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sábado, 10 de agosto de 2019

Seremos felices de verdad, tendremos vida cuando con sinceridad nos damos, cuando humildemente ofrecemos lo que somos quemando nuestro corazón en el amor



Seremos felices de verdad, tendremos vida cuando con sinceridad nos damos, cuando humildemente ofrecemos lo que somos quemando nuestro corazón en el amor

2Corintios 9,6-10; Sal 111; Juan 12,24-26
Todos queremos vivir, amamos el vivir; no nos cabe en la cabeza que perdamos la vida, es un don muy precioso, y aunque en ocasiones se nos vuelva dura luchamos por mantenerla y por mejorarla.
Decimos con facilidad que cada uno tiene que vivir su vida y tenemos la tentación de preocuparnos solo por nosotros mismos queriendo aislarnos de aquellas cosas que nos pudieran perturbar la vida. Claro que al final cuando vivimos solo para nosotros mismos y nos aislamos la cosa no parece tan grata, porque en el fondo de nosotros mismos tendemos hacia los demás, no podemos vivir sin los otros y terminamos buscando un encuentro, una relación, algo que nos comunique con los otros.
Nos damos cuenta de que no podemos vivir sin el otro, sin los otros y nos lleva a buscarlos y comenzaremos a comprender lo que es el amor, lo que es darnos por el otro. Entraremos en una sintonía distinta aunque no siempre lleguemos a ejecutarla de verdad porque pesaran muchas cosas negativas en nosotros. Cuando entramos en la órbita de un amor verdadero ya no nos importa vaciarnos de nosotros mismos por el bien aquellos a los que amamos; somos capaces de perder para que gane aquel a quien amamos.  Y haciéndolo así parece que nos sentimos más felices, más llenos de vida.
Podremos entender entonces las palabras de Jesús que nos habla de perder la vida para ganarla, como  nos enseña hoy en el evangelio. Nos habla del grano de trigo que muere para dar vida y nos habla de que nosotros perdamos la vida para ganarla. Nos hablará Jesús en otras ocasiones de negarnos a nosotros mismos, para que no prevalezca en nosotros nunca el egoísmo, sino que siempre seamos un corazón abierto para los demás y unos brazos que ofrezcan cariño, amor, amistad a cuantos nos rodean. Así seremos felices de verdad, tendremos vida cuando con sinceridad nos damos, cuando humildemente ofrecemos lo que somos que es lo verdaderamente importante.
Hoy estamos celebrando a quien supo dar la vida; celebramos su martirio, pero solo es consecuencia de lo que fue su vida. Era diácono, era servidor, de la Iglesia, de los pobres, de todos los que le rodeaban. Se daba y nada reservaba para si. Cuando le piden que manifieste cuales son sus riquezas muestras a los pobres a los que servia con amor. Eso mereció el martirio, porque eso no era comprendido por quienes solo ansiaban poder y riquezas.
Hoy estamos celebrando a San Lorenzo, mártir, que bien sabemos que se dejó quemar por su fe y por su amor. Cuando pusieron su cuerpo sobre las llamas, ya él había quemado, consumido su corazón en el amor, porque se había dado totalmente por sus pobres desde la fe que tenia en Jesús. Su cuerpo quemado en las llamas, como decíamos, fue solo la consecuencia de su amor.
Qué ejemplo más hermoso para nuestra vida para que comprendamos lo que verdaderamente es vivir dando la vida, dando vida.

viernes, 9 de agosto de 2019

Que no se nos apague nunca esa Luz, ni nos falte el aceite para mantenerla encendida, para iluminar siempre a los demás y a nuestro mundo sin dejarlo al azar ni para última hora


Que no se nos apague nunca esa Luz, ni nos falte el aceite para mantenerla encendida, para iluminar siempre a los demás y a nuestro mundo sin dejarlo al azar ni para última hora

Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13
Nos sucede en ocasiones. Tenemos que realizar algo en un tiempo determinado, pero nos confiamos y lo vamos dejando para después porque sabemos que podemos hacerlo y nos llega el último momento y vienen los agobios para terminarlo y muchas veces ya no lo realizamos como a nosotros nos hubiera gustado porque se nos fue el tiempo. Hay personas que son especialistas en dejarlo todo para última hora confiándose demasiado y luego viviendo con agobios y prisas. Lo malo es que al final nos tengamos que presentar con las manos vacías o que no lo realicemos con la perfección que se nos pide. Responsabilidad, prontitud, previsión, buena organización de nuestras tareas, seriedad con la que nos tomamos las cosas es algo importante a tener en cuenta y que van a marcar nuestra madurez humana.
Algo que hemos de saber aplicar a las diferentes facetas de la vida, desde las responsabilidades en nuestros trabajos o en la propia familia, como en lo más personal de nosotros mismos que nos ayuda a realizarnos más y mejor como personas y tenemos que decir también en el ámbito de nuestra fe. Es la tarea de la vida con el sentido de trascendencia que hemos de darle a cuanto hacemos, que no solo nos repercute en lo que cada momento vivamos sino que va más allá de nosotros mismos en lo que podemos trascender en los demás por lo bueno que les podamos trasmitir, pero también en el sentido de trascendencia de eternidad que vivimos desde nuestra fe.
Ahí está todo ese camino de superación que hemos de ir realizando siempre en nuestra vida, ese camino de crecimiento en lo humano pero también en lo espiritual para darle cada día una mayor profundidad a nuestro ser. Ahí está ese lucha diaria en la que intentamos ser mejores, corregir nuestros errores, fortalecernos frente a las debilidades que hay en nosotros y también, ¿por qué no?, pedir perdón a Dios por lo que hayamos hecho en contra de su voluntad. Un aspecto que olvidamos, que dejamos de lado o para el último momento tantas veces, pero el final puede ser inesperado y siempre hemos de estar preparados. ¿Cómo nos vamos a presentar ante Dios? ¿Con las manos vacías? ¿Con las manos manchadas por nuestro pecado?
Todas estas cosas – y en muchas más podríamos profundizar – me sugiere y comparto con ustedes en esta semilla de cada día desde la parábola que hoy se nos presenta en el evangelio y que seguramente muchas veces hemos escuchado, rumiado en nuestro interior y también querido llevar a nuestra vida. La parábola de las jóvenes que esperaban la llegada del novio para la boda.
Esperaban con lámparas encendidas en sus manos, según las costumbres de la época en la que no solo se alumbraba así el camino, sino que además aquellas luces habían de servir para iluminar la sala del convite de bodas. Pero no todas tuvieron suficiente aceite para mantener encendidas las lámparas, más cuando el esposo tardo en su llegada, y así algunas se encontraron que sus lámparas se apagaban y ni podían alumbrar el camino ni tampoco iluminar la sala del banquete. Fueron a buscar aceite a última hora y la puerta se cerró sin posibilidad de entrar al banquete de bodas.
Creo que la aplicación de la parábola a la vida es bien sencilla, pero que también nos ayudará a encontrar esa profundidad para nuestra vida. No podemos dejar las cosas al azar ni para última hora. Como decíamos antes en todas las facetas de la vida; como podemos pensar también en todo lo que afecta y atañe a nuestra relación con Dios y a lo que ha de ser nuestra respuesta de vida cristiana. Es el cuidado de nuestra fe y de nuestra vida espiritual; es la profundidad que hemos de saber darle a la vida desde los valores del Evangelio; es el camino de nuestra vida cristiana como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene; es el compromiso que desde esa fe vivimos también en el seno de nuestra comunidad cristiana a la que tenemos que enriquecer con nuestra vida, pero que si vamos con las manos vacías poco podemos hacer.
Que no se nos apague nunca esa luz, que no nos falte el aceite para mantenerla encendida, que podamos siempre iluminar a los demás y a nuestro mundo. No lo dejemos al azar ni para la última hora, sino vivámoslo cada día con intensidad.

jueves, 8 de agosto de 2019

Con nuestra fe y con nuestras obras de amor que de ella nacen hemos de iluminar nuestro mundo y ser sal de la tierra que no podemos ocultar



Con nuestra fe y con nuestras obras de amor que de ella nacen hemos de iluminar nuestro mundo y ser sal de la tierra que no podemos ocultar

Isaías 52, 7-10; Sal 95; Mateo 5, 13-19
¿Nos da vergüenza que vean lo que hacemos? Nos rodea como un cierto rubor o pudor ante el hecho de que los demás conozcan lo que hacemos. Queremos mantener nuestra privacidad, y es cierto que tenemos derecho a ello. Pero no vivimos aislados en el mundo o del mundo sino que el mismo sentido de nuestro existir es la convivencia porque no estamos hecho para la soledad y menos una soledad impuesta; a la luz el día vivimos y contemplamos y compartimos lo que hacemos y lo que los otros hacen. Es cierto además que desde eso que hacemos, cada uno desde su lugar, vamos construyendo nuestro mundo y queremos contribuir entre todos a que sea mejor y podamos tener una convivencia justa y feliz.
Claro que eso no significa que con vanidad vayamos haciendo alarde de lo que hacemos y con lo que contribuimos también al bien de los demás. Cuando vamos actuando en la vida con un corazón recto seremos capaces de ser humildes y sencillos sin orgullos que dañen a los demás o los minusvaloren, pero sí tendremos ojos limpios para contemplar lo bueno que los otros hacen y se convierte a la vez en estímulo para nuestra propia superación y crecimiento personal. Son malas las envidias que nos envenenan y enturbian nuestra vida y también las relaciones con los demás.
No hacemos alarde, pero tampoco ocultamos lo bueno que hacemos porque así de alguna manera nos convertimos en luz los unos para los otros ayudándonos mutuamente a nuestro crecimiento personal. No podemos ocultar la luz, no tenemos que ocultar la luz, no tenemos que avergonzarnos de la luz que llevamos en nuestra vida en nuestras buenas obras y en nuestro buen hacer.
De esto nos está hablando también hoy el evangelio. De la luz y de la sal. Ni podemos dejar que la sal se desvirtúe, ni podemos ocultar la luz. Y esto hemos de aplicarlo en todos los aspectos de la vida. Y esto tiene también una clara referencia a nuestra vida de fe y a nuestra vida cristiana. Con nuestra fe y con nuestras obras de amor que de ella nacen hemos de iluminar nuestro mundo, tenemos que ser sal de la tierra.
Y es lo que quizá los cristianos tendríamos que preguntarnos, si en verdad con nuestra vida, con nuestra fe, con nuestras obras estamos siendo luz para nuestro mundo. Y es que aquello que decíamos al principio de esta reflexión de que nos da vergüenza de que vean lo que nosotros hacemos nos puede estar sucediendo en este ámbito. No nos estamos manifestando como creyentes ante nuestro mundo, muchas ves lo ocultamos como si nos diera vergüenza de que los demás sepan que somos cristianos.
Y nuestra si tenemos que manifestarla con orgullo y con una alegría grande. Damos gracias a Dios por nuestra fe, pero glorificamos a Dios manifestando nuestra fe al mundo que nos rodea, aunque no lo quieran aceptar. Nosotros creemos en verdad que en Jesús está la salvación y esa tiene que ser una luz que ilumine al mundo, para que todos puedan descubrir el verdadero sentido de la fe que nos ayudará precisamente a la transformación de nuestro mundo.
La fe ilumina nuestros rostros llenos de alegría porque en Cristo hemos encontrado el verdadero sentido y valor de nuestra vida. Manifestémoslo con gallardía ante nuestro mundo para que contagiemos esa alegría de la fe.
Así tendríamos también que saber dar a conocer al mundo toda esa historia de santidad que tenemos en la Iglesia; esos santos que vivieron la alegría de su fe, esos santos que con su palabra y con el testimonio de su vida tanto hicieron por mejorar el mundo haciendo que todos fuéramos mejores. En los santos hemos de ver ese ejemplo que a nosotros nos estimule. Hoy estamos celebrando un gran santo en este sentido como fue Santo Domingo de Guzmán.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Necesitamos mantenernos firmes y seguros a pesar de las dificultades en un crecimiento humano de nuestra vida pero también en la maduración de nuestra fe


Necesitamos mantenernos firmes y seguros a pesar de las dificultades en un crecimiento humano de nuestra vida pero también en la maduración de nuestra fe

Números 13,1-2.25; 14,1.26-30.34-35; Sal 105;  Mateo 15,21-28
Algunas veces nos crecemos cuando encontramos dificultades o todo se nos pone en contra; es cierto que hay momentos en que en situaciones así nos sentimos derrotados, lo queremos echar todo a rodar, nos desanimamos y al final no seguimos insistiendo. Pero cuando tenemos confianza en que aquello por lo que luchamos merece la pena, estamos seguros que lo podemos conseguir, las dificultades no nos arredran sino que seguimos insistiendo y luchando con una gran fortaleza de espíritu.
Ahí se manifiesta también la grandeza de la persona, aunque quizá nos pueda parecer llena de defectos y debilidades, que es incapaz o que no sabe cómo enfrentarse, pero sin embargo insiste y lucha por conseguir aquello que tanto anhela. Son ejemplos que quizá nos queremos ver o no sabemos valorar, porque quizá provienen de personas a las que nosotros de alguna manera consideramos inferiores o incapaces para esas luchas.
No queremos reconocerlo quizá porque realmente somos nosotros los incapaces para luchar y los que pronto tiramos la toalla desistiendo del esfuerzo que sería necesario. Ya simplemente con el ejemplo que no dan personas así podemos decir que tenemos aprendida una hermosa lección para nuestra inconstancia y nuestra falta de perseverancia.
Pudiera parecer excesiva la introducción fijándonos en aspectos meramente humanos con referencia a nuestra propia personalidad como entrada a la reflexión que nos ofrece el texto del evangelio de hoy. Y es que en este texto de la mujer cananea que va detrás de Jesús pidiendo compasión para ella y para su hija enferma, en este aspecto humano ya es una gran lección para nosotros que tendríamos que aprender.
Hoy se nos resalta en este texto la fe de aquella mujer. Es lo que finalmente Jesús alaba cuando al fin entra en conversación con ella para atender a su petición. Había ido rogando compasión y misericordia, haciendo incluso una confesión de fe en Jesús como Mesías - hijo de David, le llama -, cuando realmente aquella mujer era pagana. Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo, es el grito de aquella mujer.
En el relato hay cosas que nos pueden confundir en las palabras o en la actitud primera de Jesús, pero que de alguna manera reflejan lo que era el trato que los judíos daban a los gentiles, con los que incluso no querían ni mezclarse. Pero en el conjunto del relato descubrimos una apertura del evangelio y de la salvación que es para todos, y no se reduce al pueblo judío, basta con que se tenga fe. ‘Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas’, le dirá Jesús y la niña quedó curada, liberada del maligno.
Un doble mensaje estamos descubriendo, por una parte de ese aspecto humano de nuestra vida donde tenemos que aprender a crecer y a madurar, donde hemos de ser perseverantes en aquello por lo que luchamos, aunque al mismo tiempo el respeto y la valoración que hemos de saber hacer de toda persona no discriminándola nunca por su condición sea cual sea; pero también en el crecimiento de nuestra fe, por la confianza que hemos de saber poner en Dios que aunque nos parezca en ocasiones en silencio o lejano a nuestras peticiones o a nuestros sufrimientos, siempre nos escucha y con nuestra perseverancia en la fe encontraremos la salvación.

martes, 6 de agosto de 2019

Tenemos que aprender a subir a la montaña con Jesús en nuestra oración donde vivamos nuestro Tabor disfrutando de la presencia de Dios en nuestra vida


Tenemos que aprender a subir a la montaña con Jesús en nuestra oración donde vivamos nuestro Tabor disfrutando de la presencia de Dios en nuestra vida

2Pedro 1,16-19; Salmo 96; Mateo 17,1-9
‘¡Qué bien se está aquí!’ Alguna vez nos hemos expresado o nos hemos sentido así. Momentos de felicidad y de dicha, un encuentro familiar, una convivencia con los amigos, alguna experiencia muy especial allá en lo más intimo de nosotros mismos… No querríamos que aquel momento se acabara, no queremos perder la magia de lo que allí estamos viviendo, no deseamos que se diluya esa experiencia espiritual. Que aquello continúe y desearíamos que sea para siempre, aunque sabemos bien que tenemos que bajar a la realidad, volver a las cosas de cada día quizás muchas veces llenas de sombras, pero aquella luz no queremos que se apague.
Era lo que estaban viviendo aquellos discípulos allá en lo alto de la montaña y como siempre es Pedro el primero que salta con su palabra. Más tarde quizás pensará que no sabía lo que decía, pero era algo tan bonito que deseaba que no se acabara nunca.
Jesús se había llevado a una montaña alta en medio de las llanuras de Galilea solo a tres de los discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Solía Jesús retirarse a solas a orar y lo hacia en descampado, se adentraba entre los árboles del monte, subía a un lugar elevado tan emblemático en la espiritualidad judía. Ahora no había ido solo sino que se había llevado a aquellos tres discípulos escogidos.
Y allí en aquella intimidad se desplegó la maravilla del misterio de Dios que se manifestaba en Jesús ante los ojos de los discípulos asustados y que más bien estaban aturdidos de sueño cuando tocaba ir a orar como tantas veces nos pasa. Pero aquello los había despertado, aquellos resplandores, aquella nube que los envolvía, a aparición de Moisés y Elías hablando con Jesús. ‘¡Qué bien se está aquí!’, y ya querían hacer tres tiendas para que permanecieran para siempre, aunque casi se olvidaban de si mismos. Dios les había permitido inundarse de su presencia divina.
Pero algo más iba a suceder porque al verse envueltos en una nube se escuchó la voz del cielo que señalaba a Jesús como el amado y preferido de Dios a quien habíamos de escuchar. ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto’. Esto ya sobrepasaba todo lo imaginable y entonces sí que se llenaron de temor y cayeron de bruces rostro en tierra. Pero allí está Jesús con su paz. ‘No temáis’. Había que bajar de nuevo a la llanura.
Aquello era una experiencia para tomar fuerzas para el camino que iba a ser duro y necesitaba estar bien fortalecidos. Moisés y Elías habían hablado con Jesús también de su pasión y muerte, algo que Jesús les había anunciado y nunca habían creído, y ahora tendrían que enfrentarse a todo el recorrido de subida a la Pascua. Sería la Pascua de Jesús que tenia que ser también su pascua; ya llevaban por adelantado la experiencia de Dios que habían vivido donde tendrían que encontrar fortaleza y esperanza, pero que iba a ser algo bien costoso para ellos. Por eso Jesús les dice que no hablen de todo aquello hasta después de la resurrección.
Si comenzamos comentando experiencias humanas que hayamos podido vivir donde nos hayamos sentido bien a gusto, ahora tenemos que dar un paso más. Es llegar a rememorar en nuestra vida esas experiencias de Dios que hayamos tenido. Espiritualmente también habremos tenido en algún momento esa vivencia especial donde sentimos a Dios de manera especial en nosotros. Son esos momentos de Tabor que hayamos podido tener, o son esos momentos de Tabor que de alguna manera hemos de buscar.
Tenemos que subir a la montaña también, tenemos que buscar ese momento donde abramos nuestro corazón a Dios y a como El quiera manifestársenos. Yo diría que tenemos que saber cuidar nuestra oración para que no nos adormezcamos como tantas veces nos sucede o que nos caemos de sueño o nos vamos con nuestra imaginación por otros viajes.
Tenemos que saber encontrar ese momento de silencio interior, donde nos metamos allá en lo más hondo para escuchar a Dios, para sentir la presencia de Dios. Con ruidos, con imaginaciones, con cosas que nos llamen la atención desde lo exterior, o con turbulencias en nuestro espíritu no podemos escuchar a Dios.
Tenemos que aprender a hacer ese silencio, a encontrar ese recogimiento, ese saber centrarnos en Dios con toda nuestra fe para escucharle, para sentirle, para vivirle. Así llegaremos a esa experiencia de Dios, a esa vivencia de su presencia, a ese sentir que Dios está con nosotros y camina a nuestro lado, a tener nuestra pascua de Dios en nuestra vida.
Es lo que hoy celebramos y queremos contemplar en esta fiesta de la Transfiguración del Señor.

lunes, 5 de agosto de 2019

Nos queremos meter en el molde de Maria para si mejor parecernos a ella, la llena de gracia, para así mejor llenarnos de Dios



Nos queremos meter en el molde de Maria para si mejor parecernos a ella, la llena de gracia, para así mejor llenarnos de Dios

Lucas, 11,27-28
Hoy quiero tener un recuerdo especial en esta semilla de cada día para la Virgen María. En nuestra tierra, y en especial en la isla de La Palma, se la celebra en este día con la Advocación de Nuestra Señora de las Nieves, allá en su santuario del monte, a donde acuden hoy todos los moradores de la isla para honrar y venerar a su madre y patrona. En muchas otras localidades de nuestras islas se celebra también con esa misma advocación así como son muchas las mujeres canarias que llevan su nombre de Nieves o María de las Nieves.
El origen de esta hermosa advocación está en Roma en el Monte Esquilino, que en un cinco de agosto apareció cubierto de nieve como una señal del cielo para aquellos sueños del Papa de entonces en los que la Virgen le pedía edificar un templo en su nombre. Uno de los primeros templos de la cristiandad levantados en honor de María, a Madre de Dios, como recientemente entonces había sido proclamada por los concilios.
Hoy aquel templo inicial se ha convertido en la magnifica Basílica de san Maria la Mayor, una de las cuatro basílicas mayores, o basílicas papales que hay en la ciudad de Roma junto a san Juan de Letrán, su Catedral, san Pedro del Vaticano y san Pablo extramuros. Es allí donde acude antes y después de cada viaje pontificio el Papa Francisco para postrarse ante la imagen de Maria, Salus populi romani, que en aquella Basílica se venera. Una Basílica, por demás, que lleva el patronazgo del reino de España desde tiempo inmemorial, de manera que el Jefe del Estado español es canónigo honorario de la misma.
Pero no nos queremos quedar en datos históricos en nuestra mirada a Maria en este día de su fiesta, como decíamos, con la advocación de Virgen de las Nieves. El mismo nombre nos está indicando el camino de pureza y santidad que hemos de seguir para imitar a María. La llena de gracia, como la llamó el ángel de la Anunciación; llena de gracia porque estaba inundada de Dios que la hace resplandecer con las más bellas virtudes. Concebida sin pecado original la proclamamos como Inmaculada Concepción, hablándonos de su alma pura, de su corazón sin pecado, de su vida llena de gracia, del amor de Dios que la envuelve para convertirse en ternura de Dios para nosotros.
Es la madre solicita y atenta que siempre está a nuestro lado para señalarnos y ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva a Jesús. Es la madre que ruega por nosotros para que sintamos la gracia y la fortaleza de Dios para que no caigamos en la tentación del mal, del desamor, de la dureza del corazón; sintiendo la ternura de la Madre a nuestro lado nuestros corazones tienen que derretirse de amor, no valen ya las corazas del egoísmo y de la insensibilidad, no tiene lugar de ninguna manera en nuestra vida la maldad que nos haría injustos y violentos, sino que todo tiene que ya ser siempre en nosotros delicadeza, ternura, amor, cercanía con los que están a nuestro lado.
La Biblia nos habla de cómo resplandecía del rostro de Moisés cuando bajaba del monte de la presencia de Dios; miramos a María y cual nieve resplandeciente con el sol la contemplamos a ella en la que brilla toda gracia porque así está llena de Dios. Cuando decimos llena de toda gracia no es como si estuviera llena de alguna cosa hermosa, queremos referirnos a la presencia de Dios en su vida que eso es gracia, porque siempre el amor de Dios en nosotros es un regalo de Dios, es un don gratuito en que Dios mismo se nos da.
En María resplandece de una manera especial; eso de ella tenemos que aprender, copiar en nosotros metiéndonos en el molde de su vida para así mejor parecernos a ella, para así mejor llenarnos de Dios. Ella fue el molde de Jesús que en su vientre se engendró como hombre.

domingo, 4 de agosto de 2019

Necesitamos aprender a vivir haciéndonos una verdadera escala de valores y disfrutemos de verdad lo que somos



Necesitamos aprender a vivir haciéndonos una verdadera escala de valores y disfrutemos de verdad lo que somos

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 94; Col. 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21
No sé si es que la vida nos obliga a vivir así o que imbuidos por una carrera a la que todos nos sometemos nos hemos hecho a una vida sin vivir de verdad.  Todo parece una loca carrera donde no parece que nos detengamos ni para coger aire, cuanto menos para vivir. Sí, nos puede parecer una exageración, pero veamos en la carrera loca en que nos hemos metido en trabajar y trabajar para tener más, decimos para tener mejor vida y nos llenamos de cosas de las que al final vivimos como esclavizados - algunas veces no sabemos ni lo que tenemos perdidos en ese acumular - sin ni siquiera disfrutar de verdad lo que somos y lo que tenemos.
Queremos tener mejor casa, mejor coche, las mejores cosas que puedan salir al mercado, decimos que queremos una mejor vida para nuestros hijos y nuestra familia y no paramos de trabajar y trabajar porque nunca llegamos a tener todo lo que ansiamos. Pero, ¿cuando nos detenemos un poco para vivir, para disfrutar de lo que ya tenemos pero sobre todo de lo que somos, o para simplemente convivir en paz y tranquilidad con nuestra familia?
No tenemos tiempo porque queremos tener más y eso nos exige trabajar y trabajar. Una loca carrera para mejor vivir, decimos, pero luego no vivimos; no nos detenemos ni a pensar, ni a reflexionar, o si lo hacemos es para ver como aumentamos nuestras ganancias. Pero ¿disfrutar del saber? ¿Disfrutar de la cultura? ¿Disfrutar de la convivencia con amigos, con familiares? No tenemos tiempo, como decíamos antes, ni para respirar. ¿Merece vivir así? ¿Realmente estamos viviendo? ¿No nos estaremos convirtiendo en autómatas o en esclavos de esa misma carrera? ‘Vanidad de vanidades…vaciedad sin sentido, todo es vaciedad’ que nos decía el sabio del Antiguo Testamento.
Claro que también soñamos, a ver si tenemos suerte, a ver si nos cae la lotería, un premio importante que nos resuelva todos los problemas. Pero aun así ¿llegaremos a disfrutar del vivir? Que el vivir ya no es solo la ultima orgía, los placeres mas exquisitos, el hacer lo que me de la gana, el ya no tener que hacer nada porque se acabaron las obligaciones. Que vivir tiene que ser algo más hondo en la persona.
Claro que no siempre tenemos clara la escala de valores por las que se ha de regir nuestra vida. Parece como si al final no sabemos ni lo que queremos. Y no me quiero poner pesimista pensando que todos andamos así, pero sí tendría que hacernos reflexionar, eso que nos cuesta tanto, para ver lo que realmente es importante en la vida y si merece entonces todos esos agobios con los que vivimos.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio ‘cuidado, guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Esa codicia que tanto nos encandila, esos afanes que nos obnubilan, esos agobios que no nos dejan disfrutar de lo que somos que no ya de lo que tenemos. ¿Buscamos el tener o el ser? ¿Qué es lo que cuidamos y qué es lo primordial en lo que hacemos, en lo que son las cosas por las que luchamos?
Y nos propone Jesús la parábola del hombre rico que obtuvo una gran cosecha de manera que tuvo que aumentar sus bodegas y almacenes para guardar cuanto había cosechado. Y ya pensaba que podía vivir, tumbarse, vivir la buena vida, no tener que trabajar porque ya tenía para muchos años. Pero todo aquello se acabó y no llegó a vivir.
Lo que hemos venido diciendo. No supo vivir cuando simplemente con su trabajo tenia para una vida digna, sino que ansiaba mucho más. Llegó a tenerlo todo y no llegó a vivir. Vanidades de la vida en que vivimos envueltos tantas veces; un vacío que al final sentimos en nosotros mismos, y unas manos vacías con que  nos vamos a encontrar al final de la existencia.
No se trata solo de la actitud injusta e insolidaria de quien solo pensaba en si mismo y cuando tuvo todo hasta de sobra ni siquiera de acordó de los que pasaban necesidad para compartir con ellos. ¿Cuándo nos daremos cuenta que los bienes de la tierra no tenemos que acapararlos para nosotros solos? Ese mundo que Dios ha puesto en nuestras manos no es para que lo acaparemos solo para nosotros. Nuestra mirada tiene que ser más amplia y más universal; no nos valen actitudes egoístas e insolidarias que al final terminan siendo injustas porque nos hacemos insensibles a la vida de los demás.
Es descubrir otro sentido del vivir dándonos cuenta de que no vivimos más intensamente la vida porque poseamos muchas cosas. Cuántos padres no disfrutan de la vida de sus hijos solo afanados por el ganar diciendo que es por el bien de sus hijos, pero realmente no conocen a sus hijos, no saben lo que piensan o lo que anhelan, cuando les falta algo tan sencillo como tiempo para sentarse a hablar con ellos. ¿Eso es vivir y disfrutar de la familia y de los hijos?
Muchas cosas se podrían reflexionar en este sentido. Ojalá aprendiéramos a saber vivir dándole valor e importancia a lo que realmente lo tiene porque nos hagamos una buena escala de valores para construir nuestra vida.