Gén. 9, 1-13;
Sal. 101;
Mc. 8, 27-33
Hemos ido contemplando en el relato del evangelio las diferentes reacciones y posturas que la gente toma ante Jesús. Admiración en muchos, acción de gracias a Dios porque sienten que algo nuevo se está realizando con su presencia, esperanza que surge en muchos corazones, aunque bien sabemos que en muchos encuetra oposición como le sucede entre los grupos más influyentes de Israel, fariseos, letrados o escribas, saduceos, etc…
Jesús camina con los discípulos prácticamente fuera del territorio de Israel pues este episodio sucede cerca de Cesarea de Filipo que prácticamente está en las fuentes del Jordán. Son momentos de mayor intimidad y cercanía con el grupo de los discípulos que aprovechará Jesús para irles instruyendo a ellos de manera especial en todo lo tocante al Reino de Dios.
Y es ahí donde surgen las preguntas. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decis que soy?’ Es sintomática la respuesta de lo que piensa la gente porque parece que solo piensan en lo antiguo: Juan Bautista que ya ha muerto a manos de Herodes, Elías el antiguo profeta arrebatado al cielo en un carro de fuego, o alguno de los antiguos profetas. Todos personajes del pasado. Retrotaen a Jesús como a un personaje del pasado y no terminan de ver que ahora y allí está presentando algo nuevo.
Si a muchos de nuestros contemporáneos se le hiciera una pregunta semejante ¿qué piensan de Jesús? quizá para muchos se pueda quedar también en un personaje de la historia, pero de la historia pasada; como un hombre de otro tiempo, que aunque importante y que ha dejado su impronta en la historia es alguien que fue, pero no para todos se le mira como actual.
Cuando celebrábamos el jubileo del año dos mil el himno que cantábamos entonces nos expresaba muy bien lo que tiene que ser Jesús, ayer, hoy y siempre para el hombre. Cristo ayer y Cristo hoy, Cristo siempre será el Señor. Tú eres Dios y eres amor; me has llamado ¡aquí estoy! Cristo, ayer, hoy, siempre es el señor. Que se encarnó y por nosotros padeció sobre una cruz hasta expirar: sin medida su amor nos da... Él se inmoló Cordero santo y Redentor, para concordia universal: sin medida su amor nos da...
Es la respuesta de Pedro: ‘Tú eres el Mesías’ No eres un profeta antiguo, no eres ni Elias ni Juan Bautista, Tú eres el que ahora eres nuestra salvación y nuestra vida. Y esa tiene que seguir siendo nuestra afirmación. Es Jesús, el Señor, que con nosotros aquí está y nos sigue haciéndonos partícipes de su salvación. Miramos a Jesús no como un personaje del pasado. Miramos a Jesús, Dios presente hoy en nosotros y entre nosotros.
¿Qué es lo que hacemos cuando celebramos la Eucaristía? Ya muchas veces lo hemos dicho, no es solo un recuerdo, es memorial porque haciendo memoria se hace presente y se vive aquí y ahora. Ahora Cristo se nos da; ahora a Cristo comemos en la Eucaristía; ahora Cristo nos habla en su Palabra; ahora Cristo nos llena con su gracia y salvación.
Pero Jesús, como decíamos, aprovecha aquellos momentos para instruirlos. Por eso les habla de lo que tiene que padecer el Hijo del Hombre, aunque ellos no lo entendían. Pedro, incluso, trata de quitarle esas ideas de la cabeza a Jesús. Cuánto nos cuesta entender y aceptar todo el misterio de Jesús. Misterio de Cristo que es Pascua, que es entrega porque es amor, que será muerte pero que será también resurrección. Los caminos de una entrega así no son fáciles de entender cuando por medio está el sacrificio. Les costaba a los discípulos y nos sigue costando a nosotros hoy. Porque entender el misterio de Cristo es vivirlo en nuestra carne, en nuestra vida. Y una entrega que entrañe sacrificio y sufrimiento no es fácil entenderla.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine para que comprendamos todo el misterio de Jesús; para que seamos capaces de confesarle desde lo más hondo de nuestra vida; que sintamos su presencia viva en nosotros hoy; que seamos capaces de seguir su camino de Pascua.
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