Analicemos con sinceridad esas actitudes profundas del corazón y seamos árbol bueno que dé siempre frutos buenos
2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal
118; Mateo 7, 15-20
Qué a gusto se siente uno cuando se encuentra con una persona sincera
y leal; se manifiesta auténtica, tal como es, lo que piensa o lo que siente
surge espontáneamente, podríamos decir, en su semblante, en la forma de actuar,
en el trato que tiene con nosotros. Es algo muy hermoso y confortable.
Si así nos manifestáramos siempre con esa lealtad y con esa sinceridad
en verdad que seríamos más felices, porque habría una mayor humanidad en
nuestro trato y eso facilitaría la convivencia. Cuando nos encontramos con corazón
torcido, que oculta la verdadera intención de lo que hace, que se manifiesta con doblez nos llenamos de
desconfianza porque realmente no sabemos cual es la verdadera intención de lo
que hace y eso nos malea también a nosotros. La desconfianza es mala compañera
en el camino de la vida, en la convivencia de cada día con nuestros semejantes.
Y esto nos puede suceder en muchos aspectos. Es una hipocresía y
falsedad de la vida y esos son malos cimientos si queremos realmente hacer que
nuestro mundo sea mejor. Será incluso desgraciadamente en nuestro trato
familiar – un buen camino para destruir nuestras familias – pero es luego en el
día a día con los que convivimos, convecinos, compañeros de trabajo, en las
actividades de la vida social, y desgraciadamente nos lo podemos encontrar en
aquellos que están llamados a dirigir o ayudar a encauzar los rumbos de la
sociedad en la que vivimos.
Esta reflexión no se nos puede quedar en constatar lo que tantas veces
vemos en nuestro entorno y denunciar esa falsedad de la vida, sino que tenemos
que hacérnosla dentro de nosotros mismos para que no caigamos en esas redes, en
esas tentaciones que nos pueden aparecer en nuestros comportamientos y en
nuestras actitudes.
Los orgullos nos pueden llevar a fantasear en lo que quisiéramos ser y
entonces manifestarnos en unas actitudes hipócritas con las que podemos hacer
mucho daño a los que están a nuestro lado o conviven con nosotros. Es mirarnos
en la realidad de nuestra vida, que tendremos nuestras virtudes y nuestros
defectos, pero manifestarnos con autenticidad, con sinceridad alejando de
nosotros toda vanidad que es una falsedad.
Alguno podrá pensar y qué tiene que ver todo esto con el evangelio del
día y que queremos comentar. Jesús nos habla de falsos profetas que en el fondo
son lobos rapaces; nos habla de auténticos frutos de verdad y de justicia que tenemos
que saber ofrecer a los demás; nos habla de árboles dañados que no pueden dar
nunca buenos frutos. Que no seamos nosotros nunca ese árbol dañado, porque
hayamos llenado nuestra vida de falsedad, de vanidad, de hipocresía. Que no
andemos por la vida con dobles intenciones ocultas en aquello que hagamos. Que
vayamos mostrándonos con autenticidad en lo que hacemos para que así
provoquemos ese mundo de sinceridad, de lealtad, de bien, de verdad que entre
todos tenemos que realizar.
Analicemos con sinceridad esas actitudes profundas que tengamos en el
corazón y seamos árbol bueno que dé siempre frutos buenos. Son los frutos del
Reino de Dios que entre todos hemos de construir.
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