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sábado, 20 de agosto de 2016

Ni vanidades de apariencias falsas ni orgullos que nos levanten en pedestales, sino caminos de humildad y de servicio son los que verdaderamente nos hacen grandes

Ni vanidades de apariencias falsas ni orgullos que nos levanten en pedestales, sino caminos de humildad y de servicio son los que verdaderamente nos hacen grandes

 Ezequiel 43,1-7ª; Sal 84; Mateo 23,1-12
Confieso que esto que voy a decir primero me lo aplico a mi mismo, porque me hace pensar mucho en lo que yo hago o he hecho y si acaso estoy en lo mismo. En la vida nos vamos encontrando siempre quien tiene algo que decir, algo que decirnos de cómo hemos de hacer las cosas, de cómo hay que arreglar el mundo y muchas cosas en este sentido.
Y ya no se trata solamente de la corrección fraterna que hemos de hacernos los unos a los otros para ayudarnos a mejorar, o de quien sabe ha de enseñar. Me refiero más bien a esa vanidad de la vida, a ese orgullo con que tenemos el peligro de ir señalando a los demás lo que tienen que hacer, pero por sí mismos, por mejorar su propia vida quizás no mueven un dedo. Fácilmente caemos en esa vanidad y en esos orgullos.
Las vanidades de las apariencias son tentaciones que todos podemos tener, y esto nos puede llevar a ser inmisericordes con los demás y hasta injustos en las apreciaciones que podamos tener de los otros. Yo no soy quien para juzgar al otro ni para condenarlo. Si algo hemos de hacer con humildad es ayudarnos mutuamente y con la delicadeza más exquisita nos decimos las cosas para tratar de mejorar en nuestra vida; pero no nos podemos convertir en maestros de nadie que con orgullo vayamos imponiendo nuestra manera de ver las cosas. 
De esto le hablaba Jesús a la gente, viendo la actitud y las posturas farisaicas de los maestros de la ley que buscaban la vanidad de la apariencia y el orgullo de sentirse o creerse superiores a los demás. Por eso en lo externo querían aparecer como buenos y que eso lo reconociera la gente rindiéndoles honores; buscaban primeros puestos y reverencias de las gentes, que señala Jesús.
En su vanidad llegan a escribir los mandatos de la ley del Señor en el borde de sus mantos, y cuanto más anchas fueran las franjas mejor porque así podría aparecer mejor su prepotencia. Así creían cumplir la ley del Señor que allá en el Deuteronomio les recomendaba tener muy presentes siempre los mandamientos del Señor, como si los llevaran siempre delante de sus ojos. De ahí esas filacterias y esos escritos en el borde de sus mantos, porque así lo llevaban materialmente delante de los ojos, pero ¿los llevarían de igual modo inscritos en su corazón?
No es ese el camino que hemos de seguir; Jesús nos pide humildad y espíritu de servicio para buscar lo bueno, para querer lo mejor para los demás, pero para con sinceridad de corazón también buscar nosotros humildemente los caminos del Señor. Esos caminos de humildad y de espíritu de servicio son los que nos hacen verdaderamente grandes y con los que podemos encontrarnos con el Señor.

viernes, 19 de agosto de 2016

Una pregunta repetida que nos lleva siempre a la misma respuesta, el amor

Una pregunta repetida que nos lleva siempre a la misma respuesta, el amor

Ezequiel 37,1-14; Sal 106; Mateo 22,34-40

La eterna pregunta que se repite una y otra vez. La eterna pregunta que nos repetimos nosotros también aunque sabemos bien cual es la respuesta como si buscáramos una cosa nueva. ¿Qué tengo que hacer? Ya lo preguntaba con buena voluntad aquel joven rico que quería seguir a Jesús. Ahora lo pregunta un letrado que sabe bien la respuesta, porque es lo que él enseña, lo que sabe todo buen judío de memoria, lo que repiten tantas veces al día al entrar y al salir, al levantarse o al acostarse, al comenzar a comer o al iniciar cualquier obra buena. Lo pregunta queriendo poner a prueba a Jesús. Lo pregunta porque quizá también haya dudas en su interior. Como lo preguntamos nosotros. Como tantas veces nos hacemos los desentendidos. ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal?’
¿Qué es lo que iba a responder Jesús? No podía responder de otra manera. El no había venido a abolir la ley y los profetas nos había dicho allá en la montaña cuando lo de las bienaventuranzas. El quería darle plenitud. Por eso insiste Jesús, responde con lo que todos sabían, lo que estaba escrito en la ley, pero que había de llevarse a la plenitud, había de cumplirse y no de una forma cualquiera.
‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas’. Es la ley del Señor. Es el mandamiento al que hay que dar plenitud. Es el mandamiento que no se puede quedar en una repetición de memoria ni en solo palabras. Es el mandamiento que hay que llevar a la vida, a la vida concreta de cada día.
Es el amor. Amor en toda su plenitud. Amor con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Es el amor sobre todas las cosas. Nada puede estar antes o por encima. Nada puede haber más principal. Ojalá seamos capaces de vivir el amor a Dios así. Lo damos por supuesto, y no lo revisamos, no nos revisamos a ver hasta donde llega de verdad ese amor que le tenemos a Dios. En el examen de nuestra vida pasamos por encima de este mandamiento porque lo damos por supuesto. Pero ¿no habrá quizá en algunos momentos otras cosas que pongamos por encima de este amor? ¿No habrá algunos momentos en que miramos primero nuestro amor propio, nuestro orgullo, nuestros intereses que ese amor de Dios sobre todas las cosas?
No es el amor que dirigimos a un ser invisible, que lo sentimos tan superior que se nos hace extraño muchas veces en nuestra vida. Es el amor que hemos recibido de un Padre, de Dios que es nuestro Padre y nos ama más que nada y al que nosotros queremos corresponder también con todo nuestro amor. Es un amor que hacemos concreto y nuestra relación con Dios es de otra manera, con otra intimidad, con una confianza suprema, con una obediencia total. Es el amor que manifestamos en todo lo que hacemos donde siempre vamos a estar viendo a Dios, en lo que queremos siempre  manifestar siempre su gloria.
Es un amor tan concreto que nos lleva necesariamente a amar a todos los que Dios ama, por eso para nosotros los demás serán siempre hermanos, porque son hijos del mismo Padre Dios y así son amados por Dios. Por eso nos dirá Jesús que el segundo es tan principal como el primero, que si no cumplimos el amor del segundo, el amor al prójimo no podemos decir que estemos amando a Dios. Cuánto tenemos que hacer en este sentido.

jueves, 18 de agosto de 2016

Disculpas, entretenimientos, ‘obligaciones’, apegos que ocupan nuestro corazón para no escuchar ni darle importancia a la vivencia del Reino de Dios

Disculpas, entretenimientos, ‘obligaciones’, apegos que ocupan nuestro corazón para no escuchar ni darle importancia a la vivencia del Reino de Dios

Ezequiel 36,23-28; Sal 50; Mateo 22,1-14

¡Cuántas disculpas nos buscamos en tantas ocasiones! Sabemos que aquello es importante, pero como solemos decir, no tenemos el cuerpo para esas cosas, nosotros no le damos importancia ni tenemos demasiado interés y nos buscamos mil disculpas; siempre tenemos que hacer, que ir a otra parte, que no nos apetece ni tenemos ganas, que hay otras cosas que en ese momento nosotros consideramos más importantes, no somos capaces de decir directamente no, pero damos mil rodeos para escaquearnos.
Esto referente a actos de nuestra vida social, o lo que pudiera ser más grave en el caso de obligaciones que dejamos de lado porque nos entretenemos aquí o allá, pero no damos tiempo, no encontramos tiempo, decimos, para hacerlo o para cumplir con aquella obligación. Hoy diríamos que nos entretenemos con las redes sociales de Internet o de nuestro móvil porque quizá la damos más importancia a responder a un whatsApp de una conversación insulsa o ponernos a navegar por facebook, que atender a nuestras responsabilidades de cada momento.
Es en lo que nos quiere hacer pensar Jesús con la parábola que hoy nos propone el evangelio. Ya nos dice el evangelista que Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Hace Jesús un resumen con la parábola de lo que había sido y era en aquellos momentos la historia de la salvación del pueblo de Israel. Invitados a las bodas del Reino a lo largo de la historia había enviado Dios profetas y hombres de Dios que fueran recordando esa invitación de amor de Dios que era la vivencia de la Alianza. Ahora llegaba el momento del Reino de Dios con la presencia de Jesús con su salvación y ¿cuál era la respuesta?
Allí estaba palpable en aquellos momentos en que veían los signos que Jesús realizaba y la Palabra del Reino que anunciaba y no querían escucharle. Siempre andaban buscando la manera de cazar a Jesús, de hacer sus interpretaciones a sus palabras para tener de qué acusarle y aunque los sencillos y humildes de corazón eran capaces de reconocer los signos de Dios, allí estaban ellos los principales del pueblo que no querían escuchar, que rechazaban la invitación a la participación en el Reino de Dios que Jesús les anunciaba.
Pero esa Palabra de Jesús llega hoy a nuestra vida, y a nuestra vida concreta. Si nos narrase hoy la parábola seguro que los ejemplos de las disculpas irían también por el camino de lo que mencionábamos al principio. Cuantas disculpas en nuestra vida, cuantos balones queremos echar fuera como solemos decir, cuantos entretenimientos en los que ocupamos la vida, cuantas cosas que nos distraen de atender la llamada y la invitación de Jesús.
Quizá si nos enviara un whatsApp le prestáramos más atención. De mil maneras sigue resonando en nuestras vidas esa llamada de Jesús pero qué poca atención le prestamos. Como decíamos, siempre encontramos disculpas, siempre tenemos cosas que hacer, siempre nos buscamos entretenimientos, siempre tenemos ‘obligaciones’ como apegos en nuestra vida que nos ocupan nuestro tiempo, nos ocupan nuestro corazón y no damos el paso adelante para vivir en el sentido del Reino de Dios. ¿Habremos llegado a descubrir la importancia del Reino de Dios que nos anuncia el Evangelio?

miércoles, 17 de agosto de 2016

Apreciemos lo que es el don gratuito del amor que Dios nos tiene y correspondamos nosotros responsablemente con un amor semejante

Apreciemos lo que es el don gratuito del amor que Dios nos tiene y correspondamos nosotros responsablemente con un amor semejante

Ezequiel 34,1-11; Sal 22; Mateo 20,1-16

Hay gente que se extraña de que algo pueda ser gratuito. Estamos tan acostumbrados a pagar por todo que cuando viene alguien y nos regala algo sin saber nosotros por qué lo hace, entramos en desconfianzas, hay algunos que incluso no lo quieren aceptar, o buscamos la manera de pagárselo de algún modo. ¿Es que a todo tenemos que ponerle precio? ¿Es que no sabemos hacer nada de forma gratuita? ¿Nos humilla quizá el que alguien pueda regalarnos algo sin que nosotros hayamos hecho algo para merecerlo? Parece que tenemos que sentirnos obligados a pagarlo de algún modo cuando se nos ofrece algo gratuito.
Esto que nos sucede muchas veces en lo que son nuestras relaciones humanas, pareciera que tiene que ser una medida o una forma de actuar también en nuestra relación con Dios. El amor que Dios nos tiene es gracia, es algo gratuito, porque fue El quien nos amó primero. Así ya nos lo dice san Juan en sus cartas. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero’, nos viene a decir.
Pero nosotros parece que aun queremos ir como acumulando cosas buenas que hagamos para luego exigirle a Dios que nos ame y nos de su salvación. Acumulamos rosarios, acumulamos misas, acumulamos rezos y novenas, acumulamos y pareciera que quisiéramos llevar una contabilidad de todas las cosas buenas que hemos hecho para decir que merecemos la salvación. ‘Es que yo he hecho tantas cosas buenas…’ nos decimos, y estamos pensando quizá que puesto más alto o más bajo vamos a tener en el cielo según todas esas cosas que hayamos hecho. Olvidamos una cosa. La salvación nos la ganó Jesús, que fue el que se entregó y murió por nosotros para nuestra salvación. La salvación es gracia.
Todo esto me lo hace pensar la parábola que escuchamos hoy en el evangelio. Aquellos trabajadores que fueron llamados a distintas hora a trabajar en la viña. Al final del día todos recibieron un denario, aunque los primeros protestaron porque creían que merecían más porque habían estado todo el día; pero lo ajustado era un denario y un denario recibieron. Y nos quiere manifestar lo que es la bondad y el corazón misericordioso de Dios que nos ofrece su salvación; unos responderán a una hora, otros son llamados en otras horas que quizá nos pudieran parecer tardías, pero lo importante era la respuesta. A todos aquellos que respondieron se les dio el denario, signo de nuestra salvación. Como decíamos, no podemos andar contabilizando cosas para decir que merecemos más o menos, lo importante es la respuesta, y la respuesta fiel y llena de amor, porque lo demás es gracia, es regalo gratuito de Dios que así no ofrece la salvación.
No podemos decir que si no tenemos esas contabilidades a lo humano nos faltará estimulo. Es que estamos hablando de amor, y el amor siempre es un gracia, el amor siempre es gratuito, el amor es algo que ofrecemos desde lo más hondo de nosotros mismos porque queremos, porque queremos amar, porque queremos ofrecer lo mejor de nosotros mismos. Por eso no nos puede faltar responsabilidad en nuestra vida para desarrollar todos nuestros valores, todas nuestras capacidades, porque además con ello estamos contribuyendo también al bien de ese mundo en el que vivimos.

martes, 16 de agosto de 2016

Nos tenemos que preguntar seriamente cuál es la autentica salvación que nosotros buscamos

Nos tenemos que preguntar seriamente cuál es la autentica salvación que nosotros buscamos

 Ezequiel 28,1-10; Dt 32;  Mateo 19,23-30
‘Entonces, ¿Quién puede salvarse?’ se preguntan los discípulos ante las palabras de Jesús. ¿Cuál es la salvación en la que están pensando los discípulos? ¿Cuál es la salvación que nosotros buscamos? Porque aunque tratemos de pensar espiritualmente y podamos pensar en la trascendencia de nuestra vida, y hayamos oído hablar muchas veces de vida eterna y de salvación eterna, repito, ¿cuál es la salvación que realmente buscamos en el día a día de nuestra vida? ¿No podremos estar pensando allá en nuestro subconsciente en la salvación que nos libere de nuestros problemas, que nos saque de los apuros que en la vida vamos teniendo? Habría que pensar y analizar con cuidado.
Los discípulos se hacen la pregunta que antes mencionábamos porque Jesús había sentenciado cuán difícil le es a los ricos entrar en la sintonía del reino de los cielos. Y hablaba Jesús, como en un ejemplo o alegoría, de la dificultad de un camello para pasar por el  ojo de una aguja; y podemos interpretar lo del camello y la aguja como queramos, ya fuera en las puertas estrechas de las murallas a la entrada de las poblaciones por donde un camello cargado con sus mercancías no podría pasar, o literalmente en una aguja de coser por donde quisiéramos pasar un camello.
Nos preguntábamos por la salvación que realmente nosotros buscamos en la vida. Como decíamos estamos pensando siempre en esos problemas que cada día nos agobian, en esas carencias o necesidades que podamos tener y cuanto nos lo resolvería un poco de dinero. Y compramos lotería o cualquier otro juego de azar pensando que si lo ganamos tenemos ya resueltos todos nuestros problemas, y si no miremos la alegría de quienes tienen la suerte de ganar algo sobre todo si es una cantidad extraordinaria de dinero. O pensemos también en cuales son muchas veces las motivaciones de nuestras oraciones a Dios, lo que le pedimos o prometemos a la Virgen cuando la visitamos en un Santuario dedicado en su honor, o en nuestras oraciones de cada día.
Y Jesús nos está diciendo los obstáculos en que se convierten para nuestra vida las riquezas; cómo nuestro corazón se apega a los tesoros de este mundo y hacemos lo que sea por obtenerlos. Pensemos en lo que cada día estamos oyendo hoy en las noticias que nos hablan de corrupción de todo tipo en la administración de los recursos de la tierra, las ganancias que se obtienen por parte de tantos de formas sospechosas tan rodeadas de injusticias, de robos, de malversación de los bienes administrados, de tráfico de influencias, de ganancias de todo tipo que no sabemos de donde proceden y que bien sospechamos cuanto fraude hay detrás de todas esas cosas.
Es otro el estilo y el sentido que nosotros tenemos que darle a la vida; es otra la manera de utilizar esos bienes materiales o esas riquezas para que no nos endiosemos, para que no se adueñen del corazón o nuestro corazón no se apegue a ellas, para que pensemos que ese mundo con sus bienes y riquezas que Dios ha puesto en nuestras manos no es para que nos adueñemos de ello de una forma egoísta pensando solo en nosotros sino que sepamos descubrir la función social que han de tener y la forma entonces en como nosotros somos unos administradores.
Creced y multiplicaos, nos decía Dios en el momento de crearnos y poner ese mundo en nuestras manos, y el evangelio nos habla de negociar y administrar esos talentos desarrollándolos. Tenemos que compaginar bien todas esas cosas y nunca nos hagamos avariciosos ni seamos injustos con los demás. Son otras las cosas y el sentido de las cosas que han de primar en nuestra vida. Da mucho que pensar la pregunta que se hacían los discípulos y que nos hacemos nosotros también muchas veces.

lunes, 15 de agosto de 2016

La Asunción de María nos hace levantar nuestra vida para ponernos en camino de amor como ella que nos alcance también un día la gloria del Señor

La Asunción de María nos hace levantar nuestra vida para ponernos en camino de amor como ella que nos alcance también un día la gloria del Señor

Apoc. 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Cor. 15, 20-27ª; Lc. 1, 39-56
María nos hace siempre levantar nuestra mirada a lo alto. Hoy de manera especial cuando celebramos su Asunción al cielo, su glorificación viviendo para siempre en la gloria de Dios nos hace levantar, digo, nuestros ojos a lo alto. Y bien que lo necesitamos.
En una oración con la que la invocamos desde siempre decimos que como andamos en este valle de lágrimas ella vuelva sus ojos misericordiosos sobre nosotros. Pero más aún tenemos que decirle que porque andamos en este valle de lagrimas, sintiendo, sí, su consuelo maternal, ella nos enseñe a levantar nuestra mirada porque necesitamos encontrar metas de luz, rayos de esperanza, ideales que nos animen a emprender esas sendas nuevas que con el evangelio de Jesús podemos y tenemos que encontrar.
Muchas son las cosas que nos encontramos en el camino de la vida y que nos hacen sufrir y a veces perder toda esperanza. Negruras que se nos meten en el alma y que nos llenan de angustias ante un mundo roto en el que vivimos tan lleno de egoísmos y de maldades. El sufrimiento y la angustia de los pobres y de todos los que padecen necesidad, de los que se sienten desplazados en la vida, de los que sufren las injusticias de los demás y se sienten oprimidos, de los que se ven envueltos en violencias y en guerras que todo lo destruyen y destruyen hasta lo más hondo nuestras esperanzas, de los que en este torbellino de la vida caminan sin rumbo y desorientados, de los que se ven arrastrados por tantas cosas que prometen libertad pero que mas bien conducen a las esclavitudes del materialismo y la sensualidad con que se vive la vida tantas veces, y tantas cosas nos tienen que hacer desear encontrar un camino de salvación, algo que nos renueve y nos levante, algo que nos pueda conducir a un mundo nuevo y mejor donde podamos en verdad ser más felices.
Nosotros desde nuestra fe confesamos y decimos que solo en Jesús podemos encontrar esa salvación, esas metas e ideales grandes, esa verdadera libertad que nos dé un sentido a nuestro caminar; solo en Jesús podemos encontrar esa paz en lo más hondo de nosotros mismos porque El es el que nos libera de todas esas esclavitudes, de todas esas cosas que nos atan y al final nos llevarían por caminos de infelicidad.
María nos está señalando ese camino que nos conduce a Jesús, que nos hace encontrar esa verdadera luz de nuestra vida que va a borrar para siempre todas esas tinieblas que nos entenebrecen. Es lo que canta María hoy en su cántico en el encuentro con Isabel. María comienza alabando a Dios que quiso contar con ella, a pesar de que se consideraba a sí misma la más pequeña, la humilde esclava del Señor. Y María canta al Señor dando gracias porque se va a derramar su misericordia sobre todos los hombres que viene a restaurar todo lo que hay roto en el corazón del hombre, pero que viene a ponernos en camino de ese mundo nuevo donde todo será renovado.
Dios ha hecho cosas grandes en ella y no se cansa de proclamarlo y de gracias porque siente que la alegría de esa gracia de Dios en ella se desborda y quiere contagiar a los demás pero ella está viendo también como esa misericordia del Señor va a llegar para siempre a los hombres y mujeres de todos los tiempos, a toda la humanidad tan necesitada de salvación.
Esa misericordia de Dios que así se desborda es ese rayo de luz y de esperanza que todo lo ilumina y todo lo transforma. Comienza un mundo nuevo en el que serán grandes los pequeños y los humildes, pero los que se sienten poderosos se van a ver derribados de esos pedestales del orgullo donde se han subido. Comienza un mundo nuevo en el que tiene que brillar el amor y la ternura, y del que va a ser desterrado todo sufrimiento y todo dolor, porque todos comenzaremos a actuar de manera distinta, todos vamos a ensanchar nuestro corazón en el amor y la misericordia para consolar pero también para hacer con nuestro amor y nuestra solidaridad que se mitiguen esos dolores y sufrimientos.
María está siendo ese primer testimonio de ese mundo nuevo. Para ella no habían distancias cuando se trataba de servir y de ayudar, por eso había caminado desde la lejana Galilea para venir a las montañas de Judá donde sabía que podían necesitarla, donde sabía que ella podía poner el consuelo de su amor.
María, sí, nos está enseñando a levantar nuestra mirada para ver más allá de nuestro yo que podría encerrarse en nuestro egoísmo y aprender a ver allí donde está la necesidad y el sufrimiento donde hemos de poner el bálsamo de nuestro amor y todo nuestro compromiso solidario para ayudar, para levantar, para animar y dar esperanza, para poner remedio allí donde hay una necesidad, para llevar una sonrisa y una palabra de ánimo donde encontramos gentes abrumados en sus tristezas y soledades.
Hoy celebramos la glorificación de María en su Asunción a los cielos. María, la humilde esclava del Señor, como así misma se llamaba, glorificada por su humildad  - el que se humilla será enaltecido, diría Jesús en el evangelio -, glorificada por su fe – dichosa tú que has creído, que le dice su prima Isabel-, glorificada por su amor y su espíritu de servicio, glorificada porque no solo fue dichosa por llevar en su seno al Hijo de Dios, Palabra eterna de Dios que se encarnaba, sino porque supo plantar esa Palabra en su vida mereciendo así la alabanza del mismo Jesús.

Mirar a María hoy en su Asunción es contemplar un camino, es ponernos en camino, es hacer el mismo camino de María que no fue otro que el de Jesús. Un día esperamos nosotros merecer también esa gloria del Señor.

domingo, 14 de agosto de 2016

La Buena Nueva de Jesús que anunciamos con el testimonio de nuestra vida no temamos que se convierta en signo de contradicción en medio de nuestro mundo

La Buena Nueva de Jesús que anunciamos con el testimonio de nuestra vida no temamos que se convierta en signo de contradicción en medio de nuestro mundo

Jeremías 38, 4-6.8-10; Sal 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53

Las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el evangelio nos resultan una paradoja que nos llevan de alguna manera – eso al menos parece a primera vista – a una contradicción. Nos pudieran parecer que van en contra de lo que El a lo largo del Evangelio nos viene enseñando. Parece que nos hablara de destrucción, de guerras y enfrentamientos hasta entre hermanos y familias, y de angustias que diera la impresión que nos quita la paz.
¿Es eso lo que realmente produce el evangelio en nosotros? Y cuidado que en nuestras interpretaciones para suavizar las cosas caramelicemos las palabras de Jesús. De entrada en nuestro comentario ir diciendo que ya desde su nacimiento se vió la paradoja que era la vida de Jesús. ¿Verdaderamente es Jesús el Hijo de Dios que se hizo hombre? ¿Cómo le vemos en esa humildad y pobreza que fue su nacimiento que por no tener no se tenía ni una cuna donde recostar al recién nacido? ¿Cómo se nos irá presentando Jesús a lo largo del evangelio?
Ya nos meditará más tarde san Pablo que el que tenía la categoría de Dios tomó la condición de uno de tantos, de un esclavo, sometiéndose a la muerte, y a la muerte más ignominiosa que fue la muerte de Cruz. Ya había anunciado el anciano Simeón de aquel niño que era presentado en el templo que sería signo de contradicción.
Y es efectivamente que la Buena Nueva que Jesús nos anuncia tiene que producir un impacto grande en nuestra vida como para no dejarnos tranquilos. Es cierto que son palabras consoladoras, que nos anuncian paz en nuestros corazones y misericordia para nuestra vida pecadora, pero son anuncio de una transformación grande que tendrá que producirse en nuestra vida y en nuestro mundo. La Buena Noticia que recibimos no es para que todo siga igual, porque entonces no sería una buena noticia sino un constatar como estamos y cómo vamos a seguir.
Escuchar el evangelio nos obliga a ponernos en camino hacia algo nuevo que Jesús nos anuncia y quiere de nosotros. Decimos que el Evangelio nos anuncia el Reino de Dios, pues para que reine de verdad Dios en nuestra vida muchas cosas tienen que cambiar en nosotros, en nuestro mundo, para arrancarnos de una vida de esclavitud y de pecado. Sí, es un fuego transformador que quemará en nosotros todo lo viejo, todo lo que haya de pecado para hacer florecer la nuevo, la vida nueva que brota de la gracia de Jesús. Un incendio nos puede parecer devastador, pero el incendio que Jesús quiere en nuestra vida es purificador, principio de una vida nueva.
Y nos habla Jesús de Bautismo. Qué lástima que cuando escuchamos esa palabra nos quedemos en un rito al que quizá le hayamos desvirtuado su significado verdadero. Bautismo es sumergirnos para significar una muerte en nosotros, de la que renacemos en una vida nueva. No es un simple lavado externo, es algo profundo lo que se tiene que realizar.
Y Jesús cuando habla de su bautismo está hablando de su pascua, de su muerte y resurrección. Es una forma de anunciarnos la pasión lo que nos está diciendo Jesús con estas palabras. Por eso habla, sí, de angustia, porque habla de dolor y de sufrimiento, de muerte. Ya al comienzo de la pasión en Getsemaní pedirá al Padre que pase de Él este cáliz, pero que está dispuesto a seguir adelante, que se haga la voluntad del Padre. Pero la pascua no termina en muerte sino en vida, en resurrección, signo de renovación, de vida nueva.
Y eso es lo que ha de realizarse en nuestra vida cuando escuchamos el evangelio. Como decíamos, es ponernos en camino de vida nueva. Es renovación, es transformación. No todos lo entenderán, como nos cuesta entenderlo y aceptarlo a nosotros también, reconozcámoslo. Y entre los nuestros, entre los que nos rodean, quizá muchas veces en nuestra propia familia, no van a entender el cambio que se produce en nosotros, ese nuevo estilo de vida que queremos vivir, que nos sentimos impelidos a vivir. Y no nos aceptarán, y se enfrentarán a nosotros, y querrán hacernos la vida imposible, y ya sabemos como en la sociedad que no quiere entender las palabras de Jesús podemos estorbar y querrán incluso quitarnos de en medio.
¿No es en cierto modo todas esas cosas que escuchamos ahora mismo, en nuestra propia sociedad, cuando se habla contra la Iglesia, cuando se nos insulta o se nos trata de ridiculizar, cuando se quiere hacer desaparecer todo signo religioso y cristiano, cuando nos quieren imponer sus ideas ateas y materialistas de la vida?
Por eso nos dice Jesús que no ha venido a traer paz sino división. Pero Jesús sí querrá que nosotros no perdamos nunca la paz, aunque por fuera tengamos esas guerras, esas violencias, esos ataques. El estilo de vida del cristiano siempre nos ha de hacer reaccionar en paz, nunca con violencia, siempre con misericordia y comprensión, siempre ofreciendo nuestro camino de amor, aunque no sea entendido.
No son tan paradójicas ni contradictorias las palabras de Jesús, sino que Jesús nos está anunciando como nosotros hemos de ser un signo en medio del mundo, un signo que manifieste lo que es el evangelio; tenemos que ser buena noticia de Jesús en el mundo que nos rodea, aunque suframos violencias, aunque nos vean como una contradicción. Nuestra vida, el testimonio de nuestra vida ha de ser siempre una palabra de amor; hemos de ser siempre signos de ese amor.