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sábado, 16 de junio de 2018

La credibilidad de nuestra vida se manifiesta en las obras revestidas de responsabilidad y coronadas por el amor


La credibilidad de nuestra vida se manifiesta en las obras revestidas de responsabilidad y coronadas por el amor

1Reyes 19,19-21; Sal 15; Mateo 5,33-37

‘Lo juro’ escuchamos una y otra vez repetir a muchas personas cuando quieren afirmarnos algo, ante lo que quizás nosotros nos mostremos algo incrédulos. Hay gente que lo tiene como una muletilla, porque les parece que es la única forma de credibilidad que tienen para presentarse, y porque quizá ellos mismos son desconfiados en si mismos, ni confían en lo que le digan los demás ni confían en si mismos.
Pero nos encontramos también que ya incluso en las fórmulas oficiales, por ejemplo, en la toma de posesión de cargos o responsabilidades se va sustituyendo el juramento por la promesa y si en principio el juramento para un creyente es poner a Dios por testigo de la verdad de aquello que afirmamos en la sociedad en que vivimos se sustituye esa invocación de Dios en el propio honor o en el respeto que podamos tener por las obligaciones que asumimos.
En una sociedad en la que ya no prima lo creyente y para una gran mayoría se ha dejado de tener en su vida esa referencia a Dios porque vivan un agnosticismo o un ateismo práctico, no nos extrañe esas sustituciones; como tampoco creo que en el respeto que podamos tener por las otras personas no nos ha de escandalizar que se sustituyan o supriman los elementos o signos religiosos de esas formalidades. Claro que para mí, que soy creyente, siempre será valida y necesaria esa relación con Dios en mi vida y en los actos que realizo. Como creyente, por mucho respeto que tenga a mi propio honor, la última referencia de mi vida siempre será Dios, porque es el que da sentido a mi ser y a mi vivir.
El juramento no solo le da solemnidad al acto que realizamos, sino que realizado responsablemente viene a darle credibilidad a aquello que afirmamos. Y diríamos que por la seriedad que reviste en si mismo se constituye para mi en una obligación que asumo, lo que me hará vivir todo aquello que realizo con responsabilidad y como una exigencia de justicia en si mismo. Por eso sería irresponsable no realizarlo con seriedad; de ahí que no es algo que tenemos que prodigar como una muletilla, como decíamos antes, sino que hemos de reservarlo para aquellos actos que tengan verdadera seriedad.
Hoy Jesús en el evangelio  nos habla de su seriedad y responsabilidad. Pero creo que Jesús quiere ir más al fondo y es que por la responsabilidad de nuestra vida nosotros nos hagamos creíbles siempre sin necesidad de reafirmarnos por medio de juramentos. No es solo ya que sería terrible un juramente en falso, de algo que no es verdad, sino que también hemos de evitar lo innecesario. ‘No juréis en absoluto’, nos viene a decir.  ‘A vosotros os basta decir sí o no’.
Es la autenticidad de nuestra vida; es la congruencia con que vivimos, de manera que nuestras palabras y nuestras obras vayan por el mismo camino. Es importante esa congruencia de nuestra vida. Es necesario que nos hagamos verdaderamente creíbles por las obras que realizamos. Es el testimonio que tenemos que dar de nuestros principios, de nuestros valores, de nuestra fe. Hemos de ser testigos, pero no solo por las palabras que pronunciemos, sino por el testimonio de la vida que vivimos.

viernes, 15 de junio de 2018

Preocupémonos primero que nada de nuestra belleza interior, de esa profundidad que le demos a la vida, de esa espiritualidad que verdaderamente nos eleve


Preocupémonos primero que nada de nuestra belleza interior, de esa profundidad que le demos a la vida, de esa espiritualidad que verdaderamente nos eleve

1Reyes 19,9a.11-16; Sal 26; Mateo 5,27-32

¿Dónde está la verdadera riqueza de la persona? De la misma manera nos preguntaríamos ¿de donde proceden las peores oscuridades del hombre, de la persona?
Hoy y siempre, podríamos decir, nos cuidamos mucho de nuestra apariencia externa; cuanto gastamos en tiempo y en dinero para mantener esa belleza exterior. En toda la historia y en todas las culturas nos encontramos cómo las personas siempre se han cuidado en esa presentación de si mismos ¿Vanidades? ¿Manifestación quizá de nuestro orgullo personal para expresar así signos de grandeza o de poder, sea cual sea?
Es lógico que cuidemos nuestra apariencia y nuestra presentación, porque de alguna manera hemos de sentirnos bien y hacer también que los que están a nuestro lado se sientan bien con nosotros. Es desagradable, es cierto, presentarnos descuidados y desaliñados ante las otras personas, en una reunión, en nuestro trabajo, o simplemente en lo que es la convivencia con los demás. Pero también sabemos que hay gente que se pasa en ese cuidado de lo exterior. Así aparecen las vanidades, los orgullos, la sensación de superioridad con que algunos quizás quieran presentarse ante los otros. Que son también nuestras tentaciones.
Pero mayor orgullo y vanidad es que cuidemos tanto nuestro exterior y apariencia y descuidemos nuestro interior. Podemos presentarnos vanidosos en la vida ante los demás haciendo gala de muchas cosas, pero realmente estemos vacíos por dentro. Caemos en la cuenta enseguida cuando nos encontramos una persona superficial, una persona sin contenido ni riqueza interior. No tiene principios, no tiene valores, no hay ideales en su vida que eleven su espíritu por encima de esa apariencia externa, no tienen metas por las que luchar. Buscan una felicidad efímera basada solo en lo exterior pero en su vació interior son las personas más infelices, porque no encontraran satisfacciones que le llenen el alma.
Y es que tenemos que cuidar nuestro interior, tener unas razones profundas para vivir, cultivar valores y virtudes, poner altura de miras en lo que se hace para superar todos esos barros de maldad que se nos pueden ir pegando en el alma como se pega el polvo y la suciedad en nuestra ropa exterior, pero que son peores esos barros de maldad que nos van hundiendo en esa podredumbre de nuestro espíritu.
Y es que de la misma manera que pueden haber buenos deseos y ansias de lo mayor y de lo mejor en nosotros para superarnos cada día, de la misma manera pueden aparecen esas negruras en nuestra alma que vuelven turbia nuestra vida y que no solo nos dañan a nosotros mismos, sino que producen destrucción en todo lo que encuentran a su alrededor.
Por eso la persona que quiere crecer y darle profundidad a su vida no solo tiene que cultivar todos esos buenos valores que le lleven a esa superación de si mismos, sino que también han de irse purificando de esos barros que empobrecen nuestra vida y tanto daño hacen a los demás. Superación que es renovación, que es purificación, que tiene que ser crecimiento, que tiene que llevarnos a una madurez en nuestra vida que nos aleja de esas superficialidades.
De dentro, del corazón del hombre, si no nos cuidamos, pueden salir esos malos deseos, esas malas intenciones, esos celos y esas envidias, esos orgullos que todo lo destruyen, esos rencores y resentimientos, esa maldad que no le importa hacer daño a los demás con tal de satisfacer sus pasiones, ese egoísmo insolidario que le hace pensar solo en si mismo, toda esa maldad que ennegrece nuestro corazón y nuestra vida. Eso malo que exteriormente luego podemos hacer ha nacido de esa maldad que llevamos en el corazón si no lo hemos sabido purificar.
Aquellas vanidades de las que antes hablábamos van creando esos posos de negrura en nuestro interior que será luego lo que vomitaremos en las malas acciones que realizamos contra los demás. Por eso preocupémonos primero que nada de nuestra belleza interior, de esa profundidad que le demos a la vida, de esa espiritualidad que verdaderamente nos eleve.

jueves, 14 de junio de 2018

En un mundo de palabras agresivas y violentas que reflejan sentimientos del corazón nos cuesta entender lo del perdón y la capacidad de comprensión



En un mundo de palabras agresivas y violentas que reflejan sentimientos del corazón nos cuesta entender lo del perdón y la capacidad de comprensión

1Reyes 18, 41-46; Sal 64; Mateo 5, 20-26

Confieso que me desconcierta el lenguaje que oigo utilizar a mi alrededor en muchas personas, en muchos casos jóvenes, pero también en no tan jóvenes. Un lenguaje áspero, cargado de palabras fuertes que en cualquier oído medianamente sensible resultaría violento e insultante, agresivo y con palabras que resultarían soeces y provocativas, y que manifiestan un lenguaje incorrecto que también una conducta. Algunos parece que las utilizan sin saber bien ni lo que dicen, pero en el fondo en muchas ocasiones esa violencia verbal refleja sentimientos violentos en el interior de la persona y que pueden llevar a enfrentamientos, resentimientos y rencores y que pudieran provocar un enfriamiento en la amistad y un deterioro en las relaciones.
¿Por qué llegamos a estas situaciones? ¿Qué le está pasando a nuestra sociedad que así se expresa? ¿Pudiera indicar otras enfermedades del espíritu que están maleando nuestras relaciones? Que los expertos nos ayuden a entenderlo, pero creo que no solo seria entenderlo sino mejor hacer que las cosas funcionaran de otra manera. Hay una violencia en el fondo de estas cosas que nos llena de malicia para ver siempre las cosas desde un lado negativo, nos lleva a desconfiar de todo y de todos, que está provocando esas reacciones agresivas y violencias donde enseguida aparece la palabra insultante. Y lo malo seria que no reconociéramos eso que nos está pasando a todos, porque nunca queremos ver la paja o la viga que llevamos en nuestro propio ojo, en nuestra propia vida.
No entendemos entonces lo que sea el perdón que podamos ofrecer, la capacidad de comprensión que tendríamos que despertar en nuestro interior, y los distanciamientos entre las personas cada vez se van ahondando más. ¿Nos habremos fijado en la cantidad de gente que no se habla ni se saluda por viejos resentimientos y rencores que guarda en su interior? Quizá como consecuencia de una palabra que nos ofendió, una desconfianza que se provocó en nosotros, una mala interpretación de un gesto que alguien tuvo hacia nosotros, y la amistad se rompió, alejamos a la gente de nuestro corazón, ya ni nos saludamos deseándonos los buenos días, y comenzamos a mirar con mirada turbia todo cuanto hace el otro en quien siempre veremos malicia. ¿Merece vivir en un mundo así, un mundo que realmente tendríamos que compartir en paz y en amistad?
Y lo tremendo es que eso nos sucede a personas que nos consideramos cristianos y hasta muy religiosos; y esas divisiones y desconfianzas aparecen en el seno de nuestra comunidad y en nuestra iglesia, y ya no somos instrumentos de perdón y de paz, y los valores del evangelio se van alejando de nuestra vida, o mejor, los vamos desterrando de nuestra vida.
Hoy nos pueden parecer fuertes y exigentes las palabras que nos dirige Jesús en el Evangelio, pero es que la exigencia del amor tiene que brillar en nosotros, y si no nos tenemos amor entre nosotros no podemos ir a decir a Dios que lo amamos mucho. Por eso es tan necesaria esa actitud de reconciliación, esos deseos de perdón para los demás que hemos de tener en nosotros cuando nos vayamos a presentar ante Dios. ¿Cómo rezamos a Dios ‘perdonanos nuestras deudas’, si nosotros no somos capaces de perdonar a los que nos hayan ofendido? ‘Vete a reconciliarte primero con tu hermano’, nos dice hoy Jesús.

miércoles, 13 de junio de 2018

Los pequeños detalles de la vida reflejan nuestra verdadera riqueza interior por eso tenemos que aprender a ser fieles en lo pequeño


Los pequeños detalles de la vida reflejan nuestra verdadera riqueza interior por eso tenemos que aprender a ser fieles en lo pequeño

1Reyes 18,20-39; Sal. 15; Mateo 5,17-19

No te preocupes, nos dicen o pensamos para nosotros mismos, total eso es una minucia, una cosa con poca importancia, preocúpate de lo grande. Y así olvidamos tantos pequeños detalles en la vida que aunque sean pequeños son importantes y son los pequeños granos de arena con los que vamos construyendo día a día nuestra vida. Para la hermosura de un edificio no solo son importantes la fortaleza de las grandes piezas de acero o la firmeza de los bloques de granito o de mármol con lo que le demos forma al edificio, sino también esa argamasa con esos pequeños granos de arena que van uniendo y conjuntando todos esos materiales para completar la grandeza del edificio que levantamos.
Tendríamos que darnos cuenta que lo que nos hace de verdad grandes no son las cosas extraordinarias, sino la fidelidad en esas cosas pequeñas. Es ahí donde se manifiesta nuestra madurez y nuestra verdadera grandeza. Pero muchas veces somos vanidosos y lo que queremos son cosas que tengan grande apariencia, pero tendríamos que darnos cuenta que no seremos fieles en esas cosas grandes si no hemos sido capaces de ser fieles día a día en esas pequeñas cosas. No solo es importante hacer bien las cosas extraordinarias, sino hacer extraordinariamente bien las cosas pequeñas y ordinarias de cada día.
Quizá le hace más bien a una persona una sencilla sonrisa con una mirada a sus ojos que el más grande y rico regalo que le podamos hacer. Esos detalles que nos hacen fijarnos en lo pequeño nos hacen al mismo tiempo delicados para también aprender a valorar lo que hacen los demás, y esa delicadeza también hará que nuestras relaciones sean mas agradables y al tiempo mas cordiales también. Detalles que reflejan nuestra riqueza interior que es realmente lo más valioso.
Esto que estamos hablando de los pequeños detalles de cada día nos vale de cada a lo que es la ley y la voluntad del Señor y en lo que vamos manifestando también lo que es nuestra vida cristiana. Algunas veces parece que queremos hacer distinciones y aceptamos lo que nos es más agradable o más cómodo, que en fin de cuentas será cumplir nuestra voluntad y no la voluntad del Señor.
En la novedad del evangelio que iba anunciando Jesús quizá algunos pensaran que la revolución que hacia Jesús era eliminar todas las leyes del Señor para hacer cada uno lo que le viniera a su antojo. Es lo que sucede en nuestras revoluciones sociales que por principio parece que quisieran ir a una anarquía. Hay que eliminar leyes porque no nos gustan, hay que quitar todo porque ese mundo revolucionario que queremos hacer no puede estar sujeto a ninguna ley que nos quieran imponer, sino nos haremos nuestras propias leyes. Así vemos la anarquía en que de alguna manera va apareciendo cada vez más en nuestra sociedad. Es el triste espectáculo que estamos dando también en nuestro país.
Parece que de alguna manera era lo que esperaban de Jesús. Anunciaba un Reino nuevo, un mundo nuevo y a muchos les parecía que esos fueran los caminos. Por eso Jesús viene a ser muy claro en el sermón de la montaña. No ha venido El a anular la ley del Señor sino a darle plenitud, a darle un verdadero sentido de plenitud, porque ya los hombres nos habíamos encargado de irla enmarañando para hacernos caer en una rutina atroz.
Es lo que escuchamos hoy en el evangelio. No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud’. Y nos habla de la fidelidad en las cosas pequeñas, y para significarlo nos dice que no nos podemos saltar ni la más pequeña tilde. Era el signo ortográfico más pequeño. Y nos habla de la grandeza del cumplimiento de la ley del Señor. Nos hará, sí, que nos despojemos de todos esos añadidos que con el paso del tiempo fueron deformando esa ley del Señor. ‘El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos’.
Ahí tenemos el hermoso mensaje de Jesús que nos lleva por caminos de plenitud desde lo humilde y lo pequeño.

martes, 12 de junio de 2018

No nos podemos quedar la riqueza y sabiduría de nuestra fe como si fuera un dominio personal sino que tenemos que ser sal, ser luz para el mundo que tanto lo necesita


No nos podemos quedar la riqueza y sabiduría de nuestra fe como si fuera un dominio personal sino que tenemos que ser sal, ser luz para el mundo que tanto lo necesita

1Reyes 17,7-16; Sal. 4; Mateo 5,13-16

Quien se encuentra un tesoro no lo puede ocultar y hará partícipes a los demás de su alegría; quien vive una alegría no puede dejar de manifestarla y contagiar a los demás; quien ha descubierto algo que ha cambiado su vida porque donde todo eran negruras ahora todo se vuelve luz y encuentra un sentido o un valor para su vivir, lo va a reflejar en lo que hace y en lo que dice y estará haciendo todo lo posible porque los demás también lo encuentren. La luz es para difundirla, no para ocultarla; la verdad que da sentido a la vida no lo puede uno callar y contagiará a los demás.
Esto que estamos reflexionando es algo que hacemos casi de forma espontánea en la vida. Pero la cuestión o la pregunta está si es lo que hacemos con nuestra fe. Claro que tendríamos que sentir nuestra fe como la alegría más grande de nuestra vida, nuestro mejor tesoro.
Es ahí, en nuestra fe en Jesús, donde encontramos el mejor tesoro, la mayor sabiduría. Pero hemos de tener una fe viva, una fe metida en las entrañas más profundas de nuestro ser de manera que así en ella encontremos todo el sentido de nuestra existencia. No es una fe en la que nos quedemos en una mera tradición, sino que tenemos que partir de ese encuentro vivo y personal con Jesús, con Dios en nuestra vida.
Y eso, aunque nos llamemos cristianos y hasta seamos de alguna manera personas religiosas, algunas veces nos falta. Rezamos, pero no terminamos de encontrarnos de manera viva con Dios; rezamos porque desde nuestras necesidades queremos buscar una ayuda y una fortaleza en la divinidad para superar esas situaciones, para sentir fuerza en nuestras luchas, para que se remedien nuestras necesidades, pero ese encuentro en un tú a tú con Dios para sentirle vivo en nuestro corazón quizá muchas veces nos falta. Y esto es algo que tenemos que cuidar para que el mensaje de Jesús se convierta en nuestra verdadera sabiduría.
Hoy hemos escuchado que nos dice Jesús que tenemos que ser sal y que tenemos que ser luz. Esa sal y esa luz que nosotros hemos recibido no nos la podemos quedar. Tenemos el sabor de Cristo y ese sabor tenemos que contagiarlo en el mundo; tenemos la luz de Jesús y su evangelio y con ella necesitamos iluminar a los demás, iluminar nuestro mundo. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo’, nos dice Jesús.
Vuestras buenas obras… las obras de nuestro amor, la alegría de nuestra fe, nuestro compromiso por los demás, nuestro trabajo por los otros y por hacer un mundo mejor, la sonrisa con la que vamos contagiando de alegría, de ilusión y de esperanza a cuantos nos rodean.
Muchas sombras de inquietud envuelven nuestro mundo, muchos rostros llenos de amargura y sin ilusión nos encontramos a nuestro paso, mucha desilusión cuando se han perdido los ánimos y las esperanzas hacen que muchos caminen sin rumbo por la vida, muchos sufrimientos que agarrotan el alma y te hacen perder la paz interior.
Ahí tenemos que poner luz, ahí tenemos que despertar ilusión, ahí tenemos que llevar la paz de nuestro espíritu que se siente confortado en Jesús. Tenemos que ser sal, tenemos que ser luz. No nos podemos quedar esa riqueza de nuestra fe como si fuera un dominio personal.

lunes, 11 de junio de 2018

Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe al que tenemos que imitar en la pequeñez de nuestra vida pero con lo que hemos de ser signos para los demás


Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe al que tenemos que imitar en la pequeñez de nuestra vida pero con lo que hemos de ser signos para los demás

Hechos de los apóstoles 11, 21-26; 13 1-3; Sal 97; Mateo 10,7-13

En la vida nos encontramos a veces a esas personas de una gran bondad, de una mansedumbre exquisita, dispuestos siempre a escuchar con atención, que no suelen ser personas de muchas palabras, pero que cuando abren a boca para decir algo nos encontramos una gran sabiduría en sus palabras que nos ayudan a reflexionar, a encontrar luz en nuestros conflictos interiores o con los demás y que quizá desaparecen de nuestra vida pero nos han dejado una hermosa huella en nosotros. Cuando encontramos personas así decimos que hemos encontrado un tesoro, y estaríamos dispuestos a lo que fuera para estar cerca de ellos, escucharles, atender a sus consejos y de alguna manera tenerlos como una referencia positiva en la vida.
Es un mirlo blanco, quizá decimos, porque en medio de un mundo de muchas palabras y violencias en todos los sentidos encontrar esa mansedumbre y esa sabiduría expresada quizá en breves sentencias, realmente nos puede sonar algo extraño y que de alguna manera en el fondo desearíamos encontrar y tener a nuestro lado y hasta desearíamos tener esa sabiduría. Algunas veces quizá los tenemos ante los ojos, pero en nuestras carreras y agobios no somos capaces de darnos cuenta, sino quizás cuando ya no los tenemos.
Hoy estamos celebrando la fiesta de alguien, a quien incluso damos el nombre de apóstol, pero al que apenas oímos hablar en todo el relato bíblico. Sin embargo fue una pieza importante en el desarrollo de aquellas primeras comunidades cristianas e incluso en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Se trata de Bernabé, convertido en los primeros momentos de la evangelización pero con una radicalidad absoluta. Vendió las posesiones que tenia y puso el dinero a disposición de la Iglesia para atender a las necesidades de los huérfanos y las viudas en aquella primera comunidad de Jerusalén.
Le veremos luego que es enviado por los Apóstoles a Antioquia de Siria cuando llegan noticias a Jerusalén cómo allí crece el numero de los cristianos – es en Antioquia donde primero se comienza a llamar cristianos a los discípulos de Jesús – ‘y vio cómo Dios los había bendecido, y se alegró mucho. Animó a todos a que con corazón firme siguieran fieles al Señor. Porque Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y así mucha gente se unió al Señor’. 
Será la iniciativa de Bernabé la que le impulsa a ir a Tarso a Buscar a Saulo para incorporarlo a las tareas de la Iglesia. Y es allí en Antioquia donde recibirán la inspiración y consagración del Espíritu para ir como enviados de la Iglesia a predicar el evangelio en nuevos lugares, primero Chipre y luego a través de casi todo el Asia Menor, hoy gran parte de Turquía. Será el inicio del primer viaje misionero de Pablo, pero que va acompañado por Bernabé. Más tarde se separarán, volviendo Bernabé a su tierra de origen y siguiendo Pablo otros derroteros, como ya todos conocemos.
Mientras en los primeros conflictos que van surgiendo en las primeras comunidades, Bernabé con Pablo subirán a Jerusalén donde se celebra lo que llamamos el primer concilio de Jerusalén e igualmente será enviado Bernabé para comunicar a las Iglesias, sobre todo en Antioquia, las decisiones que se habían tomado.
Es una reseña muy breve de quien hoy estamos celebrando, el Apóstol Bernabé. Resaltamos su generosidad y desprendimiento, pero también su presencia aparentemente silenciosa junto a aquellas primeras comunidades cristianas que van surgiendo; su presencia y su mediación, su dejarse conducir por el Espíritu, su saber encontrar a aquellos heraldos del Evangelio que luego harán su anuncio por todas partes, su dejarse conducir por el Espíritu de Señor para aquellas misiones que se le quieren confiar donde es capaz de descubrir siempre lo que es la voluntad del Señor.
Que seamos capaces nosotros de dejarnos inundar por esa sabiduría de Dios para que nuestra vida, aunque parezca silenciosa, por el testimonio de lo que hacemos y vivimos sea también un signo para los demás. No tendremos quizá que realizar grandes misiones en la vida y nuestra vida por la razón que sea puede ser una vida aparentemente callada  y escondida.
No tenemos por qué estar buscando reconocimientos ni brillos especiales por grandes cosas. Algunas veces podríamos estar soñando con esas cosas. Pero sí hay siempre un testimonio que dar, un signo que nosotros podemos ser para los demás, en nuestro silencio o en nuestra palabra prudente que queremos que esté llena de la sabiduría de Dios.
Seamos ese hombre bueno y llenos del Espíritu y de fe, como se definía a Bernabé. Seremos quizá piedras pequeñas que podemos parecer insignificantes, pero somos también piedras necesarias en la construcción del Reino de Dios allí donde estemos y con lo que podamos hacer. Lo que no tenemos que hacer nunca es cruzarnos de brazos.

domingo, 10 de junio de 2018

El mensaje del Evangelio que siempre nos inquieta, no nos deja adormilados, nos interroga por dentro, nos compromete y nos pone en camino de una vida nueva


El mensaje del Evangelio que siempre nos inquieta, no nos deja adormilados, nos interroga por dentro, nos compromete y nos pone en camino de una vida nueva

Génesis 3, 9-15; Sal. 129; 2Corintios 4, 13–5, 1; Marcos 3, 20-35

El mensaje de Jesús no es como para dejarnos como adormilados y relajados en nuestras rutinas y en la insensibilidad de una vida cómoda. La presencia de la figura de su Jesús y su mensaje siembra inquietud en los que lo contemplan y lo escuchan cuando hay un mínimo de sensibilidad y de sinceridad en la escucha.
Algunas veces una lectura en cierto modo superficial del evangelio nos puede hacer pensar que en torno a Jesús todos lo tenían claro y siempre todo eran aclamaciones de gentes entusiasmadas que lo escuchaban y seguían. Pero si hacemos una lectura atenta nos iremos dando cuenta que aquello que había anunciado el anciano Simeón cuando la presentación de Jesús niño en el templo se hacia realidad continuamente. Era en verdad un signo de contradicción.
Por eso tenemos que acercarnos siempre al Evangelio sin ideas preconcebidas en un sentido o en otro sino con una sinceridad de conciencia para ponernos frente a frente con Jesús y su evangelio, con sus enseñanzas y sus signos aunque pudieran dejarnos intranquilos porque se produzca una inquietud en nuestro corazón. Inquietud que no significa pérdida de paz, sino interrogantes, deseos de búsqueda, descubrimiento de las contradicciones que tantas veces pueden aparecer en nuestra vida.
Ejemplo lo tenemos en la página del evangelio de hoy. Nos habla de que acudía tanta gente que no le dejaban tiempo ni para comer, pero inmediatamente vienen algunos familiares y tratan de llevárselo porque no estaba en sus cabales. La preocupación de los familiares porque veían que no podía seguir con una vida así y aquello podía acabar mal.
Pero al mismo tiempo por allá andan diciendo los que siempre estaban en contra que lo que Jesús hacia lo hacia con el poder del demonio. Realmente es que les desconcertaba lo que Jesús hacia y decía, no podían entenderlo, rompía sus esquemas, y para ellos eso era como echar abajo aquella religión en la que siempre habían creído. Cuanto de eso puede seguir sucediendo cuando ella alguien que con sus palabras o con sus gestos nos provoca inquietudes que nunca habíamos sentido y que nos hace tener unos planteamientos serios sobre lo que hemos venido haciendo siempre. Cuando nos tratan de arrancar de nuestras rutinas y comodidades ya no nos gusta y nuestra reacción puede ser el desprestigiar a aquel que nos hace pensar, que nos hace reflexionar para entrar en revisión de nuestras posturas.
Ya nos responde Jesús haciéndonos ver la contradicción que realmente donde está es en nosotros por nuestra frialdad, por nuestros legalismos, por los ritualismos en que convertimos todo el hecho religioso y cristiano. Ya tendríamos que pararnos a pensar y a reflexionar más a fondo en lo que hacemos y como y por qué lo hacemos. Ya tendríamos que revisarnos de esa tibieza espiritual en la que hemos metido nuestra vida donde de verdad no terminamos de definirnos si estamos o no estamos por el evangelio. Ya tendríamos que revisarnos y plantearnos seriamente nuestra falta de compromiso, y hasta de la incongruencia en que podemos estar viviendo nuestra vida cristiana, porque no terminamos de entregarnos como tendríamos que hacerlo.
Y habla Jesús de ese pecado terrible de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Atribuir al espíritu maligno la acción del Espíritu de Dios. Es ese hacernos oídos sordos a la inspiración del Espíritu en nosotros. ¿Cómo podemos avanzar en el camino de nuestra vida, de nuestra fe, de la respuesta que como cristianos tenemos que dar si no  nos dejamos conducir por el Espíritu Santo? Es el pecado que nos hace caer por la pendiente del mal; es el meternos en ese torbellino de las obras malas que comienzan por nuestra tibieza y superficialidad del que luego nos será difícil arrancarnos y en el que nos iremos hundiendo más y más.
Y finalmente nos ofrece otro detalle que a primera vista nos puede parecer desconcertante. Parece que Jesús no hace caso cuando le dicen que allí están su madre y sus hermanos, su familia. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús ante el anuncio que le hacen. Parece que se desentendiera, pero sin embargo nos deja un hermoso mensaje. Podemos entrar en la órbita de su familia si hacemos como María, como el proclamara en otro momento. Ahora nos dice que serán su madre y sus hermanos los que cumplen la voluntad de Dios, los que de verdad plantan en su corazón la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Un evangelio que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cosas. Un evangelio, como lo es siempre como Buena Nueva que es, que nos inquieta, nos hace preguntar, no nos deja adormilados, nos pone en camino de vida nueva, nos hace renovarnos de verdad. Porque quien escucha y la escucha de verdad, con total sinceridad, la Buena Nueva de Jesús ya su vida no puede seguir siendo igual. Dejémonos interpelar por el Evangelio de Jesús.