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sábado, 28 de julio de 2012

Un mundo bueno creado por Dios, destrozado por nuestra maldad pero que estamos llamados a reconstruir


Jer. 7, 1-11; Sal. 83; Mt. 13, 24-30

Una parábola que nos propone Jesús como un retrato de lo querido por Dios desde la creación del mundo, pero de lo que hemos hecho nosotros de ese mundo con nuestra maldad y nuestro pecado.

Cuando leemos la primera página de la Biblia que nos habla de la creación hecha por Dios nos suele sorprender algo que se repite casi como una muletilla tras cada uno de los días de la creación. ‘Y vio Dios que era bueno’. Y cuando termina toda la obra de la creación, habiendo creado también al hombre, vuelve a insistir y como remarcándolo ‘y vio Dios que todo era muy bueno’.

La creación, el hombre salido de las manos de Dios era algo bueno. Pero pronto entra la maldad que viene a destruir toda esa obra creada por Dios. Es la imagen del tentador que cautiva a Eva y que terminará cautivando al hombre con el pecado, la desobediencia a Dios. Entra el mal en el corazón del hombre despertando el orgullo y la ambición que le hará luego insolidario culpabilizándose uno al otro y queriendo escabullir toda responsabilidad. Vendrá el sufrimiento y todo lo que sea muerte para el hombre y para toda la creación.

Es, me atrevo a interpretar, lo que nos retrata la parábola. El hombre de la parábola sembró buena semilla en su campo, pero pronto aparecerá la cizaña sembrada por el maligno que pondrá en peligro la cosecha de la buena semilla sembrada. Y en los detalles de la parábola veremos como semilla buena, planta buena y mala semilla, mala cizaña van a crecer juntos hasta el último día.

¿No es esa la realidad de nuestra vida y de nuestro mundo? Ojalá todo fuera bueno, todos fuéramos buenos. Pero se nos mete en el corazón, lo sufrimos en nosotros y lo contemplamos a nuestro alrededor junto a mucho bueno que hay en el hombre, que hay en el mundo también está la maldad con sus injusticias y sus males a su lado. Queremos hacer las cosas bien, pero como nos enseñaba san Pablo no hacemos lo que queremos o hacemos lo que no queríamos hacer; queremos hacer lo bueno, pero la ambición y el orgullo se nos meten también en nuestro corazón como mala cizaña y terminamos haciendo el mal.

Ya quisiéramos arrancar esa mala cizaña de nuestra vida y de nuestro mundo, pero no terminamos de desterrarla de él ni de nuestro corazón. Pero sí hay una cosa que podemos hacer con la gracia del Señor que es mantenernos en fidelidad al Señor luchando contra el mal, tratando de superarnos nosotros para vencer toda tentación de pecado que nos aceche, y tratando también de ir sembrando buenas semillas allá donde podamos a nuestro alrededor. Y podemos hacerlo, porque no nos faltará la gracia del Señor.

Ojalá cuando llegue la hora final podamos presentar al Señor un mundo que hemos intentado hacer un poquito mejor cada día. Ojalá podamos llevar en nuestras manos la ofrenda de muchas cosas buenas, de muchas obras de amor, que el Señor sabrá ver y recompensar también nuestros esfuerzos, nuestra lucha por lo bueno, por el bien, por la justicia y por la verdad.

Es la tarea en la que hemos de estar empeñados en nuestra vida de cada día. Aquel mundo bueno que salió de las manos de Dios El lo puso en nuestras manos para que lo continuáramos construyendo. Es cierto que se ha metido el maligno destructor por medio, pero nuestra misión y nuestra tarea es la de construir para lo bueno. Y eso podemos y debemos hacerlo cada día y en cada momento allá donde estemos. No podemos permitir que se nos meta el demonio de la insolidaridad, del egoísmo, de la mala ambición, de la envidia, del orgullo y la violencia ni en nosotros ni en quieres nos rodean. Por eso tenemos que seguir sembrando siempre cada día semillas de amor y de bondad.

viernes, 27 de julio de 2012

Las malas raíces que nos impiden que fructifique la semilla de la Palabra

Las malas raíces que nos impiden que fructifique la semilla de la Palabra
Jer. 3, 14-17; Sal. :Jer. 31; Mt. 13, 18-23

Nos ha venido hablando el evangelio de la parábola del sembrador. Debido a las celebraciones que hemos tenido en estos días no habíamos podido seguir en lectura continuada el evangelio de cada día y no escuchamos la parábola del sembrador proclamada por Jesús. Los discípulos le han preguntado por qué les habla en parábolas y hoy hemos escuchado cómo al llegar a casa a ellos en particular se las explica.

Recordemos que la parábola habla de la semilla sembrada a voleo y que cae en diferentes tierras, incluso al borde del camino, unas más preparadas que otras, y en consecuencia da pocos frutos en unos casos mientras en la tierra preparada puede llegar hasta el ciento por uno.

En las imágenes que nos propone la parábola se nos está diciendo cuáles son esos motivos por los que la Palabra de Dios no siempre da fruto en nuestra vida. Entender o no entender la Palabra qu se nos proclama, la constancia o no constancia en llevarla a la práctica en nuestra vida, los afanes y esclavitudes que pudiera haber en nosotros a causa de nuestros apegos, pueden ser algunos de los motivos para que no dé frutos en nosotros.

La semilla de la Palabra hay que acogerla con entusiasmo y cariño, con deseos verdaderos de querer captar en toda profundidad lo que nos quiere decir, y es necesario desapegarnos de muchas cosas que se convierten en obstáculos fuertes en nuestro corzón para que pueda llegar a dar fruto.

Muchas veces escuchamos y no queremos entender. Nos da miedo quizá a lo que nos pueda comprometer, o no nos dejamos guiar por quien pueda ayudarnos a entenderla y plantarla de verdad en nuestro corazón. Puede haber también la actitud del orgullo y la autosuficiencia de creernos sabérnoslas todas y por eso ya de alguna manera nos hacemos oídos sordos a esa Palabra y quien pueda ayudarnos. O nos ponemos ya de antemano en una actitud negativa y de rechazo. Con posturas así no podrá llegar a nuestro corazón, no producirá fruto en nuestra vida. Y hemos de reconocer que venimos muchas veces con esos oídos sordos.

Luego por otra parte está nuestra debilidad, esa flojera, esa rutina de nuestra vida, donde buscamos el menor esfuerzo, somos como mariposas que vamos de flor en flor, en que nos falta constancia para continuar con la tarea emprendida de renovación de nuestra vida, que nos pide la Palabra del Señor que llega a nosotros. Así, una vez más, se queda infructuosa en nuestra vida.

Y no digamos nada cuando nuestro corazón está endurecido por el pecado, por las malas costumbres, por el vicio del que no queremos arrancarnos. Es que esa semilla no podrá brotar  y si brota no tendrá la suficiente fuerza para llegar a florecer y fructificar en nuestra vida.

Es necesario cultivar la tierra de nuestro corazón, teniendo verdaderos deseos de superación, de cambio, de renovación. Cultivar esa tierra es ir arrancando de raíz todo ese mal que se ha enraizado en nuestro corazón, arrancándonos del pecado, alejándonos de la tentación. Cultivar esa tierra es regarla con la gracia divina y para eso es necesario espíritu de oración, acercarnos a los caudales de gracia que son los sacramentos que nos purifican y nos llenan de vida, dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que nos habla allá en lo más hondo del corazón y que nos va moviendo con su gracia.

Que no nos cansemos de escuchar la Palabra, de rumiarla una y otra vez en el corazón. a
Sólo así podremos ser esa tierra buena que dé fruto al ciento por uno.

jueves, 26 de julio de 2012

San Joaquín y Santa Ana y el homenaje de nuestro amor a nuestros mayores

Eclesiástico, 44, 1.10-18; Sal. 131; Mt. 13, 16-17

La liturgia nos invita a celebrar en este día a san Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María. Desde los primeros siglos del cristianismo, cuando la Iglesia comenzó a honrar a aquellos que habían vivido una vida santa para la gloria del Señor, y cuando comenzó a hacer memoria también de los mártires que habían dado su vida y derramado su sangre por el nombre del Señor, comenzó a surgir también la devoción y el culto a la fue la madre de la Virgen, santa Ana. El culto a san Joaquín se introduciría en la Iglesia siglos más tarde.

San Joaquín y Santa Ana fueron los padres de María, la Madre del Señor, en consecuencia los abuelos de Jesús. Su vida y el nacimiento de María, fruto de este santo matrimonio, está unido a bellas tradiciones que no tienen ningún fundamento en el evangelio, pero en las que se contempla el eslabón entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento a través de la había de ser escogida por el Señor para ser la Madre de Jesús, la Madre de Dios que nos regalaría también Jesús como nuestra madre. En san Joaquín y Santa Ana los padres antiguos contemplan la anunciada raíz de Jesé que había de florecer, dejándonos el hermoso fruto de María de la que había de nacernos el Salvador.

Como decíamos, en el evangelio no encontramos ninguna referencia a los padres de María, pero si nos habla el evangelio de san Lucas de otros santos ancianos, Simeón, hombre justo y piadoso que esperaba el futuro consuelo de Israel, y Ana, aquella viuda profetisa que no se apartaba del templo día y noche con ayunos y oraciones en la esperanza cierta de la llegada del Salvador que traería la liberación a Jerusalén. En ellos podemos ver personificados en el evangelio las esperanzas del corazón de Joaquín y Ana, como decíamos, eslabones necesarios entre el Antiguo y Nuevo Testamento, porque de su descendencia había de nacer el Mesías esperado.

Por eso san Juan Damasceno en sus sermones podrá hablar en estos términos de Joaquín y de Ana: ‘¡feliz pareja! La creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquel que la creó… conseguisteis por la gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural ya que engendrasteis para el mundo a la que fue la madre de Dios sin conocer varón… una hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles…’

Es a quienes estamos celebrando en este día, con la particularidad hoy de que al hacer memoria y fiesta en su honor reconocemos en ellos a los que fueron los abuelos de Jesús. Es por eso, por lo que este día queremos convertirlo en el día de todos los abuelos. Personas mayores, ya muchos quizá en el ocaso de sus vidas, aunque el ser abuelo no tenga que significar necesariamente el tener mucha edad, pero sí queremos convertir este día en homenaje y reconocimiento a todos vosotros, mayores, que nos habéis precedido en el camino de la vida y que nos habéis dejado muchas cosas hermosas que tendríamos que saber reconocer y valorar.

Muchos quizá piensan o sólo se fijan en la debilidad de vuestros cuerpos llenos de años y en los que aparecen numerosos achaques y enfermedades, pero sin pensar quizá que ha sido el desgaste de vuestra vida en los trabajos duros que habéis realizado siempre pensando en lo mejor que deseabais dejarnos como herencia. No era siempre la búsqueda de riquezas y ganancias materiales, aunque sí la búsqueda de lo necesario para ofrecernos una vida digna; pero cuántos valores espirituales, de altruismo, de generosidad, de sacrificio, de entrega nos habéis dejado como la más hermosa riqueza.

No importan los achaques y debilidades físicas, sino la riqueza envidiable de vuestro corazón generoso que se ha desgastado por los hijos, por los que os rodeaban, en fin de cuentas para hacer un mundo mejor para todos. A vuestra manera, según vuestros criterios, pero siempre ansiosos de bien y de verdad, cuántas cosas hermosas podemos aprender de vosotros.

En esas historias que nos contáis, que algunas veces en nuestro egoísmo nos puedan resultar cansinas y repetitivas, si abriéramos bien los ojos y los oídos del corazón, serían muchas las cosas que podríamos aprender y que si siguiéramos vuestros consejos e intuiciones seguro que estaríamos trabajando por un mundo mejor. En nuestra autosuficiencia nos creemos a veces que nada nos podéis enseñar. No serán conocimientos científicos, pero sí será una sabiduría de la vida que es la que en verdad nos hará ricos desde lo más profundo.

Queremos aprender de vosotros; queremos escuchamos; queremos contemplar vuestras vidas, vuestros corazones atormentados que son siempre por el amor que hay en ellos, vuestras manos encallecidos o vuestros rostros llenos de arrugas, pues cada una de esas arrugas, de esos callos, o de esos sufrimientos han sido unos actos de amor porque queríais dejarnos de verdad un mundo mejor.

Sois vosotros también un eslabón importante en el camino de la fe; ha sido quizá una fe sencilla y sin demasiadas profundidades de conocimientos teológicos, pero seguramente tenéis más conocimiento de Dios del que nosotros podemos imaginar, tenéis un sentido de Dios y de la fe que ya quisiéramos para nosotros que nos decimos conocer tantas cosas. Seguid manifestándonos el testimonio y el ejemplo de vuestra fe. En la medida en que la vais compartiendo con nosotros también vuestra fe irá creciendo y alcanzando esa hondura que os hace estar cerca de Dios.

Sí os queremos decir que os queremos y hacemos todo lo que está en nuestras manos desde nuestras posibilidades que a veces son escasas, para haceros más felices, que nada os falte, y que al menos no os falte nunca el cariño de quienes os atendemos y queremos hacer mucho por vosotros aunque algunas veces no acertemos a hacerlo todo bien. Pero no os faltará nuestro cariño que queremos recibáis hoy de manera especial en esta celebración en la que con vosotros oramos, con vosotros queremos dar gracias a Dios por vuestra vida, por todo lo que recibís de quienes os atienden y por todo lo que también nosotros recibimos de vosotros.

No os olvidéis de nosotros en vuestras oraciones, que con todo cariño queremos atenderos y ofreceros todo lo mejor. Gracias, queridos abuelos y abuelas.

miércoles, 25 de julio de 2012


El camino de santiago nos lleva peregrinos hasta Jesús 
Hechos, 4, 33; 512.27-33; 12, 2; Sal. 66; 2Cor. 4, 7-15; Mt. 20, 20-28

El no estaba allá junto al Jordán cuando los primeros discípulos comenzaron a seguir a Jesús. Estaba su hermano Juan igual que Andres el hermano de Simón cuando el profeta del Jordán había señalado a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y se habían ido con él. Probablemente de la misma manera que Andrés fue pronto a anunciarle a su hermano Simón que habían encontrado el Mesías, por qué no Juan también habría venido a comunicarle a su hermano lo que habían descubierto.

Ahora junto a la orilla del lago cuando aquel profeta que había surgido les invitó a él y a su hermano, - ‘venid conmigo’- , como lo había hecho con los hermanos Simón y Andrés, a seguirle para hacerlos pescadores de hombres, lo habían dejado todo, las redes, la barca, su padre, los jornaleros, para irse con Jesús. De nuevo en las agua de aquel mismo lago tras una pesca milagrosa en la que habían ido a echar una mano a Simón y Andrés por la redada tan grande que habían cogido, que se les rompían las redes, habían escuchado de nuevo la invitación. ‘Os haré pescadores de hombres’.

El seguimiento a partir de entonces había sido constante. Su camino era ya el camino de Jesús. Formaría parte del número de los doce elegidos para ser apóstoles y enviados, pero con una predilección especial junto con su hermano y Simón Pedro Jesús los llevaría consigo a momentos especiales para ser especiales testigos de las maravillas de Dios que se manifestaban en Jesús. 

Caminarían al paso de Jesús con todo lo que eso podría significar y los caminos nuevos que se abrirían para sus vidas. Subirían con Jesús a lo alto del Tabor para verle transfigurado y contemplar la gloria de Dios que se les manifestaba en maravillosa teofanía. Caminos de ascensión y de mirada hacia lo alto para llenarse de trascendencia y llenarse de Dios. Serían escogidos de manera especial en la casa de Jairo para ser testigos de la resurrección de la niña. Caminos abiertos al amor y a la solidaridad ante el sufrimiento que impulsan siempre a actuar para la vida. Pero Santiago, Juan y Pedro serían extraordinarios testigos de la agonía y de la oración de Jesús en el huerto antes de la pasión, pero a quienes se les pediría además una vigilancia especial. Caminos de interiorización e iluminación que solo en la oración podemos encontrar.

Su camino quería ser el camino de Jesús aunque no siempre fuera fácil, porque surgían confusiones en lo que se esperaba del Mesias y las ambiciones aparecen facilmente en el corazón. siempre surgía entre los discípulos aunque estuvieran muy cerca de Jesús los sueños y aspiraciones por primeros puestos a pesar de todo lo que Jesús les había enseñado. Lo hemos escuchado  hoy en el evangelio.

Pero estaban dispuestos a beber el cáliz. Los primeros puestos serían los del servicio y los del amor. Desde ese amor caminaría Santiago lleno del Espíritu los caminos del mundo anunciando el evangelio. La tradición nos lo sitúa en España en corto tiempo después de Pentecostes y así nos consideramos nosotros herederos de la fe que él anunció. 

Dispuesto a beber el cáliz sería el primero de los apóstoles que diera su vida por el nombre de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos narran las dificultades y persecusiones que tuvieron los apóstoles desde el primer momento plor anunciar el nombre de Jesús como nuestro único Salvador. Con detalle nos hablan de las prisiones y las comparecencias ante el Sanedrín de Pedro y Juan tras la curación del paralítico de la Puerta Hermosa, y más tarde el martirio de Esteban, el protomártir. Pero pronto aparecerá, como hemos escuchado hoy, el martirio también de Santiago. ‘El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, el hermano de Juan’. 

Una tradición secular situará la tumba del Apóstol en Compostela allá en las cercanías de Finisterre, el fin del mundo conocido entonces. Historias, quizá llenas de leyendas, nos traen los restos del apóstol hasta Galicia, donde tras manifestaciones prodigiosas se encuentra la tumba del Apóstol en torno a la cual se levanta la catedral que se convertiría en centro de peregrinaciones para el mundo cristiano ya desde la edad media junto con Roma y los Santos lugares, como sigue siéndolo hoy día. 

El camino de Santiago es el que trajo a los peregrinos y penitentes desde todos los rincones de Europa entonces, y ahora tendríamos que decir que desde todo el mundo, buscando la gracia y el perdón de los pecados tras ese camino penitente en el encuentro con el Señor. Desde muchas motivaciones se hace hoy el camino de Santiago, pero en su origen era un camino de penitencia en la búsqueda del perdón y de la gracia del Señor por los propios pecados. Hoy se tiende a mirar como un trasiego y encuentro de culturas en gentes que recorren el camino desde los diferentes lugares del mundo. 

Sin negar todo ese valor cultural que puede tener, y que fue base también de la construcción de Europa, creo que como creyentes tendríamos que fijarnos mejor en el camino interior que hace cada persona en ese ir hasta la tumba del apóstol. He tenido la suerte de ser testigo y confidente de corazones que han hecho ese camino. Es camino de encuentro con uno mismo, de encuentro con Dios y de encuentro con los demás haciendo resaltar las cosas y los valores más hermosos que llevamos dentro de nosotros.  

Hagamos o no hagamos fisicamente ese camino de Santiago - no todos estamos en condición de poderlo hacer - sin embargo ese otro camino interior que nos lleve a la búsqueda de una profunda espiritualidad, a la búsqueda del verdadero sentido de la vida, el verdadero sentido del hombre, creo que es un camino al que todos si estamos invitados a hacer. 

Cuando fuimos haciendo un repaso por esos momentos del evangelio donde va apareciendo la figura de Santiago, como la del resto de los apóstoles, hablamos de un camino que iba haciendo Santiago que era seguir el camino de Jesús. No sin dificultades, decíamos, porque dentro de cada uno van surgiendo muchas cosas, muchos tropiezos y obstáculos a ese camino. Santiago, con sus dudas, confusiones y ambiciones incluso, sin embargo se dejó conducir por el Señor. Fue decidido su ‘podemos’, ante la pregunta de Jesús sobre beber el cáliz que El había de beber.

De la mano y con el ejemplo del apóstol intentemos hacer nosotros también ese camino, camino de Santiago, que es realmente el camino que nos lleva hasta Jesús. Un camino de crecimiento interior, de purificación y de iluminación de nuestra vida. Un camino hecho de silencios, como es en parte el camino de Santiago, porque en ese silencio podremos escuchar la verdad de nuestro corazón, pero podremos escuchar la verdad de la voz de Dios que nos habla. Un camino de apertura a lo trascendente, porque quienes hacen ese camino miran mucho a las estrellas, miran mucho a lo alto, pero un camino abierto también a la solidaridad porque no es un camino de solitarios, aunque cada uno hace su camino, pero lo hacemos juntos caminando hacia una misma meta.

Creo que estos pensamientos nos vienen bien en este día en que celebramos la fiesta del Apóstol que trajo el primero el anuncio del evangelio de Jesús a nuestras tierras y al que proclamamos patrono y cuidador de nuestra fe, de nuestro camino de creyentes. Que todo ese camino nos lleve siempre al encuentro con Jesús. Dejémonos encontrar por El.

martes, 24 de julio de 2012


La familia de los que creemos en Jesús y hacemos la voluntad del Padre
Miqueas, 7, 14-15.18-20; Sal. 84; Mt. 12, 46-50

‘Oye, que tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo’, vinieron a decirle a Jesús mientras El estaba enseñando a la gente. 

Esta expresión a muchas personas les resulta confusa, no sólo por la respuesta de Jesús que a alguno le podría parecer en una muy particular interpretación que Jesús no hace caso de su propia familia. La confusión y en lo que muchos se fundamentan para decirnos que los católicos enseñamos cosas que no son verdad y que de María decimos cosas que el evangelio contradice cuando hablamos de la Virginidad de María. 

Nos dicen Jesús tuvo más hermanos, porque ahora le dicen que allí están sus hermanos esperándole, o porque en la sinagoga de Nazaret cuando sus convecinos se admiran de la sabiduría de Jesús hacen referencia a sus hermanos y hermanas. Muchas discusiones habremos escuchado o tenido por este motivo cuando nos vienen de otras iglesias cristianas o desde algunas sectas a decirnos que nosotros estamos equivocados. 

No merma para nada la grandeza de María y el papel que Dios quiso asignarle en la historia de nuestra salvación como Madre de Jesús nuestro Redentor y como Madre de Dios el que María tuviera o no tuviera más hijos. Dejando esto como una premisa de nuestra reflexión, sí tenemos que saber interpretar el sentido que muchas palabras o conceptos podían tener para una gente de una cultura distinta como son las gentes de Oriente o las gentes del entorno semítico.

Decir que el concepto y la valoración que de la familia se hacían los semitas y los orientales es mucho más grande que el que nosotros en nuestra cultura, incluso nuestra cultura ya postmoderna, podemos tener. La familia en su conjunto y en toda su amplitud era algo muy valorado y muy sagrado. Los vínculos familiares creaban una unión muy profunda en todos los miembros de la familia, de manera que todos se consideraban hermanos. No solo son hermanos los nacidos del mismo padre y madre, sino todo el ámbito familiar era así considerado. Que a nosotros también en ocasiones nos sucede que tenemos parientes, primos con los que quizá mantengamos un vínculo mucho más estrecho que los propios hermanos por diferentes circunstancias que nos hayan surgido en la vida.

Esos son pues los hermanos de los que hablan quienes le anuncian a Jesús que allí están sus parientes buscándole o al hacer referencia en Nazaret a todos los parientes, a toda la familia que allí tenía Jesús. 

Aclarado esto, que nos conviene de vez en cuando explicar para quitar dudas y confusiones de nuestra cabeza, vamos a fijarnos también en el nuevo sentido que Jesús quiere darle a la palabra familia desde la respuesta que les da a quienes habían venido a traerle la noticia de la presencia allí de su madre y de sus parientes.

Ante lo que vienen a comunicarle Jesús se pregunta: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando a los discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’. 

En Jesús nace una nueva familia. Somos los que creemos en El y a El  nos hemos unido desde el Bautismo. En la Catequesis cuando hablamos de los efectos del Bautismo siempre decimos que nos hace hijos de Dios, hermanos de todos los hombres y miembros de la Iglesia, miembros de la familia de todos los que creemos en Jesús y formamos la Iglesia.

Es necesario creer en Jesús, escucharle, seguirle, querer vivir su vida. Cuando creemos en Jesús buscamos siempre y en todo hacer la voluntad del Padre. Como lo hizo Jesús, como nos lo enseña hacer a nosotros, como nos enseña a que esa sea siempre una petición en nuestra oración al Padre. ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’, decimos, pedimos en el padrenuestro. Así formamos la familia de Jesús. 

De María aprendemos a cumplir en todo la voluntad del Padre, ella que se llamó a sí mismo la humilde esclava del Señor con el deseo que se cumpliera siempre en ella la palabra de Dios, la voluntad del Padre.

lunes, 23 de julio de 2012

Vivo de la fe en Cristo Jesús que me amó y se entregó por mí
Gal. 2, 19-20; Sal. 33; Jn 15, 1-8

‘Ahora vivo de la fe en Cristo Jesús que me amó y se entregó por mí’. Hermosa confesión de fe que no se queda en palabras sino que se refleja en una vida. ‘Vivo de la fe en Cristo Jesús’, nos dice. Esa fe que tenemos en Jesús, y ¿cómo no vamos a poner en El toda nuestra fe si ‘me amó y se entregó por mi?’

¿Dónde ponemos el sentido de nuestra vida? ¿Por qué y para qué vivimos? Nos pueden parecer preguntas fáciles, pero quizá todos no respondan de la misma manera. San Pablo nos está diciendo que vive de la fe, que ahí está todo el sentido de su vida, todo su vivir. Pero no todos quizá piensan de la misma manera.

Hay quien vive solo para disfrutar de la vida y todo es sensualidad, pasarlo bien a costa de lo que sea; quien vive por la posesión de las cosas materiales y se vuelve avaricioso y usurero; quien vive sólo para sí mismo y no piensa para nada en los demás haciéndose egoísta e insolidario, o se aísla de la forma que sea para no tropezar con nadie ni nadie le pueda molestar; quien vive por el afán del poder y no le importará destruir lo que sea o a quienes sean con tal de llegar a conseguir sus ambiciones; así podríamos pensar en muchas cosas. ¿Será eso un sentido de nuestro vivir que en verdad nos haga verdaderamente felices?

Cuando hemos descubierto a Cristo y nace la fe en nuestro corazón seguro que descubrimos otro sentido de vivir mucho más hondo, más humano, más noble. Desde la fe que tenemos en Jesús descubrimos otros valores, otras cosas por las que luchar y que, aunque ocasiones en que nos sea costoso, sin embargo llevan nuestra vida a una mayor plenitud. Es lo que nos aporta el evangelio.
Es lo que tiene que ser la vida de un cristiano.

Es lo que había descubierto san Pablo cuando llega a decir que su vivir es Cristo. ‘Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí’. Su vida sin Cristo ya no tendría sentido; su vida sin Cristo ya no sería vida. Por eso buscamos a Cristo, queremos conocerle, queremos llenarnos de El, queremos impregnarnos de su vida, queremos que su vida ya sea para siempre nuestra vida.

Pero aquí tenemos que recordar lo que nos dice el Evangelio. Para llegar a vivir así tenemos que estar unidos a Cristo. Hoy nos habla de la vid y de los sarmientos, y que los sarmientos tienen que estar unidos a la vid para que puedan dar fruto. Como nos dice ‘sin no podéis hacer nada’. La savia de la vida divina, de la gracia tiene que circular desde Cristo hasta nosotros, como la savia de la vid recorre todos los sarmientos para que puedan florecer y dar fruto.

Es la espiritualidad que tiene que guiar nuestra vida, que tiene que enriquecer nuestra vida. Espiritualidad es llenarnos del Espíritu. Podremos vivir esa espiritualidad, llenarnos así del Espíritu divino que enriquezca nuestra vida si estamos verdaderamente unidos al Señor. Ahí la necesidad de nuestra oración, de la escucha de la Palabra de Dios, de la vivencia sacramental donde Cristo nos regala su gracia continuamente en cada momento que la necesitemos y así podremos ir creciendo en nuestra vida.

Aprovechemos tantos cauces de gracia que están a nuestro alcance. Sería triste que teniendo a nuestra mano todos esos cauces de gracia divina en nuestra oración, en los sacramentos, realmente no vayamos creciendo espiritualmente. Necesitamos de mucha oración, de mucha reflexión en nuestra vida sobre todo el misterio de Dios, de mucho revisarnos para ir corrigiendo cuando pueda ser un obstáculo para ese crecimiento.

Como escuchábamos ayer irnos con Jesús a ese lugar tranquilo y apartado donde sintamos y vivamos de manera especial su presencia; llevar a Cristo a nuestra vida, tenerlo con nosotros en cada momento y en cada circunstancia para sentir así la fuerza de su gracia. Sin Cristo nada podríamos llegar a ser; por la fe en Cristo Jesús vivimos y ayudaremos a vivir también a los demás.

domingo, 22 de julio de 2012


Llevemos a Jesús a nuestra vida, a ese sitio, a ese tiempo tranquilo, apartado…
Jer. 23, 1-6; Sal. 22; Ef. 2, 13-18; Mc. 6, 30-34

Jesús había enviado a los Apóstoles de dos en dos ‘dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos’, como escuchamos el pasado domingo. Hoy los vemos regresar. ‘Volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’. 

‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’, les dice Jesús. ‘No tenían tiempo ni para comer’, comenta el evangelista. Y trata de llevarlos en barca a ese lugar tranquilo y apartado, aunque como hemos visto allí también se encuentran con las gentes que los esperando. Pero ya comentaremos ese detalle también.

Escuchamos y contemplamos un gesto muy humano que nos repetimos muchas veces. En medio del ajetreo de la vida necesitamos en ocasiones detenernos, hacer un alto en el camino, desconectarnos de lo que estamos haciendo como solemos decir. Es el momento de descanso, el momento de retomar fuerzas, o el momento de ponernos a pensar para no dejarnos absorber por la rutina de lo que hacemos cada día, no quedarnos en la materialidad de las cosas o tratar de tener una mirada en cierto modo distinta y distante de aquello que es la tarea de cada día. 

Son momentos de descanso material pero pueden y deben ser momentos de recuperación también de nuestro espíritu. En estos días - precisamente en nuestro hemisferio - estamos en época de vacaciones en las que tratamos de descansar y de desconectar, como decíamos, de la rutina de la vida diaria, aunque también hemos de tener un pensamiento para aquellos que no pueden tener esas vacaciones. 

Sea que estemos de vacaciones o sea que no las podamos tener y sigamos en nuestro propio ambiente, creo que el Evangelio nos puede dar pautas para nuestra vida que nos ayuden. De una forma o de otra, todos, como hemos venido diciendo, necesitamos esos momentos de pausa en nuestra vida. Y decir pausa, como decir vacaciones, no significará una total inactividad, aunque también tengamos el descanso. Y decir pausa no es simplemente dejar a un lado por un tiempo nuestras actividades materiales, que nunca las responsbilidades. Creo que en esa pausa nos cabría algo más. 

La imagen que estamos contemplando en el evangelio en la que es el propio Jesús el que se lleva consigo a los apóstoles a ese lugar tranquilo y apartado para ese descanso nos puede ayudar a los creyentes a pensar que, porque estemos en ese momento de descanso, no significa que tengamos que desconectar de Dios. En nuestras parroquias desgraciadamente muchas veces constatamos que, con los niños o con los jóvenes, e incluso también muchas veces con los mayores, pareciera que le diéramos vacaciones a Dios. Vemos cómo merma toda actividad pastoral y como merma también la asistencia a la Iglesia para nuestro culto y para las celebraciones religiosas, para la participación en la Eucaristía del día del Señor.

Se fueron con Jesús a aquel sitio tranquilo y apartado. Llevemos a Jesús a nuestra vida también a ese sitio, a ese tiempo tranquilo, apartado, de descanso que nos podamos tomar. Sepamos encontrar ese momento para ese silencio interior, para encontrar esos momentos de soledad para estar con el Señor, para sentirlo junto a nosotros. 

Momentos de reflexión, momentos de hacer una mirada interior, momentos de repaso de lo que es nuestra vida, momentos de contarle al Señor eso que hacemos o que desearíamos hacer, momentos para hacer proyectos, momentos para encontrar una luz que en el ajetreo de la vida muchas veces se nos puede ocultar detrás de las materialidades que nos abruman, del consumismo que nos envuelve o de las sensualidades placenteras que tanto nos atraen. Es bueno, sí, que lo pasemos bien, pero tratemos de darle hondura grande a nuestra vida.

Momentos de oración, si, en un encuentro vivo con el Señor para sentir su fuerza, su gracia, y la luz de su Palabra que nos habla allá en lo secreto del corazón. Momentos que pueden ser de renovación y de crecimiento interior en nuestra propia espiritualidad que tanto necesitamos.

Todo esto que estamos comentando a partir de este texto del evangelio no es sólo por la ocasión de la coincidencia del tiempo de verano, de vacaciones que se vive en nuestras latitudes. Nos da pie, es cierto, a que con esta reflexión nos planteemos seriamente el saber aprovechar este tiempo, que puede ser para nosotros una gracia grande del Señor. Pero este ir con el Señor, porque El quiere que estemos con El, en medio de nuestras tareas y actividades de cada día de nuestra vida es algo que siempre todo cristiano ha de plantearse seriamente. 

Sí, en nuestra misión como cristianos de dar testimonio de Jesús ante los que nos rodean, necesitamos ir desde Jesús, desde ese encuentro, desde esa vida que nosotros vivamos unidos a Jesús. No podemos ir a los demás para hablarles de Jesús, si antes no hemos estado nosotros con Jesús, no solo para hablarles de ellos, de ese mundo que nos rodea y que está hambriento de Dios aunque no siempre quiera reconocerlo, sino también para nosotros llenarnos de Dios, llenarnos de vida, de su gracia. Mucho tendríamos que reflexionar en estos aspectos.

Pero, decíamos antes que hay un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este episodio del evangelio. Es la mirada de Jesús cuando al llegar a aquel sitio se encuentra con aquella multitud que lo espera, que han ido por todos los caminos para llegar hasta donde estuviera Jesús. ‘Le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles’.

No se desentendió Jesús de aquella gente, aunque allí fuera con otras intenciones con los apóstoles. Y es lo que tiene que sucedernos a nosotros, estemos donde estemos, cualquiera que sea la situación. Es la mirada que tenemos que hacer siempre al mundo que nos rodea. Ya decíamos antes que también hemos de tener un pensamiento para aquellos que no pueden tener las vacaciones de las que hablábamos. Un pensamiento y una mirada para ese mundo que nos rodea y que bien sabemos cuántos en estos momentos lo están pasando mal. Una mirada, un pensamiento, es cierto, hemos de tener, porque tampoco podemos nosotros desentendernos nunca, y menos en estos momentos difíciles. 

La solidaridad siempre tendrá que aparecer en nuestro corazón y más cuando nos decimos seguidores de Jesús. Hay muchas maneras de expresarla. Cuando nos vamos con el Señor para estar con El, como nos invita hoy, seguro que El inspirará allá en lo más hondo de nosotros mismos, muchos gestos y hechos de compartir, suscitará mucha generosidad en nuestro corazón. Si estamos con el Señor seguro que nunca podremos cerrar los ojos ante la necesidad o los problemas de los demás.  

Vayamos, sí, ese sitio de descanso al que Jesús quiere llevarnos. Llevemos a Jesús allá donde estemos porque en El siempre encontraremos esa paz que El nos da, pero con Jesús nos sentiremos también siempre impulsados y comprometidos a más amar, a más entregarnos por los demás.