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jueves, 28 de mayo de 2015

Contemplamos y celebramos a Jesucristo sumo y eterno sacerdote que nos hace participes de su sacerdocio

Contemplamos y celebramos a Jesucristo sumo y eterno sacerdote que nos hace participes de su sacerdocio

Hebreos, 10, 12-23; Sal. 39; Lc. 22, 14-20
‘Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios…’ Así hemos escuchado hoy en la carta a los Hebreos en esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.
El es el Sacerdote eterno, que ha ofrecido al Padre el sacrificio de la Nueva Alianza en su Sangre derramada para el perdón de los pecados; es nuestro Redentor y nuestro Salvador; es el Pontífice que está sentado para siempre a la derecha del Padre en los cielos, como confesamos en el Credo, intercediendo para siempre por nosotros.
Tenemos ya para siempre ‘entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que El ha inaugurado para nosotros’ por el sacrificio de su vida. En la antigua alianza al Santuario no podía entrar sino el sumo sacerdote una vez al año; ahora ya tenemos la entrada libre porque Cristo nos ha abierto las puertas de los cielos; El se ha ofrecido, ha derramado su sangre para siempre para que para siempre podamos acercarnos a Dios. El se ha ofrecido en sacrificio por nosotros y nuestros pecados están perdonados; El en su Sangre nos ha consagrado haciéndonos participes de su vida para siempre.
Es lo que hoy celebramos contemplando a Cristo sumo y eterno sacerdote, pero que a nosotros, a todos en virtud del bautismo nos hace sacerdotes, para que podamos hacer ofrendas espirituales y agradables a Dios con nuestra vida. Al ser ungidos en el Bautismo con Cristo nos hemos convertido en sacerdotes, profetas y reyes. Todos tenemos que darle gracias a Dios; hoy es una oportunidad grande para hacerlo.
Pero como decimos en el prefacio de la misa de este día ‘El no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo tu pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de esta sagrada misión’. Como hemos escuchado en el Evangelio cuando Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía instituye también el nuevo sacerdocio; ‘haced esto en memoria mía’, les dice a los apóstoles para que para siempre pudiéramos seguir haciendo presente de forma sacramental el sacrificio de Cristo. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos anunciando la muerte de Jesús, como nos dice san Pablo, estamos celebrando el sacrificio de Cristo en la Cruz; y eso por el ministerio de los sacerdotes.
Es por lo que este día se convierte en un día sacerdotal por excelencia; por el sacerdocio de Cristo del que todos somos partícipes, pero también por el sacerdocio ministerial de aquellos elegidos del Señor para este servicio del pueblo de Dios.
Como decíamos, un día de acción de gracias por el sacerdocio de Cristo y por los sacerdotes que El ha elegido para servir al pueblo santo; un día para orar con intensidad por los sacerdotes para que podamos vivir en la gracia del Señor con esa santidad de nuestro ministerio. Un día para pedir también al dueño de la mies que envíe suficientes operarios a su mies, para que sean muchas las vocaciones al sacerdocio; un día para pedir por las vocaciones. 

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