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sábado, 25 de junio de 2016

Jesús llega a nuestra vida para curarla y a través de nosotros quiere llegar con su vida y salvación a nuestro mundo

Jesús llega a nuestra vida para curarla y a través de nosotros quiere llegar con su vida y salvación a nuestro mundo

Lamentaciones 2,2.10-14.18-19; Sal. 73; Mateo 8, 5-17

‘Voy yo a curarlo’, le dice Jesús. Un centurión que tenia enfermo un criado a quien apreciaba mucho acude con fe a Jesús rogándole: ‘Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho’. Y ya vemos la postura de Jesús. ‘Voy yo a curarlo’. Más tarde le veremos llegar a casa de Simón y se encuentran que la suegra de Pedro está enferma y Jesús adelantándose hacia ella, le tiende la mano y se le pasó la fiebre. Luego serán multitud de enfermos que con sus dolencias acuden a Jesús e imponiéndoles las manos los cura.
Jesús que quiere llegar a nosotros, allí donde está nuestro dolor y sufrimiento, allí donde quizá hemos perdido las esperanzas, allí donde nos parece que andamos perdidos y postrados en nuestras angustias o en nuestras esclavitudes, allí donde todo nos parece oscuro porque nos parece que no sabemos encontrar una luz que nos ilumine. Jesús viene con su luz, nos llena de vida, nos levanta de nuestras postraciones e invalidases, hace revivir de nuevo en nosotros la esperanza, nos hace encontrar el camino, despierta nuestra fe.
Sí, es necesario despertar la fe, una fe que nos dé total confianza, una fe que ilumine de nuevo la vida, una fe que nos haga recuperar nuestra dignidad, una fe que nos pone en camino, una fe que nos abre al amor y al servicio.
El centurión no se siente digno pero no ha perdido la fe. Es más desde la indignidad que siente que hay en su vida acude con más fe a Jesús. ‘Señor, no soy quién soy yo para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano’. Sabe que Jesús puede hacerlo y lo hará. No es judío, es un pagano, sabe su indignidad, conoce bien lo que eran las costumbres de los judíos y cómo no querían entrar en la casa de los paganos, pero tiene fe en Jesús, cree en su palabra.
Es cierto que Jesús vendrá rompiendo moldes y barreras, porque quiere hacer recuperar la dignidad de todos, y está dispuesto a ir a la casa de aquel pagano. Pero el centurión sabe que no es necesario porque cree en la palabra de Jesús. Y Jesús alabará su fe, y hasta la pondrá de modelo para los demás, porque llegará el momento que esas barreras se rompan y como dice Jesús ‘vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur y sentarán en la mesa del Reino’.
Vayamos con fe a Jesús; dejemos que Jesús llegue a nuestra vida. No temamos nuestra indignidad porque Jesús nos ama y nos salva, y nos cura, y nos llena de nueva vida. Pero aprendamos de Jesús a llevar vida, a llegar a la vida de los demás, a llevar la luz de Jesús a los otros, a poner esperanza en sus vidas. En el nombre de Jesús tenemos la misión de ir a curar a nuestro mundo, allí donde esta el mal tenemos que poner bien, allí donde brotan los odios y se rompe la paz tenemos que poner amor y hacer que reine la concordia. El pone esa tarea en nuestras manos.

viernes, 24 de junio de 2016

El mundo necesita luz, unos testigos de la luz verdadera y en esta fiesta del nacimiento del Bautista hemos de recordar el testimonio del evangelio que estamos llamados a dar hoy

El mundo necesita luz, unos testigos de la luz verdadera y en esta fiesta del nacimiento del Bautista hemos de recordar el testimonio del evangelio que estamos llamados a dar hoy

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

‘Vino un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran en El. No era él la luz sino testigo de la luz’. La voz que grita en el desierto, como habían anunciado los profetas, para preparar los caminos del Señor. No era el Mesías; decía él que tampoco era el profeta, aunque como diría Jesús era profeta y más que profeta, el mayor nacido de mujer; era el que venía con el espíritu y el poder de Elías para reconciliar a los padres con los hijos y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Hoy celebramos su nacimiento. Y de la misma manera que entonces la noticia corrió por toda la montaña de Judea y todos se alegraron en su nacimiento, nosotros hacemos fiesta, una  fiesta muy arraigada en la entraña del pueblo cristiano con multitud de tradiciones y costumbres ancestrales.
No nos queremos quedar nosotros en simples costumbres y tradiciones quizá muchas veces con un cierto paganismo y alejadas del verdadero sentido cristiano, sino que queremos valorar en todo su sentido lo que significó el nacimiento de Juan y escuchar el anuncio y testimonio que él quiere seguir haciéndonos hoy y la invitación que nos está haciendo a un nuevo compromiso.
Era como nos decía el evangelio de Juan el que venia a dar testimonio de la luz, era un testigo, para todos creyéramos en Jesús. Es su misión, anuncio y testimonio. ¿No necesitará el mundo de hoy esos testigos que hagan anuncio y que den testimonio? El mundo necesita luz, necesita unos testigos de la luz verdadera. Nosotros los cristianos nos decimos iluminados por esa luz. No nos la podemos guardar para nosotros solos. Tenemos que dar testimonio de esa luz, para que todos puedan encontrarla, para que todos puedan verse iluminados por esa luz, para que lleguen a creer de verdad en Jesús.
Para eso vino Juan y hoy nosotros tenemos que ser ese Juan que dé testimonio de la luz frente a nuestro mundo. El Papa nos está llamando continuamente a que salgamos al encuentro de los hombres de hoy con nuestra luz. Nuestras comunidades cristianas nos están invitando continuamente a que realicemos esa misión en medio de nuestro mundo. Tenemos que ser misioneros del evangelio, evangelizadores en nuestro mundo de hoy que aun llamándose cristiano y manteniendo incluso muchas tradiciones no está lo suficientemente evangelizado, porque no está suficientemente impregnado del evangelio de Jesús.
Lo mencionábamos antes en referencias a las tradiciones que se reviven en estos días de la fiesta de san Juan muchas de ellas de origen pagano. Muchas veces inconscientemente nosotros los cristianos nos dejamos llevar por esas llamadas de la sociedad a resucitar esas viejas tradiciones olvidándonos de su origen pagano porque quizás nosotros mismos no estamos suficientemente iluminados por el evangelio para saber distinguir todas esas cosas. Y ya sabemos como hay gente interesada en borrar la estela del cristianismo en nuestra sociedad y se vale de esa vuelta a costumbres antiguas de origen pagano que quieren hacer resucitar. Es en lo que hemos de tener mucho cuidado los cristianos en que no se nos paganicen nuestras fiestas cristianas.
Es la tarea que tenemos que realizar. Es el testigo que hoy en esta fiesta de tanta alegría por el nacimiento de Juan tenemos que recoger para ir a hacer ese anuncio.  Dejarnos impregnar nosotros del evangelio para llevar la verdadera luz de Jesús a nuestro mundo.

jueves, 23 de junio de 2016

Cimentemos bien nuestra vida de fe en la escucha de la Palabra de Dios reflejándola luego en el compromiso cristiano de la vida de cada día

Cimentemos bien nuestra vida de fe en la escucha de la Palabra de Dios reflejándola luego en el compromiso cristiano de la vida de cada día

2Reyes 24,8-17; Sal 78; Mateo 7,21-29

Yo soy una persona muy religiosa, hemos escuchado decir más de una vez, porque yo cumplo todas mis promesas, le llevo flores a la Virgen cada vez que voy a verla, tengo mi casa llena de santitos y le enciendo mis lucecitas y yo creo mucho. No ponemos en duda la religiosidad de estas personas. Cosas así escuchamos muchas veces en la buena voluntad y en una expresión religiosa muy elemental, pero tendríamos que preguntarnos ¿y somos también así solo con esto buenos cristianos?
No basta decir yo soy muy creyente, para que con ello afirmemos también que somos buenos cristianos. Creyentes son los musulmanes, y muchas veces mucho más fieles que nosotros a sus prácticas religiosas, pero no por eso podemos decir que son cristianos.
Ser cristiano entraña algo más que esa religiosidad natural y elemental. No digo que no tengamos que rezar a Dios y que podamos hacerle nuestras ofrendas de amor en las cosas que hacemos o le ofrecemos. Pero ya Jesús nos está diciendo a quienes queremos seguirle – y por ahí tenemos que comenzar a ver que lo de ser cristiano entraña un seguimiento de Jesús – que no nos basta decir ‘Señor, Señor’, sino que tenemos que comenzar por escuchar la Palabra del Padre y comenzar a ponerla en práctica. ‘No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo…’ Vemos que Jesús nos habla del Reino y nos habla de hacer la voluntad del Padre, lo que entraña querer escucharla. Y ya vemos lo que a continuación nos dice sobre aquellos que vendrán diciendo es que yo hacia tantas cosas, es que yo estaba en esto o en lo otro, y hasta hemos hecho cosas extraordinarias.
Nos pone Jesús a continuación la parábola o alegoría de la casa edificada o sobre roca o sobre arena. Nos hacen falta unos buenos cimientos para edificar el edificio de nuestra vida de fe y de nuestra vida cristiana. No nos podemos quedar en la superficie, no nos podemos quedar en cosas superficiales, sino que hemos de saberle dar profundidad a nuestra vida. Y para eso tenemos que escuchar con toda hondura la Palabra de Jesús; pero no solo se trata de oírla sino que hay que escucharla hondamente, sembrarla en tierra buena, como nos dirá en otra parábola, darle cimiento firme a nuestra vida poniendo en práctica esa Palabra que hemos escuchado de Jesús.
En aquellas personas que nos decían, como comentábamos al principio, que eran muy creyentes, ¿Dónde está la escucha de la Palabra de Dios? ¿Dónde está el tiempo que dedican a la lectura de la Biblia o a participar en las celebraciones en las que se nos proclama la Palabra de Dios y se nos comenta para alimentar nuestra vida creyente y cristiana?
Cómo es posible que una persona que se dice cristiana nos diga que no necesita leer la Biblia, escuchar la Palabra de Dios, que no es necesario participar en las celebraciones en las que se nos proclama la Palabra y en las que alimentamos nuestra fe?
¿En qué obras de amor, en qué compromiso concreto a favor de los demás vamos realizando nuestra vida como consecuencia de nuestra condición de creyentes?
¿Seremos edificio cimentado sobre roca para poder enfrentarnos a todos los embates que pudieran poner en peligro nuestra fe y nuestra vida cristiana?



miércoles, 22 de junio de 2016

Analicemos con sinceridad esas actitudes profundas del corazón y seamos árbol bueno que dé siempre frutos buenos

Analicemos con sinceridad esas actitudes profundas del corazón y seamos árbol bueno que dé siempre frutos buenos

2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7, 15-20

Qué a gusto se siente uno cuando se encuentra con una persona sincera y leal; se manifiesta auténtica, tal como es, lo que piensa o lo que siente surge espontáneamente, podríamos decir, en su semblante, en la forma de actuar, en el trato que tiene con nosotros. Es algo muy hermoso y confortable.
Si así nos manifestáramos siempre con esa lealtad y con esa sinceridad en verdad que seríamos más felices, porque habría una mayor humanidad en nuestro trato y eso facilitaría la convivencia. Cuando nos encontramos con corazón torcido, que oculta la verdadera intención de lo que hace, que se  manifiesta con doblez nos llenamos de desconfianza porque realmente no sabemos cual es la verdadera intención de lo que hace y eso nos malea también a nosotros. La desconfianza es mala compañera en el camino de la vida, en la convivencia de cada día con nuestros semejantes.
Y esto nos puede suceder en muchos aspectos. Es una hipocresía y falsedad de la vida y esos son malos cimientos si queremos realmente hacer que nuestro mundo sea mejor. Será incluso desgraciadamente en nuestro trato familiar – un buen camino para destruir nuestras familias – pero es luego en el día a día con los que convivimos, convecinos, compañeros de trabajo, en las actividades de la vida social, y desgraciadamente nos lo podemos encontrar en aquellos que están llamados a dirigir o ayudar a encauzar los rumbos de la sociedad en la que vivimos.
Esta reflexión no se nos puede quedar en constatar lo que tantas veces vemos en nuestro entorno y denunciar esa falsedad de la vida, sino que tenemos que hacérnosla dentro de nosotros mismos para que no caigamos en esas redes, en esas tentaciones que nos pueden aparecer en nuestros comportamientos y en nuestras actitudes.
Los orgullos nos pueden llevar a fantasear en lo que quisiéramos ser y entonces manifestarnos en unas actitudes hipócritas con las que podemos hacer mucho daño a los que están a nuestro lado o conviven con nosotros. Es mirarnos en la realidad de nuestra vida, que tendremos nuestras virtudes y nuestros defectos, pero manifestarnos con autenticidad, con sinceridad alejando de nosotros toda vanidad que es una falsedad.
Alguno podrá pensar y qué tiene que ver todo esto con el evangelio del día y que queremos comentar. Jesús nos habla de falsos profetas que en el fondo son lobos rapaces; nos habla de auténticos frutos de verdad y de justicia que tenemos que saber ofrecer a los demás; nos habla de árboles dañados que no pueden dar nunca buenos frutos. Que no seamos nosotros nunca ese árbol dañado, porque hayamos llenado nuestra vida de falsedad, de vanidad, de hipocresía. Que no andemos por la vida con dobles intenciones ocultas en aquello que hagamos. Que vayamos mostrándonos con autenticidad en lo que hacemos para que así provoquemos ese mundo de sinceridad, de lealtad, de bien, de verdad que entre todos tenemos que realizar.
Analicemos con sinceridad esas actitudes profundas que tengamos en el corazón y seamos árbol bueno que dé siempre frutos buenos. Son los frutos del Reino de Dios que entre todos hemos de construir.

martes, 21 de junio de 2016

No nos pide Jesús nada extraordinario sino que seamos capaces de tratarnos con humanidad los unos a los otros con todas sus consecuencias

No nos pide Jesús nada extraordinario sino que seamos capaces de tratarnos con humanidad los unos a los otros con todas sus consecuencias

Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47; Mateo 7, 6. 12-14

‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas’. Estas palabras de Jesús se corresponden ya al final del sermón de la montaña que Mateo nos ha ofrecido en estos capítulos a partir de las bienaventuranzas como un compendio de lo que era vivir el Reino de Dios que Jesús nos viene anunciando. En una sentencia Jesús quiere que recordemos lo que es lo fundamental que hemos de vivir.
Alguien podría pensar que esta sentencia no nos ofrece nada especial, porque entraría dentro de una lógica humana ese trato que hemos de darle a los demás, semejante al menos al que nos gustaría a nosotros recibir. Nos puede parecer sencillo y nada extraordinario, pero es que Jesús no nos pide nada extraordinario, sino que seamos capaces de hacer extraordinariamente bien las cosas sencillas y normales de cada día.
Todo lo que Jesús nos ha ido pidiendo a lo largo del sermón de la montaña que hemos venido escuchando lo que pretende es que seamos realmente humanos los unos con los otros. Sí, el amor verdadero nos hace humanos, nos hace que nos tratemos con humanidad. Cuando nos tratamos con humanidad hacemos desaparecer todo aquello que nos divide, nos separa, nos enfrenta o nos aísla. Es todo el mensaje de amor que hemos de vivir.
No es camino fácil; nos es camino de dejarse llevar, arrastrar por los impulsos que en cada momento vayamos teniendo, sino que significará, es cierto, un camino de superación, un camino en el que tenemos que ser capaces de dominarnos y controlarnos a nosotros mismos, un camino que hemos de realizar con esfuerzo. Digo camino de superación, dominio y esfuerzo, porque ya bien sabemos cuales son nuestras reacciones, cuales son esos atisbos de orgullo, de amor propio o de egoísmo que muchas veces pueden ir apareciendo en nuestra vida. No siempre es fácil.
¿No quieres tú que te traten con humanidad? Y humanidad significa respeto, consideración, valoración, comprensión, aceptación mutua. Y con humanidad nos amamos y nos perdonamos, con humanidad nos damos cuenta que todos somos hermanos, con humanidad somos capaces de no tener en cuenta lo que nos hayan podido hacer para reemprender una y otra vez el camino. Seamos capaces de hacerlo también con los demás, aunque muchas veces nos cueste, aunque muchas veces tengamos la tentación de ver primero la pajita del ojo ajeno como nos decía ayer Jesús.
Es a lo que Jesús se refiere en sus palabras hoy. ‘Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos’.


lunes, 20 de junio de 2016

Si Dios nos acepta y nos ama tal como somos aprendamos a aceptarnos mutuamente siendo un estimulo para mejor nuestra vida y nuestras relaciones

Si Dios nos acepta y nos ama tal como somos aprendamos a aceptarnos mutuamente siendo un estimulo para mejor nuestra vida y nuestras relaciones

Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59;  Mateo 7,1-5

Si Dios nos acepta y nos ama tal como somos, ¿por qué no somos capaces de aceptarnos los unos a los otros? Cuánto nos cuesta; cómo tenemos ojos enseguida para ver los posibles defectos o fallos que tenga el otro, sin ser capaces de mirar nuestras debilidades que muchas veces son peores. De esto nos quiere prevenir hoy Jesús.
Si nos ha ido anunciando un Reino de Dios al que todos hemos de pertenecer, en el que tenemos que sentirnos como hermanos y la suprema regla de nuestra vida es el amor, quien ama acepta al que ama tal como es. Es lo que nos pide Jesús. Ojalá todos fuéramos perfectos y santos, pero la realidad es la debilidad de nuestra vida en la que vamos tropezando en tantas cosas. Pero antes de juzgar y condenar a los demás tenemos que ser conscientes de nuestra propia debilidad, y que no siempre somos capaces de superarnos, que tanto nos cuesta mejorar, ¿por qué no aceptar al otro,  que también tendrá sus defectos, pero que también tendrá su lucha interior por mejorar aunque de eso nosotros no sepamos nada?
Por eso la compasión y la misericordia con valores y actitudes que tienen que predominar siempre en nuestra vida. Cuando tienen paciencia con nosotros, bien que lo agradecemos; cuando nos sentimos amados, sabiendo los defectos que hay en nuestra vida, los errores que cometemos, o la maldad que muchas veces se puede ocultar en nuestro corazón, sentimos una cierta paz, un gozo en nosotros y un estímulo para nuestras luchas y deseos de superación. Más que juzgar y condenar lo que tendríamos que saber hacer siempre es ser un estimulo para los demás, para sus luchas, para sus deseos de superación. Es lo que tendrían que hacer los hermanos que se aman de verdad; son las actitudes positivas que tendría que haber en nuestra vida.
No nos gustan los juicios que los otros puedan hacer de nosotros; nos sentimos humillados y aparece enseguida en nosotros el orgullo y el amor propio con muchas malas consecuencias para nuestra relación con los demás; ya sabemos como reacciones con despecho en nuestro orgullo y fácilmente se crea una tensión y una espiral de violencia al menos en nuestros sentimientos hacia los otros. Seamos humildes para reconocer nuestros fallos y debilidades, pero seamos valientes para saber aceptar a los demás y quitemos de nosotros todo atisbo de juicios y prejuicios.
Escuchemos con corazón abierto lo que nos pide Jesús. ‘No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros’. Y nos habla Jesús de la paja del ojo ajeno, pero de la viga que hay en nuestro ojo y no somos capaces de ver y reconocer. Qué distintas serían nuestras relaciones si escucháramos con corazón abierto estas palabras de Jesús. 

domingo, 19 de junio de 2016

Unas preguntas de Jesús que nos siguen interrogando por dentro sobre el compromiso con que vivimos nuestra fe

Unas preguntas de Jesús que nos siguen interrogando por dentro sobre el compromiso con que vivimos nuestra fe

Zacarías 12, 10–11; Sal 62; Gálatas 3, 26-29; Lucas 9, 18-24
Dos importantes preguntas de Jesús que tanto han hecho reflexionar y que siguen haciéndonos reflexionar. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Preguntas quizá que dejaron en cierto modo sorprendidos a los discípulos cuando Jesús se las hace; con preguntas así muchas veces no sabemos que responder; quizá nos entran dudas, miedos de acertar o no, o también temor por lo que pueda comprometernos la respuesta que demos. Nos las hacemos en nuestro interior, pero quizá no somos valientes para dar el paso y responder expresándonos en alta voz. Nos sucede tal vez en tantas ocasiones. La respuesta es comprometida.
Responden entonces los discípulos recogiendo lo que escuchaban a la gente cuando se admiraban ante los milagros o se sentían sorprendidos con sus palabras. ‘Un gran profeta ha visitado a su pueblo… no hemos visto cosa igual… nadie ha hablado como este hombre’. ¿Un profeta quizá como Elías que era paradigma de todos los profetas? ¿Un hombre de Dios como Juan al que no sabían bien cómo definir? ¿Uno de aquellos antiguos profetas?
Hasta  aquí las respuestas solo querían reflejar lo que escuchaban, lo que palpaban a su alrededor, pero la otra pregunta era más comprometida. Lo llamaban Maestro y en cierto modo lo veían como profeta; intuían que podía ser el Mesías, pero esa respuesta era comprometida por lo que pensaban los principales de los judíos, los sumos sacerdotes, los maestros de la ley, los fariseos… ¿Qué podían responder? ¿Qué se atreverían a responder?
Será Pedro el que se adelante, siempre el primero dejándose llevar por los impulsos de su fe y de su amor a Jesús. ‘El Mesías de Dios’, así escuetamente nos lo cuenta san Lucas. Reconocer que Jesús era el Mesías era decir que sentían que había llegado el momento culminante de la historia de Israel, que había sido siempre esperar el Mesías prometido. Reconocerlo como Mesías podía implicar muchas cosas, porque las gentes se habían forjado una idea de lo que tenía que ser el Mesías. No entramos ahora en muchos detalles que todos conocemos bien.
Y Jesús quiere dejar bien claras las cosas. Mateo añadirá más al decirle Jesús a Pedro cómo ha sido capaz de dar esa respuesta porque el Padre del cielo la ha puesto en su corazón. Ahora Jesús simplemente les prohíbe que eso se lo digan a la gente, que podrían hacer sus interpretaciones desde la idea que tenían de lo que esperaban del Mesías. Pero a ellos Jesús les explica el sentido verdadero. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Ya en otro momento que Jesús hace esos anuncios nos dirá el evangelista que los discípulos no terminaban de entender las palabras de Jesús. Ha de haber una pascua, una pasión, una muerte, una entrega de amor y así se manifestará en verdad como Mesías Salvador. No era cosa solo de palabras bonitas y llenas de entusiasmo. Ha de entenderse lo que es la entrega que Jesús viene a realizar. Y cuando miramos sus pasos hemos de ver cuales han de ser nuestros pasos.
Por eso Jesús añadirá algo más. ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’. Negarse a si mismo, cargar con la cruz, ser capaz de dar la vida. Por eso la respuesta a la pregunta de Jesús no pueden ser solo palabras. La respuesta a la pregunta de Jesús, a esa pregunta honda que quizá nos hacemos también tantas veces dentro de nosotros mismos, es una respuesta comprometida.
La respuesta implica seguir los pasos de Jesús para vivir en su misma entrega, en su mismo amor. Y cuando optamos por un amor como el de Jesús tenemos que olvidarnos de nosotros mismos para comenzar a pensar primero en los demás. Estamos tan acostumbrados a pensar siempre primero en nosotros mismos que eso de olvidarnos de nosotros no es cosa fácil. Siempre queremos ganar, no nos gusta perder, y menos perder la vida. Pero Jesús perdió la vida, la entregó; era su amor el que predominaba, por eso lo proclamamos el Señor, por eso nos ha anunciado que resucitará.
El camino de la cruz no es un camino fácil. Pero Jesús ahora no nos está hablado de cruces especiales o extraordinarias, sino la cruz de cada día. Y la cruz de cada día es el amor de cada momento llevado siempre al extremo; es lo que nos está pidiendo Jesús.
Es el amor que ponemos para vivir en plenitud; es el amor que ponemos en el cumplimento de nuestras responsabilidades; es el amor que ponemos en esos sufrimientos que nos pueden aparecer en tantas contradicciones de la vida o en tantos contratiempo que surgen en la convivencia con los demás; es el amor que ponemos cuando queremos vivir unos compromisos, cuando queremos hacer algo por los demás, cuando nos embarcamos en una tarea apostólica, cuando nos comprometemos con nuestra sociedad para hacerla mejor; es el amor que ponemos en superarnos, en crecer espiritualmente, en purificarnos de defectos y debilidades. Todo para caminar al paso de Jesús, con el amor de Jesús, con un amor como el de Jesús.
Ahí está esa doble pregunta que Jesús hace, no solo a los discípulos de aquel tiempo, sino que nos está haciendo a ti y a mí ahora. ¿Sabremos darle una respuesta? ¿Daremos una respuesta desde nuestra vida?