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sábado, 5 de septiembre de 2009

Cimentados y estables en la fe, inamovibles en la esperanza

Col. 1, 21-23
Sal. 53
Lc. 6, 1-5


Cuando leemos las cartas de san Pablo a las diversas comunidades a las que escribe podemos tener la tendencia a pensar que dichas comunidades abarcan quizá toda la población donde están asentadas porque todos hayan abrazado la fe. Normalmente no son comunidades grandes aunque sí lo sean de gran vitalidad, pero viven en medio de una población que en su mayoría no han abrazado la fe en Jesús y no siempre les es fácil el testimonio en medio de un mundo pagano adverso o incluso en medio de comunidades judías que aún no han aceptado a Jesús que Mesías Salvador.
Estas cartas del apóstol, aunque en ocasiones tratan de corregir y orientar en problemas concretos a los que se enfrentan aquellas comunidades en su propio seno, una de los principales fines es alentarles en la fe, animarles mantenerse firme en medio de las adversidades en que se puedan encontrar y hacerles llegar el mensaje del Evangelio en el que han de ir profundizando más y más.
Este puede ser el caso de la carta a los Colosenses que estamos escuchando en estos días y que comentamos. ‘La condición es, les dice, que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchasteis en el Evangelio’. Importante el mensaje de aliento que trata de trasmitirles. ‘Cimentados y estables en la fe… inamovibles en la esperanza’. Esa fe que recibieron al escuchar el Evangelio y adherirse a Jesús confesándolo como su Salvador.
Si estamos situados en un lugar inestable y en continuo movimiento, lo normal es que perdamos el equilibrio y tengamos el peligro de caernos, así como se caen las cosas que estén en ese lugar y no firmemente sujetas. Lo mismo un edificio si no está suficientemente cimentado ante cualquier movimiento telúrico fácilmente se nos viene abajo. Pero eso que sucede en la materialidad de las cosas, nos sucede también a las personas. Una persona madura decimos es una persona segura, con convicciones fuertes, que sabe lo que quiere y hacia lo que va. Podrán venirle situaciones difíciles pero se sentirá segura y firme para no dejarse arrastrar por ese torbellino de los problemas.
Pero todo eso también tenemos que decirlo en el orden de la fe y de la vida cristiana. ¿Seremos en verdad personas maduras en la fe? ¿Nuestras convicciones son firmes? ¿Sabremos hacer frente a los peligros que como vientos huracanados vienen contra nuestra fe y nuestra vida cristiana desde diversos frentes? ¿O andaremos titubeantes y dejándonos llevar como veletas por la primera opinión en contrario que llegue a nosotros?
Creo que tenemos que preocuparnos de tener una fe madura y bien formada. Como solemos decir, no nos vale simplemente la fe del carbonero. No nos vale decir esto siempre ha sido así o así me lo enseñaron aunque yo ahora no sepa dar razón de ello. Hemos de preocuparnos de formarnos, de ahondar en nuestra fe, de crecer en el conocimiento del Evangelio. Hemos de saber aprovechar todo medio bueno que esté a nuestro alcance para ese crecimiento de nuestra fe.
Pero cuánto le cuesta a la mayoría de los cristianos acudir a una charla de formación, enrolarse en un grupo cristiano de profundización en la fe, o en un catecumenado o catequesis de adultos. Nuestro conocimiento de nuestra fe, y a la larga las manifestaciones de la misma en nuestra vida, se nos ha quedado en la catequesis que de niño recibimos para la primera comunión. Hemos madurado en otras cosas pero no hemos madurado en nuestra fe.
Y como decíamos muchos vientos tenemos en contra ante los cuales tendríamos que saber sentirnos seguros. Vientos de tentaciones de todo tipo, que nos pueden llevar al pecado o que nos pueden hacer poner en duda nuestra fe. Vientos que provienen a veces de nosotros mismos que queremos hacer una fe a nuestro gusto o nuestro capricho. Vientos que recibimos del ambiente que nos rodea, del materialismo con que se vive la vida, dejando de lado todo lo que suene a espiritual o religioso.
Vientos de un sincretismo donde lo mezclamos todo o todo nos parece igual de bueno; nos dicen todas las religiones son iguales, ¿por qué tengo que ir a enseñar a otros mi fe cristiana? ¿por qué no los dejamos en sus creencias? Lo que significaría que no estamos tan seguros y tan bien cimentados en la fe en Jesús como nuestro único Salvador, Dios con nosotros que nos manifiesta todo el amor del Padre que nos hace hijos de Dios.
Vientos de la rutina y del costumbrismo, en que caemos luego en una frialdad y una indiferencia que poco a poco nos puede llevar a abandonar la fe. Vientos de un ateismo circundante práctico donde se prescinde de Dios en la vida y el hecho religioso se trata de ocultar o reducir a ámbitos meramente privados.
Todo esto nos está pidiendo esa buena cimentación de nuestra fe que les pedía el apóstol a los cristianos colosenses. ‘La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchasteis en el Evangelio’. Que así sea nuestra fe y nuestra esperanza.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Un Himno de Amor a Cristo nuestro principio y nuestra plenitud

Col. 1, 15-20
Sal.99
Lc. 5, 33-39


Cuando amamos a alguien de verdad y cada día lo vamos conociendo más y más profundizando en intimidad y amor, cuando tenemos que hablar de esa persona buscamos las mejores palabras que expresen lo que esa persona es para nosotros y toda la hondura que en él hayamos descubierto. Es lo que los enamorados hacen en sus poemas y canciones de amor.
Nosotros amamos a Jesús y cada día vamos profundizando en el conocimiento del misterio de su vida y de su persona, vamos ahondando en el amor que le tenemos y llegamos a tener una intimidad profunda con El a través de nuestra oración. Cuando queremos hablar de Jesús ya no lo hacemos reduciéndonos a contar simplemente aquellas cosas que hizo en el evangelio, sino que partiendo de ese conocimiento también buscamos las mejores y más hondas palabras para expresar todo lo que significa en nuestra vida y todo lo que es el misterio de Dios que en El se manifiesta. Lo llamamos reflexión teológica – hacemos teología – o son también esos himnos cristológicos que incluso utilizamos como cánticos en las celebraciones de la liturgia.
Hoy en la carta a los Colosenses nos encontramos con uno de esos himnos cristológicos que nos recoge san Pablo en sus cartas, como en la de los Filipenses o la de los Efesios. Quiere expresar todo el misterio de Cristo que es el misterio de su amor por nosotros. Casi no se tendría que hacer comentario alguno sino simplemente dejarnos llevar por nuestro corazón y nuestro amor a la hora que lo vamos recitando en la liturgia o lo escuchamos, como hoy, en la proclamación de la Palabra de Dios.
Subrayemos algunas de las cosas que se expresan en este bello texto. ‘Cristo Jesús es imagen de Dios invisible’, comienza diciéndonos. Y recordamos lo que El nos ha dicho en el evangelio. ‘Quien me ve a mí ve al Padre’, le respondía a la pregunta de uno de los discípulos en la última cena. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelárselo’, nos dirá en otro lugar, Cristo Jesús es esa revelación de Dios, el Emmanuel, el Dios con nosotros. Viéndolo a El estamos viendo a Dios, poseyéndole a El estamos dejándonos inundar por el misterio de Dios.
Lo llama luego ‘primogénito de toda criatura y primogénito de entre los muertos’. El Hijo Unigénito de Dios, ‘engendrado no creado’ como decimos en el Credo. Pero que en cuanto que se ha hecho hombre, se ha encarnado, murió por nosotros, pero es el vencedor de la muerte por su resurrección. Es ‘el primero’, porque es la primicia, el que va delante de nosotros par que nosotros sigamos su camino, pero también porque El es el Señor, el único Señor. ‘Dios lo resucitó de entre los muertos constituyéndolo Señor y Mesías’, que diría San Pedro en el discurso de Pentecostés.
‘Todo fue creado por El y para El’, nos dice ahora san Pablo. Y san Juan en el principio del Evangelio nos hablará de ‘la Palabra que estaba junto a Dios y que es Dios, por medio de la cual se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho’
‘El es Cabeza del Cuerpo: de la Iglesia’, y nos recuerda todo lo que Pablo nos hablará del misterio del Cuerpo Místico de Cristo en la carta a los Corintios. Todos formamos un solo cuerpo y Cristo es la Cabeza. Y a El tenemos que estar unidos, porque en El es como conformamos ese único Cuerpo, que es Cristo mismo, y ‘sin El nada podemos hacer’, que nos dirá por otra parte en el Evangelio. ‘En El quiso Dios que residiera toda plenitud’.
Finalmente nos dice que es nuestra reconciliación y en El por la sangre derramada podemos alcanzar la paz para siempre. ‘En El quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su Cruz’. Lo que nos recordaría otros pasajes de las cartas de san Pablo.
Es quizá un poco denso lo que estamos reflexionando pero simplemente recogemos, comentando con otros textos de la misma Biblia, lo que san Pablo nos expresa en este hermoso Himno, este cántico a la larga de alabanza y de bendición a quien lo es todo para nosotros, quien es el centro y la razón de nuestra vida, porque es nuestra vida y nuestra salvación.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La gente sigue ansiosa de oír la Palabra de Dios…

Col. 1, 9-14
Sal. 97
Lc. 5, 1-11


‘La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios’. No estaban ahora en la sinagoga, como lo habíamos visto anteriormente en Nazaret, en Cafarnaún o por los sinagogas de Judea. Estaban junto al lago y allí se reúne también la gente porque quieren escuchar la Palabra de Dios. Ansia de la Palabra de Dios. ‘Y Jesús subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la aparta un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente’.
¿Será así cómo nosotros la deseamos y buscamos la manera de encontrarnos con el Señor? Todo lugar es bueno para escuchar a Dios: nuestras celebraciones, en lo secreto de nuestra habitación, en un momento de relax o también en momentos turbulentos, cuando estamos en casa o cuando vamos de viaje. Lo necesario es tener esa hambre de la Palabra de Dios.
Como Jesús la Iglesia tiene también que aprovechar cualquier oportunidad para hacer el anuncio de la Palabra de Dios. No podemos esperar que la gente venga a nuestros templos, sino que tenemos que emplear los medios a nuestro alcance para hacer el anuncio del Evangelio. Por estas redes del ciberespacio te está llegando ahora este mensaje de la Palabra de Dios. Aprovéchalo, pero hazte transmisor para que llegue también a otros. Igual que nos pasamos tantas cadenas que nos llegan a nuestro correo, pasa también el mensaje de la Palabra, señala a tus amigos donde pueden encontrarla.
Pero destacamos algo más de este texto del evangelio que hemos comenzado a comentar. Destacaríamos la fe y la confianza de Pedro. Ha estado toda la noche intentando pescar, pero ha sido uno de esos días en que parece que los peces han desaparecido. Bien lo saben los pescadores. Y ahora Jesús le dice que eche de nuevo las redes para pescar. El sabe lo que hay, está su experiencia, pero se fía de Jesús. ‘Maestro nos hemos pasado toda la noche bregando y no hemos cogido nada, pero, por tu palabra, echaré las redes’.
Y la redada fue grande. Y ‘el asombro se apoderó de él y de los que estaban con él’. Asombrarnos y sorprendernos ante las maravillas de Dios. Tenemos que hacerlo. No nos podemos acostumbrar. Nos hemos de buscar otras explicaciones con nuestros razonamientos. Ver la acción de Dios que actúa maravillosamente tantas veces en nuestra vida. Pero porque también nosotros hemos sabido confiar.
También hemos sabido decir ‘por tu palabra, en tu nombre…’ emprendo la tarea, te ofrezco el día que comienza, no temo ante las dificultades de lo que pueda suceder. Hemos de saber hacer la ofrenda de nuestra voluntad y de nuestra vida en ese ofrecimiento de obras que hacemos cada día cuando nos levantamos. No por nosotros, sino por ti, en tu nombre y para tu gloria inicio este día, emprendo esta tarea, me comprometo con tus obras, Señor.
Y ante el asombro de las maravillas de Dios que estaba contemplando se sintió pequeño y pecador. ‘¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!’, exclama Pedro. Ante Dios así nos sentimos. Nos recuerda el episodio del profeta Isaías cuando contempla la gloria de Dios y se siente pecador y hombre de labios impuros. Teme morir, pero el ángel del Señor con las ascuas tomadas del fuego que ardía en la presencia de Dios, le purifica.
‘Apártate de mí’, le dice Pedro, pero nosotros no se lo vamos a decir así, sino le vamos a pedir que venga a nosotros aunque seamos pecadores, o porque somos pecadores. Necesitamos de su misericordia y de su perdón. Como hacemos cada vez que iniciamos la Eucaristía, que ante el Misterio al que nos vamos a acercar para celebrar, nos sentimos pecadores y le pedimos al Señor que nos purifique.
‘No temas, desde ahora será pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron’. Aquello que habían vivido no se podía quedar en el secreto de aquella barca. Esa buena noticia hay que comunicarla a los demás. ‘Seréis pescadores de hombres…’ tenéis que ir a contar todo eso de lo que os habéis asombrado; esa palabra que habéis escuchado allá en vuestro corazón, ahí no se puede quedar encerrada y hay que ir a comunicarla a los demás; todo eso que has experimentado en ti cuando te has sentido amado por Dios, perdonado generosamente por El, tienes que contarlo a los demás para que ellos descubran también cuánto los ama el Señor.

Colosas una comunidad estimulada por la carta del apóstol

Col. 1, 9-14
Sal. 97
Lc. 5, 1-11


La carta a los Colosenses que hemos comenzado a escuchar desde ayer en la lectura continuada de la liturgia es un texto muy alentador y muy lleno de esperanza. Cuando el apóstol escribe a aquellas comunidades donde él ha anunciado el evangelio, aunque en ocasiones tenga que corregir y llamar la atención sobre cosas que hay que mejorar en la comunidad, sin embargo lo que pretende es dar ánimos valorando todas las cosas buenas de aquella comunidad, como su acogida de la Palabra de Dios que hicieron cuando se les anunció.
Da gracias el Apóstol al Señor por la fe, el amor y la esperanza que anima a aquella comunidad. ‘Damos gracias a Dios Padre… desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo y del amor que tenéis a todo el pueblo santo… os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos… desde el día en que escuchasteis y comprendisteis de verdad lo generoso que es Dios’.
Por eso pide el que cada día vayan creciendo más y en el conocimiento de Dios y sus designios: ‘un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual’. Es el conocimiento del Evangelio, el conocimiento de Cristo, que se traducirá luego en una conducta agradable al Señor y en los frutos de buenas obras. ‘De esta manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas…’ Siempre el conocimiento de Dios, de su voluntad, de lo que nos dice el evangelio ha de reflejarse en la vida, en la conducta.
Y eso se expresa además mediante las buenas obras. Nunca podremos separar nuestra fe del conjunto de nuestra vida. Esa fe que tenemos en Dios no es sólo un acto religioso que realicemos en unos momentos determinados, sino que se va manifestando en todo lo que es nuestra vida; de ahí nuestra conducta y de ahí el compromiso de nuestras obras de amor.
Pero además esto nos dará fuerza para enfrentarnos a las dificultades que vamos encontrando en nuestra vida. Son como pruebas que tenemos que superar. Muchas veces pueden ser incluso cosas molestas, sacrificadas. Pero ahí tiene que verse nuestra paciencia. Como dice el apóstol: ‘El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad’. No es un soportarlo porque no quede más remedio. Es que esos sufrimientos se han de vivir de una forma distinta, ‘con alegría dando gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz’.
¿Cómo no vivirlo con alegría sabiendo lo que el Señor ha hecho por nosotros, sabiendo lo que significa la redención que Cristo nos ofrece cuando ha derramado su sangre por nosotros? Nos ha sacado de las tinieblas para llevarnos a la luz; nos ha sacado del reino de la esclavitud y del pecado, para conducirnos a la vida y a la salvación. ‘El nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados’.
Esto que les decía san Pablo a los cristianos de Colosas, admirando su fe, su entrega, la buena respuesta que dieron al evangelio que les anunció, nos lo dice a nosotros también. Es nuestra tarea ese crecimiento de nuestra fe, de nuestro conocimiento de Cristo y de su Evangelio. Es en algo en lo que tenemos que estar empeñados siempre tengamos la edad que tengamos, porque ese es un conocimiento que no se agota.
Es nuestra tarea el crecimiento de nuestra fe, de nuestro amor y de nuestra esperanza. Queremos vivir en su Reino. Escuchamos su Palabra cada día porque cada día queremos mejorar la pertenencia a su Reino. Y tenemos la esperanza de que un día lo alcanzaremos en plenitud. Es la esperanza de la vida eterna, es la esperanza del cielo con la que vivimos, nos esforzamos, luchamos superándonos cada día más y mejor. Es la fuerza que recibimos para aceptar pacientemente sufrimientos, luchas, problemas, dificultades. La meta a la que aspiramos, el cielo que deseamos bien merece la pena pasarlo todo. Porque eso en nuestra esperanza hemos de estar también alegres en el Señor.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Reino de Dios en medio de nosotros: renacimiento de la fe y espíritu de servicio

Col. 1, 1-8
Sal. 51
Lc. 4, 38-44


‘El Señor me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad’. Ha sido la antífona del aleluya antes de la proclamación del evangelio. Resuenan estas palabras escuchadas hace pocos días cuando Jesús proclamó la lectura de Isaías en la sinagoga de Nazaret. El programa de la misión de Jesús que ya lo hemos visto realizando en su continuo actuar.
En la sinagoga de Cafarnaún anunciaba el Reino de Dios enseñando a la gente. Pero a sus palabras, ante las que se quedaban sorprendidos sus oyentes, acompañan los signos. Los signos de que el Reino de Dios se estaba ya realizando en medio de ellos. Arranca el mal del corazón de aquel hombre poseído por el espíritu maligno.
A continuación le vemos ir a la casa de Simón, donde su suegra estaba en cama con fiebre, y Jesús la levanta de su postración y enfermedad. Más tarde vendrán todos trayendo enfermos ‘con el mal que fuera’, dice el evangelista. Y Jesús los va curando a todos; ‘y El, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando’.
Un detalle que merece comentar. Dice el evangelista que ‘al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban’. Probablemente el día en que Jesús había enseñado en la sinagoga era sábado. Era el día del descanso y no se podía realizar ningún trabajo, luego no podían cargar con los enfermos para traérselos a Jesús. Por eso esperan a la puesta del sol, porque una vez caída la tarde se acababa el sábado, porque los judíos computaban el día desde el momento en que se ponía el sol. Por eso es ahora cuando ha terminado el sábado cuando se los traen.
Con esos milagros se Jesús se están dando las señales del Reino de Dios. Un Reino de Dios que afecta a toda la persona, que tiene que manifestarse en toda la persona. Desde lo más hondo nos sentimos transformados para reconocer la presencia y la acción de Dios, pero también nos sentiremos liberados de los males más profundos que nos afectan, y que muchas veces se pueden manifestar también en esos males que sufrimos en nuestro cuerpo.
Ya en el evangelio vemos como esas señales de la pertenencia al Reino de Dios se van manifestando. ‘Jesús, de pie a su lado, increpó a la fiebre y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles’. Y por otra parte veremos que ‘de muchos de ellos salían también los demonios y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios’. Dos cosas, un reconocimiento de fe en Jesús: ‘Tú eres el Hijo de Dios’, por otro lado, una actitud de servicio que surgen en el corazón de la persona que ha sido liberada de su mal.
Fe y servicio, expresiones de que se quiere vivir ya en ese Reino de Dios. Fe y servicio que provocarán que la gente quiera estar con Jesús, seguirle o que su presencia no falte en medio de ellos. ‘La gente lo andaba buscando – El al amanecer se había ido a un lugar solitario -, dieron con El e intentaban retenerlo para que no se fuese’. Pero Jesús tenía que seguir anunciando el Reino de Dios. le veremos incluso lejos de Galilea. ‘Predicaba en las sinagogas de Judea’. Su campo de acción se ampliaba.
Que se den esas señales del Reino de Dios en nosotros porque se avive nuestra fe en Jesús, pero también porque surjan esas actitudes nuevas del amor y del servicio en nuestro corazón y en nuestra vida. Pero también nosotros nos sentimos llamados y enviados para seguir anunciando ese Reino a los demás, como Jesús, por todas partes. ‘También a los otros tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado’. Así nosotros también.

martes, 1 de septiembre de 2009

Cristo es nuestra luz, vivamos como hijos de la luz

1Tes. 5, 1-6.9-11
Sal. 26
Lc. 31-37


“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?’ Así rezamos con el salmo. Así lo proclamamos con toda convicción. Cristo es nuestra Luz. Con El nos sentimos seguros, iluminados, con esperanza, renovados, llenos de vida nueva, llenos de luz. Nada tememos porque El es nuestra fuerza, ‘la defensa de mi vida’.
La imagen de la luz es muy repetida en el evangelio para significar nuestro encuentro con Jesús. Encontrarnos con Él es dejarnos iluminar por su luz. El que acepta a Jesús se llena de su luz. Es la fe que ilumina nuestra vida. Es el sentido nuevo de la vida que encontramos en Jesús. Es una nueva manera de vivir cuando nos iluminamos por su luz, cuando nos dejamos inundar por su luz.
En el Evangelio Jesús nos dice que El es la luz del mundo. De eso nos habló también el inicio del evangelio de san Juan, diciéndonos que la Palabra es la Luz que viene a iluminarnos. ‘La luz verdadera que ilumina a todo hombre…’ La luz que nos salva y nos llena de vida. Pero también nos habla de que las tinieblas rechazaron la luz, no quisieron recibir la luz. ‘La luz brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la recibieron… vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron’.
San Pablo hoy en la carta a los Tesalonicenses nos dice que nosotros no vivimos en las tinieblas sino en la luz desde que nos hemos encontrado con Cristo. ‘Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas… porque todos sois hijos de la luz e hijos del día…’
Ser hijo de la luz nos exige el cuidar esa luz para no perderla. Por eso nos invita a estar atentos, vigilantes. ‘Así, pues, no nos durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente’.
El que camina en la luz camina con seguridad. La fe da seguridad a nuestra vida, nos da fortaleza en nuestras convicciones, en nuestro seguimiento de Jesús. El que camina en medio de las tinieblas de la noche lo hace con miedo porque no sabe lo que se puede encontrar, o los peligros que acechan detrás de esa oscuridad. Pero si caminamos con la luz ya no tenemos miedo.
El que camina con la luz camina con esperanza. Sabemos el Camino; Cristo es el camino. Sabemos a donde vamos. Tenemos la seguridad de la salvación que ya Cristo nos ha ganado. ‘Porque Dios no nos ha destinado al castigo sino a la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo: el murió por nosotros para que vivamos con El’. Salvación que nos lleva a vivir en Cristo y con Cristo. Por eso podíamos decir con el salmo: ‘Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida’. Es la esperanza que anima nuestra vida cristiana. Es la esperanza de la vida eterna.
El que camino con la luz camina realizando las obras del amor. Nos decía san Pablo: ‘Por eso, animaos mutuamente, y ayudaos unos a otros para crecer, como ya lo hacéis’. Animarnos mutuamente en el amor, ayudándonos, queriéndonos, haciéndonos el bien. En nosotros tiene que resplandecer de manera especial el amor. Es ese blando deslumbrador que con luz se hace aún más brillante.
Cristo que viene a nosotros con su luz lo contemplamos hoy en el evangelio que llega a Cafarnaún trasmitiendo esa luz de la vida. ‘Bajó a Cafarnaún, y los sábados enseñaba a la gente… y se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad’. Pero a las palabras de Jesús acompañan las obras. Hay ‘un hombre que tenía un demonio inmundo…’ Jesús le increpa para expulsarlo: ‘¡Cierra la boca y sal!’ Y aquel hombre se vio liberado del espíritu inmundo. La gente sigue admirada porque está viendo la fuerza de la Palabra de Jesús, de la Palabra de Dios. ‘¿Qué tiene su palabra?’ se preguntaban. Era una palabra de vida y de salvación. Era una palabra de luz y de vida. Era la Palabra salvadora de Jesús.
Dejémonos iluminar por esa Palabra. Que nos llenemos de su luz. Que no dejemos que las tinieblas nos cerquen. Hay que estar vigilantes. ‘Que nos os sorprenda como un ladrón’; así está la tentación acechándonos continuamente. Por eso caminemos siempre a la luz del Señor, porque son su luz nada hemos de temer.

lunes, 31 de agosto de 2009

Presentación de Jesús en la Sinagoga de Nazaret con reacciones diversas

1Tes. 4, 13-17
Sal. 95
Lc. 4, 16-30

Iniciamos en nuestra lectura continuada el evangelio de san Lucas. Saltando todo el evangelio de la Infancia de Jesús que se lee en el entorno del adviento y la navidad, ahora partimos del inicio de su vida pública en su presentación en la Sinagoga de Nazaret. Ya había comenzado Jesús su actividad porque hay referencias a su actuar en Cafarnaún, pero este texto es considero algo así como un discurso programático por el texto de Isaías que Jesús proclama.
Viene a definir cuál es la acción de Jesús, el ungido por el Espíritu y enviado del Padre para anunciar la Buena Nueva de la salvación y liberación a los pobres, a los cautivos, los ciegos, lo oprimidos. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí. Porque El me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. Con Jesús llega el gran jubileo, la amnistía, el perdón y la salvación para todos. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, les dice finalmente.
Una primera de reacción y de aprobación. ‘¿No es éste el hijo de José?’, pero que poco a poco se transforma en una reacción bien distinta. ‘Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monto donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo’.
¿Qué había pasado? ¿por qué ese cambio tan brusco? Aprobación y rechazo. Orgullo porque era de Nazaret, era el hijo de José, y deseos de quitarlo de en medio. Por ahí pueden ir los tiros. El orgullo de saber que era uno de los suyos – ‘se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios’ – podía hacer surgir la tentación de querer manipularle en su favor.
Jesús les descubre sus intenciones. ‘Me vais a decir: Médico, cúrate a ti mismo. Haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún’. Tu eres el pueblo y si eres tan poderoso haz también cosas aquí entre nosotros, no te olvides de nosotros. Ya sabes que también aquí tenemos problemas, hay enfermos, gentes que carecen de todo. Comienza por aquí, que eres de los nuestros.
Más o menos así estarían pensando. Bueno eso sigue sucediendo, cuando hay alguien de nuestro pueblo que ha alcanzado poder o tiene muchas influencias a él acudimos para que, como somos de su pueblo y hasta de su familia, a nosotros nos haga favores especiales. Lo de las influencias… Pero ¿no hacemos algo así también nosotros con Dios en nuestra oración muchas veces muy interesada? Le queremos recordar al Señor lo bueno que somos, las cosas que hemos hecho, el manto de la Virgen que compré o los bancos de la Iglesia que regalé, las ramos de flores que le llevamos a la Virgen o las veces que la hemos ido a visitar, por decir algunas cosas. Somos tan buenos y hacemos tantas cosas buenas que el Señor tiene que escucharnos. Poco menos que hacemos esas como buenas y las ponemos como en depósito para cuando yo necesite algo… ¿Lo chantajeamos? Algo así algunas veces.
Muchas viudas había en tiempos de Elías, y muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo. Pero la viuda que fue atendida, no era israelita sino de Sarepta de Sidón, y el leproso curado era un sirio, Naamán. ¿Cómo es el actuar de Dios? El Señor no se deja llevar por nuestras miras humanas. El nos reparte su amor con generosidad. Y con generosidad y con humildad nos presentamos nosotros ante Dios en nuestra súplica y en nuestra oración. Lo que Jesús les dice trastoca frontalmente lo que eran sus sueños y aspiraciones, de ahí su reacción. ¿Nos sucederá parecido a nosotros cuando decimos que Dios no nos escucha?
Dios viene repartiendo generosamente su misericordia. Por eso proclama con Jesús una amnistía general, un año de gracia y de perdón. Pero el amor del Señor es universal, no es para éste o para aquel porque haya hecho unas determinadas cosas o sea de un determinado pueblo. Si algunos son los preferidos del Señor son los pobres y los que sufren, como hemos visto en el texto de Isaías que proclama Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Por ahí tendrían que pasar también nuestras preferencias, porque además ahí hemos de saber ver la presencia del Señor.

domingo, 30 de agosto de 2009

Coherencia y autenticidad en el corazón y la vida


Deut. 4, 1-2.6-8;

Sal. 14;

Sant. 1, 17-18.21-22.27;

Mc. 7, 1-8.14-15.21-23


‘¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?’, pregunta un grupo de fariseos y letrados venidos de Jerusalén. La respuesta Jesús se la dio con palabras del profeta Isaías: ‘este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. Y apostilla Jesús: ‘Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
El Evangelista ha explicado bien lo de las costumbres convertidas en preceptos por los fariseos de lavarse las manos cuando vienen de la plaza ‘restregando bien, siguiendo la tradición de sus mayores’. Podrían haber tocado alguna cosa impura – recordemos cómo consideraban impuros a los enfermos y sobre todo a los leprosos – y eso les trasmitiría una impureza legal de la que habrían de purificarse.
¿Qué era lo importante? ¿lo externo y la apariencia o lo que tiene que brotar del corazón? ¿Hacer las cosas porque siempre se han hecho así, aunque sea una rutina repetitiva y que hasta haya perdido sentido, o descubrir hondamente lo que es la voluntad del Señor y a través de su Palabra - la Palabra de Dios, no la palabra de los hombres – llenarme de nueva vida?
Jesús está pidiendo coherencia de vida y autenticidad. ¡Cuánto daño hace la incongruencia! Cuando no hay coherencia y autenticidad estamos llenando la vida de mentira. Las mentiras peores no son cuando con nuestras palabras decimos una cosa por otra, sino cuando llenamos la vida de falsedad. (Algunas veces nos confesamos de que hemos dicho una mentirita piadosa y no examinamos la falsedad que pueda haber en nuestra vida). Queremos aparentar una cosa pero realmente en nuestro ser más profundo somos realmente otra cosa muy distinta. Y cuando nuestro estilo de vida lo llenamos con apariencias, lo tremendo es el vacío que a la larga hay dentro de nosotros mismos.
De ahí que nuestra vida cristiana no la podamos reducir meramente al cumplimiento de unas normas o preceptos si nuestro corazón, las actitudes interiores que tengamos están bien lejos de esa fe que decimos tener simplemente porque cumplamos unos reglamentos.
Muchas veces la gente te pregunta o se pregunta qué cosas tengo que hacer pretendiendo les des unas normas o unos reglamentos. Yo te diría, pregúntate qué es lo que tienes que vivir, o más bien, a quién tienes que vivir. Ser cristiano es una vida, pero que ya no es sólo vivir tu vida, sino que es vivir a Cristo en ti. Aquello que decía san Pablo ‘ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí… para mi vivir es Cristo’.
Ya no serán, pues, unas normas o preceptos; es simplemente dejarte conducir por Cristo, dejarte llenar de su Espíritu y todo podíamos decir que sale como espontáneo de ese vivir en el Espíritu. Surgirá el amor, la generosidad, la bondad, la solidaridad, la justicia, la verdad y autenticidad de mi vida.
En el salmo nos preguntábamos ‘Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?... el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales…’ el que no hace daño a nadie sino que siempre busca el bien, el que no se comporta con el prójimo con tacañanería o por interés. Es que ya no sólo estamos hospedándonos en la tienda del Señor, sino más bien es Dios quien ha puesto su tienda en nosotros, habita en nosotros.
Comenzábamos la reflexión recordando la pregunta con la que los fariseos querían cuestionar a Jesús del si lavarse o no las manos antes de comer y por qué los discípulos no lo hacían como mandaba la tradición. Jesús viene a decirles que la maldad no entra en el corazón del hombre porque tengamos o no las manos manchadas. Sabido es cómo en la reglamentación de los judíos en este sentido – y los fariseos eran unos expertos – tenían catalogada toda una serie de cosas que eran en sí mismas impuras y que no podían ni tocar porque era caer en una impureza legal de la que tenían que purificarse con abluciones rituales.
Jesús les dice que la impureza o la maldad no nos viene de fuera, sino que la podemos tener en el corazón y que serán esos malos deseos los que nos harán vomitar maldad desde dentro de nosotros. ‘De dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’.
Limpiemos de maldad el corazón. Eso es lo importante. Más aún, tenemos a quien ha venido para limpiarnos el corazón, para que lo que brote entonces de nosotros sea siempre bueno. Podríamos decir que no sólo nos enseña esa autenticidad, esa bondad, esa justicia en la que tenemos que caminar quienes nos llamamos sus discípulos, sino que El se hace vida nuestra y es nuestra salvación para perdonarnos esa maldad que tantas veces dejamos meter dentro de nosotros, sino también viene a nosotros para transformarnos con su gracia, para llenarnos de su Espíritu que nos hace hombres nuevos.
‘Aceptad dócilmente la Palabra de Dios que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y nos os limitéis a escucharla’, nos decía el Apóstol Santiago en su carta. Esa palabra de Dios que es nuestra inteligencia y nuestra sabiduría, como se nos decía en el libro del Deuteronomio. Que seamos, pues, ese pueblo sabio y ese pueblo santo que así acoja la Palabra de Dios, y que así sienta también la presencia de Dios en medio de nosotros. ‘Así viviréis…’ nos decía el autor sagrado en la primera lectura. Así el culto que le demos al Señor no será un culto vacío, porque habremos llenado nuestra vida de amor que es lo que agrada al Señor.