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jueves, 14 de junio de 2018

En un mundo de palabras agresivas y violentas que reflejan sentimientos del corazón nos cuesta entender lo del perdón y la capacidad de comprensión



En un mundo de palabras agresivas y violentas que reflejan sentimientos del corazón nos cuesta entender lo del perdón y la capacidad de comprensión

1Reyes 18, 41-46; Sal 64; Mateo 5, 20-26

Confieso que me desconcierta el lenguaje que oigo utilizar a mi alrededor en muchas personas, en muchos casos jóvenes, pero también en no tan jóvenes. Un lenguaje áspero, cargado de palabras fuertes que en cualquier oído medianamente sensible resultaría violento e insultante, agresivo y con palabras que resultarían soeces y provocativas, y que manifiestan un lenguaje incorrecto que también una conducta. Algunos parece que las utilizan sin saber bien ni lo que dicen, pero en el fondo en muchas ocasiones esa violencia verbal refleja sentimientos violentos en el interior de la persona y que pueden llevar a enfrentamientos, resentimientos y rencores y que pudieran provocar un enfriamiento en la amistad y un deterioro en las relaciones.
¿Por qué llegamos a estas situaciones? ¿Qué le está pasando a nuestra sociedad que así se expresa? ¿Pudiera indicar otras enfermedades del espíritu que están maleando nuestras relaciones? Que los expertos nos ayuden a entenderlo, pero creo que no solo seria entenderlo sino mejor hacer que las cosas funcionaran de otra manera. Hay una violencia en el fondo de estas cosas que nos llena de malicia para ver siempre las cosas desde un lado negativo, nos lleva a desconfiar de todo y de todos, que está provocando esas reacciones agresivas y violencias donde enseguida aparece la palabra insultante. Y lo malo seria que no reconociéramos eso que nos está pasando a todos, porque nunca queremos ver la paja o la viga que llevamos en nuestro propio ojo, en nuestra propia vida.
No entendemos entonces lo que sea el perdón que podamos ofrecer, la capacidad de comprensión que tendríamos que despertar en nuestro interior, y los distanciamientos entre las personas cada vez se van ahondando más. ¿Nos habremos fijado en la cantidad de gente que no se habla ni se saluda por viejos resentimientos y rencores que guarda en su interior? Quizá como consecuencia de una palabra que nos ofendió, una desconfianza que se provocó en nosotros, una mala interpretación de un gesto que alguien tuvo hacia nosotros, y la amistad se rompió, alejamos a la gente de nuestro corazón, ya ni nos saludamos deseándonos los buenos días, y comenzamos a mirar con mirada turbia todo cuanto hace el otro en quien siempre veremos malicia. ¿Merece vivir en un mundo así, un mundo que realmente tendríamos que compartir en paz y en amistad?
Y lo tremendo es que eso nos sucede a personas que nos consideramos cristianos y hasta muy religiosos; y esas divisiones y desconfianzas aparecen en el seno de nuestra comunidad y en nuestra iglesia, y ya no somos instrumentos de perdón y de paz, y los valores del evangelio se van alejando de nuestra vida, o mejor, los vamos desterrando de nuestra vida.
Hoy nos pueden parecer fuertes y exigentes las palabras que nos dirige Jesús en el Evangelio, pero es que la exigencia del amor tiene que brillar en nosotros, y si no nos tenemos amor entre nosotros no podemos ir a decir a Dios que lo amamos mucho. Por eso es tan necesaria esa actitud de reconciliación, esos deseos de perdón para los demás que hemos de tener en nosotros cuando nos vayamos a presentar ante Dios. ¿Cómo rezamos a Dios ‘perdonanos nuestras deudas’, si nosotros no somos capaces de perdonar a los que nos hayan ofendido? ‘Vete a reconciliarte primero con tu hermano’, nos dice hoy Jesús.

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