres de nuestro tiempo, como a los hombres de todos los tiempos. Decimos muchas veces que vivimos momentos difíciles como creyentes hoy en los derroteros por donde camina nuestra sociedad.
No es fácil muchas veces manifestarnos como creyentes o en otras ocasiones no sabemos bien cómo hacerlo. Y más en esta sociedad en que se quiere ridiculizar todo lo religioso o que suene a sentido cristiano de la vida, donde se quiere ir ignorando o incluso desterrando a Dios del ámbito de nuestra sociedad cuando también se quieren hacer desaparecer todos los signos religiosos que han ido marcando nuestra historia y la historia de nuestra sociedad.
Podemos sentirnos acobardados y encerrarnos en nosotros mismos o en nuestra piedad personal y no tener la valentía de manifestarla también exteriormente. Podemos ponernos a gritar y hacer gestos muchas veces estentóreos que realmente no tienen ninguna efectividad.
Pero tenemos que aprender a fortalecer nuestra fe para vivirla de manera valiente y sean nuestras actitudes y comportamientos los que la testimonien ante todo el que quiera tener los ojos abiertos. Nunca, por supuesto, podemos amargarnos, llenarnos de tristezas y de nostalgias pensando en otros tiempo que fueron mejores, sino que tenemos que se consecuentes con nuestra fe y vivirla valientemente en este mundo y en este momento que es el hoy de nuestra vida.
Hoy, en su fiesta, miramos a san José. No fueron momentos fáciles los que le tocó vivir; todo eran pruebas que se le iban sucediendo una tras otra a las que tenía que responder en cada momento y circunstancia. Dudas de María, su mujer, pero en donde en todo momento quiso ser un hombre bueno y justo que se confiaba en Dios, hasta que Dios se le manifiesta y se le descorre el velo del misterio que hasta entonces le tenia podríamos decir agobiado, porque creo que no podemos decir realmente angustiado.
Los problemas se suceden porque tiene que ponerse en camino para obedecer unos mandatos caprichosos de un gobernante, cuando no eran momentos propicios para aquel matrimonio con una mujer a punto de dar a luz. Problemas en las puertas cerradas y en la pobreza de su vida que le lleva a que su hijo tenga que nacer en un establo y por cuna darle las pajas de un pesebre. Problemas en la persecución que se desata a causa del nacimiento de aquel niño que le hará caminar como un exiliado hasta Egipto. Pero en todo momento la fe de José no vaciló. Dudaba, es cierto, en su interior, pero en su interior se quería confiar a los caminos del Señor que se le iban manifestando y que él seguía con fidelidad.
 Con su silencio nos está hablando José y grande es el testimonio que nos ofrece de su vida de fe, de su confianza en el Señor en las circunstancias propias de su vida en aquel momento, en la fidelidad con que sigue los caminos que el Señor va abriendo ante sus ojos.
Es la lección que tenemos que aprender. Aquí, hoy, en las circunstancias que vivimos también se nos abren caminos que el Señor nos señala y que hemos de vivir con toda fidelidad. Aquí, hoy, y en estas circunstancias tenemos que dar el testimonio de nuestra fe y hacer anuncio del Evangelio. Busquemos esos caminos, descubramos los planes de Dios, dejémonos iluminar y conducir por el Espíritu y encontraremos la mejor forma para dar ese testimonio con nuestras obras, con nuestros gestos, con nuestras actitudes, con nuestras palabras cuando sea necesario y también con nuestro silencio cuando el Señor así nos lo pida.
Que el ejemplo y el testimonio de san José nos ayude, y su intercesión nos alcance la gracia del Señor que nos dé fortaleza y valentía.

domingo, 19 de marzo de 2017

Para la mujer samaritana fue ya pascua porque fue un paso salvador de Dios por su vida junto al pozo de Jacob, pero hemos que hacer que hoy sea pascua también para nosotros

Para la mujer samaritana fue ya pascua porque fue un paso salvador de Dios por su vida junto al pozo de Jacob, pero hemos que hacer que hoy sea pascua también para nosotros

Éxodo 17,3-7; Sal 94; Romanos 5,1-2.5-8; Juan 4,5-42
Un encuentro aparentemente casual y una conversación que comienza por las necesidades perentorias de cualquier ser humano. Venia de camino desde Judea y hacían allí un alto para reponer fuerzas. Que mejor sitio que junto a un pozo de donde se pueda sacar agua y en la cercanía del pueblo en el que se podrían encontrar los necesarios alimentos. Pero no iba a ser un encuentro cualquiera y todo iría mucho mas allá de saciar una sed de agua o la recuperación de las fuerzas en un descanso.
Allí hay un encuentro de personas en que a pesar de las reticencias y desconfianzas de dos pueblos que no se entienden y se llevan mal, sin embargo la conversación va surgiendo en el interés de ese encuentro que se va a hacer comunicación profunda. Cuantas veces también tras un encuentro casual, tras unas elementales palabras de saludo y cortesía la conversación se va ahondando y se llega a encuentro personal, a un encuentro de corazones.
No siempre quizás lo sabemos hacer, porque vamos con nuestros intereses, quizás con nuestras desconfianzas, muchas veces también con reticencias y sacando a flote cosas innecesarias que puedan llevar a un enfrentamiento en lugar de un encuentro. Cuanto tendríamos que aprender, porque aprendiendo siempre hemos de estar en la vida.
Es que allí está Jesús que viene a nuestro encuentro, que viene a buscar a la persona sin prejuicios ni condenas previas porque El siempre quiere ofrecer vida y salvación. Tras la desconfianza de la mujer, en primer lugar hacia un hombre con el que no se hablaba en lugar descampado o apartado, pero también a causa de las rencillas o resentimientos entre judíos y samaritanos, comienza Jesús a ofrecer un agua que sacia plenamente. No será un agua como la de aquel pozo al que hay que venir todos los días a buscarla de nuevo, sino que será el agua que calmará la sed más profunda del hombre para siempre.
Le cuesta entender a aquella mujer, como nos cuesta entender a nosotros tantas veces que andamos con nuestras ideas y pensamientos y no terminamos de escuchar lo que se nos ofrece o se nos dice. Será cuando aquella mujer comienza a vaciarse por dentro de tantas cosas que le pesan en su corazón, de tantas dudas o de tantos tormentos como ha sido su vida, cuando comience a vislumbrar lo nuevo que le está ofreciendo Jesús, aunque ella sigue sin saber ni entender quien es el que le está hablando.
Nos cuesta vaciarnos de nuestro interior a veces tan recargado, porque quizá nos da vergüenza reconocer cuantas negruras podamos tener en el corazón; nos cuesta vaciarnos porque terminamos por acostumbrarnos a vivir así con esas corazas o con esos lastres dentro de nosotros sin darnos cuenta de la libertad que vamos a encontrar cuando en verdad nos liberemos de todas esas cosas.
No tendríamos que tener miedo a lavar el corazón. El agua que Jesús nos ofrece no solo calmará nuestra sed porque nos hará encontrar el sentido más hondo de lo que es nuestra vida, sino que también será un agua purificadora y un agua que nos llena de vida. Como aquella agua que manaba por debajo de la puerta del templo que decía el profeta y que allí por donde pasaba iba purificando de toda putrefacción, e iba haciendo surgir árboles rebosantes de hermosas y gustosas frutas.
Es lo que Jesús está haciendo con aquella mujer a la que le ayudará a encontrar el verdadero sentido de Dios a quien hemos de adorar en espíritu y en verdad sin necesidad de acomodarnos a un sitio o lugar determinado; es lo que va haciendo a aquella mujer que terminará reconociendo su vida desordenada y hará surgir el deseo en ella de una vida nueva; es lo que va haciendo en aquella mujer a la que llena de esperanza y la hará desear con todo sentido la venida del Mesías, que allí está ya para ella con su profundo sentido salvador.
¿Nos dejaremos hacer nosotros por Jesús? ¿Aceptaremos ese encuentro vivo y salvador con Jesús que viene a nosotros? Estamos escuchando y meditando este evangelio en medio del camino cuaresmal que vamos haciendo y que nos lleva a la pascua. El Señor está viniendo a nosotros para realizar su pascua salvadora en nuestra vida. Y ese paso de Dios con su salvación lo tenemos que ir viviendo ya, lo tenemos que ir viviendo en el hoy de nuestra vida.
Por eso cuando escuchamos este evangelio en este tercer domingo de cuaresma así hemos de dejarnos encontrar con el Señor. Viene a calmar nuestra sed, viene a purificarnos de ese hombre viejo que sigue estando en nosotros, viene a llenarnos de una nueva vida, a vivificar enteramente nuestro corazón para que en verdad demos frutos de santidad y de gracia.
Te invito a que como conclusión de esta reflexión que nos estamos haciendo vuelvas a coger el evangelio en este encuentro con Jesús y la samaritana y vuelvas a leerlo (Juan 4,5-42) pero poniéndote tú en el lugar de la samaritana; léelo y escúchalo en tu interior pausadamente dejando que afloren tus dudas, tus reticencias, tus desconfianzas también, tus rutinas, las suciedades del hombre viejo que llevamos ahí en nuestro corazón; dejémonos interrogar por el Señor al mismo tiempo que le vayamos haciendo nuestras preguntas, presentando nuestras dudas, confesando nuestras oscuridades; nos sentiremos llenos de una nueva luz, sentiremos el gozo del paso del Señor por nuestra vida, nos gozaremos en verdad con su salvación.