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domingo, 19 de junio de 2016

Unas preguntas de Jesús que nos siguen interrogando por dentro sobre el compromiso con que vivimos nuestra fe

Unas preguntas de Jesús que nos siguen interrogando por dentro sobre el compromiso con que vivimos nuestra fe

Zacarías 12, 10–11; Sal 62; Gálatas 3, 26-29; Lucas 9, 18-24
Dos importantes preguntas de Jesús que tanto han hecho reflexionar y que siguen haciéndonos reflexionar. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Preguntas quizá que dejaron en cierto modo sorprendidos a los discípulos cuando Jesús se las hace; con preguntas así muchas veces no sabemos que responder; quizá nos entran dudas, miedos de acertar o no, o también temor por lo que pueda comprometernos la respuesta que demos. Nos las hacemos en nuestro interior, pero quizá no somos valientes para dar el paso y responder expresándonos en alta voz. Nos sucede tal vez en tantas ocasiones. La respuesta es comprometida.
Responden entonces los discípulos recogiendo lo que escuchaban a la gente cuando se admiraban ante los milagros o se sentían sorprendidos con sus palabras. ‘Un gran profeta ha visitado a su pueblo… no hemos visto cosa igual… nadie ha hablado como este hombre’. ¿Un profeta quizá como Elías que era paradigma de todos los profetas? ¿Un hombre de Dios como Juan al que no sabían bien cómo definir? ¿Uno de aquellos antiguos profetas?
Hasta  aquí las respuestas solo querían reflejar lo que escuchaban, lo que palpaban a su alrededor, pero la otra pregunta era más comprometida. Lo llamaban Maestro y en cierto modo lo veían como profeta; intuían que podía ser el Mesías, pero esa respuesta era comprometida por lo que pensaban los principales de los judíos, los sumos sacerdotes, los maestros de la ley, los fariseos… ¿Qué podían responder? ¿Qué se atreverían a responder?
Será Pedro el que se adelante, siempre el primero dejándose llevar por los impulsos de su fe y de su amor a Jesús. ‘El Mesías de Dios’, así escuetamente nos lo cuenta san Lucas. Reconocer que Jesús era el Mesías era decir que sentían que había llegado el momento culminante de la historia de Israel, que había sido siempre esperar el Mesías prometido. Reconocerlo como Mesías podía implicar muchas cosas, porque las gentes se habían forjado una idea de lo que tenía que ser el Mesías. No entramos ahora en muchos detalles que todos conocemos bien.
Y Jesús quiere dejar bien claras las cosas. Mateo añadirá más al decirle Jesús a Pedro cómo ha sido capaz de dar esa respuesta porque el Padre del cielo la ha puesto en su corazón. Ahora Jesús simplemente les prohíbe que eso se lo digan a la gente, que podrían hacer sus interpretaciones desde la idea que tenían de lo que esperaban del Mesías. Pero a ellos Jesús les explica el sentido verdadero. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Ya en otro momento que Jesús hace esos anuncios nos dirá el evangelista que los discípulos no terminaban de entender las palabras de Jesús. Ha de haber una pascua, una pasión, una muerte, una entrega de amor y así se manifestará en verdad como Mesías Salvador. No era cosa solo de palabras bonitas y llenas de entusiasmo. Ha de entenderse lo que es la entrega que Jesús viene a realizar. Y cuando miramos sus pasos hemos de ver cuales han de ser nuestros pasos.
Por eso Jesús añadirá algo más. ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’. Negarse a si mismo, cargar con la cruz, ser capaz de dar la vida. Por eso la respuesta a la pregunta de Jesús no pueden ser solo palabras. La respuesta a la pregunta de Jesús, a esa pregunta honda que quizá nos hacemos también tantas veces dentro de nosotros mismos, es una respuesta comprometida.
La respuesta implica seguir los pasos de Jesús para vivir en su misma entrega, en su mismo amor. Y cuando optamos por un amor como el de Jesús tenemos que olvidarnos de nosotros mismos para comenzar a pensar primero en los demás. Estamos tan acostumbrados a pensar siempre primero en nosotros mismos que eso de olvidarnos de nosotros no es cosa fácil. Siempre queremos ganar, no nos gusta perder, y menos perder la vida. Pero Jesús perdió la vida, la entregó; era su amor el que predominaba, por eso lo proclamamos el Señor, por eso nos ha anunciado que resucitará.
El camino de la cruz no es un camino fácil. Pero Jesús ahora no nos está hablado de cruces especiales o extraordinarias, sino la cruz de cada día. Y la cruz de cada día es el amor de cada momento llevado siempre al extremo; es lo que nos está pidiendo Jesús.
Es el amor que ponemos para vivir en plenitud; es el amor que ponemos en el cumplimento de nuestras responsabilidades; es el amor que ponemos en esos sufrimientos que nos pueden aparecer en tantas contradicciones de la vida o en tantos contratiempo que surgen en la convivencia con los demás; es el amor que ponemos cuando queremos vivir unos compromisos, cuando queremos hacer algo por los demás, cuando nos embarcamos en una tarea apostólica, cuando nos comprometemos con nuestra sociedad para hacerla mejor; es el amor que ponemos en superarnos, en crecer espiritualmente, en purificarnos de defectos y debilidades. Todo para caminar al paso de Jesús, con el amor de Jesús, con un amor como el de Jesús.
Ahí está esa doble pregunta que Jesús hace, no solo a los discípulos de aquel tiempo, sino que nos está haciendo a ti y a mí ahora. ¿Sabremos darle una respuesta? ¿Daremos una respuesta desde nuestra vida?

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