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sábado, 17 de septiembre de 2016

Dios ha puesto esa semilla en nuestra mano para que nosotros seamos también sembradores de la Palabra de Dios confiándonos el anuncio de la Buena Nueva del Reino

Dios ha puesto esa semilla en nuestra mano para que nosotros seamos también sembradores de la Palabra de Dios confiándonos el anuncio de la Buena Nueva del Reino

 1Corintios 15,35-37.42-49; Sal 55; Lucas 8,4-15

Sabía bien Jesús lo que decía cuando nos proponía la parábola del sembrador. Estaba retratando nuestra vida, haciéndonos pensar en nuestras actitudes, reflexionar sobre cómo nosotros acogemos la semilla de la Palabra de Dios que el sembrador lanza sobre nosotros cada día. Constaba la realidad de lo que allí mismo estaba sucediendo en los que escuchaban su Palabra.
Cuántos eran los que se admiraban de las palabras que decía, cuántos eran los que se hacían alabanzas de su sabiduría y su manera de enseñar, cuántas acudían a El con sus ilusiones y sus esperanzas, cuántos eran los que acudían de todas partes y hasta se ofrecían para ser sus discípulos, pero ¿todos llegarían a plantar bien esa semilla en su corazón para hacer que diera fruto?
Muchos le escuchaban también pero estaban al acecho a ver como cogerle en alguna de sus palabras para tener de qué acusarle; a muchos de los que formaban aquella masa no terminaban de convencerles sus palabras e incluso de pondrían en contra suya buscando incluso la forma de quitarle de en medio. Y así podemos seguir pensando en las distintas reacciones que su predicación provocaba entre sus oyentes.
Pero El seguía siendo el sembrador, no dejaba de seguir proclamando la Buena Nueva del Reino de Dios, aunque sabía que había corazones endurecidos, corazones llenos de apegos que no daban lugar a la acogida de su Palabra, corazones inconstantes que eran de entusiasmo de un momento pero al que pronto llegarían los cansancios que lo harían abandonar todo; pero sabía también que había corazones abiertos, con ilusión, con esperanza verdadera, con deseos de alimentarse de esa Palabra de verdad y de vida y que serían capaces de ponerse en camino de una renovación de sus vidas, para lograr una renovación del mundo para convertirlo de verdad en el Reino de Dios.
Cuando nosotros hoy escuchamos esta parábola de Jesús necesariamente lo primero que hacemos es mirar nuestra vida, revisar nuestras actitudes y nuestros comportamientos, sentirnos invitados a abrir nuestro corazón a esa semilla de la Palabra disponiéndonos a dar el mejor fruto.
Pero creo que la Palabra nos pide algo más. Dios ha puesto esa semilla en nuestra mano para que nosotros seamos también sembradores de la Palabra de Dios. Se nos ha confiado también el anuncio de la Buena Nueva del Reino y eso hemos de hacerlo en ese mundo concreto en el que vivimos.
Un mundo que también nos vamos a encontrar muchas veces adverso, que se pone en contra o pasa indiferente ante el anuncio que nosotros podamos hacer; un mundo que tiene otros intereses y que se olvida de lo que son metas altas, ideales grandes, que ha perdido el sentido de la trascendencia, que solo piensa en lo inmediato o en las ganancias materiales, que se encierra en si mismo y ya no entiende lo que significa tener una espiritualidad. Podemos tenerlo miedo a ese mundo, o podemos incluso contagiarnos del espíritu de ese mundo.
Pero no olvidemos que somos sembradores aunque nos cueste. Sabemos que contamos con la fuerza del Espíritu que anima nuestra vida y nos da la fuerza para hacer la siembra. No nos guardemos la semilla para nosotros o para otro momento que se puede echar a perder. Es ahora cuando tenemos que sembrarla.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Como Jesús también nosotros hemos de proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios aunque sea en un mundo de increencia y de indiferencia

Como Jesús también nosotros hemos de proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios aunque sea en un mundo de increencia y de indiferencia

1Corintios 15,12-20; Sal 16; Lucas 8,1-3
‘Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios’.  Así sencillamente nos resume el evangelista la acción evangelizadora de Jesús de pueblo en pueblo por toda Galilea.
No iba solo, lo acompañaban muchos discípulos, muchos que querían seguir sus pasos, que se habían sentido deslumbrado por su anuncio, por sus palabra y querían estar con El, seguir su camino; entre ellos el evangelista nos destaca a los Doce, los había elegido y llamado para que de manera especial estuvieran con El, porque a ellos les iba a confiar su misión; pero el evangelista nos habla también de algunas mujeres, el grupo de las mujeres piadosas que estarían con Jesús hasta en el momento de la cruz; muchas habían recibido especiales dones de Jesús, como verse liberadas del mal, otras incluso lo ayudan con sus bienes.
Lo importante es el anuncio, la Buena Nueva que proclama, el Evangelio del Reino de Dios. había sido su anuncio desde el principio y desde el principio nos pedía creer en ese anuncio, creer en ese Reino de Dios que se construía, construir ese Reino de Dios en el corazón convirtiéndonos a El. ‘Convertíos y creed en la Buena Noticia’, recordamos que era su anuncio.
Allí estaban con Jesús y le seguían de cerca quienes creían en ese anuncio, quienes querían que se Reino de Dios se hiciera realidad. Queremos nosotros estar también cerca de Jesús; queremos también que ese Reino de Dios se vaya haciendo presente más y más en nuestro mundo. Parece que no es fácil porque las sombras de la increencia y la indiferencia parecen que lo invaden todo. A quienes queremos hablar del Reino de Dios la gente nos mira quizá de una forma escéptica, como si oyeran hablar de visiones o de sueños irrealizables.
Pero nosotros creemos en el Reino de Dios, porque primero que nada queremos que Dios sea en verdad el centro de nuestra vida. No siempre es fácil, repito, porque son tantas las cosas que nos distraen, que nos tientan, que nos hacen sus ofertas, para que pongamos el corazón en ellas, para que las convirtamos en absolutos de nuestra vida. Pensemos en tantos apegos del corazón; pensemos en esas cosas que poseemos o que más bien nos poseen y que parece que nada somos sin ellas; pensemos en tantas esclavitudes en las que podemos caer atándonos a cosas, atándonos a ideas, poniendo en duda cosas fundamentales, llenando de sombras nuestro corazón.
Queremos vivir el Reino de Dios y buscar los verdaderos valores que nos lleven por caminos de plenitud, caminos que nos hagan tener la mirada alta, caminos de verdadera libertad, caminos de amor y de solidaridad, caminos en lo que busquemos siempre lo bueno por encima de todo, caminos en que sepamos encontrarnos con Dios que viene a nuestra vida. Son los caminos por los que iremos construyendo el Reino de Dios.
No olvidemos que aquello que hacia Jesús que iba por todas partes haciendo el anuncio de la Buena Nueva del Reino es lo que nosotros tenemos que seguir haciendo. No podemos callar esa alegre buena noticia, no la podemos ocultar, porque así lograremos la salvación para nuestro mundo. Es el compromiso de nuestra fe, es nuestro compromiso de verdadero seguidor de Jesús, de un auténtico discípulo.

jueves, 15 de septiembre de 2016

De María aprendemos a estar junto a la cruz de Jesús con una verdadera solidaridad en el dolor de cuantos sufren a nuestro lado

De María aprendemos a estar junto a la cruz de Jesús con una verdadera solidaridad en el dolor de cuantos sufren a nuestro lado

1Corintios 15,1-11; Sal 117; Juan 19,25-27:

‘Junto a la cruz estaba María, la madre de Jesús…’ Después de haber contemplado ayer la Cruz y a quien de ella pendía como nuestro Salvador en la entrega suprema de su vida por amor hoy la Iglesia nos invita a contemplar a María junto a la cruz de Jesús.
‘Y a ti una espada te traspasará el alma’, le había anunciado el anciano Simeón allá en el templo cuando la presentación de Jesús para cumplir la ley de Moisés. Traspasada de dolor en la pasión y muerte de Jesús hoy la contemplamos en cumplimiento de aquella profecía. La tradición nos habla del encuentro de Jesús y María en la calle de la amargura camino del Calvario.
Allí en medio de las gentes que vociferaban contra Jesús la contemplaremos siguiendo aquel cortejo de dolor y sangre arropada por las buenas mujeres que habían seguido a Jesús, alentada quizá por el llanto de aquellas mujeres anónimas a las que Jesús invitaba a llorar por sus pecados y por sus hijos, y apoyada seguro en el discípulo amado que al pie de la cruz iba a recibir como hijo en nombre de toda la humanidad.
María en medio de aquellos que vociferaban su maldad queriendo llevar a su Hijo hasta el patíbulo, pero María allí donde hay sufrimiento y muerte para unirse ella en una solidaridad tan especial como puede hacerlo una madre a la ofrenda de amor que hacia Jesús de su vida al Padre derramando su sangre por la salvación y el perdón de los pecados de toda la humanidad.
Queremos, sí, contemplar a María en medio de ese cuadro lleno de sombras pero también de luz, porque será la manera como seguiremos contemplando a María a través de todos los tiempos junto al dolor de todos sus hijos. María, junto a la cruz de Jesús en el Calvario, María junto a la cruz de Jesús en el sufrimiento de tantos a lo largo de los siglos. La presencia de María va a iluminar las sombras de ese cuadro de muerte del sufrimiento de los hombres a través de todos los tiempos. Es la madre que estará siempre al lado de sus hijos, pero de manera especial de sus hijos más débiles, como siempre hacen las madres, en todos los torturados por el dolor y el sufrimiento sea cual sea.
Qué paz cuando sentimos a María en medio de las sombras de nuestra vida. El amor de la madre nos llena de luz y nos abre a la esperanza. El amor de María nos enseñará también a nosotros a estar junto a la cruz; junto a la cruz, porque la llevamos en nosotros y con nosotros en el camino del seguimiento de Jesús, ya que El nos invita a seguirle tomando, cargando con nuestra cruz de cada día; pero junto a la cruz de Jesús porque aprenderemos a estar al lado del sufrimiento de los demás para con nuestro amor, nuestra presencia, nuestros gestos de solidaridad llevar también ese rayo de luz y de esperanza que necesita todo el que sufre.
Es nuestra tarea. Es la lección que aprendemos de María. María, Madre y Reina de los Dolores porque supo estar junto al dolor de su Hijo con su corazón traspasado; Madre y Reino de los Dolores, porque sigue estando junto a la cruz de sus hijos, todos los hombres que sufren para alentar su esperanza, para darnos motivos para caminar, para aprender también nosotros lo que es el amor verdadero y la solidaridad con que hemos de estar junto a nuestros hermanos los hombres que sufren. De María aprendemos a no cruzarnos de brazos; de María aprendemos a buscar formas para mitigar cualquier dolor, para servir de consuelo a los que lloran, para encender una luz en el corazón que nos haga tener esperanza.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Para nosotros contemplar la cruz de Cristo es contemplar el triunfo del amor y de la vida y querer vivir todo el compromiso de nuestro amor


Para nosotros contemplar la cruz de Cristo es contemplar el triunfo del amor y de la vida y querer vivir todo el compromiso de nuestro amor

Números 21, 4b-9; Sal 77; Filipenses 2, 6-11; Juan 3, 13-17

A las personas se nos conoce y se nos distingue por una serie de signos externos ya sea en nuestros vestidos o aditamentos que nos pongamos, ya sea en expresiones o gestos de nuestro rostro o de nuestro cuerpo, o ya sea en nuestra manera de ser o de actuar. Así nos distinguimos, expresamos lo que somos o quienes somos. Por otra parte en las reglas y normas de la sociedad en la que vivimos portamos con nosotros un documento de identidad que contiene unos datos básicos sobre nuestra persona y que oficialmente, por así decirlo, nos identifica.
Pero ¿esa es toda nuestra identificación en la vida? ¿No habrá algo más profundo en nosotros que identifique nuestra persona por el sentido que le hemos dado a nuestra vida? Creo que podemos entender que nos estamos refiriendo a lo que da sentido a nuestra vida desde nuestra fe. ¿Qué nos identifica como cristianos? ¿Qué signos llevamos en nuestra vida que señale claramente qué es lo que somos y quienes somos?
El signo no lo podemos reducir a algo material que llevemos impuesto sobre nosotros como si fuera solamente un vestido, un adorno o un aditamento externo. El signo sabemos bien que tiene que ser nuestra vida impregnada de amor, porque eso es lo que verdaderamente nos distingue como discípulos de Jesús. ‘En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado’, nos dice Jesús.
Pero eso no impide que llevemos en nosotros una marca, también una señal externa de lo que es nuestra fe en la salvación que recibimos de Jesús y de lo que es el amor que vivimos con los hermanos. ¿Qué mejor señal que la cruz? Con ella fuimos ya marcados desde nuestro bautismo. Pero repito no es un aditamento externo sino una señal de nuestro compromiso, el compromiso de nuestra fe y de nuestro amor.
Por esa señal de la cruz confesamos nuestra fe. Así lo hacemos cuando trazamos la señal de la cruz sobre nosotros ‘en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo’. Con ello estamos haciendo una profesión de fe, una proclamación de la fe que tenemos. Y lo hacemos con la Cruz salvadora de Jesús, puesto que en la entrega de Jesús en su muerte en la cruz obtuvimos la salvación, la redención de nuestros pecados, el nacimiento a una vida nueva. Con qué respeto y veneración tendríamos que hacer la señal de la cruz, no como algo mágico sino como una auténtica confesión de fe en nuestro Salvador.
Llevamos también sobre nosotros el signo de la cruz, pero que nunca sea como un adorno o una ostentación. La cruz significa sacrificio, significa entrega, significa amor. Con esa gallardía entonces hemos de llevarla, porque así queremos expresar nuestro amor, nuestra entrega, la capacidad que tenemos de darnos y de sacrificarnos por los demás. La cruz es despojo y es pobreza porque también es lugar de muerte, pero cuando llevemos nosotros la cruz como un signo sobre nosotros signifique cómo somos capaces de despojarnos de nosotros mismos, de nuestro yo, de nuestro orgullo, de nuestros caprichos para vivir para los demás, para vivir en ese sentido y estilo de vida nueva que Jesús nos ofrece y que en la cruz de Jesús aprendemos. Será así cómo vamos manifestando de verdad nuestro distintivo de cristianos.
Hoy, 14 de septiembre, estamos celebrando la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Fiesta que en muchos lugares se transforma en una fiesta de Cristo crucificado, como lo es en nuestra tierra las fiestas del Cristo de La Laguna que hoy se celebran. En mi ciudad de Tacoronte celebraremos en los próximos domingos, como una prolongación de este día, la fiesta de Cristo abrazado a la Cruz y mostrándonos la cruz como la señal y el testigo de su amor; son las fiestas del Cristo de los Dolores, de Tacoronte. Y así en otros muchos pueblos a lo largo de toda la geografía.
Y es que no podemos separar la exaltación de la Santa Cruz de Cristo en ella crucificado. Así surgen en este día todas estas fiestas de la devoción del pueblo cristiano. No miramos nunca a la Cruz separada de Cristo, porque es en Cristo en ella crucificado donde encuentro todo su sentido de amor. Para nosotros, pues, contemplar la cruz de Cristo es contemplar el triunfo del amor y de la vida; celebrar la cruz de Cristo es querer vivir todo el compromiso de nuestro amor. Por eso con orgullo llevamos la cruz como un signo vivo grabado en nuestra vida. 

martes, 13 de septiembre de 2016

Es necesario volver a llenar nuestro corazón de misericordia y de compasión para que rebose, contagie, se desborde en nuestros gestos, con nuestra presencia, con nuestra cercanía, en nuestras palabras

Es necesario volver a llenar nuestro corazón de misericordia y de compasión para que rebose, contagie, se desborde en nuestros gestos, con nuestra presencia, con nuestra cercanía, en nuestras palabras

1Corintios 12,12-14.27-31ª; Sal 99; Lucas 7,11-17

‘Le dio lástima… No llores…’ se habían encontrado las dos comitivas a las puertas de la ciudad. Entraba Jesús con sus discípulos en su peregrinar en el anuncio de la vida por los caminos y las aldeas de Galilea; salía una triste comitiva de la ciudad llevando el cadáver de un joven que acababa de morir dejando sola a su madre viuda. Momentos de gran tristeza. Allí está el dolor de una madre y el consuelo que tratan de darle todos los vecinos que la acompañaban en tan triste momento. Y allí llega Jesús. ‘Sintió lástima…’ Unas palabras de Jesús para aquella madre desconsolada: ‘No llores’. Jesús se ha detenido en su camino ante aquella comitiva, ante aquel dolor.
Detenernos en el camino ante el dolor y el sufrimiento. No podemos pasar insensibles, como quizá tantas veces habremos hecho. Reconozcámoslo. ¿Nos enteramos del sufrimiento de las personas con las que nos cruzamos en la vida? muchos quizá lo ocultan y no nosotros no nos enteramos. Muchas veces no queremos enterarnos ante ese pobre que nos tiende la mano pidiendo una ayuda. A lo sumo quizá nos contentamos con meter la mano en el bolsillo para sacar una moneda, pero, sinceramente hemos de preguntarnos, ¿nos detenemos? ¿nos cruzamos las miradas? ¿tenemos una palabra para esa persona? ‘No llores…’ le dijo Jesús.
Casi no puedo seguir adelante en esta reflexión que me estoy haciendo viendo el gesto de Jesús que me recuerdan los gestos que tantas veces he dejado de hacer. Porque pasamos de largo, no nos queremos enterar, no queremos saber lo que hace sufrir a esa persona; para no implicarnos, para no comprometernos; no salimos de nosotros mismos y no damos lugar en nuestra vida al sufrimiento del otro; nos podría hacer sufrir, nos falta la verdadera empatía. Es necesario volver a llenar nuestro corazón de misericordia y de compasión para que rebose en nuestros gestos, para que contagie con nuestra presencia, se desborde con nuestra cercanía, se hace presente en nuestras palabras.
La presencia de Jesús fue presencia de vida. Jesús resucitaría al joven para devolvérselo a la madre, pero Jesús antes había llenado de vida el corazón de aquella mujer. El milagro no solo estuvo en la resurrección del muchacho; eso fue el signo de la resurrección de aquel corazón dolorido al que se había llenado de vida con la presencia de Jesús.
Así nosotros, nuestra presencia, nuestros gestos, nuestra cercanía, nuestras palabras cuando sea necesario, siempre nuestro amor tiene que llevar vida, tiene que llenar de vida a cuantos nos rodean, a los que sufren, a nuestro mundo. Un campo grande se abre ante nosotros.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Hemos de tener por adelantado la certeza de que el amor de Dios no nos falta y el amor de Dios es primero

Hemos de tener por adelantado la certeza de que el amor de Dios no nos falta y el amor de Dios es primero

1Corintios 11,17-26.33; Sal 39; Lucas 7,1-10

‘Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’. ¿Por qué esa admiración de Jesús? ¿Por qué esa alabanza? Eran un centurión romano; se supone que pagano, no de religión judía, aunque sabemos por los textos paralelos que era bien considerado con los judíos a los que había ayudado en la construcción de la sinagoga de Cafarnaún.
Habría sentido admiración por Jesús cuando escuchaba que era un profeta que iba enseñando a las gentes; acaso en alguna ocasión le habría escuchado anónimo en medio de la multitud que se arremolinaba en torno a Jesús; habría oído hablar de los signos que realizaba pues la fama de Jesús corría de boca en boca.
Ahora un criado al que aprecia mucho  está enfermo y ya no sabiendo a quien acudir en busca de remedios que le curen, acude a Jesús. Pero no se atreve a ir directamente; envía algunos mensajeros; cuando escucha que Jesús quiere acercarse a su casa, envía de nuevo otros mensajeros manifestando que no se siente digno de que Jesús llegue a su casa – en el relato paralelo del otro evangelista será ya el mismo centurión el que diga directamente estas palabras a Jesús – y que tiene la certeza de que solo una palabra bastará para curar a su criado; pone el ejemplo de sus ordenes que a una sola voz son cumplidas por sus subordinados, así poderosa es la Palabra de Jesús.
‘Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’, es la reacción de Jesús. El criado quedará sano, como constatarán los enviados a su vuelta. Es la fe, la confianza humilde de aquel hombre. Fe y humildad que brillan en la súplica llena de esperanza. Cuánto tenemos que aprender. Suplicamos desde nuestras necesidades, pedimos una y otra vez, pero da la impresión de que no estamos convencidos de que vamos a ser escuchados. Con confianza y con humildad tenemos que aprender a ir hasta Jesús.
No como un último remedio, sino con la certeza y la confianza de que Jesús estará a nuestro lado siempre. Y sentiremos su fuerza, y crecerá nuestra fe, nuestros ojos se llenarán de luz, mientras en nuestro corazón renace la esperanza. No acudimos con exigencias, ni con chantajes, sino con confianza y con humildad. No nos tenemos que creer los merecedores de todo y que por muchas cosas que hagamos tenemos derecho a exigirle a Dios una respuesta. Nuestras promesas, sí, se quieren convertir muchas veces en chantajes, casi como una compraventa, pero hemos de tener por adelantado la certeza de que el amor de Dios no nos falta y el amor de Dios es primero. Somos nosotros lo que tenemos que dar respuesta a ese amor de Dios.
Como nos decía san Juan, ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero’. Esa certeza no la podemos olvidar, por delante está el amor que Dios nos tiene. Con esa confianza acudimos siempre a El.

domingo, 11 de septiembre de 2016

En el corazón de Cristo y en el de los cristianos nunca cabrá la discriminación ni la condena sino siempre manifestará la ternura de Dios abierto a la acogida, a la misericordia, al perdón

En el corazón de Cristo y en el de los cristianos nunca cabrá la discriminación ni la condena sino siempre manifestará la ternura de Dios abierto a la acogida, a la misericordia, al perdón

 Éxodo 32, 7-11. 13-14; Sal 50; 1Timoteo 1, 12-17; Lucas 15, 1-32
Quien no ha sabido o no ha querido tener la experiencia de la misericordia y la compasión porque en su orgullo se cree tan justo que no necesita nunca pedir perdón será igualmente inmisericorde y duro de compasión para con los demás no siendo capaz nunca de ser compasivo con nadie. Es algo duro, pero es el caparazón con el que seríamos capaces de recubrir nuestro corazón para no tener nunca ningún atisbo de ternura y misericordia.
Y nos puede suceder, porque aunque hayamos experimentado alguna vez esa compasión con nosotros podemos volvernos intransigentes con los demás e incapaces de perdonar a los demás. Muchos en la vida van con esa insensibilidad que incluso les hace expresarse con expresiones duras y hasta son incapaces de sonreír a nadie. Y lo más peligroso y terrible sería que nos podamos parapetar tras esas expresiones de intransigencia, de inmisericordia, de insensibilidad en nombre quizá de un sentido religioso, que por decirlo suavemente, es mal entendido.
Son los cumplidores, los que se creen impecables, los que son capaces de fijarse en la menor minucia para juzgar, para criticar, para condenar a los demás. Son los que van haciendo discriminaciones en la vida desde sus particulares apreciaciones, se quedan en las apariencias, y considerándose poco menos que intocables no se quieren rebajar a mezclarse con nadie; son los que van creando categorías en la vida, para ponerse ellos siempre en un estadio superior.
El evangelio hoy nos cuenta que todos los publicanos y pecadores llegaban hasta Jesús para escucharle. Pero por allá estaban los escribas y los fariseos juzgando y criticando desde sus distancias discriminatorias y puritanas. ‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. No quieren mezclarse; en su duro corazón está siempre por delante el juicio, la discriminación y la condena. No entienden lo que Jesús está haciendo para mostrarnos el rostro misericordioso de Dios.
Y la respuesta de Jesús es proponer unas parábolas. ¿Es que un pastor va a dar por perdida una oveja que se le ha quedado extraviada en el campo o en las laderas de los barrancos? Aunque solo fuera por el interés de no tener una pérdida, iría a buscarle y movilizaría todo lo necesario para encontrarla. Pero es que además este pastor, no moviliza antes, sino que movilizará luego a sus amigos para decirles que ha encontrado la oveja que se le había perdido.
¿O es que una mujer que se la extraviado en su casa una moneda valiosa la va a dar por perdida? La va a buscar aunque tenga que revolver toda la casa y poner todo patas arriba. Pero es que además cuando la encuentra llamará a sus vecinas y amigas para comunicarles la buena noticia de que encontró aquella moneda preciosa que tenia extraviada y lo hará con gran alegría.
Y nos dirá Jesús que más grande será la alegría del cielo por un solo pecador que se arrepienta, reconozca su pecado y se convierta a la misericordia de Dios. ¿Cómo no va, pues, Jesús a alegrarse cuando los pecadores vienen a escucharle y muestran señales de arrepentimiento y conversión? Claro que hará fiesta y comerá con ellos. Además, si antes para buscar a ese pecador y traerlo al buen camino necesita participar en una de sus comidas o banquetes para El no habrá dificultad porque por encima de todo va a primar la misericordia y la compasión. En el corazón de Cristo nunca cabrá la discriminación ni la condena. Su corazón siempre manifestará la ternura de Dios y estará abierto a la acogida, a la misericordia, al perdón.
Y como bien sabemos no se acaban aquí las imágenes que Jesús querrá presentarnos de lo que es la misericordia de Dios, que ha de ser la misma misericordia con que nosotros hemos de actuar para con los demás. Será la parábola que todos bien conocemos y tantas veces habremos meditado que nos habla del padre que con una ternura grande en su corazón estará siempre esperando la vuelta del hijo que se ha marchado. Será el padre que espera pero que corre al encuentro; será el padre que hará fiesta con la vuelta del hijo, pero que intentará convencer al otro hermano para que sea capaz también de acoger a quien se consideraba muerto pero que ha vuelto a la vida.
Cargamos muchas veces las tintas fijándonos en maldad del hijo que se ha marchado y lo ha gastado todo viviendo de mala manera, no nos fijamos tanto en el resentimiento del otro hijo que en su orgullo no quiere recibir al hermano, pero tampoco entiende la actitud y la postura del padre, y nos fijamos poco en esa ternura de Dios que se manifiesta en aquel padre paciente, compasivo, misericordioso, que busca siempre nuestro encuentro no solo con El sino que seamos capaces de tenerlo también entre nosotros para que la fiesta sea grande.
Es lo que Jesús está queriendo decirles a aquellos letrados y fariseos que parece que no entendían o no querían entender lo que es la ternura y la misericordia porque en su orgullo habían endurecido demasiado el corazón. Es lo que Jesús está queriendo decirnos a nosotros también para que aprendamos a cambiar muchas actitudes y muchas posturas que muchas veces mantenemos en la vida. Y es que nuestra relación con Dios y su misericordia siempre ha de pasar por nuestra relación con los demás, por nuestra capacidad de encuentro siempre con los otros, con la ternura que brille en nuestro corazón para saber acoger a todos sin ningún tipo de discriminación.
Que nunca en nombre de nuestra fe o de nuestra religión queramos ser tan justicieros que no seamos capaces de mostrar nuestra ternura y capacidad de misericordia con los demás. Que la Iglesia no lo olvide nunca, porque algunas veces se hace demasiado justiciera y se puede contagiar de algunos criterios de nuestro mundo tan lleno de inhumanidad; sería algo triste que sucediera así en nuestra Iglesia. Alguien quizás pueda sentirse dolorido por cosas así en el seno de la Iglesia.