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sábado, 16 de marzo de 2013


Controversias en torno a Jesús que se siguen repitiendo hoy

Jer. 11, 18-20; Sal. 7; Jn. 7, 40-53
Sigue la controversia en torno a Jesús por parte de quienes le siguen y le escuchan, sobre quién es Jesús, de donde procede, cual es su misión. ‘Unos decían: este de verdad es el profeta. Otros decían: este es el Mesías… los guardias a su vuelta comentaban: Jamás ha hablado nadie así…’ Finalmente Nicodemo les hacía recapacitar diciéndoles que la ley no permite juzgar a nadie sin haberle escuchado antes y averiguar bien lo que ha hecho.
Pero otros rebaten diciendo que de Galilea nunca ha surgido un profeta y de allí no puede venir el Mesías, desconociendo quizá donde realmente había nacido Jesús, en Belén de Judea. Como comenta el evangelista ‘así surgió entre la gente una discordia por su causa’.
La controversia no fue solo de entonces, porque la controversia sigue existiendo en torno a la figura de Jesús después de veinte siglos. No todos aceptan a Jesús de la misma manera. No todos entienden de la misma manera su palabra y lo que fue su misión. No todos hoy llegan a confesar una misma fe en Jesús, mientras tantos hoy siguen rechazándolo también. Vivimos en un mundo muy variado pero también muy descristianizado porque se ha perdido el verdadero sentido de Jesús.
Y esto que decimos de Jesús, se dice también de la religión o se dice de la Iglesia. No nos extrañe en los que son ajenos a la fe, sino que lo que sí debería de extrañarnos es que esas cosas puedan surgir o suceder también entre lo que nos decimos creyentes y cristianos, o en el seno de la Iglesia. Dolorosa es la división de los cristianos que se arrastra por los siglos; pero dolorosa es la indiferencia o la frialdad de tantos que se dan el nombre de cristianos pero que no tienen clara su fe en Jesús. Doloroso es el nuevo ateismo que va imperando en el mundo también de los que han sido bautizados, pero en los que no se ha despertado la fe o quizá si un día la tuvieron se ha adormecido o se ha llegado incluso a perder. Con tristeza podemos contemplar eso en tantos a nuestro alrededor.
Hoy se habla en la Iglesia continuamente de una nueva evangelización. Y hemos de reconocer que es necesaria porque el evangelio ha dejado de ser para muchos la sal de su vida y en muchos pueblos y comunidades ya no es el sentido del evangelio, el sentido cristiano lo que predomina, incluso en medio de prácticas religiosas. Ya nos hablaba Juan Pablo II de esta nueva evangelización y nos lo decía también Benedicto XVI, y en nuestras diócesis y parroquias es una preocupación y una tarea fundamental de nuestra pastoral buscando cauces y manera para hacer llegar de nuevo la luz del evangelio a nuestro pueblo. Y ya en las breves horas del Pontificado de nuestro Papa Francisco nos ha hablado de ello y nos está sugiriendo como hemos de buscar caminos para ese anuncio del nombre de Jesús y de su evangelio.
Por eso hablamos también muchas veces de ese redescubrimiento de nuestra fe, de ese fortalecer nuestra fe más y más. Es a lo que se  nos ha convocado en este año de la fe que estamos celebrando y recorriendo. Como se nos decía en el mensaje de la Cuaresma que sigue iluminando nuestros pasos ‘la fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor… la fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. Y todo esto nos lleva a comprender que la principal característica de los cristianos es precisamente el amor fundando en la fe y plasmado por ella’ (mensaje de Cuaresma de Benedicto XVI).
Que este camino que vamos haciendo en nuestra cuaresma, dejándonos iluminar cada día por la Palabra de Dios, alimentándonos con la gracia de los sacramentos, intensificando nuestra oración y nuestro encuentro vivo con el Señor, nos haga ir dando esos pasos de mayor crecimiento de todo lo que es nuestra vida cristiana, una vida cristiana impregnada hasta lo más hondo por el evangelio de Jesús. Si vamos dando con hondura estos pasos llegaremos a vivir una Pascua muy intensa porque realmente nos sentiremos renovados, resucitados en Cristo Jesús. 

viernes, 15 de marzo de 2013


Tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor

Sab. 2, 1.12-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
‘Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se opone a nuestras malas acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada… es un reproche para nuestras ideas, solo verlo da grima…’ Podríamos seguir releyendo el texto del libro de la sabiduría y nos damos cuenta que eso es cosa de todos los tiempos.
Es una reflexión que se hace el sabio del Antiguo Testamento, que lo vemos reflejado en las actitudes que mantenían contra Jesús los judíos de su época, pero que si hacemos una lectura de la vida de hoy como de todos los tiempos es algo que siempre sigue sucediendo. El que es bueno a nuestro lado se convierte en un espejo donde mirarnos, pero cuando nosotros estamos sucios por la maldad que pueda haber en nuestro corazón algunas veces queremos romper el espejo para no reconocer la realidad de nuestra vida, de nuestro pecado.
Si fuéramos sinceros con nosotros mismos y en verdad quisiéramos llevar nuestra vida por caminos de mayor plenitud, la contemplación de alguien justo y honrado a nuestro lado tendría que ser para nosotros un estímulo, una emulación para impulsarnos a corregirnos, a mejorar, a crecer y madurar en nuestra vida. Creo que podría ser un primer propósito que nos hagamos en nuestra reflexión, tener esos deseos de crecimiento en nuestra vida y saber aceptar la corrección que para nosotros pueda significar lo bueno que veamos en los demás.
En el evangelio que hemos escuchado seguimos viendo ese como mar de fondo que se va creando en torno a Jesús por parte de aquellos que no quieren creer en El. Les cuesta aceptar el mensaje de Jesús, les cuesta aceptar que Jesús sea en verdad el Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor.
Ayer escuchábamos los razonamientos que les hacia Jesús para que en verdad le aceptasen y creyesen en El. Por una parte el testimonio que el Bautista había dado de Jesús. Recordemos cómo anunciaba su llegada invitando a preparar los caminos y como finalmente lo señalaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero les hablaba Jesús también de las obras que realizaba que daban testimonio de que Dios estaba con El. Nicodemo un día lo había reconocido, si Dios no hubiera estado con El no podría realizar las obras que hacía. Pero ahora los judíos tampoco querían reconocerlo. ‘Esas obras que hago dan testimonio de mí, escuchábamos ayer: que el Padre me ha enviado’.
Finalmente Jesús apelaba al testimonio de las Escrituras y de Moisés. ‘Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida!’, les decía.
Hoy hemos escuchado que, aunque en principio se había quedado en Galilea cuando sus parientes habían subido a la fiesta de las Chozas, finalmente también había subido aunque no mostrándose, sino privadamente. Algunos lo reconocen y piensan si acaso ya los judíos lo habían reconocido, pero aún así tienen sus dudas, cuando Jesús claramente les vuelve a señalar que procede de Dios y que es Dios el que le ha enviado. Esto provocará de nuevo que quieran prenderle pero se les escapa de las manos, como hemos escuchado en el evangelio ‘porque todavía no había llegado su hora’.
Todo esto que vamos escuchando en el evangelio ha de irnos ayudando a afirmar más y más nuestra fe en Jesús, reconociendo en verdad que es el Hijo de Dios y en quien tenemos nuestra salvación. Reconocer a Jesús para disponernos a seguirle y seguirle aunque eso nos cueste la cruz. De eso les hablaba ayer tarde el Papa a los Cardenales en la Eucaristía celebrada en la Capilla Sixtina.
Caminar, edificar, confesar’, fueron las palabras claves de la homilía del Santo Padre. ‘Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor… Yo querría que todos, tras estos días de gracia, tengamos el coraje, precisamente el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante’.
Será algo que nos cuesta, sobre todo cuando se nos habla de la cruz, y puede surgir también el rechazo en nosotros, pero mirando a Cristo que camina delante de nosotros nos sentimos estimulados y fortalecidos a ese camino que nos llevará a crecer más y más en nuestra fe y a dar ese valiente testimonio de amor por nuestra entrega aunque eso signifique cruz.

jueves, 14 de marzo de 2013


Nuestra adhesión y comunión con el Papa Francisco I

¿Seguimos a Jesús o no seguimos a Jesús? ¿Lo aceptamos o no lo aceptamos por la fe en nuestra vida?
Cuando había escrito estas palabras anteriores para comenzar a preparar la homilía de este día - la preparo siempre en la tarde anterior - en esos momentos comenzó a salir de la Capilla Sixtina la fumata blanca que nos anunciaba que teníamos Papa. Con la sorpresa del momento, aunque era algo esperado y deseado, todo se quedó a un lado en la espera de saber qué regalo nos había hecho el Señor y quien era el que había sido elegido. Finalmente lo conocimos, el nuevo Pontífice de la Iglesia sería Francisco I; había sido elegido el cardenal Bergoglio, de Buenos Aires (Argentina) para ser el sucesor de Benedicto XVI en la sede de Pedro.
Tras la espera su aparición en el balcón de la Basílica de san Pedro, sus primeras palabras, su invitación a rezar, haciéndolo él con nosotros en aquel momento, por Benedicto XVI, y antes de darnos su bendición ese gesto tan humilde y hermoso de rogarnos que le pidiéramos al Señor que le bendijera a él para poder ejercer el ministerio que acaba de recibir en bien de la Iglesia y la gloria del Señor.
¿Qué decir ahora en estos momentos? Creo que una primera cosa es dar gracias a Dios y bendecir al Señor porque siempre y en todo el creyente ha de saber descubrir la mano de Dios. Hemos venido invocando con insistencia en estos días al Espíritu Santo para que se hiciera sentir en los Cardenales que habían de elegir al nuevo Pontífice y sin dejarse influenciar por nada sino solo por la acción del Señor escoger al que considerasen el mejor para el bien de la Iglesia. Este es, pues, el regalo que nos ha hecho el Espíritu Santo y por ello hemos de dar gracias y bendecir al Señor.
De la misma manera que hemos estado orando al Señor con tanta insistencia por la elección del nuevo Pontífice, ahora nos queda por nuestra parte sentirnos en comunión con él y con toda la Iglesia. Es quien en nombre de Jesús con la asistencia del Espíritu Santo guía a la Iglesia de Dios. Es la adhesión a su palabra y a su magisterio, es el dejarnos conducir por los caminos del Señor, es el apoyo que con nuestra oración hemos de seguir teniendo con él, como ya nos pidió en sus primeras palabras desde el balcón de san Pedro. Bendito el que viene en nombre del Señor, hemos de proclamar con nuestras palabras pero también con nuestras actitudes y nuestra vida.
Una de las primeras cosas que se hacen una vez elegido, y eso no lo vemos porque queda aún dentro de los muros de la Capilla Sixtina, es la adhesión que todos y cada uno de los cardenales que han participado en su elección hacen ante el nuevo Pontífice. Momentos antes era un Cardenal más de la santa Iglesia, podemos decir, pero por su elección se convirtió en el Obispo de Roma y Pontífice de la Iglesia universal. De ahí ese signo y gesto de adhesión de todos los Cardenales que es de alguna manera el signo y gesto de adhesión de toda la Iglesia. Es lo que de corazón hemos de hacer, es lo que nos toca hacer.
Con ello estamos expresando nuestra fe y nuestro sentido eclesial. Si cuando comenzaba a preparar esta homilía me preguntaba si seguimos o no seguimos a Jesús y me iba a hacer una reflexión desde el texto del evangelio de este día, ese mismo planteamiento nos vale en estos momentos en medio de la alegría de la elección de un nuevo Pontífice.
¿Estoy o  no estoy con Jesús? A Jesús lo encuentro y lo vivo en el seno de la Iglesia y alimento mi fe en Jesús y la fortalezco en la medida en que me apoyo en la fe de la Iglesia. Y Pedro fue puesto como piedra fundamental de esa Iglesia. ‘Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré a mi Iglesia’, le dijo Jesús. Estamos ante el sucesor de Pedro que tiene esa misma misión en medio de la Iglesia. Como le diría Jesús ‘mantente firme para que confirmes en la fe a tus hermanos’. Es lo que viene a realizar el Papa. Creemos en Jesús, creemos en su Iglesia, creemos quien está puesto para ayudarnos a mantenernos firmes en nuestra fe, a confirmar la fe de la Iglesia.

miércoles, 13 de marzo de 2013


Creciendo en nuestra fe pregustemos con esperanza la alegría pascual

Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
En la medida en que en nuestro camino cuaresmal nos vamos acercando más y más a la pascua vamos pregustando ya el gozo en el alma por la salvación que está cerca y que vamos a vivir con toda intensidad en el triduo pascual. Cuando nos hablan de una comida muy gustosa y nos la van describiendo ya parece que en nuestra boca saboreamos los sabores y sentimos hasta su olor. Así nos sucede con lo que la liturgia nos va ofreciendo en estas últimas semanas de la cuaresma. Queremos vivir con tanta intensidad nuestra preparación que ya vamos pregustando la alegría pascual.
‘Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados’, era la invitación gozosa del profeta. Palabras que le decía Isaías al pueblo que se encontraba desamparado y cautivo, porque se anunciaban ya los tiempos en que se abrirían los caminos para la vuelta de nueva la libertad de su tierra. Es el gozo que nos da la esperanza de la salvación, del perdón que el Señor nos concede cuando volvamos a El y que vamos a vivir intensamente en la celebración de la pascua.
Algunas veces  hemos revestido demasiado el tiempo de la cuaresma de telones negros que parece que nos llenan de tristeza, pero cuando vivimos en esperanza no podemos vivir en la tristeza porque tenemos la certeza de la salvación que llega a nuestra vida. Aunque sintamos el peso en la conciencia de que somos pecadores y que tantas veces nos alejamos del Señor, tenemos la seguridad del abrazo del padre que nos espera y que quiere hacer fiesta con nuestra vuelta porque por encima de todo siempre va a vencer el amor del padre, va a vencer el amor de Dios.
Recordemos además que Jesús rompiendo todos los moldes y costumbres de su época nos decía que cuando ayunáramos o hiciéramos penitencia nos laváramos la cara y nos perfumáramos porque nuestro ayuno o penitencia quien tiene que notarlo es el Señor que ve nuestro corazón.
El evangelio de los días en medio de la semana desde ayer hasta que lleguemos a la semana de pasión prácticamente vamos a hacer una lectura literalmente continuada del evangelio de san Juan. Son los momentos en que Jesús cada vez más claramente se nos va manifestando como Hijo de Dios y como nuestro salvador, pero que motivará el rechazo por parte de los judíos a la palabra y a la acción de Jesús que conducirán a su pasión y a su muerte en la cruz.
En Jesús se va manifestando el actuar y la palabra de Dios; será algo que les cuesta entender a los judíos - y cuando en el evangelio de Juan se dice judíos se está refiriendo de manera especial a sus dirigentes - y ‘por eso los judíos tenían ganas de matarlo, como nos ha dicho hoy el evangelista, porque no solo violaba el sábado - recordemos el episodio de ayer de la curación del paralítico de la piscina que fue en sábado - sino porque también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios’.
¿Qué nos ofrece Jesús? Viene a darnos vida. Es la salvación que Jesús nos ofrece. Y nos habla de resurrección; y nos habla de que hemos de escucharle y creer en El y creer en Jesús es creer en quien le envió, es creer en Dios. ‘Os aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida’.
Aquí tenemos un aspecto que hemos venido resaltando continuamente, la fe, sobre todo como estamos en el año de la fe. Tenemos que crecer en nuestra fe; tenemos que hacer que nuestra fe sea cada vez más madura y más viva; tenemos que cuidar nuestra fe, preocupándonos de formarnos debidamente porque vayamos creciendo más y más en el conocimiento de Jesús y de su evangelio. Creemos en Jesús y estamos llamados a la vida eterna. ¿No tiene eso que llenarnos de esperanza y con gozo en el alma ir pregustando ya la Pascua que vamos a celebrar?

martes, 12 de marzo de 2013


¿Quieres quedar sano? Jesús es el agua viva que nos sana y nos redime

Ez. 47, 1-9.12; Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’, hemos meditado en el salmo, después de haber escuchado la hermosa lectura del profeta Ezequiel que habla de la corrientes de agua que llenan de vida todo por donde pasa. ‘Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida… quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente’.
Qué hermoso es el rumor de una corriente cantarina de agua sobre todo en los lugares secos e inhóspitos. Cuando  nos escasea el agua la valoramos más, pero sabemos que es un elemento necesario para la vida en múltiples aspectos. Se convierte para nosotros en un signo muy hermoso que nos habla de vida y, en este caso, de vida de Dios, de vida sobrenatural, de manera que es el signo principal del primero de los sacramentos que nos hace partícipes de la vida de Dios.
Es un signo muy importante que nos aparece en nuestro camino cuaresmal y que nos ayudará a prepararnos para vivir hondamente el sentido de la Pascua, cuanto más cuando la noche de Pascua es la noche bautismal por excelencia y donde, al pie de la pila bautismal e iluminados por la luz del cirio pascual, vamos todos a renovar nuestras promesas bautismales.
Nos aparece hoy la imagen del agua en la profecía de Ezequiel en ese torrente que mana por debajo del umbral del templo y que irá fecundando todo por donde pasa, purificando y llenando de vida. Son bellas las imágenes de la profecía. Pero son anuncio de un agua nueva y un agua viva que solo en Cristo podemos encontrar. Ya le escucharemos decir que el que tenga sed que venga hasta El que le dará un agua viva que salta como un surtidor hasta la vida eterna. Y ya en el tercer domingo de Cuaresma en el ciclo A nos aparecerá Jesús ofreciendo a la samaritana un agua viva que el que la beba no volverá a tener sed jamás.
La imagen del evangelio es bien significativa. El paralítico estaba esperando el movimiento de las aguas de aquella piscina de Betesda, pero nunca alcanzará a llegar a tiempo dada su imposibilidad para poder alcanzar la tan ansiada salud. Llevaba allí mucho tiempo, treinta y ocho años y no había alcanzado la salud. Pero aquello solo era un signo de quien en verdad podría darle la salud y la salvación. Era Jesús quien iba a llegar hasta él para ofrecerle esa vida para sus miembros que tanto ansiaba y mucho más. ‘¿Quieres quedar sano?’, le dice Jesús.
Con Jesús no será necesario el signo, basta su palabra. ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar’. Allí estaba el agua viva y quien la bebe no volverá a tener sed. Allí estaba el agua viva y allí donde llegara todo iba a quedar lleno de vida. Allí estaba el agua viva y con El se acaban todas las muertes, desaparece todo pecado, se transforma toda vida, llega la gracia del Señor.
Es a quien nosotros hemos de buscar; es a dónde nosotros tenemos que ir; es la gracia y la vida que Cristo nos está ofreciendo; es Cristo que viene a nuestro encuentro, llega hasta nosotros regalándonos su salvación, su perdón, su vida, su gracia. Con fe nosotros tenemos que ir hasta Jesús; con fe nosotros hemos de recibirle en nuestro corazón; con fe suplicamos esa agua viva de la gracia que nos perdona y nos redime, que nos llena de gracia y nos santifica.
Aquel hombre del evangelio luego tuvo que conocer quien era el que le había dicho ‘levántate y anda’. Primero se había dejado hacer, había hecho lo que Jesús le decía y descubrió que cumpliendo la Palabra de Jesús en él había una vida nueva, porque se había curado, había alcanzado la salvación. Luego proclamará valientemente su fe en Jesús cuando se encuentra con Él y lo reconoce pero será valiente también para ir a contarlo a los demás.
Nosotros también hemos de reconocer cuanto hace el Señor en nosotros y con nosotros. También nosotros hemos de escuchar a Jesús y hacer lo que El  nos pide para que alcancemos esa vida y esa salvación. Cuánto nos cuesta dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. También tiene que crecer nuestra fe más y más proclamándola valientemente y anunciándolo a los demás. 

lunes, 11 de marzo de 2013


El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino

Is. 65, 17-21; Sal. Sal. 29; Jn. 4, 43-54
El profeta anuncia la salvación como una nueva creación. ‘Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva’. Tan sublime y maravillosa que hará olvidarse de la primera. ‘De lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento’. La salvación llena de gozo al pueblo y Dios se goza en él. ‘Habrá gozo y alegría perpetua’.
¿A qué se está refiriendo el profeta? Nos está hablando de los tiempos mesiánicos; nos está hablando de la salvación que nos viene con Jesús. Nos está anunciando el Reino de Dios que en Jesús se instaurará. No habrá llanto, ni luto,  ni dolor. La salvación de Dios viene transformándolo todo. Los signos que Jesús realiza son señal de esa salvación de Dios que llega.
¿Qué hace Jesús? vencer el mal, el dolor, el sufrimiento, la muerte. Con Jesús tendremos vida nueva. En Jesús vemos todo eso se realiza. Ahí están sus milagros como señales. Pero ahí está el camino nuevo que El nos enseña a seguir para hacer que todo eso sea posible. Si hacemos cuanto nos dice Jesús pronto veremos esa transformación, ese mundo nuevo comenzando por nosotros mismos que seremos distintos porque iremos desterrando de nosotros todo mal.
¿Qué es necesario? Que pongamos toda nuestra fe en Jesús. Pero tiene que ser toda nuestra fe, radicalmente. Nos fiamos de Jesús, nos fiamos de su palabra; desde la fe encontraremos esos caminos de transformación de nuestra vida y de nuestro mundo. No podemos andar con titubeos ni dudas. Hemos de ponernos en el camino de la fe.
El evangelio que hemos escuchado es un signo de todo ello. En este texto del evangelio vemos ese proceso de fe que nos llevará a ver la salvación de Dios. Hasta Jesús viene un hombre, un funcionario real nos dice el evangelista, que tiene un hijo enfermo en Cafarnaún. Jesús está lejos pues está en Caná de Galilea, como bien nos recuerda el evangelista Juan donde Jesús realizó el primer signo de convertir el agua en vino en las bodas.
El hombre le pedía a Jesús que bajase a Cafarnaún para curar a su hijo que se estaba muriendo e insiste: ‘Baja antes de que se muera mi niño’. Tiene fe, pero apremia porque duda y tiene miedo. ‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’, le dice Jesús ante su insistencia. Al final Jesús le dirá: ‘Anda, tu hijo está curado’. Y como dice el evangelista ‘el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino’.
Se puso en camino no era solo desandar el camino desde Caná hasta Cafarnaún. Se puso en camino porque creyó, se puso en el camino de la fe confiando en la palabra de Jesús. Aun no lo había visto pero había comenzado a creer, se puso en el camino de la fe. Y las obras de Dios se realizan cuando en verdad nos ponemos en ese camino de la fe. Pronto llegan hasta él para avisarle que efectivamente su hijo estaba curado. La hora coincidía cuando Jesús le dijo que su hijo estaba curado y cuando él se había puesto en camino. Y ahora ‘creyó él y toda su familia’. Se completó el proceso de la fe.
Viene el Señor con su salvación; viene el Señor a hacer un mundo nuevo, un cielo nuevo. De ese cielo nuevo y de ese mundo nuevo nos hablará al final el libro del Apocalipsis como la culminación de la victoria de Cristo sobre el mal. Es la salvación que nosotros vamos acogiendo en nuestra vida; es la salvación que sentimos que nos va transformando y creando una vida nueva en nosotros; es la salvación que aceptamos con fe y que despertará aun más en nosotros la fe; es la salvación que nos hará ir haciendo ese proceso, ese camino de la fe en nuestra vida. Señor, que yo crea, pero aumenta mi fe.

domingo, 10 de marzo de 2013


Un abrazo de amor y de perdón que nos enseña a ser misericordiosos

Josué, 5, 9-12; Sal. 33; 2Cor. 5, 17-21; Lc. 15, 1-3.11-32
‘Que el pueblo cristiano se apresure con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas pascuales’, pedíamos con la liturgia en este domingo. Nos apresuramos, llega ya el tiempo de la pascua, se anticipa la alegría de la pascua. La Palabra del Señor que se nos ha proclamado nos está invitando a anticipar ya esa fiesta y esa alegría. Todo nos invita a la fiesta, como contemplamos al padre de la parábola haciendo fiesta porque ha recobrado a su hijo.
Con ese entusiasmo seguimos dando nuestros pasos en este camino cuaresmal que ha de concluir en la fiesta grande de la Pascua. Ya se nos va manifestando ese rostro amoroso de Dios que nos ofrece el abrazo de su amor y su perdón. Para eso nos ha entregado a su Hijo y es lo que queremos celebrar y vivir. Pero esos pasos los vamos dando porque nosotros nos dejamos reconciliar, reencontrar con el Señor.
Un camino, como hemos venido reflexionando a través de toda la cuaresma, que se nos hace desierto, o que nosotros convertimos también en desierto cuando hemos querido hacer los caminos a nuestra manera alejándonos de la casa del Padre. La parábola del evangelio nos ofrece un hermoso mensaje. Primero que nada y fundamentalmente es el retrato del amor de Dios, pero nos está haciendo un retrato también de nosotros, de nuestra vida, de los caminos que hemos preferido escoger en tantas ocasiones.
Conocemos la parábola y las motivaciones para la parábola. La hemos escuchamos muchas veces y muchas veces también la hemos meditado, rumiado en nuestro corazón. Criticaban a Jesús porque dejaba que los publicanos y los pecadores se acercaran a El y comía con ellos; no es la primera vez ni será la única ocasión. Pero Jesús es la muestra del amor infinito de Dios, es el rostro del Padre misericordioso, aunque había tantos que no lo querían comprender. Siempre habrá puritanos que se creen ellos los justos y los únicos merecedores de todo; lo vamos a ver incluso en el trascurso de la parábola en alguno de sus personajes.
Por eso Jesús habla de ese hijo que se ha marchado y por allá anda desorientado y derrotado por los caminos de la vida. Se ha buscado sus propios desiertos de terror y soledad, cuando él pensaba que a su manera iba a encontrar el paraíso perdido, que solo él sabía encontrar la felicidad. Pero sus caminos le llevaron a la perdición y a la soledad más terrible. Lo expresa el hambre que pasaba, la situación en que vivía, a lo que tenía que dedicar al final su vida cuidando cerdos, cuando en verdad había tenido en sus manos lo mejor. Son desiertos duros, caminos intransitables; él se lo había buscado; desorientado del todo se encontraba perdido.
Pero desde el pozo de su soledad y de su miseria piensa que quizá pudiera encontrar una luz aunque fuera tenue y no fuera lo que antes tenía. ‘Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino…’ Ya sé que no merezco llamarme hijo, pero iré a ver si me admite al menos como un jornalero. Lo que había sido un desierto duro para él en la soledad en que había caído le hizo recapacitar. Siempre podemos encontrarnos con nosotros mismos y desear la luz. Ojalá en esos momentos duros cuando estamos caídos en pozo hondo y oscuro de nuestra miseria fuéramos capaces de recapacitar.
Pero la luz lo estaba esperando. Temía encontrarse con el padre, del que consideraba que no merecía llamarse hijo - ‘he pecado contra el cielo y contra ti’ -, pero el padre lo estaba esperando. ‘Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo… celebremos un banquete, este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado’.
‘Se levantó y se puso en camino adonde estaba su padre…’ Es el camino que nosotros hemos de hacer también. También muchas veces andamos desorientado y nos encontramos perdidos. Somos pecadores que de una forma o de otra nos hemos marchado de la casa del Padre. Se nos ha enfriado la fe o hemos dejado que el mal se hubiera metido en nuestro corazón. Pensábamos solo en nosotros mismos y queríamos hacer nuestros caminos sin contar con los caminos que Dios nos había señalado y trazado. Pretendemos tantas veces enmendar a Dios porque no queremos aceptar sus mandamientos como auténtico camino que nos lleva a la felicidad y a la plenitud y quisimos hacernos la vida a nuestra manera. Como aquel hijo que se marchó, que‘emigró a un país lejano y derrochó su fortuna viviendo perdidamente’, como decía la parábola.
Pero aquel hijo pródigo fue capaz de levantarse y ganó el amor del padre. El padre para quien lo importante no era la fortuna derrochada ni las cosas que se hubieran perdido, sino la persona, su hijo que estaba allí de vuelta. Sin embargo, allí estaba también el otro hijo, que parecía bueno y cumplidor, pero cuyo corazón sin embargo estaba maleado por el orgullo, la envidia, el mal querer y no quería aceptar a su hermano. Ni siquiera lo quiere considerar como un hermano. ‘Ese hijo tuyo…’ le dice a su padre, como si no fuera el padre de los ambos y los dos fueran hermanos. También estaba creando él una distancia con su padre aunque no se había marchado de casa, pero ahora  no quería entrar a la fiesta para recibir al hermano. No sé cual distancia sería mayor.
Si los fariseos y escribas murmuraban de Jesús porque comía con publicanos y pecadores, este hijo mayor de la parábola está haciendo de manera semejante porque no quiere encontrarse con su hermano al que considera poco menos que un maldito. No era capaz de alegrarse con su padre ni aceptar la misericordia y compasión que se desbordaba del corazón del padre. Había estado siempre junto a su padre pero da la impresión que nunca estuvo cerca porque su corazón estaba cerrado a la misericordia y a la compasión que derrochaba el amor del padre.
La reflexión se puede hacer larga porque son muchas las cosas que podríamos comentar y muchas las lecciones que podríamos sacar para nuestra vida. Tenemos que aprender lo que es el amor y la misericordia de Dios que es Padre bueno que nos ama y nos está ofreciendo el abrazo de su amor y su perdón, pero al mismo tiempo hemos de aprender a llenar también nuestro corazón de ese mismo amor y misericordia. De la misma manera tenemos que gozarnos cuando contemplamos a nuestro lado a otras personas que viven también esa paz nueva al sentirse amados de Dios y al sentirse perdonados; esto tiene que ser siempre un motivo de alegría para nosotros.
Cuando llegamos a gustar lo que es el amor que Dios nos tiene nos hemos de sentir contagiados de ese amor para vivir nosotros un amor igual. Ese amor y esa misericordia tienen que ser las actitudes y los valores más importantes que vivamos los que llevemos el nombre de cristianos. Misericordia y amor que hemos de expresar de mil maneras cada día con los que están a nuestro lado. Como hemos dicho en más de una ocasión así nos pareceremos más a Dios y así estaremos mostrando a cuantos nos rodean el rostro misericordioso de Dios.
Decíamos al principio de nuestra reflexión que nos apresurábamos a celebrar con fe viva las próximas fiestas pascuales; cuando ahora vamos sintiendo todo lo que es el amor y la misericordia que Dios tiene con nosotros, tiene también con tantos a nuestro lado estamos ya viviendo anticipadamente esa alegría de la pascua, porque estamos sintiendo que se va haciendo pascua en nosotros. Es lo que queremos vivir en cada Eucaristía cuando escuchamos la palabra del Señor, cuando nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo entregado por nosotros, cuando vivimos en comunión honda y profunda con nuestros hermanos que caminan a nuestro lado.