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sábado, 19 de febrero de 2011

Una explosión de luz y amor que nos compromete a transfigurarnos

Hebreos, 11, 1-7;
Sal. 144;
Mc. 9, 1-12

Una explosión de luz y de amor. ‘Se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos solos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador…’ Así nos narra el evangelista Marcos la transfiguración del Señor.
Como hemos venido escuchando en estos días, les había anunciado su pascua, su pasión, muerte y resurrección; posteriormente les había dicho que el camino de los que le siguen tiene que pasar también por la cruz, por negarse a si mismo en la entrega de amor. Todo les había parecido difícil de comprender a los discípulos. Ya escuchamos a Pedro que trata de disuadir a Jesús que aquello no puede pasar. Y la misma perplejidad se había quedado en ellos con las exigencias para ser sus discípulos.
Como un rayo de luz se transfigura ahora delante de ellos. Pero les dice que no han de decir nada a nadie de todo aquello ‘hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos’. Y siguen sin comprender. Se está manifestando la gloria de la Divinidad de Jesús que es el Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento aquellas teofanías, muchas veces también en la montaña, se habían manifestado en un ambiente de poder y de fuerza. Ahora se manifiesta Dios en Jesús, a través de la humanidad de Jesús como la plenitud del amor y de la luz. Ese resplandor hasta de sus vestidos ‘de un blanco deslumbrador’ que dice el evangelista están adelántandonos la luz de la resurrección.
Se manifiesta el amor de Dios en Jesús. ‘Tanto amó Dios al hombre que nos entregó a su Hijo único…’ que nos dirá el evangelista Juan. ‘Este es mi Hijo amado…’ que nos dice la voz del Padre desde el cielo. En Jesús, amado de Dios, prueba hasta el infinito de lo que es el amor de Dios, nos está llegando su amor. Jesús, rostro del amor misericordioso e infinito de Dios está ahí con todo su resplandor, en toda la gloria de su Divinidad que aunque nuestros ojos corporales vean solo su humanidad en su cuerpo corporal, por la fe podemos descubrir, conocer la Divinidad de Cristo, verdadero Hijo de Dios al mismo tiempo que verdadero hombre. Se nos adelante, volvemos a decir, la luz de la resurrección.
‘Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían que quería decir aquello de resucitar de entre los muertos’. Solo después de la resurrección, después de la pascua podían comprender plenamente toda aquella luz cuando contemplasen a Cristo resucitado. Será después de la Pascua cuando reciban el Espíritu Santo prometido cuando llegarán en verdad a reconocer a Jesús como el Señor. Cuando contemplen todo lo que fue su entrega de amor, de amor hasta el final, hasta la muerte, llegarán en verdad a vislumbrar todo ese amor de Dios que se ha manifestado en Jesús.
Dios es luz y hemos de caminar en su luz. Lo hemos reflexionado hace unos días. Y cuando caminamos en la luz de Dios tenemos que hacer caminos de amor. Si no llegamos a esos caminos de amor es que aún no hemos sido iluminados totalmente por la luz de Dios, por la luz de Cristo.
Que esta contemplación que una vez más hacemos de la transfiguración del Señor, explosión de luz y amor que decíamos al principio, nos impulse a crecer en nuestra fe y en nuestro amor. En esa luz y en ese amor tenemos que sentirnos nosotros también transfigurados. ¿No hemos nosotros de imitar a Cristo, copiar a Cristo, transformarnos en Cristo? Que así lo vayamos haciendo cada día creciendo más y más en nuestra fe y en nuestro amor.

viernes, 18 de febrero de 2011

Un camino de exigencias que es camino de vida y nos conduce a la vida en plenitud


Gén. 11, 1-9;

Sal. 32;

Mc. 8, 34-39

Han hecho los discípulos su apuesta por Jesús cuando han confesado su fe en El por boca de Pedro ‘Tú eres el Mesías’, aunque luego les costara entender lo que les enseñaba de que ‘el Hijo del Hombre había de padecer mucho, condenado y ejecutado para resucitar a los tres días’. Pero ahora Jesús les dice que ese ha de ser su camino si en verdad quieren ser sus discípulos.

‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…’ les dice Jesús. Pero es que de lo que se trata es de alcanzar la vida eterna. No es una meta cualquiera la que queremos alcanzar cuando seguimos a Jesús. No pueden ser sólo palabras sino que tiene que ser la totalidad de la vida la que apueste por Jesús.

Cuando en la vida queremos alcanzar algo que nos gusta y apetecemos mucho no tenemos miedo a los esfuerzos y sacrificios que tengamos que hacer por alcanzarlo porque aquello con lo que soñamos nos hace felices. Son los esfuerzos y entrenamientos que hace un deportista para alcanzar la meta y la corona de gloria humana de ser el vencedor. El que quiere terminar una carrera de estudios porque así se sentirá mejor preparado para luego triunfar en la vida. Así podríamos poner muchos otros ejemplos de esfuerzos por conseguir cosas nobles y también de esfuerzos por alcanzar otras cosas que quizás no sean tan buenas, pero que se hacen apetecibles en la vida.

Eso mismo tenemos que pensarnoslo en el camino de nuestra fe, de nuestra vida cristiana y del seguimiento de Jesús. Porque la fe o la vida cristiana no es un barniz externo que le ponemos a la vida, sino que tiene que ser algo hondo que envuelva todo nuestro ser y existir. Como decíamos, aspiramos a alcanzar la vida eterna y ésta sí que es una meta bien alta. Aunque no se trata de la negación por sí misma, eso de negarnos por negarnos, sino que es aspirar a lo alto y a lo grande. Y encerrados en nosotros mismos pocas metas podemos alcanzar. Y el salir de nosotros mismos para mirar la vida y a los otros de una manera distinta en que no sea nuestro yo egoísta el centro de todo, es algo que nos exigirá esfuerzo, ‘tomar la cruz de cada día’, que nos dice Jesús.

Nos dice algo serio que tendría que hacernos pensar mucho. Este pensamiento es el que llevó a muchos hombres y mujeres a plantearse la vida de una forma distinta y aspirar seriamente a la santidad. ‘¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?’. De nada nos valen las vanidades del mundo si al final perdemos lo que es realmente importante. Por eso aprendemos a decirnos no, a caminar siguiendo los pasos de Jesús, pasos que aunque vayan bajo el peso de la cruz, no son negativos sino pasos de vida. Será en ese estilo donde podremos llenar de vida nuestro mundo. Es el estilo del amor y de la entrega que dará un sabor nuevo a todas las cosas.

Este apostar por Jesús y por seguir su camino entraña el que estamos dispuestos a dar la cara por El. ‘Quien se averguence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus ángeles’. Pareciera que nos está hablando Jesús para nuestra época. No es fácil en esta época descreída, dar la cara por nuestra fe. Pero bien sabemos que la luz no se puede ocultar debajo del celemín, sino que tiene que ponerse bien alta para que alumbre. No nos entenderán, nos costará manifestarnos como creyentes y creyentes comprometidos, pero el mundo necesita nuestro testimonio. Tenemos que ser testigos no vergonzantes sino valientes.

Hay lugares en nuestro mundo en que manifestarse como cristianos, dar señales externas de la fe cristiana puede costar incluso la vida. Son cosas que pasan hoy y son los testigos y los mártires de nuestro tiempo. Que tengamos nosotros siempre la valentía de proclamar abiertamente nuestra fe.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cristo ayer y Cristo hoy, Cristo siempre será el Señor


Gén. 9, 1-13;

Sal. 101;

Mc. 8, 27-33

Hemos ido contemplando en el relato del evangelio las diferentes reacciones y posturas que la gente toma ante Jesús. Admiración en muchos, acción de gracias a Dios porque sienten que algo nuevo se está realizando con su presencia, esperanza que surge en muchos corazones, aunque bien sabemos que en muchos encuetra oposición como le sucede entre los grupos más influyentes de Israel, fariseos, letrados o escribas, saduceos, etc…

Jesús camina con los discípulos prácticamente fuera del territorio de Israel pues este episodio sucede cerca de Cesarea de Filipo que prácticamente está en las fuentes del Jordán. Son momentos de mayor intimidad y cercanía con el grupo de los discípulos que aprovechará Jesús para irles instruyendo a ellos de manera especial en todo lo tocante al Reino de Dios.

Y es ahí donde surgen las preguntas. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decis que soy?’ Es sintomática la respuesta de lo que piensa la gente porque parece que solo piensan en lo antiguo: Juan Bautista que ya ha muerto a manos de Herodes, Elías el antiguo profeta arrebatado al cielo en un carro de fuego, o alguno de los antiguos profetas. Todos personajes del pasado. Retrotaen a Jesús como a un personaje del pasado y no terminan de ver que ahora y allí está presentando algo nuevo.

Si a muchos de nuestros contemporáneos se le hiciera una pregunta semejante ¿qué piensan de Jesús? quizá para muchos se pueda quedar también en un personaje de la historia, pero de la historia pasada; como un hombre de otro tiempo, que aunque importante y que ha dejado su impronta en la historia es alguien que fue, pero no para todos se le mira como actual.

Cuando celebrábamos el jubileo del año dos mil el himno que cantábamos entonces nos expresaba muy bien lo que tiene que ser Jesús, ayer, hoy y siempre para el hombre. Cristo ayer y Cristo hoy, Cristo siempre será el Señor. Tú eres Dios y eres amor; me has llamado ¡aquí estoy! Cristo, ayer, hoy, siempre es el señor. Que se encarnó y por nosotros padeció sobre una cruz hasta expirar: sin medida su amor nos da... Él se inmoló Cordero santo y Redentor, para concordia universal: sin medida su amor nos da...

Es la respuesta de Pedro: ‘Tú eres el Mesías’ No eres un profeta antiguo, no eres ni Elias ni Juan Bautista, Tú eres el que ahora eres nuestra salvación y nuestra vida. Y esa tiene que seguir siendo nuestra afirmación. Es Jesús, el Señor, que con nosotros aquí está y nos sigue haciéndonos partícipes de su salvación. Miramos a Jesús no como un personaje del pasado. Miramos a Jesús, Dios presente hoy en nosotros y entre nosotros.

¿Qué es lo que hacemos cuando celebramos la Eucaristía? Ya muchas veces lo hemos dicho, no es solo un recuerdo, es memorial porque haciendo memoria se hace presente y se vive aquí y ahora. Ahora Cristo se nos da; ahora a Cristo comemos en la Eucaristía; ahora Cristo nos habla en su Palabra; ahora Cristo nos llena con su gracia y salvación.

Pero Jesús, como decíamos, aprovecha aquellos momentos para instruirlos. Por eso les habla de lo que tiene que padecer el Hijo del Hombre, aunque ellos no lo entendían. Pedro, incluso, trata de quitarle esas ideas de la cabeza a Jesús. Cuánto nos cuesta entender y aceptar todo el misterio de Jesús. Misterio de Cristo que es Pascua, que es entrega porque es amor, que será muerte pero que será también resurrección. Los caminos de una entrega así no son fáciles de entender cuando por medio está el sacrificio. Les costaba a los discípulos y nos sigue costando a nosotros hoy. Porque entender el misterio de Cristo es vivirlo en nuestra carne, en nuestra vida. Y una entrega que entrañe sacrificio y sufrimiento no es fácil entenderla.

Que el Espíritu del Señor nos ilumine para que comprendamos todo el misterio de Jesús; para que seamos capaces de confesarle desde lo más hondo de nuestra vida; que sintamos su presencia viva en nosotros hoy; que seamos capaces de seguir su camino de Pascua.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Caminemos en la luz de Cristo y estaremos en comunión los unos con los otros


Gén. 8, 6-13.20-22;

Sal. 115;

Mc. 8, 22-26

Escuchamos hoy el relato que nos hace Marcos con la curación del ciego de Betsaida. Nos da una serie de detalles que nos hablan de esa cercanía de Jesús, de ese encuentro personal, como ya hemos reflexionado en otra ocasión.

Es muy significativa la cantidad de milagros de curaciones de ciegos que nos ofrece el evangelio. Alguien alguna vez comentaba la existencia de muchos ciegos en aquella región dada las características de luz muy brillante en aquellas zonas, también cercanas a lugares desérticos.que hacen reverberar más la luz y dañar en consecuencia a los ojos; también podíamos pensar que las escasas medidas higiénicas en aquellos tiempos no propician unos ojos sanos.

Pero más allá de estas razones causantes de tantas cegueras, el hecho de que sea uno de los signos más realizados por Jesús puede hablarnos de cómo Jesús quiere manifestarnos y hacernos llegar el Reino de Dios que es todo luz para nosotros. Jesús se nos manifiesta como luz del mundo. Cuando Jesús se encontró con el ciego de nacimiento en las calles de jerusalén y los discípulos le preguntan por la causa de su ceguera, si un pecado suyo o de sus padres, les habla Jesús de realizar las obras de la luz y afirma: ‘Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo’.

Ese es el gran mensaje de Jesús en la curación de los ciegos. Jesús es nuestra luz. Creer en Jesús es llenarnos de su luz, que es llenarnos de su vida, llenarnos de su gracia y salvación, llenanos de su amor. Decimos que por nuestro encuentro con Jesús y por nuestra fe en el quedamos iluminados, y quedar iluminados es quedar inundados de una vida nueva, porque es llenarnos de Dios, de la vida de Dios. Recordemos también lo que se nos dice en el principio del Evangelio de san Juan que nos habla de la luz que viene a iluminar nuestro mundo.

¿Nosotros estamos ciegos?, le preguntaban los fariseos a Jesús después de aquel milagro que mencionabamos del ciego de nacimiento. ‘Si estuviérais ciegos, no seríais culpables; pero como decís que veis, vuestro pecado permanece’. Era una ceguera peor la que tenían aquellos que rechazaban a Jesús, porque rechazaban la luz y la vida que Jesús viene a ofrecernos. También tendremos que preguntar si estamos ciegos y cuál sería la ceguera que pudiera haber en nuestra vida.

Tendríamos, por otra parte, que escuchar aquello que dice san Pablo en la carta a los Efesios: ‘Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo’. Tenemos que acudir a Jesús para dejarnos iluminar por su luz, para renacer a su vida nueva, reconociendo nuestra ceguera, reconociendo cuánto hay de muerte en nosotros por nuestro pecado.

‘Dios es luz y no hay en el tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con El, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si caminamos en la luz como El, que está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos purifica de todo pecado’. Así nos enseña san Juan en su primera carta. Así tenemos que pedirle al Señor que nos haga caminar en su luz; y como nos está expresando el apóstol que los que caminamos en la luz caminamos en comunión los unos con los otros; tener esa luz de Cristo en nuestra vida es vivir en el amor.

Sintamos las manos de Jesús no sólo sobre nuestros ojos sino sobre nuestra vida para que nos llene de su luz y de su vida y en consecuencia vivamos en el amor.

martes, 15 de febrero de 2011

Ser reflexivo para crecer en el conocimiento de lo que es seguir a Jesús


Gén. 6, 5-8; 7, 1-5.10;

Sal. 28;

Mc. 8, 14-21

El texto que hemos escuchado en el evangelio es uno de esos momentos en que Jesús está sólo con sus discípulos más cercanos y que aprovecha para irles instruyendo, como dice en otros lugares del evangelio, y para hacerles reflexionar aprendiendo a comprender aquello que sucede a su alrededor.

Son necesarios esos momentos de reflexión, de interiorización podíamos llamar, en que rumiamos todo aquello que nos va sucediendo para captar su más hondo sentido, para sacar lecciones para nuestra vida. Algunas veces las cosas no son realmente como las vemos en apariencia, sino que detrás puede haber un trasfondo, una razón que nos las explique. En la vida se nos van sucediendo las cosas y a veces con ese ritmo vertiginoso en que vivimos no nos paramos a reflexionar lo suficiente. Ser reflexivo es un punto muy importante que nos ayuda a crecer y a madurar como personas y tenemos que decir también como cristianos, a poner unos fundamentos sólidos para el quehacer de nuestra vida.

Ahora van los discípulos con Jesús en barca en una de esas tantas travesías a lo ancho del lago de Tiberíades. Los fariseos han ido presentando ya su oposición a Jesús unas veces de forma directa, otras con preguntas capciosas. En los versículos anteriores a este texto les vemos una vez más pidiéndole signos a Jesús para poder creer en El, después de tantos milagros que le han visto hacer.

Y allí en esa travesía en barca surge la frase de Jesús para la reflexión. ‘Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes’. Se da la circunstancia de que no han sido suficientemente previsores y sólo llevan un pan en la barca. Y ellos interpretan esa frase de Jesús en ese sentido. ‘Lo dice porque no tenemos pan’. Y dice el evangelista que ‘Jesús, dándose cuenta, les dice: ¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender?’ Y les recuerda los milagros que ha hecho multiplicando milagrosamente el pan y la cantidad de canastas de pan que han sobrado al final. ‘¿Y no acabáis de entender?’

¿Qué querrá decirles Jesús? La levadura es lo que hace fermentar la masa y lo que hará que en verdad el pan sea realmente pan. Jesús nos da su levadura, su sabiduría, el sentido del Reino de Dios. No todos los entienden. Es lo que les sucede a los fariseos que les cuesta entender todo el misterio de Jesús. Tienen otra manera de entender las cosas y por eso harán oposición a Jesús. De ahí sus preguntas, sus recelos y todo lo que irá sucediendo. Por eso Jesús les dice a sus discípulos ‘cuidado con la levadura de los fariseos’. Porque además no se pueden estar mezclando las cosas. Y seguir a Jesús entrañará una exigencia de fidelidad y lealtad al evangelio que Jesús nos enseña.

Esto nos vale para nosotros también. Son muchas las cosas que oímos por acá o por allá. No siempre la visión de las cosas o su sentido tal como se nos quiere trasmitir desde la sociedad está en consonancia con el evangelio de Jesús, con el ser cristiano. Pensemos en cuantas influencias recibimos desde la televisión o los medios de comunicación, con cuántos mensajes nos bombardea la sociedad que nos rodea tan lejanos del sentido cristiano de la vida. Y nos podemos ir confundiendo, creyendo que todo es bueno porque lo dicen aquí o allí, tal personaje o en tal medio de comunicación.

Cuánto tenemos que reflexionar y en cuánto tenemos nosotros que fundamentarnos bien en nuestra fe, formarnos debidamente para que no nos confundan. Qué importante para nosotros los cristianos que vayamos creciendo en el conocimiento del evangelio y de todo el mensaje de Jesús cuando en verdad queremos ser sus discípulos, queremos llamarnos cristianos. Que el Espíritu nos ilumine cada día y nos haga crecer en ese conocimiento de Jesús.

lunes, 14 de febrero de 2011

Un estímulo para nuestra tarea y compromiso de nueva evangelización

Hch. 13, 46-49;

Sal. 116;

Lc. 10, 1-9

Celebramos hoy a san Cirilo, monje, y san Metodio, obispo, patronos de Europa. Evangelizadores de extensas regiones de Europa el Papa quiso nombrarlos patronos de Europa, porque además nos son ejemplo y estímulo para nuestra tarea de evangelización hoy.

La tarea realizada por estos apóstoles y misioneros fue ingente. No podemos negar las raices cristianas de Europa nacida de la predicación del evangelio de misioneros y santos como los que hoy recordamos; aunque por ciertos sectores de nuestra sociedad se quiera negar, son muchos los siglos en los que el evangelio de Jesús fue fermento de vida y de unidad para toda Europa, base también de toda una cultura a la que no se le puede regar, repito, esas raíces cristianas.

Hoy que hablamos de una nueva evangelización, dada la descrinización creciente de nuestros pueblos, nos viene bien recordar a estos apóstoles de Europa y de ellos tomar ejemplo, al tiempo que sean intercesores nuestros para alcanzarnos la gracia de Dios en esta tarea.

La Palabra del Señor que hoy se nos ha proclamado por una parte nos presenta la decisión de Pablo y Bernabé de dedicar todos sus esfuerzos en el anuncio del evangelio entre los paganos cuando tantas veces habían sido rechazados por los propios judíos. ‘A vosotros había que anunciaros antes que a nadie la palabra de Dios, pero puesto que la rechazáis y vosotros mismos no os consideráis dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos…’ Se va cumpliendo así la voluntad de salvación universal querida por el Señor, de lo que ya hemos reflexionado recientemente.

El evangelio nos habla del envío de Jesús de los setenta y dos discípulos de dos en dos para anunciar el Reino allí donde había de ir luego Jesús. Una referencia a esto lo tenemos en el primer envío de estos dos misioneros, Cirilo y Metodio, por parte del Obispo de Constantinopla a predicar la fe cristiana. Luego con la muerte de Cirilo en Roma, será Metodio ya consagrado Obispo por el Papa el que continuará su tarea evangelizadora por extensas regiones.

‘La mies es abundante, pero los obreros pocos, nos dice Jesús en el Evangelio. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies…’ Una invitación que nos hace el propio Jesús a orar al Padre pidiendo que sean muchos los llamados a trabajar en la viña del Señor. Algo que hemos de tener siempre muy presente en nuestras oraciones. Si queremos, como decíamos antes, empeñarnos en esa tarea de reevangelización de nuestro pueblo que ha ido alejándose de la fe cristiana y de la vivencia del Evangelio, necesitamos misioneros, apóstoles, pastores, gente comprometida en la acción pastoral de la Iglesia para realizar esa tarea. Nuestra oración por las vocaciones tiene que estar siempre muy presente en nosotros.

Finalmente quería fijarme en lo que expresábamos en la oración de esta fiesta. Que seamos un pueblo unido en la fe y en el amor. Vivimos una misma fe en Jesús como nuestra verdadera salvación. Necesitamos vivir esa unión y esa comunión de la fe. La unión en una misma fe nos fortalece; la expresión de esa unidad de fe y de amor será, por otra parte, el mejor testimonio que podemos dar para hacer que el mundo crea, como nos dice Jesús en el evangelio cuando pide por la unidad.

Que esa unidad de fe y de amor la expresemos cada día queriéndonos más, orando los unos por los otros, ayudándonos mutuamente a vivir esa fe y ese amor. El estímulo que recibimos de los santos que hoy celebramos tendría que ser para nosotros un aliciente más para esa firmeza de nuestra fe, para esa hondura de nuestro amor, y así seamos nosotros estímulo también para quienes nos rodean.

domingo, 13 de febrero de 2011

En camino hacia la plenitud del mandamiento del Señor


Eclesiastico, 15, 16-21;

Sal. 118;

1Cor. 2, 6-10;

Mt. 5, 17-37

‘Dichoso el que camina en la voluntad del Señor, con vida intachable, guardando los mandamientos del Señor, buscándolo de todo corazón’. Así rezábamos en el salmo. Es nuesra oración. Creo que ese es nuestro deseo, buscar de todo corazón al Señor, caminar buscando siempre su voluntad.

Jesús nos habla hoy de plenitud en el cumplimiento de la ley del Señor. Quienes escuchábamos llenos de esperanza el mensaje de las bienaventuranzas, sentíamos que por eso mismo teníamos que ser luz y sal en medio de nuestro mundo, con el resplandor y el sentido nuevo de nuestra vida. Se puede pensar a veces en revoluciones que todo lo cambien poco menos que queriendo partir en todo de cero.

sSe suele decir que Jesús es un revolucionario. Muchas veces escuchamos ese sentir. Jesús es cierto que viene a hacer un mundo nuevo, el Reino de Dios que el anuncia desde el principio, pero al mismo tiempo que nos enseña actitudes nuevas que todo tienen que transformarlo, sin embargo nos dice que El no ha venido a abolir la ley sino a dar plenitud. ‘No creáis que he venido a abolir la ley los y los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud’.

Era la ley del Señor que en el Sinaí a través de Moisés se les había dado de parte de Dios con el que habían hecho Alianza; aquellos profetas eran los enviados de Dios precisamente para mantener el espíritu de la Alianza y fueran capaces de irla renovando en sus corazones.

¿Vendría Jesús a abolir todo eso? No tendría sentido, porque era la ley del Señor. Pero esos mandamientos del Señor con tantas interpretaciones y añadidos quizá había perdido su hondo sentido o algunos quizá sólo se quedaran en la letra. Jesús viene a dar plenitud. Jesús viene a darle hondo sentido. Jesús quiere que no nos quedemos raquiticamente en la letra sino que vayamos más allá para que en verdad envolvamos toda nuestra vida de ese sentido de Dios.

Por eso nos dice, ‘si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos’. No nos podemos quedar en ritualismos o en literalidades olvidando lo que viene a ser más importante. Jesús irá desgrando a través de todo el sermón del monte todo ese sentido nuevo, toda esa plenitud con que hemos de vivir la voluntad del Señor. No se trata ya solamente de no matar o no cometer adulterio, de no jurar en falso o de cumplir los votos hechos al Señor. Es algo más hondo, más profundo; algo que tendrá que envolver con un sentido nuevo toda la vida, todas las actitudes, todo lo que vayamos haciendo.

‘Se os dijo… pero yo os digo…’ nos irá repitiendo, para que no nos quedemos en raquitismos, en lineas que pongan límites a ver por lo más bajo posible, sino que sepamos mirar hacia arriba para buscar siempre lo más alto, lo más grande, lo mejor, la plenitud.

Son las actitudes nuevas del amor que tendrán que reflejarse en mil detalles pequeños; será la mirada limpia que supera el buscarse a si mismo, para buscar siempre lo que sea vida, donde brillará siempre el respeto y la valoración del otro por encima de cualquier pasión egoísta; será la búsqueda en todo momento de reconciliación y reencuentro y será el evitar el más pequeño detalle que pueda hacer daño bien a nosotros mismos o bien a los demás; será la autenticidad y la verdad de la vida en la que no hay engaño y que no necesita de apoyos como muletas para ser creídos o aceptados porque la verdad y la autenticidad brillarán por sí mismas.

Es una nueva sabiduría la que nos está enseñando Jesús. Una nueva sabiduría que nos enseña a saborear de modo nuevo nuestra relación con Dios, pero una nueva sabiduría que nos llevará a ese saber entenderse para vivir una comunión nueva de amor con los que nos rodean. San Pablo la llama ‘sabiduría que no es de este mundo’, pero que sin embargo está impresa en lo más hondo de nuestros corazones ‘desde antes de los siglos’, pero que quizá habíamos oscurecidos desde nuestros intereses egoístas o pasionales, y que Jesús y su Espíritu han venido a hacer brillar de modo nuevo en nuestra vida. ‘Dios nos lo ha revelado por el Espíritu’, termina diciéndonos san Pablo.

Son hermosos los detalles, incluso de las cosas pequeñas, con los que nos va señalando Jesús esa plenitud que le hemos de dar al cumplimiento de la ley del Señor. Detalles en la paz que hemos de buscar en todo momento, de manera que nos dirá que esa paz nacida del perdón y de la reconciliación tienen que preceder incluso al culto y la ofrenda que queramos presentarle al Señor. ‘Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda sobre el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’.

No podrán haber palabras hirientes en nuestros labios y si en algun momento surgió algo entre nosotros hemos de procurar arreglarlo antes de que se pueda llegar a mayores cosas como consecuencia de esa espiral de violencia en la que somos tan fáciles en entrar. ‘Si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el tribunal, y si lo llama renegado, merece la condena… con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida…’

Ya sabemos lo que nos pasa en situaciones así; ninguno queremos callar ni quedar por debajo del otro, y a una palabra fuerte surgirá otra más fuerte y asi ya sabemos cómo vamos a terminar. Pero en los hijos del Reino no podrá ser así; los que viven el espíritu de las bienaventuranzas han de tener otro estilo para poder ser merecedores del Reino de los cielos.

Hay algo en cierto modo fuerte que nos dice Jesús hoy. Es la lucha que hemos de hacer contra el pecado y la tentación, contra todo aquello que pudiera ser ocasión o motivo de pecado para nosotros. Tenemos que arrancarlo de nuestra vida. No podemos andar con componendas con la tentación o las cosas que pudieran volverse pecaminosas en nuestra vida.

‘Si tu ojo te hacer caer… si tu mano te hace caer… arráncalo… córtala… que es mejor entrar tuerto o manco en el reino de los cielos que con los dos ojos o los dos brazos’. Es la radicalidad con la que tenemos que luchar contra el pecado. Son las actitudes nuevas que hemos de poner en nuestra vida y los actos buenos en los que han de reflejarse. Son los vicios que tenemos que arrancar y las virtudes en las que hemos de brillar.

No es necesario que sigamos entrando en más detalles en nuestra reflexión. Quizá lo que necesitamos es volver a leer el Evangelio para seguirlo rumiando en nuestro corazón. Una cosa, cuando nos dispongamos a leer y meditar el evangelio hagámoslo con fe; primero que nada hagamos una profesión de fe en que es la Palabra del Señor la que vamos a escuchar, y al mismo tiempo invoquemos al Espíritu Santo para que nos ilumine, para que allá en nuestro interior podamos ir descubriendo todo eso que nos quiere decir el Señor y nos lo ayude a comprender y a aplicar de forma concreta a nuestra vida.

‘Que busquemos siempre las fuentes de donde brota la vida verdadera’, vamos a pedir en las oraciones de la liturgia. Esas fuentes de gracia las tenemos en el Señor, en su Palabra, en los Sacramentos. Acudamos a beber el agua viva que nos da la vida verdadera. Nos sentiremos en verdad renovados en el Señor.