Desde nuestra fe no podemos estar de vuelta porque confiamos en la Palabra de Dios y la esperanza envuelve siempre nuestra vida, por eso escuchamos a los profetas
Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Romanos 15, 4-9; Mateo 3, 1-12
¿Estaremos ya también nosotros de vuelta cansados de profetismos y de promesas? Parece que ya no nos queremos creer nada. En la situación en que vivimos hoy en nuestro mundo con tantas calamidades, sufrimientos, miserias, violencias, guerras ya no nos creemos cuando nos anuncian una cercana paz, un término pronto de las guerras, nos hablan de diálogos y conferencias para encontrar soluciones, y ya algunas veces parece que nos quieren dar fechas de la terminación de esos conflictos. Pero no lo vemos porque los tambores de guerra siguen sonando, la gente continúa sufriendo y muriendo y por muchos movimientos de reivindicaciones que hagamos pareciera que todo se queda en espectáculo, pero no vemos ese final feliz.
Tenemos la tentación y el peligro de vivir en la desesperanza. Los nubarrones negros siguen envolviéndonos. ¿Habrá alguna manera de despertar esa esperanza? Los cristianos, seguidores de Jesús podemos dejándonos envolver por ese desencanto. Lo que celebramos y queremos vivir – porque también hay el peligro de hacer celebraciones pero que eso no se convierta en vida – tiene que despertar en nosotros unas nuevas esperanzas. ¿Terminaremos por fiarnos de la Palabra de Dios?
Estamos haciendo este camino de Adviento, aunque desgraciadamente todos no le dan la misma hondura a lo que significa este camino y se quedan en demasiadas superficialidades, este camino, digo, precisamente es una invitación a despertar esa esperanza. Por aquello que nos preparamos para celebrar el nacimiento de Cristo en la próxima navidad queremos empaparnos de aquel espíritu que nos trasmiten los profetas en la preparación de la venida del Mesías para nosotros hacer y sentir que la celebración de la navidad que vamos a tener nos lleva a trabajar y crear ese mundo nuevo que tanto necesitamos.
Una auténtica celebración de lo que queremos vivir en estos días tendría que realizar una transformación profunda de nuestras vidas que tendría que notarse en algo nuevo en nuestras comunidades y en consecuencia en nuestra sociedad. No es solo un recuerdo que ponga aires de fiesta en nuestro ambiente pero que luego pronto se apaga. Nosotros decimos que nuestras celebración no son sólo memoria sino memorial, porque significa hacer vida en el hoy de nuestra vida aquello que estamos celebrando, es sentir que en verdad Jesús viene y está en nosotros y con nosotros para realizar ese mundo nuevo que se nos anuncia.
Si cuando pase la navidad no queda nada de eso nuevo reconozcamos que fue pobre aquella celebración, que en ella no pusimos toda nuestra vida. Y tendrá que notarse en nuestras actitudes y comportamientos, en la manera nueva de afrontar la vida y los problemas que en ella nos van surgiendo, en la manera cómo superamos tristezas y sufrimientos con un nuevo rostro de una alegría esperanzada, en esos gestos nuevos con los que vamos manifestando que estamos queriendo vivir algo nuevo y distinto, en ese ambiente distinto que vamos a tener en nuestras familias y en nuestras comunidades, en ese despertar de nuestra generosidad y nuestro compromiso para salirnos de nuestras rutinas y de esa vida en que parece que vamos arrastrándonos.
Las palabras que escuchamos en la Palabra de Dios, de los profetas o del evangelio no son palabras huecas y vacías, son palabras que nos tienen que impulsar a comenzar a hacer ese camino nuevo. Eso que nos anunciaban los profetas o esas palabras que le escuchamos a Juan Bautista cuando ya inmediatamente está preparando los caminos del Señor tenemos que tomárnoslo muy en serio. No temamos esa hacha que viene para destruir sino para podar y quitar tantas ramas secas de nuestra vida, no temamos ese fuego renovador y purificador del espíritu que nos hace quemar todo eso viejo que aún permanece en nosotros y que es como un renuente que nos impide avanzar, no temamos ese bieldo que levanta el trigo en la era para que el viento se lleve la paja y la parva y quede limpio el grano como fruto que sea verdadero alimento para nuestra vida. Cuántas cosas que podar y quemar, cuantas cosas que tenemos que dejar que se las lleve el viento.
La figura del profeta con su austeridad en el desierto nos hará relativizar muchas cosas que nos parecían primordiales e importantes pero que no lo son tanto; su figura y sus palabras nos invitan a la conversión, a esa transformación de nuestra vida desde esa nueva esperanza que tiene que reinar en nuestros corazones.
Si cada uno de nosotros ponemos nuestro paso en ese camino de renovación al final tendrá que notarse algo nuevo que mejora nuestro mundo y vuelve a despertar la esperanza. Recojamos también el buen sentir de tantos, aunque no siempre sean motivados por la fe, que trabajan comprometidos en sus movilizaciones por ese mundo nuevo y mejor; también a través de ellos nos puede llegar la voz de Dios a nuestros corazones, porque sabemos que en eso bueno que queremos emprender está Dios.
Nosotros, desde nuestra fe, no podemos estar de vuelta porque confiamos en la Palabra de Dios y la esperanza envuelve siempre nuestra vida. Por eso escuchamos con atención la palabra profética que llega a nuestra vida.