Preocupémonos primero que nada de nuestra belleza interior, de esa profundidad que le demos a la vida, de esa espiritualidad que verdaderamente nos eleve
1Reyes 19,9a.11-16; Sal 26; Mateo 5,27-32
¿Dónde está la verdadera riqueza de la persona? De la misma manera nos
preguntaríamos ¿de donde proceden las peores oscuridades del hombre, de la
persona?
Hoy y siempre, podríamos decir, nos cuidamos mucho de nuestra
apariencia externa; cuanto gastamos en tiempo y en dinero para mantener esa
belleza exterior. En toda la historia y en todas las culturas nos encontramos
cómo las personas siempre se han cuidado en esa presentación de si mismos
¿Vanidades? ¿Manifestación quizá de nuestro orgullo personal para expresar así
signos de grandeza o de poder, sea cual sea?
Es lógico que cuidemos nuestra apariencia y nuestra presentación,
porque de alguna manera hemos de sentirnos bien y hacer también que los que
están a nuestro lado se sientan bien con nosotros. Es desagradable, es cierto,
presentarnos descuidados y desaliñados ante las otras personas, en una reunión,
en nuestro trabajo, o simplemente en lo que es la convivencia con los demás.
Pero también sabemos que hay gente que se pasa en ese cuidado de lo exterior. Así
aparecen las vanidades, los orgullos, la sensación de superioridad con que
algunos quizás quieran presentarse ante los otros. Que son también nuestras
tentaciones.
Pero mayor orgullo y vanidad es que cuidemos tanto nuestro exterior y
apariencia y descuidemos nuestro interior. Podemos presentarnos vanidosos en la
vida ante los demás haciendo gala de muchas cosas, pero realmente estemos vacíos
por dentro. Caemos en la cuenta enseguida cuando nos encontramos una persona
superficial, una persona sin contenido ni riqueza interior. No tiene
principios, no tiene valores, no hay ideales en su vida que eleven su espíritu
por encima de esa apariencia externa, no tienen metas por las que luchar.
Buscan una felicidad efímera basada solo en lo exterior pero en su vació
interior son las personas más infelices, porque no encontraran satisfacciones
que le llenen el alma.
Y es que tenemos que cuidar nuestro interior, tener unas razones
profundas para vivir, cultivar valores y virtudes, poner altura de miras en lo
que se hace para superar todos esos barros de maldad que se nos pueden ir
pegando en el alma como se pega el polvo y la suciedad en nuestra ropa
exterior, pero que son peores esos barros de maldad que nos van hundiendo en
esa podredumbre de nuestro espíritu.
Y es que de la misma manera que pueden haber buenos deseos y ansias de
lo mayor y de lo mejor en nosotros para superarnos cada día, de la misma manera
pueden aparecen esas negruras en nuestra alma que vuelven turbia nuestra vida y
que no solo nos dañan a nosotros mismos, sino que producen destrucción en todo
lo que encuentran a su alrededor.
Por eso la persona que quiere crecer y darle profundidad a su vida no
solo tiene que cultivar todos esos buenos valores que le lleven a esa superación
de si mismos, sino que también han de irse purificando de esos barros que empobrecen
nuestra vida y tanto daño hacen a los demás. Superación que es renovación, que
es purificación, que tiene que ser crecimiento, que tiene que llevarnos a una
madurez en nuestra vida que nos aleja de esas superficialidades.
De dentro, del corazón del hombre, si no nos cuidamos, pueden salir
esos malos deseos, esas malas intenciones, esos celos y esas envidias, esos
orgullos que todo lo destruyen, esos rencores y resentimientos, esa maldad que
no le importa hacer daño a los demás con tal de satisfacer sus pasiones, ese egoísmo
insolidario que le hace pensar solo en si mismo, toda esa maldad que ennegrece
nuestro corazón y nuestra vida. Eso malo que exteriormente luego podemos hacer
ha nacido de esa maldad que llevamos en el corazón si no lo hemos sabido purificar.
Aquellas vanidades de las que antes hablábamos van creando esos posos
de negrura en nuestro interior que será luego lo que vomitaremos en las malas
acciones que realizamos contra los demás. Por eso preocupémonos primero que
nada de nuestra belleza interior, de esa profundidad que le demos a la vida, de
esa espiritualidad que verdaderamente nos eleve.
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