Si Dios nos acepta y nos ama tal como somos aprendamos a aceptarnos mutuamente siendo un estimulo para mejor nuestra vida y nuestras relaciones
2 Reyes
17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo
7,1-5
Si Dios nos acepta y nos ama tal como somos, ¿por qué no somos capaces
de aceptarnos los unos a los otros? Cuánto nos cuesta; cómo tenemos ojos
enseguida para ver los posibles defectos o fallos que tenga el otro, sin ser
capaces de mirar nuestras debilidades que muchas veces son peores. De esto nos
quiere prevenir hoy Jesús.
Si nos ha ido anunciando un Reino de Dios al que todos hemos de
pertenecer, en el que tenemos que sentirnos como hermanos y la suprema regla de
nuestra vida es el amor, quien ama acepta al que ama tal como es. Es lo que nos
pide Jesús. Ojalá todos fuéramos perfectos y santos, pero la realidad es la
debilidad de nuestra vida en la que vamos tropezando en tantas cosas. Pero
antes de juzgar y condenar a los demás tenemos que ser conscientes de nuestra
propia debilidad, y que no siempre somos capaces de superarnos, que tanto nos
cuesta mejorar, ¿por qué no aceptar al otro,
que también tendrá sus defectos, pero que también tendrá su lucha
interior por mejorar aunque de eso nosotros no sepamos nada?
Por eso la compasión y la misericordia con valores y actitudes que
tienen que predominar siempre en nuestra vida. Cuando tienen paciencia con
nosotros, bien que lo agradecemos; cuando nos sentimos amados, sabiendo los
defectos que hay en nuestra vida, los errores que cometemos, o la maldad que
muchas veces se puede ocultar en nuestro corazón, sentimos una cierta paz, un
gozo en nosotros y un estímulo para nuestras luchas y deseos de superación. Más
que juzgar y condenar lo que tendríamos que saber hacer siempre es ser un
estimulo para los demás, para sus luchas, para sus deseos de superación. Es lo
que tendrían que hacer los hermanos que se aman de verdad; son las actitudes
positivas que tendría que haber en nuestra vida.
No nos gustan los juicios que los otros puedan hacer de nosotros; nos
sentimos humillados y aparece enseguida en nosotros el orgullo y el amor propio
con muchas malas consecuencias para nuestra relación con los demás; ya sabemos
como reacciones con despecho en nuestro orgullo y fácilmente se crea una
tensión y una espiral de violencia al menos en nuestros sentimientos hacia los
otros. Seamos humildes para reconocer nuestros fallos y debilidades, pero
seamos valientes para saber aceptar a los demás y quitemos de nosotros todo
atisbo de juicios y prejuicios.
Escuchemos con corazón abierto lo que nos pide Jesús. ‘No juzguéis
y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida
que uséis, la usarán con vosotros’. Y
nos habla Jesús de la paja del ojo ajeno, pero de la viga que hay en nuestro
ojo y no somos capaces de ver y reconocer. Qué distintas serían nuestras
relaciones si escucháramos con corazón abierto estas palabras de Jesús.
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