Hoy es el día de la encarnación, el momento eje de la historia en que se realiza el encuentro definitivo de Dios con el hombre y del hombre con Dios
Isaías 7, 10-14; 8, 10b; Sal 39; Hebreos 10, 4-1; Lucas 1, 26-38
Era la esperanza de la humanidad desde su génesis. Una esperanza mantenida a través de la historia. Una historia que había sido de pecado pero que era en la esperanza al mismo tiempo historia de salvación. La salvación estaba anunciada desde el principio, desde el primer pecado con el que la humanidad rompió con Dios. Pero Dios no rompió con la humanidad; a pesar de su infidelidad Dios había salido a pasear por el jardín en búsqueda del hombre, y aunque ese jardín se volvió escarioso Dios siguió saliendo en búsqueda del hombre, en búsqueda de la humanidad. Por eso es historia no solo de pecado, sino que de parte de Dios es historia de esperanza, es historia de salvación.
Llegamos al momento cumbre. Llega la hora de la salvación. Lo prometido por Dios es deuda de amor de Dios por el hombre. Y Dios sigue amándonos, sigue buscándonos, sigue ofreciéndonos su amor, nos regala a su Hijo. Es la hora en que el Hijo de Dios se hace carne, se hace hombre como nosotros para levantarnos, para elevarnos, para hacernos disfrutar de ese amor de Dios que nunca había fallado, aunque la respuesta del hombre seguía siendo tantas veces de infidelidad, como su prefiriera la muerte a la vida. Y para eso y por eso Dios se hace hombre, para que llegáramos a terminar de comprender lo que es el amor y comenzáramos ya definitivamente un camino de vida.
Dios envía su ángel a Nazaret, porque es que Dios quiere contar con la humanidad. Ha escogido a una mujer, una virgen humilde y sencilla, una mujer que representa lo mejor de la humanidad, una mujer a la que ya anticipadamente en virtud de los méritos del que había de venir, ha liberado de pecado y de muerte, la ha inundado de amor y de gracia. Será la llena de gracia del Señor, porque Dios en ella se complace. Pero Dios quiere contar con su consentimiento.
El Señor está contigo, le dice el ángel. Has encontrado gracia ante Dios y vas a ser madre y el hijo que nacerá de tus entrañas será el Hijo de Dios. Es mucho lo que el ángel le está comunicando y María rumia en su interior aquellos anuncios, aquellas palabras que la sobrepasan. Se llamará el Hijo del Altísimo, el que va a nacer será llamado el Hijo de Dios.
Y allí está el Espíritu Santo actuando en el corazón de aquella pequeña mujer que se ve sobrepasada en su humildad cuando siente que Dios quiere hacer obras grandes en su pequeñez. No sabe qué responder, pero ella ha estado siempre disponible para Dios, porque hacer su voluntad ha sido siempre el lema de su vida. ¿Qué puede responder entonces? Que allí está la esclava del Señor, que se haga, que se cumpla esa Palabra de Dios en ella, y en ella se encarnó el Verbo de Dios para plantar su tienda entre nosotros.
Es el Sí de María que hace entrar a la humanidad en otra nueva etapa de su historia. Es la hora, es la plenitud de los tiempos en la que Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, para que fuera nuestra salvación. Se cumplen las esperanzas. Se realiza todo lo que estaba anunciado. Es la virgen que concebirá y dará a luz un hijo que será Emmanuel, que será Dios con nosotros. La historia de la salvación llega a su plenitud, porque de ahora en adelante ha de ser la hora de la gracia, la hora del regalo de Dios.
Es lo que en este día que pasa desapercibido para muchos sin embargo estamos celebrando. Es momento de adoración, es momento de postrarnos ante Dios, es momento de sentir la admiración y el agradecimiento por ese misterio de Dios que se nos revela, por ese misterio de Dios que se hace presente en nosotros. Lo llamamos el día de la Encarnación. Es el momento eje de la historia. Se ha realizado el encuentro definitivo de Dios con el hombre, del hombre con Dios.