Un mundo bueno creado por Dios, destrozado por nuestra maldad pero que estamos llamados a reconstruir
Jer. 7, 1-11; Sal. 83; Mt. 13, 24-30
Una parábola que nos propone Jesús como un retrato de lo querido por Dios desde la creación del mundo, pero de lo que hemos hecho nosotros de ese mundo con nuestra maldad y nuestro pecado.
Cuando leemos la primera página de la Biblia que nos habla de la creación hecha por Dios nos suele sorprender algo que se repite casi como una muletilla tras cada uno de los días de la creación. ‘Y vio Dios que era bueno’. Y cuando termina toda la obra de la creación, habiendo creado también al hombre, vuelve a insistir y como remarcándolo ‘y vio Dios que todo era muy bueno’.
La creación, el hombre salido de las manos de Dios era algo bueno. Pero pronto entra la maldad que viene a destruir toda esa obra creada por Dios. Es la imagen del tentador que cautiva a Eva y que terminará cautivando al hombre con el pecado, la desobediencia a Dios. Entra el mal en el corazón del hombre despertando el orgullo y la ambición que le hará luego insolidario culpabilizándose uno al otro y queriendo escabullir toda responsabilidad. Vendrá el sufrimiento y todo lo que sea muerte para el hombre y para toda la creación.
Es, me atrevo a interpretar, lo que nos retrata la parábola. El hombre de la parábola sembró buena semilla en su campo, pero pronto aparecerá la cizaña sembrada por el maligno que pondrá en peligro la cosecha de la buena semilla sembrada. Y en los detalles de la parábola veremos como semilla buena, planta buena y mala semilla, mala cizaña van a crecer juntos hasta el último día.
¿No es esa la realidad de nuestra vida y de nuestro mundo? Ojalá todo fuera bueno, todos fuéramos buenos. Pero se nos mete en el corazón, lo sufrimos en nosotros y lo contemplamos a nuestro alrededor junto a mucho bueno que hay en el hombre, que hay en el mundo también está la maldad con sus injusticias y sus males a su lado. Queremos hacer las cosas bien, pero como nos enseñaba san Pablo no hacemos lo que queremos o hacemos lo que no queríamos hacer; queremos hacer lo bueno, pero la ambición y el orgullo se nos meten también en nuestro corazón como mala cizaña y terminamos haciendo el mal.
Ya quisiéramos arrancar esa mala cizaña de nuestra vida y de nuestro mundo, pero no terminamos de desterrarla de él ni de nuestro corazón. Pero sí hay una cosa que podemos hacer con la gracia del Señor que es mantenernos en fidelidad al Señor luchando contra el mal, tratando de superarnos nosotros para vencer toda tentación de pecado que nos aceche, y tratando también de ir sembrando buenas semillas allá donde podamos a nuestro alrededor. Y podemos hacerlo, porque no nos faltará la gracia del Señor.
Ojalá cuando llegue la hora final podamos presentar al Señor un mundo que hemos intentado hacer un poquito mejor cada día. Ojalá podamos llevar en nuestras manos la ofrenda de muchas cosas buenas, de muchas obras de amor, que el Señor sabrá ver y recompensar también nuestros esfuerzos, nuestra lucha por lo bueno, por el bien, por la justicia y por la verdad.
Es la tarea en la que hemos de estar empeñados en nuestra vida de cada día. Aquel mundo bueno que salió de las manos de Dios El lo puso en nuestras manos para que lo continuáramos construyendo. Es cierto que se ha metido el maligno destructor por medio, pero nuestra misión y nuestra tarea es la de construir para lo bueno. Y eso podemos y debemos hacerlo cada día y en cada momento allá donde estemos. No podemos permitir que se nos meta el demonio de la insolidaridad, del egoísmo, de la mala ambición, de la envidia, del orgullo y la violencia ni en nosotros ni en quieres nos rodean. Por eso tenemos que seguir sembrando siempre cada día semillas de amor y de bondad.