Eclesiastico, 15, 16-21;
Sal. 118;
1Cor. 2, 6-10;
Mt. 5, 17-37
‘Dichoso el que camina en la voluntad del Señor, con vida intachable, guardando los mandamientos del Señor, buscándolo de todo corazón’. Así rezábamos en el salmo. Es nuesra oración. Creo que ese es nuestro deseo, buscar de todo corazón al Señor, caminar buscando siempre su voluntad.
Jesús nos habla hoy de plenitud en el cumplimiento de la ley del Señor. Quienes escuchábamos llenos de esperanza el mensaje de las bienaventuranzas, sentíamos que por eso mismo teníamos que ser luz y sal en medio de nuestro mundo, con el resplandor y el sentido nuevo de nuestra vida. Se puede pensar a veces en revoluciones que todo lo cambien poco menos que queriendo partir en todo de cero.
sSe suele decir que Jesús es un revolucionario. Muchas veces escuchamos ese sentir. Jesús es cierto que viene a hacer un mundo nuevo, el Reino de Dios que el anuncia desde el principio, pero al mismo tiempo que nos enseña actitudes nuevas que todo tienen que transformarlo, sin embargo nos dice que El no ha venido a abolir la ley sino a dar plenitud. ‘No creáis que he venido a abolir la ley los y los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud’.
Era la ley del Señor que en el Sinaí a través de Moisés se les había dado de parte de Dios con el que habían hecho Alianza; aquellos profetas eran los enviados de Dios precisamente para mantener el espíritu de la Alianza y fueran capaces de irla renovando en sus corazones.
¿Vendría Jesús a abolir todo eso? No tendría sentido, porque era la ley del Señor. Pero esos mandamientos del Señor con tantas interpretaciones y añadidos quizá había perdido su hondo sentido o algunos quizá sólo se quedaran en la letra. Jesús viene a dar plenitud. Jesús viene a darle hondo sentido. Jesús quiere que no nos quedemos raquiticamente en la letra sino que vayamos más allá para que en verdad envolvamos toda nuestra vida de ese sentido de Dios.
Por eso nos dice, ‘si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos’. No nos podemos quedar en ritualismos o en literalidades olvidando lo que viene a ser más importante. Jesús irá desgrando a través de todo el sermón del monte todo ese sentido nuevo, toda esa plenitud con que hemos de vivir la voluntad del Señor. No se trata ya solamente de no matar o no cometer adulterio, de no jurar en falso o de cumplir los votos hechos al Señor. Es algo más hondo, más profundo; algo que tendrá que envolver con un sentido nuevo toda la vida, todas las actitudes, todo lo que vayamos haciendo.
‘Se os dijo… pero yo os digo…’ nos irá repitiendo, para que no nos quedemos en raquitismos, en lineas que pongan límites a ver por lo más bajo posible, sino que sepamos mirar hacia arriba para buscar siempre lo más alto, lo más grande, lo mejor, la plenitud.
Son las actitudes nuevas del amor que tendrán que reflejarse en mil detalles pequeños; será la mirada limpia que supera el buscarse a si mismo, para buscar siempre lo que sea vida, donde brillará siempre el respeto y la valoración del otro por encima de cualquier pasión egoísta; será la búsqueda en todo momento de reconciliación y reencuentro y será el evitar el más pequeño detalle que pueda hacer daño bien a nosotros mismos o bien a los demás; será la autenticidad y la verdad de la vida en la que no hay engaño y que no necesita de apoyos como muletas para ser creídos o aceptados porque la verdad y la autenticidad brillarán por sí mismas.
Es una nueva sabiduría la que nos está enseñando Jesús. Una nueva sabiduría que nos enseña a saborear de modo nuevo nuestra relación con Dios, pero una nueva sabiduría que nos llevará a ese saber entenderse para vivir una comunión nueva de amor con los que nos rodean. San Pablo la llama ‘sabiduría que no es de este mundo’, pero que sin embargo está impresa en lo más hondo de nuestros corazones ‘desde antes de los siglos’, pero que quizá habíamos oscurecidos desde nuestros intereses egoístas o pasionales, y que Jesús y su Espíritu han venido a hacer brillar de modo nuevo en nuestra vida. ‘Dios nos lo ha revelado por el Espíritu’, termina diciéndonos san Pablo.
Son hermosos los detalles, incluso de las cosas pequeñas, con los que nos va señalando Jesús esa plenitud que le hemos de dar al cumplimiento de la ley del Señor. Detalles en la paz que hemos de buscar en todo momento, de manera que nos dirá que esa paz nacida del perdón y de la reconciliación tienen que preceder incluso al culto y la ofrenda que queramos presentarle al Señor. ‘Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda sobre el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’.
No podrán haber palabras hirientes en nuestros labios y si en algun momento surgió algo entre nosotros hemos de procurar arreglarlo antes de que se pueda llegar a mayores cosas como consecuencia de esa espiral de violencia en la que somos tan fáciles en entrar. ‘Si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el tribunal, y si lo llama renegado, merece la condena… con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida…’
Ya sabemos lo que nos pasa en situaciones así; ninguno queremos callar ni quedar por debajo del otro, y a una palabra fuerte surgirá otra más fuerte y asi ya sabemos cómo vamos a terminar. Pero en los hijos del Reino no podrá ser así; los que viven el espíritu de las bienaventuranzas han de tener otro estilo para poder ser merecedores del Reino de los cielos.
Hay algo en cierto modo fuerte que nos dice Jesús hoy. Es la lucha que hemos de hacer contra el pecado y la tentación, contra todo aquello que pudiera ser ocasión o motivo de pecado para nosotros. Tenemos que arrancarlo de nuestra vida. No podemos andar con componendas con la tentación o las cosas que pudieran volverse pecaminosas en nuestra vida.
‘Si tu ojo te hacer caer… si tu mano te hace caer… arráncalo… córtala… que es mejor entrar tuerto o manco en el reino de los cielos que con los dos ojos o los dos brazos’. Es la radicalidad con la que tenemos que luchar contra el pecado. Son las actitudes nuevas que hemos de poner en nuestra vida y los actos buenos en los que han de reflejarse. Son los vicios que tenemos que arrancar y las virtudes en las que hemos de brillar.
No es necesario que sigamos entrando en más detalles en nuestra reflexión. Quizá lo que necesitamos es volver a leer el Evangelio para seguirlo rumiando en nuestro corazón. Una cosa, cuando nos dispongamos a leer y meditar el evangelio hagámoslo con fe; primero que nada hagamos una profesión de fe en que es la Palabra del Señor la que vamos a escuchar, y al mismo tiempo invoquemos al Espíritu Santo para que nos ilumine, para que allá en nuestro interior podamos ir descubriendo todo eso que nos quiere decir el Señor y nos lo ayude a comprender y a aplicar de forma concreta a nuestra vida.
‘Que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida verdadera’, vamos a pedir en las oraciones de la liturgia. Esas fuentes de gracia las tenemos en el Señor, en su Palabra, en los Sacramentos. Acudamos a beber el agua viva que nos da la vida verdadera. Nos sentiremos en verdad renovados en el Señor.