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sábado, 30 de mayo de 2015

La autoridad de Jesús no es otra que la manifestación del amor que Dios nos tiene

La autoridad de Jesús no es otra que la manifestación del amor que Dios nos tiene

Eclesiástico 51,17-27; Sal 18; Marcos 11,27-33
‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ vienen los judíos a reclamarle a Jesús. El día anterior había limpiado Jesús el templo arrojando fuera a los vendedores y cambistas que habían convertido en un mercado el templo del Señor. En lugar de casa de oración, de lugar de encuentro con Dios se había convertido en una cueva de bandidos.
Ya conocemos bien lo que sucede siempre en todas partes. En torno a cualquiera lugar de especial devoción aparece enseguida como un enjambre la multitud de los que quieren aprovecharse de la situación. Sucede así en torno a todos los santuarios religiosos hoy también. Todos queremos llevarnos un recuerdo del lugar o tener quien nos facilite las ofrendas religiosas que queremos hacer y aparecen los comercios, aparece el mercado, aparece la utilización de lo sagrado.
Terrible sería que no solo sucediera en los alrededores sino que sucede también dentro de nuestros lugares sagrados. Creo que a pesar de los siglos y a pesar de muchas cosas buenas que intentamos hacer este evangelio no ha hecho mucha mella en nosotros los cristianos. Cuánta renovación y cuanta purificación también de nuestra Iglesia y nuestras prácticas religiosas tendríamos que hacer.
Pero centrémonos en lo que cuestionan a Jesús. No entendían, o no querían entender lo que Jesús hacia. Además aquello trastocaba sus planes y su manera pensar y de actuar. Cuesta entrar en un camino de renovación. No solo son dudas sino muchas veces reticencias que nos ciegan, nos impiden ver con claridad. Se sentían muy seguros de si mismos y no abrían su corazón a lo que Jesús les ofrecía, a su nueva vida.
Por eso vienen con sus planteamientos y exigencias. ¿Con qué autoridad? ¿Quién te ha dado velas en este asunto?  Pero eso no era lo que pensaban por ejemplo aquellos que acudían a Jesús reconociendo sus propios males, sus sufrimientos físicos o del corazón. Que se lo digan al ciego Bartimeo allá del camino de Jericó; o aquel ciego de nacimiento de las calles de Jerusalén, o al paralítico de la piscina que llevaba treinta y ocho años enfrente del agua que podría sanarle y había venido Jesús y le había salvado;  que se lo pregunten a los leprosos que se atrevían a acercase a Jesús con la seguridad de que en El iban a encontrar la salud y la salvación; que se lo pregunten a Zaqueo el que bajó de la higuera para recibir a Jesús en su casa o a la mujer pecadora que se lo gastó todo en perfumes para ir a llorar a los pies de Jesús.
Todos ellos se sentían necesitados de salvación y acudían a Jesús porque sabían que en El podían encontrarla. Los que se mantenían a distancia, mirando las cosas desde lejos pero para juzgar y condenar no podrían ver la luz, no podrían encontrarse con la salvación y siempre estarán preguntando lo mismo, ¿con qué autoridad haces esto? ¿quién eres tú para que creamos en ti?
Nosotros, ¿en qué grupo estamos? ¿Nos sentiremos necesitados de la salvación y en el amor de Jesús seremos capaces de descubrir todo el amor que Dios nos tiene?

viernes, 29 de mayo de 2015

La higuera muy frondosa y llena de hojas pero sin fruto es imagen de nuestra propia vida y los frutos que no damos

La higuera muy frondosa y llena de hojas pero sin fruto es imagen de nuestra propia vida y los frutos que no damos

Eclesiástico 44,1.9-13; Sal 149; Marcos 11,11-26
Escuchando el evangelio de hoy comienzo preguntándome si en verdad mi oración al Señor es con verdadera y profunda fe poniendo radicalmente mi confianza en Dios. Presuponemos la fe en nuestra oración, porque de lo contrario no tendría sentido salvo que sea una rutina tan grande que no sepa ni lo que estoy haciendo. Pero ¿mi fe y mi confianza son totales en que Dios de verdad me escucha?
Reconocemos que muchas veces nos llenamos de dudas porque nos parece que Dios no nos concede lo que le pedimos tal como se lo pedimos. Claro que tenemos que entender que poner totalmente esa fe en Dios no es para mover montañas o higueras de un sitio para otro. Lo primero que tiene que moverse de verdad es mi corazón para confiar en el Señor y creer en su Palabra. Es a lo que nos está invitando hoy Jesús en el evangelio.
Todo parte en el evangelio del hecho de que Jesús en el camino de Betania a Jerusalén se acerca a una higuera muy frondosa y llena de hojas pero en la que no encuentra fruto. Por las palabras de Jesús al día siguiente Pedro se dará cuenta de que la higuera está seca. De ahí parte lo que Jesús nos dirá de la oración.
Pero en esa higuera muy frondosa y llena de hojas pero que no tiene fruto también tendríamos que reflexionar en relación a nuestra propia vida y a los frutos que tendríamos que dar y que quizá no damos. Entre los agricultores una planta muy llena de hojas pero que no da fruto se suele decir que está llena de vicio; así recuerdo oírle decir a mi padre. Esto tendría que hacernos reflexionar sobre nuestra vida en muchas ocasiones muy llena de apariencias pero que realmente no da fruto. ¿Será acaso porque no la hemos cuidado convenientemente?
Los agricultores podan las vides y los árboles para que puedan dar buenos frutos además de todos los cuidados de abonos y demás atenciones que les dan. ¿No será algo de eso lo que nos puede faltar en nuestra vida porque quizá no tenemos una honda espiritualidad o no somos capaces de podar en nosotros aquellos brotes malos, viciosos, que pudieran ir apareciendo en nuestra vida?
Tenemos que purificar nuestra vida. Hoy también contemplamos a Jesús que purifica el templo de todas aquellas cosas que se habían ido introduciendo en él, traficantes, vendedores, cambistas… de manera que más parecía un mercado o una cueva de bandidos, como hoy nos dice. Son tantas las cosas de las que vamos llenando nuestra vida, tantos los apegos a los que nos esclavizamos, tanta la superficialidad con que muchas veces vivimos, de los que tenemos que purificarnos para darle verdadera profundidad a nuestro ser, crecer en una auténtica espiritualidad, hacer crecer nuestra fe para que demos verdaderos frutos de santidad.
Y Jesús terminará dándonos una hermosa recomendación. ‘Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas’. Con un corazón limpio de maldad, del que hemos alejado toda clase de rencores y resentimientos tenemos que acudir al Señor en nuestra oración. Por eso cuando nos dé el modelo de nuestra oración en la petición de perdón a Dios nos enseñará: ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Y es que cuando oramos al Señor y le pedimos perdón ya ha de ir por delante ese perdón que nosotros les ofrecemos siempre generosamente a los demás. En la misma oración el Señor nos ayudará para que podamos hacerlo.


jueves, 28 de mayo de 2015

Contemplamos y celebramos a Jesucristo sumo y eterno sacerdote que nos hace participes de su sacerdocio

Contemplamos y celebramos a Jesucristo sumo y eterno sacerdote que nos hace participes de su sacerdocio

Hebreos, 10, 12-23; Sal. 39; Lc. 22, 14-20
‘Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios…’ Así hemos escuchado hoy en la carta a los Hebreos en esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.
El es el Sacerdote eterno, que ha ofrecido al Padre el sacrificio de la Nueva Alianza en su Sangre derramada para el perdón de los pecados; es nuestro Redentor y nuestro Salvador; es el Pontífice que está sentado para siempre a la derecha del Padre en los cielos, como confesamos en el Credo, intercediendo para siempre por nosotros.
Tenemos ya para siempre ‘entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que El ha inaugurado para nosotros’ por el sacrificio de su vida. En la antigua alianza al Santuario no podía entrar sino el sumo sacerdote una vez al año; ahora ya tenemos la entrada libre porque Cristo nos ha abierto las puertas de los cielos; El se ha ofrecido, ha derramado su sangre para siempre para que para siempre podamos acercarnos a Dios. El se ha ofrecido en sacrificio por nosotros y nuestros pecados están perdonados; El en su Sangre nos ha consagrado haciéndonos participes de su vida para siempre.
Es lo que hoy celebramos contemplando a Cristo sumo y eterno sacerdote, pero que a nosotros, a todos en virtud del bautismo nos hace sacerdotes, para que podamos hacer ofrendas espirituales y agradables a Dios con nuestra vida. Al ser ungidos en el Bautismo con Cristo nos hemos convertido en sacerdotes, profetas y reyes. Todos tenemos que darle gracias a Dios; hoy es una oportunidad grande para hacerlo.
Pero como decimos en el prefacio de la misa de este día ‘El no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo tu pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de esta sagrada misión’. Como hemos escuchado en el Evangelio cuando Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía instituye también el nuevo sacerdocio; ‘haced esto en memoria mía’, les dice a los apóstoles para que para siempre pudiéramos seguir haciendo presente de forma sacramental el sacrificio de Cristo. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos anunciando la muerte de Jesús, como nos dice san Pablo, estamos celebrando el sacrificio de Cristo en la Cruz; y eso por el ministerio de los sacerdotes.
Es por lo que este día se convierte en un día sacerdotal por excelencia; por el sacerdocio de Cristo del que todos somos partícipes, pero también por el sacerdocio ministerial de aquellos elegidos del Señor para este servicio del pueblo de Dios.
Como decíamos, un día de acción de gracias por el sacerdocio de Cristo y por los sacerdotes que El ha elegido para servir al pueblo santo; un día para orar con intensidad por los sacerdotes para que podamos vivir en la gracia del Señor con esa santidad de nuestro ministerio. Un día para pedir también al dueño de la mies que envíe suficientes operarios a su mies, para que sean muchas las vocaciones al sacerdocio; un día para pedir por las vocaciones. 

miércoles, 27 de mayo de 2015

La verdadera grandeza de la persona y nuestra verdadera felicidad está en la capacidad para servir haciendo felices a los demás

La verdadera grandeza de la persona y nuestra verdadera felicidad está en la capacidad para servir haciendo felices a los demás

Eclesiástico 36,1-2a.5-6.13-19; Sal 78; Marcos 10,32-45
La verdadera grandeza de la persona está en su capacidad para servir, en su disponibilidad para ponerse siempre en esa actitud de servicio a los demás. No está nuestra grandeza en los títulos que poseamos ni en el poder que podamos tener, sino en esa actitud de servicio.
Esto dicho así a todos nos puede parecer hermoso, pero tenemos el peligro que se nos quede en bonitas palabras, porque en el fondo, aunque hagamos muchas cosas buenas y de servicio hacia los demás, pueden aparecernos nuestros orgullos y ambiciones quizá de una forma camuflada y en aquello bueno que hagamos estemos buscando un reconocimiento o algún tipo de ventaja para nuestra vida.
Y esto que tenemos que vivirlo en todos los ámbitos de nuestra vida porque además siempre hemos de estar en una relación con los demás se tendría que hacer como más visible y palpable en aquellos que puedan ejercer algún tipo de responsabilidad en medio de la comunidad, en medio de la sociedad, ya sea en el ámbito de la sociedad civil en sus muchas instituciones, como también en nuestro ámbito eclesial.
En momentos pasados de nuestra historia quienes ocupaban algún tipo de responsabilidad en esos ámbitos tenían y hasta exigían el reconocimiento en los tratamientos o títulos con que se les trataba. En la sociedad actual hemos hecho desaparecer esos títulos de excelencia y se nos llena la boca al decir que somos iguales que los demás y que esos títulos de excelencia son cosas anacrónicas que no queremos utilizar.
Pero nos sucede también que sin embargo nos sentimos tentados a buscar otro tipo de reconocimiento por nuestras influencias o nuestro poder que se pudieran transformar en una serie de ganancias y ya sabemos a lo que nos referimos. Pronto quitando los brillos de las excelencias sin embargo tenemos el peligro de la manipulación de los individuos o de las cosas que desembocan en muchos tipos de corrupción de lo que estamos cansados de escuchar en nuestra sociedad actual. Y eso nos puede suceder en todos los ámbitos del entramado de la vida social.
A todos nos viene bien escuchar el evangelio que hoy nos propone la liturgia de la Iglesia. Por allá andaban tentados los discípulos a buscar esas ganancias o reconocimientos del poder. Y no fueron solo los dos discípulos que se atrevieron a pedir primeros puestos a Jesús, uno a la derecha y otro a la izquierda. Pronto vemos que el resto de los discípulos llenos de envidia y ocultado quizá sus ambiciones andaban por allá inquietos y murmurando. Jesús les dice que ese no puede ser nunca el sentido ni el estilo de ninguno de sus discípulos.
‘No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?’, les dice a los dos hermanos Zebedeos. Pero a continuación les dice a todos: ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos’. Nos ayuda a descubrir la verdadera grandeza, el verdadero estilo y sentido de nuestro vivir.
Pero añade el gran motivo: ‘Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’. Nuestro modelo lo tenemos en Jesús. El servicio nos dolerá en ocasiones en el alma, porque nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos y de nuestras primarias ambiciones. Pero tendremos el gozo del  bien y del amor que derramamos sobre los demás que es lo que haciendo felices a los otros nos hará a nosotros también las personas más felices del mundo.

martes, 26 de mayo de 2015

Busquemos siempre y por encima de todo lo que es la gloria del Señor que en El está nuestra gloria

Busquemos siempre y por encima de todo lo que es la gloria del Señor que en El está nuestra gloria

Eclesiástico 35,1-15; Sal 49; Marcos 10,28-31
‘Pedro se puso a decir a Jesús: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’. Creo que estas palabras tienen un eco muy concreto en actitudes y posturas que tenemos o podemos tener en la vida.
Por una parte está esa actitud orgullosa que va haciendo cuentas, queriendo sumar y multiplicar en méritos gananciales todo aquello bueno que vamos haciendo en la vida. Y nos creemos buenos y nos comparamos con los demás; y directamente o o acaso de una forma muy sutil echamos en cara o le contamos a los demás lo que hemos hecho por ellos. Y claro nos subimos a los pedestales de nuestros méritos. Y hasta nos hacemos exigentes cuando no nos vemos recompensados como a nos gustaría.
Pero no es solo en nuestra relación con los demás sino que eso tenemos el peligro de traducirlo también en nuestra relación con el Señor. Siempre recuerdo lo que me decía alguien en una ocasión que ya él se tenía ganado el cielo porque cuando chico hizo muchas veces los primeros viernes de mes y eso era una garantía de que ya estábamos salvados, fuera como fuera nuestra vida hoy. Son los que van haciendo alarde de lo que ayudan a la Iglesia, o de las cofradías a las que pertenecen o si un día hicieron una limosna a un pobre. Si yo soy tan bueno, cómo Dios me trata así, terminan diciendo cuando le surgen los problemas o las cosas en la vida no le salen como deseaban.
Como le decía Pedro a Jesús: ‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’. ¿Por qué hacemos las cosas o qué es lo que vamos buscando? ¿Nuestra gloria o la gloria del Señor?
Es cierto que Jesús nos promete una recompensa eterna. Pero eso es gracia del Señor. Pero nos dice también que no nos faltarán dificultades, habla en concreto de persecuciones, y al final nos enseña a hacernos los últimos y los servidores de todos. ‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. Cuidado, nos viene a decir, que si nos hacemos los primeros, si nos subimos en pedestales, vamos a caer y vamos a ser los últimos. Porque el que se ensalce será humillado, pero el que se humilla será enaltecido. Y podríamos recordar muchos más textos de las palabras de Jesús.
Es hermosa la reflexión del sabio del Antiguo Testamento que escuchamos hoy en la primera lectura: ‘El sacrificio del justo es aceptado, su ofrenda memorial no se olvidará. Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas; cuando ofreces, pon buena cara, y paga de buena gana los diezmos. Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más’. Y nos dice a continuación que no andemos con sobornos interesados.
Busquemos siempre y por encima de todo lo que es la gloria del Señor. Seamos generosos que El nos gana en generosidad.

lunes, 25 de mayo de 2015

Vaciemos el corazón de nuestras materialidades y nuestros orgullos para que quepan en él nuestros hermanos

Vaciemos el corazón de nuestras materialidades y nuestros orgullos para que quepan en él nuestros hermanos

Eclesiástico 17,20-28; Sal 31; Marcos 10,17-27
Hay quien sigue pensando que con el dinero lo puede comprar todo y sobre todo que las riquezas son las que le van a dar la felicidad. Dicho así quizá podemos decir fácilmente que estamos de acuerdo, que la felicidad no consiste precisamente en la posesión de cosas, pero quien no ha escuchado o se ha dicho a si mismo aquello de que el dinero no da la felicidad pero ayuda a conseguirla.
Es algo que con frecuencia escuchamos y estamos tentados en el fondo de nosotros mismos a pensar así. Pero tendríamos que preguntarnos con toda sinceridad si es el dinero el que nos va a ofrecer de verdad ilusión, sentido, esperanza, amor, ternura, compañía, amistad…
Es el dilema en que se encontró el joven del que nos habla hoy el evangelio. Era bueno, había sido cumplidor desde siempre en todo en su vida, soñaba con cosas grandes, pero le llegó la confusión a su alma. Cuando Jesús complacido en lo que le estaba diciendo aquel joven le ofrece el camino para esas metas altas con las que soñaba diciéndole que se despojara de todo, que vendiera sus posesiones, que lo repartiera todo con los pobres para poder seguirle con un corazón verdaderamente libre, aquel muchacho se volvió atrás. Era muy rico, tenía muchas cosas, pero lo peor es que tenía el corazón apegado a ellas y desprenderse de esos apegos le haría sangrar el corazón. Y erró el camino. ‘A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’.
Y ya escuchamos las palabras de Jesús que ve marcharse con tristeza a aquel joven que podía soñar con metas grandes. ‘Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por todo el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios’.
A los discípulos les va a costar entender estas palabras de Jesús y dirán que lo que Jesús propone es imposible. Claro por nosotros mismos no seremos capaces porque los apegos del corazón se nos enraízan de tal manera que nos harán sangrar cuando tratamos de arrancarlos. Cuánto nos cuesta desprendernos de nuestras cosas, de nuestras ideas, de nuestros caprichos, de nuestro yo. Cómo nos sentimos tentados a encerrarnos en nuestras cosas y en nosotros mismos. Cuánto nos cuesta compartir y no es solo lo material sino lo nosotros mismos somos.
Pero como nos dirá Jesús esto no será algo que hagamos por nosotros mismos, sino que Dios actuará en nosotros. ‘Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo’. Si Dios está con nosotros, ¿Quién podrá contra nosotros? Ayer celebrábamos con Pentecostés el don del Espíritu Santo que se nos ha concedido. Sintamos en verdad su fuerza, la gracia que nos acompaña.
No busquemos cosas extraordinarias que hacer, sino en ese día a día que hemos de vivir con desprendimiento, con generosidad, abriéndonos a los otros y dejándolos entrar en nuestro corazón sintamos la presencia del Espíritu. Pensemos que si tenemos el corazón lleno de esas materialidades o lleno de nuestro yo o nuestro orgullo no podremos dejar entrar a los demás en él; para que quepan nuestros hermanos, hemos de vaciarlo. Es lo que nos está hoy pidiendo el Señor y con la fuerza de su Espíritu podremos realizarlo.

domingo, 24 de mayo de 2015

Con la fuerza del Espíritu desde la Pascua iniciamos el camino de una nueva creación

Con la fuerza del Espíritu desde la Pascua iniciamos el camino de una nueva creación

Hechos, 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
Con la Pascua por la fuerza y la gracia del Espíritu que Cristo resucitado nos concede iniciamos el camino de una nueva creación. Recordemos lo que nos ha dicho san Pablo y tantas veces habremos meditado, somos una nueva creatura, unos hombres nuevos nacidos por el agua y el Espíritu como nos había anunciado Jesús. Es lo que hemos pedido en el salmo:Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla, renueva la faz de la tierra’.
Hoy, Pentecostés, estamos celebrando ese don del Espíritu que realiza esa nueva creación, que nos hace hombres nuevos y creatura nueva. Es el don de la Pascua. El evangelista Juan nos sitúa esa donación del Espíritu en la tarde de ese primer día, el día de la resurrección del Señor. San Lucas nos lo situará en el mismo lugar también, el cenáculo, cincuenta días después cuando los judíos celebraban la fiesta de Pentecostés.
Aquella creación salida buena de las manos del Creador - vio Dios que todo era bueno, nos decía el Génesis - fue destruida con el mal que se metió en el corazón del hombre creando división entre los hombres - ya Adán y Eva se echaban la culpa el uno al otro de ese mismo mal expresándose así esa división - que viene a tener una expresión bien significativa en la confusión de las lenguas de Babel que dividió y dispersó a la humanidad que era incapaz de entenderse.
Ahora un signo que manifiesta esa nueva unidad y comunión nacida en esta nueva creación de la Pascua será que gentes venidas de todos los lugares conocidos, aunque con lenguas distintas, serán capaces de oír hablar de las maravillas de Dios a una en su propia lengua. La confusión del orgullo del corazón de los hombres que los había dispersado se ha transformado en esta nueva creación en unidad y entendimiento para crear una nueva humanidad.
La fuerza del Espíritu todo lo transforma. Pero ya san Lucas nos va dando pautas de cómo hemos de prepararnos a esa acción del Espíritu. Si Juan nos había dicho que estaban encerrados por miedo a los judíos en aquel primer día de la nueva Pascua con la presencia de Cristo resucitado habían comenzado a cambiar las posturas y las actitudes. San Lucas, en versículos anteriores a los que hoy hemos escuchado, nos relataba cómo el grupo de los discípulos después de la Ascensión de Jesús se habían quedado reunidos y unánimes perseveraban en la oración en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. En la oración en común habían comenzado, por así decirlo, a ensayar ese nuevo estilo de vivir la nueva creación que se estaba realizando en sus corazones.
Juan nos dirá que Jesús sopló sobre ellos y les dio la fuerza de su Espíritu para el perdón delos pecados; el pecado que nos había dividido y creado el hombre viejo había sido vencido en la Pascua por la muerte y la resurrección del Señor; ahora caerían todas esas barreras con que el pecado nos había dividido y distanciado porque por la fuerza del Espíritu el perdón de los pecados que nos restauraba para hacer un hombre nuevo sería el anuncio de salvación que habría de llegar a todos los hombres.
Lucas en los Hechos nos describirá grandes señales del cielo como el viento impetuoso y las lenguas de fuego que se posaban sobre cada uno de ellos para manifestarnos así la fuerza y la presencia del Espíritu realizando esa nueva creación. ‘Y todos se llenaron del Espíritu Santo…’ Y ya hemos hecho referencia a ese nuevo entendimiento que nacía en el corazón de todos porque ‘cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua’.
Maravillas de Pentecostés. Una nueva humanidad y una nueva creación en la que todos estamos llamados a la comunión, al entendimiento, a caminar juntos sin que nada nos divida ni separe. Unos nuevos lazos, los lazos del amor del que el Espíritu nos inunda, comenzarán a anudar los corazones para que caminemos juntos y cada uno desde sus diversos y particulares dones pueda contribuir al bien común. ‘Diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; diversidad de servicios, pero un mismo Señor; diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común’.
Cuando hoy estamos nosotros celebrando Pentecostés y el don del Espíritu que también nosotros hemos recibido en nuestro Bautismo y de manera especial en la Confirmación tendríamos que reflexionar cómo vivimos ese don del Espíritu en nuestra vida. ¿En verdad nos sentimos esas nuevas creaturas, esos hombres nuevos nacidos de la Pascua y llamados a vivir siempre en la comunión y en la unidad? ¿Cómo se manifiesta esa comunión entre nosotros, en mi vida? El lenguaje de mi vida, mis gestos, mis actitudes, mis comportamientos ¿son signos que hablan a los demás de las maravillas del Señor para que todos puedan entenderlos?
Esos dones que hemos recibido, esos valores que hay en nuestra vida ¿somos capaces de ponerlos en verdad en servicio de los otros, en servicio del bien común? ¿En verdad sentimos que el pecado - ese pecado que nos divide y nos destruye - por la fuerza del Espíritu está realmente vencido en nuestra vida sintiéndonos ese hombre nuevo de la gracia?
Es cierto que la tentación nos acecha, que el pecado ronda a nuestro alrededor y muchas veces quizá nos enreda; pero no podemos olvidar que tenemos la fuerza del Espíritu, que tenemos que vivir como esa nueva creatura, que tenemos que saber invocar al Espíritu del Señor que nos fortalezca con la gracia, conscientes que siempre tenemos que manifestarnos como esos hombres nuevos que están inundados del Espíritu del Señor.
Ven, Espíritu divino, penetra hasta lo más hondo de mi ser llenando con tu luz mis oscuridades y con la riqueza de tu gracia los vacíos de mi vida.