En un mundo de palabras agresivas y violentas que reflejan sentimientos del corazón nos cuesta entender lo del perdón y la capacidad de comprensión
1Reyes 18, 41-46; Sal 64; Mateo 5, 20-26
Confieso que me desconcierta el lenguaje que oigo utilizar a mi alrededor
en muchas personas, en muchos casos jóvenes, pero también en no tan jóvenes. Un
lenguaje áspero, cargado de palabras fuertes que en cualquier oído medianamente
sensible resultaría violento e insultante, agresivo y con palabras que
resultarían soeces y provocativas, y que manifiestan un lenguaje incorrecto que
también una conducta. Algunos parece que las utilizan sin saber bien ni lo que
dicen, pero en el fondo en muchas ocasiones esa violencia verbal refleja
sentimientos violentos en el interior de la persona y que pueden llevar a
enfrentamientos, resentimientos y rencores y que pudieran provocar un
enfriamiento en la amistad y un deterioro en las relaciones.
¿Por qué llegamos a estas situaciones? ¿Qué le está pasando a nuestra
sociedad que así se expresa? ¿Pudiera indicar otras enfermedades del espíritu
que están maleando nuestras relaciones? Que los expertos nos ayuden a
entenderlo, pero creo que no solo seria entenderlo sino mejor hacer que las
cosas funcionaran de otra manera. Hay una violencia en el fondo de estas cosas
que nos llena de malicia para ver siempre las cosas desde un lado negativo, nos
lleva a desconfiar de todo y de todos, que está provocando esas reacciones
agresivas y violencias donde enseguida aparece la palabra insultante. Y lo malo
seria que no reconociéramos eso que nos está pasando a todos, porque nunca
queremos ver la paja o la viga que llevamos en nuestro propio ojo, en nuestra
propia vida.
No entendemos entonces lo que sea el perdón que podamos ofrecer, la
capacidad de comprensión que tendríamos que despertar en nuestro interior, y
los distanciamientos entre las personas cada vez se van ahondando más. ¿Nos
habremos fijado en la cantidad de gente que no se habla ni se saluda por viejos
resentimientos y rencores que guarda en su interior? Quizá como consecuencia de
una palabra que nos ofendió, una desconfianza que se provocó en nosotros, una
mala interpretación de un gesto que alguien tuvo hacia nosotros, y la amistad
se rompió, alejamos a la gente de nuestro corazón, ya ni nos saludamos deseándonos
los buenos días, y comenzamos a mirar con mirada turbia todo cuanto hace el
otro en quien siempre veremos malicia. ¿Merece vivir en un mundo así, un mundo
que realmente tendríamos que compartir en paz y en amistad?
Y lo tremendo es que eso nos sucede a personas que nos consideramos
cristianos y hasta muy religiosos; y esas divisiones y desconfianzas aparecen
en el seno de nuestra comunidad y en nuestra iglesia, y ya no somos
instrumentos de perdón y de paz, y los valores del evangelio se van alejando de
nuestra vida, o mejor, los vamos desterrando de nuestra vida.
Hoy nos pueden parecer fuertes y exigentes las palabras que nos dirige
Jesús en el Evangelio, pero es que la exigencia del amor tiene que brillar en
nosotros, y si no nos tenemos amor entre nosotros no podemos ir a decir a Dios
que lo amamos mucho. Por eso es tan necesaria esa actitud de reconciliación,
esos deseos de perdón para los demás que hemos de tener en nosotros cuando nos
vayamos a presentar ante Dios. ¿Cómo rezamos a Dios ‘perdonanos nuestras
deudas’, si nosotros no somos capaces de perdonar a los que nos hayan
ofendido? ‘Vete a reconciliarte primero con tu hermano’, nos dice hoy Jesús.
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